Ø El reinado de Cristo. En «Jesús de Nazaret I», de Benedicto XVI: dimensiones del Reino de Dios; el «Padre nuestro».
El reinado de Cristo en «Jesús de
Nazaret I»
Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, La Esfera
de los Libros, 2007
v
Dimensiones del reino de Dios pp. 76-77
o
Dimensión cristológica: Jesús mismo es el
«reino»
·
Jesús mismo es el «reino»; el reino no es una
cosa, no es un espacio de dominio como los reinos
terrenales. Es persona, es El. La expresión «Reino de Dios»,
pues, sería en sí misma una cristología encubierta. Con el modo en que habla
del «Reino de Dios», El conduce a los hombres al hecho grandioso de que, en El,
Dios mismo está presente en medio de los hombres, que Él es la presencia de
Dios.
o
El Reino de Dios se encuentra esencialmente en
el interior del hombre.
§ Si
queremos que Dios reine en nosotros [que su reino esté en nosotros], en modo
alguno debe reinar el pecado en nuestro cuerpo
mortal [Romanos 6, 12]
El «Reino de Dios» no se encuentra en ningún mapa. No es un reino como los
de este mundo; su lugar está en el interior del hombre. Allí crece, y desde
allí actúa.
·
Una segunda línea interpretativa del significado
del «Reino de Dios», que podríamos definir como
«idealista» o también
mística, considera que el Reino de Dios se encuentra esencialmente en el
interior del hombre. Esta corriente fue iniciada también por Orígenes, que en
su tratado Sobre la oración dice: «Quien pide en la oración la llegada del
Reino de Dios, ora sin duda por el Reino de Dios que lleva en sí mismo, y ora
para que ese reino dé fruto y llegue a su plenitud... Puesto que en las
personas santas reina Dios [es decir, está el reinado, el Reino de Dios]. . .
Así, si queremos que Dios reine en nosotros [que su reino esté en nosotros], en
modo alguno debe reinar el pecado en nuestro cuerpo mortal [Rm 6, 12]... Entonces Dios se paseará
en nosotros como en un paraíso espiritual [Gn 3, 8] y, junto con su Cristo,
será el único que reinará en nosotros...» (n. 25: PG 11, 495s). La idea de fondo
es clara: el «Reino de Dios» no se encuentra en ningún mapa. No es un reino
como los de este mundo; su lugar está en el interior del hombre. Allí crece, y
desde allí actúa.
o
Relación entre el Reino de Dios y la Iglesia
·
La tercera dimensión en la interpretación del
Reino de Dios podríamos denominarla eclesiástica: en ella
el Reino de Dios y la Iglesia se relacionan entre sí de diversas
maneras y estableciendo entre ellos una mayor o menor identificación.
v
El Padre nuestro. Venga a nosotros tu reino pp. 180-182
o
El reconocimiento de la primacía de Dios
·
Al reflexionar sobre esta petición acerca del
Reino de Dios, recordaremos lo que hemos considerado
antes acerca de la expresión «Reino de Dios». Con esta
petición reconocemos en primer lugar la primacía de Dios: donde Él no está,
nada puede ser bueno. Donde no se ve a Dios, el hombre decae y decae también el
mundo. En este sentido, el Señor nos dice: «Buscad ante todo el Reino de Dios y
su justicia; lo demás se os dará por añadidura» (Mateo 6, 33). Con estas palabras se establece un
orden de prioridades para el obrar humano, para nuestra actitud en la vida
diaria.
o
Jesús no nos da recetas, pero establece una
prioridad determinante para todo: «Reino de Dios» quiere decir «soberanía de
Dios», y eso significa asumir su voluntad como criterio.
·
En modo alguno se nos promete un mundo utópico
en el caso de que seamos devotos y de algún modo
deseosos del Reino de Dios. No se nos presenta
automáticamente un mundo que funciona como lo propuso la utopía de la sociedad
sin clases, en la que todo debía salir bien sólo porque no existía la propiedad
privada. Jesús no nos da recetas tan simples, pero establece —como se ha dicho—
una prioridad determinante para todo: «Reino de Dios» quiere decir «soberanía
de Dios», y eso significa asumir su voluntad como criterio. Esa voluntad crea
justicia, lo que implica que reconocemos a Dios su derecho y en él encontramos
el criterio para medir el derecho entre los hombres.
§ La
oración de Salomón al ser entronizado
·
El orden de prioridades que Jesús nos indica
aquí nos recuerda el relato veterotestamentario de la
primera oración de Salomón tras ser entronizado. En él se
narra que el Señor se apareció al joven rey en sueños, asegurándole que le
concedería lo que le pidiera. ¡Un tema clásico en los sueños de la humanidad!
¿Qué pidió Salomón? «Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo,
para discernir el bien y el mal» (1 R 3, 9). Dios lo alaba porque no ha pedido
—como hubiera sido más natural— riqueza, bienes, honores o la muerte de sus
enemigos, ni siquiera una vida más larga (cf. 2 Cr 1, 11), sino algo
verdaderamente esencial: un corazón dócil, la capacidad de distinguir entre el
bien y el mal. Y por eso Salomón recibió también todo lo demás como añadidura.
Con la petición «venga tu reino»
(¡no el nuestro!), el Señor nos quiere llevar precisamente a este modo de orar
y de establecer las prioridades de nuestro obrar. Lo primero y esencial es un
corazón dócil, para que sea Dios quien reine y no nosotros. El Reino de Dios
llega a través del corazón que escucha. Ese es su camino. Y por eso nosotros
hemos de rezar siempre.
o
Donde Cristo está, está el «Reino de Dios». Así,
la petición de un corazón dócil se ha convertido en petición de la comunión con
Jesucristo, la petición de que cada vez seamos más «uno» con El. Es la petición
del seguimiento verdadero, que se convierte en comunión y nos hace un solo
cuerpo con El.
A
partir del encuentro con Cristo esta petición asume un valor aún más profundo,
se hace aún más concreta. Hemos visto que Jesús es el Reino de Dios en persona;
donde El está, está el «Reino de Dios». Así, la petición de un corazón dócil se
ha convertido en petición de la comunión con Jesucristo, la petición de que
cada vez seamos más «uno» con El (cf. Ga 3, 28). Es la petición del seguimiento
verdadero, que se convierte en comunión y nos hace un solo cuerpo con El.
Reinhold Schneider lo ha expresado de modo penetrante: «La vida en este reino
es la continuación de la vida de Cristo en los suyos; en el corazón que ya no
es alimentado por la fuerza vital de Cristo se acaba el reino; en el corazón
tocado y transformado por esa fuerza, comienza... Las raíces del árbol que no
se puede arrancar buscan penetrar en cada corazón. El reino es uno; subsiste
sólo por el Señor, que es su vida, su fuerza, su centro...» (pp. 31s). Rezar
por el Reino de Dios significa decir a Jesús: ¡Déjanos ser tuyos, Señor!
Empápanos, vive en nosotros; reúne en tu cuerpo a la humanidad dispersa para
que en ti todo quede sometido a Dios y Tú puedas entregar el universo al Padre,
para que «Dios sea todo para todos» (1 Co 15, 28).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.