viernes, 24 de enero de 2020

Benedicto XVI, Exhortación Apostólica «Verbum Domini», sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la iglesia. 30 de septiembre de 2010.






[Chiesa/Testi//Parola Dio/PalabraDiosCristoTextosElegidosVerbumDominiBXVI]

Ø Palabra de Dios. Textos elegidos de la Exhortación Apostólica «Verbum Domini» (30 de septiembre de 2010), de Benedicto XVI. «Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros» (Juan1,14a). La Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se ha convertido en un hombre «nacido de una mujer» (Gálatas 4,4). La Palabra aquí no se expresa principalmente mediante un discurso, con conceptos o normas. Aquí nos encontramos ante la persona misma de Jesús. Ahora la Palabra tiene un rostro: viviendo en él, podemos vivir en la luz. Cuando el hombre, aunque sea frágil y pecador, sale sinceramente al encuentro de Cristo, comienza una transformación radical: «A cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios» (Juan 1,12). La necesidad de que la luz de Cristo ilumine todos los ámbitos de la humanidad: la familia, la escuela, la cultura, el trabajo, el tiempo libre y los otros sectores de la vida social. 

v  Benedicto XVI, Exhortación Apostólica «Verbum Domini», sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la iglesia.

30 de septiembre de 2010.

o   Necesidad de la Palabra de Dios para construir la vida sobre roca.

 n. 10. Tenemos especial necesidad en nuestros días, en los que muchas cosas en las que se confía para construir la vida, en las que se siente la tentación de poner la propia esperanza, se demuestran efímeras. Antes o después, el tener, el placer y el poder se manifiestan incapaces de colmar las aspiraciones más profundas del corazón humano. En efecto, necesita construir su propia vida sobre cimientos sólidos, que permanezcan incluso cuando las certezas humanas se debilitan. En realidad, puesto que «tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo» y la fidelidad del Señor dura «de generación en generación» (Salmo 119,89-90), quien construye sobre esta palabra edifica la casa de la propia vida sobre roca (cf. Mateo 7,24). Que nuestro corazón diga cada día a Dios: «Tú eres mi refugio y mi escudo, yo espero en tu palabra» (Salmo 119,114) y, como san Pedro, actuemos cada día confiando en el Señor Jesús: «Por tu palabra, echaré las redes» (Lucas 5,5).

o   «Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros» (Juan1,14a).

§  La Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se ha convertido en un hombre «nacido de una mujer» (Gálatas 4,4).  
La Palabra aquí no se expresa principalmente mediante un discurso, con conceptos o normas. Aquí nos encontramos ante la persona misma de Jesús.
n. 11. “La Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se ha convertido en un hombre «nacido de una mujer» (Gálatas 4,4). La Palabra aquí no se expresa principalmente mediante un discurso, con conceptos o normas. Aquí nos encontramos ante la persona misma de Jesús. Su historia única y singular es la palabra definitiva que Dios dice a la humanidad. Así se entiende por qué «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Enc. Deus caritas est, 1). La renovación de este encuentro y de su comprensión produce en el corazón de los creyentes una reacción de asombro ante una iniciativa divina que el hombre, con su propia capacidad racional y su imaginación, nunca habría podido inventar. Se trata de una novedad inaudita y humanamente inconcebible: «Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros» (Juan 1,14a). Esta expresión no se refiere a una figura retórica sino a una experiencia viva. La narra san Juan, testigo ocular: «Y hemos contemplado su gloria; gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Juan 1,14b). La fe apostólica testifica que la Palabra eterna se hizo Uno de nosotros. La Palabra divina se expresa verdaderamente con palabras humanas”.

o   Ahora la Palabra tiene un rostro: viviendo en él, podemos vivir en la luz.  

§  En Cristo, la Palabra de Dios está presente como Persona. Ahora, viviendo con él y por él, podemos vivir en la luz. Con Cristo la fe adquiere la forma del encuentro con una Persona a la que se confía la propia vida.
n. 12. (…) “Ahora, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret” [Cf. Mensaje final] (XII Asamblea Sinodal, 5 al 26 octubre 2008).  (…)
Cristo, Palabra de Dios encarnada, crucificada y resucitada, es Señor de todas las cosas; él es el Vencedor, el Pantocrátor, y ha recapitulado en sí para siempre todas las cosas (cf. Efesios 1,10). Cristo, por tanto, es «la luz del mundo» (Juan8,12), la luz que «brilla en la tiniebla» (Juan1,54) y que la tiniebla no ha derrotado (cf. Juan 1,5). Aquí se comprende plenamente el sentido del Salmo 119: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (v. 105); la Palabra que resucita es esta luz definitiva en nuestro camino. Los cristianos han sido conscientes desde el comienzo de que, en Cristo, la Palabra de Dios está presente como Persona. La Palabra de Dios es la luz verdadera que necesita el hombre. Sí, en la resurrección, el Hijo de Dios surge como luz del mundo. Ahora, viviendo con él y por él, podemos vivir en la luz.
n. 25.  Con Cristo la fe adquiere la forma del encuentro con una Persona a la que se confía la propia vida. Cristo Jesús está presente ahora en la historia, en su cuerpo que es la Iglesia; por eso, nuestro acto de fe es al mismo tiempo un acto personal y eclesial”.
§  Cuando el hombre, aunque sea frágil y pecador, sale sinceramente al encuentro de Cristo, comienza una transformación radical: «A cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios» (Juan 1,12).
n. 50. (…) Cuando el hombre, aunque sea frágil y pecador, sale sinceramente al encuentro de Cristo, comienza una transformación radical: «A cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios» (Juan 1,12). Recibir al Verbo quiere decir dejarse plasmar por Él hasta el punto de llegar a ser, por el poder del Espíritu Santo, configurados con Cristo, con el «Hijo único del Padre» (Juan1,14). Es el principio de una nueva creación, nace la criatura nueva, un pueblo nuevo. Los que creen, los que viven la obediencia de la fe, «han nacido de Dios» (cf. Juan 1,13), son partícipes de la vida divina: «hijos en el Hijo» (cf. Gálatas 4,5-6; Rm 8,14-17).
n. 51. En la Palabra de Dios proclamada y escuchada, y en los sacramentos, Jesús dice hoy, aquí y ahora, a cada uno: «Yo soy tuyo, me entrego a ti», para que el hombre pueda recibir y responder, y decir a su vez: «Yo soy tuyo» [Cf. Relatio  post disceptationem, 10, de la XII Asamblea Sinodal, 5 al 26 octubre 2008 ] La Iglesia aparece así en ese ámbito en que, por gracia, podemos experimentar lo que dice el Prólogo de Juan: «Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios» (Juan 1,12).
§  La necesidad de que la luz de Cristo ilumine todos los ámbitos de la humanidad: la familia, la escuela, la cultura, el trabajo, el tiempo libre y los otros sectores de la vida social.
n. 93. (…) Todos nos damos cuenta de la necesidad de que la luz de Cristo ilumine todos los ámbitos de la humanidad: la familia, la escuela, la cultura, el trabajo, el tiempo libre y los otros sectores de la vida social (Benedicto XVI, Cf.  Homilía, en la apertura de la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, 5 octubre de 2008). No se trata de anunciar  una palabra sólo de consuelo, sino que interpela, que llama a la conversión, que hace accesible el encuentro con Él, por el cual florece una humanidad nueva.

o   Palabra de Dios y testimonio cristiano

n. 97. (…) Por una parte, se necesita la Palabra que comunique todo lo que el Señor mismo nos ha dicho. Por otra, es indispensable que, con el testimonio, se dé credibilidad a esta Palabra, para que no aparezca como una bella filosofía o utopía, sino más bien como algo que se puede vivir y que hace vivir. Esta reciprocidad entre Palabra y testimonio vuelve a reflejar el modo con el que Dios mismo se ha comunicado a través de la encarnación de su Verbo. La Palabra de Dios llega a los hombres «por el encuentro con testigos que la hacen presente y viva» (Propositio 38). De modo particular, las nuevas generaciones necesitan ser introducidas a la Palabra de Dios «a través del encuentro y el testimonio auténtico del adulto, la influencia positiva de los amigos y la gran familia de la comunidad eclesial» (Mensaje final, IV, 12). (…)
§  En nuestro tiempo, con frecuencia nos detenemos superficialmente ante el valor del instante que pasa, como si fuera irrelevante para el futuro. Por el contrario, el Evangelio nos recuerda que cada momento de nuestra existencia es importante y debe ser vivido intensamente, sabiendo que todos han de rendir cuentas de su propia vida.
n. 99. (…) En nuestro tiempo, con frecuencia nos detenemos superficialmente ante el valor del instante que pasa, como si fuera irrelevante para el futuro. Por el contrario, el Evangelio nos recuerda que cada momento de nuestra existencia es importante y debe ser vivido intensamente, sabiendo que todos han de rendir cuentas de su propia vida. En el capítulo veinticinco del Evangelio de Mateo, el Hijo del hombre considera que todo lo que hacemos o dejamos de hacer a uno sólo de sus «humildes hermanos» (25,41.45), se lo hacemos o dejamos de hacérselo a Él: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (25,35-36). Así pues, la misma Palabra de Dios reclama la necesidad de nuestro compromiso en el mundo y de nuestra responsabilidad ante Cristo, Señor de la Historia. Al anunciar el Evangelio, démonos ánimo mutuamente para hacer el bien y comprometernos por la justicia, la reconciliación y la paz.

o   Palabra de Dios y compromiso por la justicia en la sociedad

§  La Palabra de Dios impulsa al hombre a entablar relaciones animadas por la rectitud y la justicia; da fe del valor precioso ante Dios de todos los esfuerzos del hombre por construir un mundo más justo y más habitable.
n. 100. La Palabra de Dios impulsa al hombre a entablar relaciones animadas por la rectitud y la justicia; da fe del valor precioso ante Dios de todos los esfuerzos del hombre por construir un mundo más justo y más habitable.[327] La misma Palabra de Dios denuncia sin ambigüedades las injusticias y promueve la solidaridad y la igualdad.[328] Por eso, a la luz de las palabras del Señor, reconocemos los «signos de los tiempos» que hay en la historia y no rehuimos el compromiso en favor de los que sufren y son víctimas del egoísmo. El Sínodo ha recordado que el compromiso por la justicia y la transformación del mundo forma parte de la evangelización. Como dijo el Papa Pablo VI, se trata «de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación».[329]
§  Ciertamente, no es una tarea directa de la Iglesia el crear una sociedad más justa, aunque le corresponde el derecho y el deber de intervenir sobre las cuestiones éticas y morales que conciernen al bien de las personas y los pueblos.
Es sobre todo a los fieles laicos, educados en la escuela del Evangelio, a quienes corresponde la tarea de intervenir directamente en la acción social y política.
A este respecto, los Padres sinodales han pensado particularmente en los que están comprometidos en la vida política y social. La evangelización y la difusión de la Palabra de Dios han de inspirar su acción en el mundo en busca del verdadero bien de todos, en el respeto y la promoción de la dignidad de cada persona. Ciertamente, no es una tarea directa de la Iglesia el crear una sociedad más justa, aunque le corresponde el derecho y el deber de intervenir sobre las cuestiones éticas y morales que conciernen al bien de las personas y los pueblos. Es sobre todo a los fieles laicos, educados en la escuela del Evangelio, a quienes corresponde la tarea de intervenir directamente en la acción social y política. Por eso, el Sínodo recomienda promover una adecuada formación según los principios de la Doctrina social de la Iglesia.[330]
§  Deseo llamar la atención de todos sobre la importancia de defender y promover los derechos humanos de cada persona, fundados en la ley natural inscrita en el corazón del hombre y que, como tales, son «universales, inviolables, inalienables».
n. 101. Además, deseo llamar la atención de todos sobre la importancia de defender y promover los derechos humanos de cada persona, fundados en la ley natural inscrita en el corazón del hombre y que, como tales, son «universales, inviolables, inalienables».[331] La Iglesia espera que, mediante la afirmación de estos derechos, se reconozca más eficazmente y se promueva universalmente la dignidad humana,[332] como característica impresa por Dios Creador en su criatura, asumida y redimida por Jesucristo por su encarnación, muerte y resurrección. Por eso, la difusión de la Palabra de Dios refuerza la afirmación y el respeto de estos derechos.[333]
[327] Cf. Propositio 39.
[328] Cf. Mensaje para Jornada Mundial de la Paz 2009: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (12 diciembre
          2008), 8-9.
[329] Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 19: AAS 68 (1976), 18.
[330] Cf. Propositio 39.
[331] Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963), I: AAS 55 (1963), 259.
[332] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 47: AAS 83 (1991), 851-852; Id., Discurso a la
          Asamblea general de las Naciones Unidas (2 octubre 1979), 13: AAS 71 (1979), 1152-1153.
[333] Cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 152-159.

Vida Cristiana


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