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Los hijos tienen que seguir
su camino, pero si les educamos con amor, volverán
«Mi hijo
se ha alejado de Dios»,
11 cosas
que un padre debe entender y, sobre todo, ¡paciencia!
ReL - 18 enero
2020
Cuando te enteras que tu esposa
está embarazada, o cuando te enteras que te darán un niño en adopción, te
cambia la vida para siempre. ¡Tú y tu cónyuge van a ser padres! ¡Y de pronto te
vuelves loco de amor! Escribe Andrés D’Angelo en Catholic-Link.
Te prometes que vas a hacer por esa pequeña personita que Dios puso en tu
camino, todos los sacrificios posibles, todos los esfuerzos imaginables y que
siempre vas a ser un padre o una madre presente, paciente, amoroso y genial.
Pero…
1. Luego
los niños comienzan a crecer
Y te das cuenta de que… las cosas
no son tan sencillas. Los niños tienen una extraordinaria capacidad de trabajar
la paciencia de la gente mayor casi desde el primer día. Por eso, Dios en su
infinita sabiduría puso un papá y una mamá, para que tomen turnos cuidando al
pequeñajo.
Las mamás lo hacen
instintivamente, y los papás… no tanto, pero ¡podemos aprender! Cuando logramos
hacer un gran equipo, los niños se desarrollan plenos y felices.
2. Y
entonces llega la temida adolescencia
No podemos creer que ese pequeño,
que era el sol de nuestras vidas, que tantas alegrías nos dio, de pronto se
convierta en un ser huraño, protestón, aburrido, peleón y muchas veces tan
tonto, que parece que no hay instrumentos para medirlo.
Nos busca, y generalmente nos
encuentra, y esos encontronazos no son siempre lindos. La relación se desgasta,
nos peleamos, nos amargamos y pensamos: “qué lindo será todo después de la
adolescencia, cuando mi hijo o mi hija se comporten como adultos serios y
responsables”. Pero entonces… ¡Tampoco sucede!
Nos preguntamos: ¿Por qué
esta serie de desencuentros entre el hijo ideal que siempre nos imaginamos y la
realidad tan dura?
3.
¡Nuestros hijos son libres!
Así es, ¡Porque nuestros hijos son
seres libres! Dios no solo los creó libres: ¡los quiere libres! ¿Y por qué Dios
querría ese disparate? ¿Por qué no los hizo obedientes, buenos, sencillos,
manejables y dulces como siempre los imaginamos?
Porque Dios quiere hijos,
y no esclavos. El amor es una decisión libre, y por eso, la libertad
es tan importante para Dios. El problema es que nuestros hijos los “tenemos”
nosotros, y su libertad muchas veces choca con nuestra idealización del hijo.
Contra nuestras normas de convivencia, y a veces ¡contra el mismo Dios!
¿Cómo puede ser que ese
chiquitín o esa chiquitina que participó en su primera comunión con tanto
fervor, de pronto no quiera ir más a Misa? Muchas veces esa revisión de “qué
pasó”, puede desembocar en una acusación implícita o explícita a nosotros
mismos, a nuestra misión como padres.
¿Qué hice, o qué hicimos mal
para que este pequeño que era tan dócil de pronto se convierta en un rebelde
sin causa, que se revuelva contra la autoridad de papá y mamá y quiera “hacer
su vida” o que “lo dejemos tranquilo”?
4. ¡No
pasó nada, ni hicimos nada mal!
Nuestros hijos están “haciendo” su
camino, y para ello deberán dejarnos, por más que muchas veces les duela a
ellos y nos duela más a nosotros. Ellos necesitan resolver sus
problemas por sí mismos, porque es una herramienta que necesitan para
enfrentar la vida por sus propios medios.
Saben instintivamente que
no vamos a estar durante toda su vida, y necesitan enfrentar los problemas
que generan sus propias conductas en libertad. Podemos pensar en ellos como en
pequeñas plantas que hemos mantenido en un invernadero, y que debemos sacar a
las condiciones naturales para que se templen, y desarrollen su propias raíces
y follajes.
El invernadero estuvo muy
bien mientras fueron frágiles, ahora es tiempo de que prueben (y especialmente
que se prueben a sí mismos) en “condiciones reales”. De ese modo, cuando vengan
las tormentas de la vida, ya tendrán herramientas para enfrentarlas, porque
dejamos que desplieguen sus alas y vuelen.
5. ¿Cómo
comportarnos ante ese hijo desafiante?
Pero mientras tanto, mientras
todavía chocamos, mientras nos desesperan con sus actitudes y desafíos,
tendremos que saber cómo comportarnos. Qué cosas les ayudan en esta exploración, qué
cosas podemos hacer para otorgarles confianza, tal vez para hacer más corto
este “recorrido divergente” y este crecimiento, y en última instancia,
para no perder la paciencia y perjudicarnos mutuamente en esta etapa de su
desarrollo.
Para ello me gusta mucho
fijarme en la parábola del Hijo Pródigo (o como le gusta llamarla al papa
Francisco, la parábola del “Padre Misericordioso”). Viendo la actitud del
padre, podremos ver algunas pistas para saber qué hacer en estas
circunstancias.
6. Tus
hijos te van a “pedir la herencia”
Como vimos, tarde o temprano, tus
hijos van a pedirte “que no te metas más en sus vidas”, que te hagas a un lado
y te apartes, que ellos necesitan “que los dejes en paz”. Te lo garantizo, la
primera vez que te pase se te va a partir el corazón en pedazos.
No es fácil, no es lindo y
es casi seguro que va a suceder, más temprano que tarde. La tendencia
natural sería de decirles “mientras dependas de nosotros, cumplirás nuestras
reglas”. Pero el Padre Misericordioso no hace eso. Al contrario, accede al
pedido de su hijo y lo deja ir con “su parte de la herencia” y probablemente
con los pedazos de su corazón destrozado.
Como te dije en la
introducción: ellos necesitan abrirse camino por sus propios medios,
necesitan equivocarse y golpearse para poder crecer. Puedes ofrecerle
a Dios esos pedazos de tu corazón, para que esa “ruptura” sea fructífera y no
tan dolorosa.
7. Tus
hijos se van a ir a tierras extrañas
Cuando se vayan de casa, cuando se
vayan a estudiar lejos, o cuando comiencen su vida, habrá tiempos en los que no
querrán hablar con ustedes, y sentirás que el corazón se te cae de nuevo a
pedazos. ¿Cómo puede ser que no nos quieran llamar, que no quieran pasar su
cumpleaños con nosotros, que quieran alejarse voluntariamente de la casa que
los vio crecer?
Precisamente, porque
necesitan ampliar sus horizontes. Conocer gente nueva, experimentar
otras formas de ver el mundo, hablar de otros temas, crecer y conocer nuevas
experiencias, tal vez algunas que nosotros no nos animamos a su edad…
Y también harán algunas cosas que van en contra de nuestras convicciones y
creencias.
Van a buscarse en tierras
extrañas, con la ilusión de descubrirse y encontrarse, pero también… con el
riesgo de perderse. ¿Qué hace el Padre Misericordioso?, ¿va a buscarlo?, ¿va a
pedirle que vuelva y que no haga lo que está haciendo? ¡No! El padre se
mantiene a una respetuosa distancia.
Respeta la decisión de su
hijo, a pesar de que probablemente haya tenido el corazón hecho trizas. Se
mantiene apartado, deja que su hijo busque lo que quiera buscar, incluso con
riesgo de que se pierda.
8. Puede
ser que se equivoquen. Y mucho. Y muy feo
El Hijo Pródigo malgasta su
herencia en una vida libertina. Nuestros hijos pueden ser, que en esa búsqueda
de sí mismos, en esa exploración, se equivoquen. Y esas equivocaciones hasta
pueden tener consecuencias graves. La herencia del padre se perdió…
aparentemente.
El hijo, a raíz de sus
decisiones equivocadas termina alimentando a cerdos, y deseando comer las
bellotas que comen estos animales. Muchas veces, como consecuencia de sus
decisiones erróneas, nuestros hijos la van a pasar realmente mal. Nuestra
tentación como padres puede ir en dos direcciones, y (en mi opinión) ambas son
decisiones equivocadas.
En una primera dirección,
podremos resolverles el problema, diciendo: “mi hijo no va a comer bellotas de
los cerdos”, e intervenir con nuestro dinero, recursos o “poder”, para que
nuestro hijo “no sufra”. La otra decisión equivocada sería enfrentarlo y
recriminarle por sus errores. “Te lo advertí”, “Te lo mereces”. La actitud
correcta es la del padre. Y ya veremos cuál es.
9. Puede
ser que pierdan la fe
En el sentido simbólico de la
parábola, el derroche de la herencia y la vida con los cerdos significan la
pérdida de la fe. En esa búsqueda, puede ser que nuestros hijos también la
pierdan, y que dejen de practicar la oración diaria, la misa dominical, la
confesión.
¡Nos desesperamos cuando
pasa eso! ¿Por qué, si nosotros les enseñamos bien?, ¿por qué si
nosotros rezamos constantemente por ellos?, ¿qué hicimos mal?, ¿qué podemos
hacer?
La fe es un don de Dios, y
nosotros podremos pedirla para ellos, pero nunca podremos reemplazarla
forzándolos a hacer prácticas piadosas, por más que a nosotros nos parezca que
es lo que tenemos que hacer. Dios quiere hijos, no esclavos.
Y tal vez, si los forzamos a
hacer cosas contra su voluntad, empeoremos la situación. Paz, y ciencia. Es
decir: paciencia. Tengamos paz, sepamos que esto puede suceder y recemos al
Buen Dios por la fe de nuestros hijos, que Él nunca deja caer una lágrima de
madre o padre en vano.
10. El
hijo recuerda cómo vivía en la casa de su padre
Una de las claves de la parábola es
que el hijo, antes de volver, recuerda con cariño la experiencia de su
vida como hijo amado. Ahí es donde tenemos que concentrar nuestras
energías. El amor de familia, el recuerdo del hogar son la verdadera herencia
del Padre Misericordioso.
Y eso se forja antes, mucho
antes de que nuestros hijos decidan seguir su rumbo. Por eso es tan
importante que durante su infancia y adolescencia nos enfoquemos en que su
experiencia filial sea lo más benéfica posible. Que sepamos que el
amor que les damos durante su infancia y adolescencia va a moldear su carácter,
su modo de ver la vida y su modo particular de amar en el futuro a su esposa e
hijos, o a sus hijos espirituales en el caso de que Dios suscite la vocación
religiosa o sacerdotal en tu hijo.
El amor de los padres es
reflejo del amor de Dios, y como tal también moldea la fe de tus
hijos. No solo el amor que los padres tienen a los hijos, sino el amor que los
padres tienen entre sí, así que ¡A cuidar a tu cónyuge, para beneficio
de tus hijos!
11. El
hijo que vuelve
Y un día, el hijo que se rebeló, el
que se fue a estudiar lejos, el que no quería saber nada con nosotros, el que
incluso nos despreció, vuelve. Me corrijo: no vuelve ese hijo, vuelve
una persona renovada, un nuevo hijo. Y generalmente, ese hijo templado
por las tormentas de su vida va a ser extraordinariamente mejor que el que se
fue.
Y tenemos que hacer como el
Padre Misericordioso: devolverle inmediatamente y sin preguntar nada,
la dignidad de hijo. Nuestro hijo sigue siendo nuestro hijo, pero con
una ventaja: ya es un adulto probado por la vida, y va a poder acercarse y
comprendernos mucho mejor a nosotros como padres.
Ya vamos a poder hablar de
igual a igual, de adulto a adulto, de persona fogueada a persona fogueada.
Nuestro amor de padres se va a ver engrandecido por lo que nuestro hijo logró
por sus propios medios.
Vida Cristiana
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