[Chiesa/Testi/ParolaDio/DomingoPalabraDios
CartaApostólicaInstitución Francisco]
Carta Apostólica en forma
de Motu Proprio del Santo Padre Francisco
“Aperuit illis”, con
la que se instituye el Domingo de la Palabra de Dios
El Domingo
3º del Tiempo Ordinario
1. «Les
abrió el entendimiento para comprender las Escrituras» (Lc 24,45).
Es uno de los últimos gestos realizados por el Señor resucitado, antes de su
Ascensión. Se les aparece a los discípulos mientras están reunidos, parte el
pan con ellos y abre sus mentes para comprender la Sagrada Escritura. A
aquellos hombres asustados y decepcionados les revela el sentido del misterio
pascual: que según el plan eterno del Padre, Jesús tenía que sufrir y resucitar
de entre los muertos para conceder la conversión y el perdón de los pecados (cfr. Lc 24,26.46-47);
y promete el Espíritu Santo que les dará la fuerza para ser testigos de este
misterio de salvación (cfr. Lc 24,49).
v
La profundidad de la Sagrada Escritura: Ignorar
las Escrituras es ignorancia de Cristo
La relación entre el Resucitado, la
comunidad de creyentes y la Sagrada Escritura es intensamente vital para
nuestra identidad. Si el Señor no nos introduce es imposible comprender en
profundidad la Sagrada Escritura, pero lo contrario también es cierto: sin la
Sagrada Escritura, los acontecimientos de la misión de Jesús y de su Iglesia en
el mundo permanecen indescifrables. San Jerónimo escribió con verdad: «La ignorancia de las Escrituras es
ignorancia de Cristo» (In Is., Prólogo: PL 24,17).
o
Comprender la riqueza inagotable que proviene de
ese diálogo constante de Dios con su pueblo»
§ Jesús
abre para nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo
el mundo esta riqueza inagotable.
El Señor escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de
nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrar su
reflexión.
2. Tras la conclusión del Jubileo
extraordinario de la misericordia, pedí que se pensara en «un domingo completamente dedicado a la
Palabra de Dios, para comprender la riqueza inagotable que proviene de ese
diálogo constante de Dios con su pueblo» (Misericordia et misera,
7). Dedicar concretamente un domingo del Año litúrgico a la Palabra de Dios nos
permite, sobre todo, hacer que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado que
abre también para nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar
por todo el mundo esta riqueza inagotable. En este sentido, me vienen a la
memoria las enseñanzas de san Efrén: «¿Quién
es capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el
sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos.
Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa
capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores
su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le
plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de
nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrar su
reflexión» (Comentarios sobre el Diatésaron, 1,18).
§ Se
ha convertido en una práctica común vivir momentos en los que la comunidad
cristiana se centra en el gran valor que la Palabra de Dios ocupa en su
existencia cotidiana.
Hacer cada vez más accesible la Sagrada Escritura a los creyentes.
Por tanto, con esta Carta tengo la
intención de responder a las numerosas peticiones que me han llegado del pueblo
de Dios, para que en toda la Iglesia se pueda celebrar con un mismo propósito
el Domingo de la Palabra de Dios.
Ahora se ha convertido en una práctica común vivir momentos en los que la
comunidad cristiana se centra en el gran valor que la Palabra de Dios ocupa en
su existencia cotidiana. En las diferentes Iglesias locales hay una gran
cantidad de iniciativas que hacen cada vez más accesible la Sagrada Escritura a
los creyentes, para que se sientan agradecidos por un don tan grande, con el
compromiso de vivirlo cada día y la responsabilidad de testimoniarlo con
coherencia.
v
El Concilio Ecuménico Vaticano II dio un gran
impulso al redescubrimiento de la Palabra de Dios con la Constitución
dogmática Dei Verbum.
o
Benedicto XVI: Exhortación apostólica “Verbum
Domini”.
El Concilio Ecuménico Vaticano II dio un
gran impulso al redescubrimiento de la Palabra de Dios con la Constitución
dogmática Dei Verbum. En aquellas páginas, que siempre merecen ser
meditadas y vividas, emerge claramente la naturaleza de la Sagrada Escritura,
su transmisión de generación en generación (cap. II), su inspiración divina
(cap. III) que abarca el Antiguo y el Nuevo Testamento (capítulos IV y V) y su
importancia para la vida de la Iglesia (cap. VI). Para aumentar esa enseñanza,
Benedicto XVI convocó en el año 2008 una Asamblea del Sínodo de los Obispos
sobre el tema “La Palabra de Dios en la
vida y misión de la Iglesia”, publicando a continuación la Exhortación
apostólica Verbum Domini, que constituye una enseñanza fundamental
para nuestras comunidades[1]. En
ese Documento en particular se profundiza el carácter performativo de la
Palabra de Dios, especialmente cuando su carácter específicamente sacramental
emerge en la acción litúrgica[2].
Por tanto, es bueno que nunca falte en
la vida de nuestro pueblo esta relación decisiva con la Palabra viva que el
Señor nunca se cansa de dirigir a su Esposa, para que pueda crecer en el amor y
en el testimonio de fe.
v
El III Domingo del Tiempo Ordinario dedicado a
la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios.
o
En ese domingo, de manera especial, será útil
destacar su proclamación y adaptar la homilía para poner de relieve el servicio
que se hace a la Palabra del Señor.
3. Así pues, establezco que el III Domingo del Tiempo Ordinario esté
dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios.
Este Domingo de la Palabra de Dios se colocará en un momento
oportuno de ese periodo del año, en el que estamos invitados a fortalecer los
lazos con los judíos y a rezar por la unidad de los cristianos. No se trata de
una mera coincidencia temporal: celebrar el Domingo de la Palabra de
Dios expresa un valor ecuménico, porque la Sagrada Escritura indica a
los que se ponen en actitud de escucha el camino a seguir para llegar a una
auténtica y sólida unidad.
Las comunidades encontrarán el modo de
vivir este Domingo como un día solemne. En cualquier caso,
será importante que en la celebración eucarística se entronice el texto
sagrado, a fin de hacer evidente a la asamblea el valor normativo que tiene la
Palabra de Dios. En ese domingo, de manera especial, será útil destacar su
proclamación y adaptar la homilía para poner de relieve el servicio que se hace
a la Palabra del Señor. En ese domingo, los obispos podrán celebrar el rito del
Lectorado o confiar un ministerio similar para recordar la importancia de la
proclamación de la Palabra de Dios en la liturgia. En efecto, es fundamental
que no falte ningún esfuerzo para que algunos fieles se preparen con una
formación adecuada a ser verdaderos anunciadores de la Palabra, como sucede de
manera ya habitual para los acólitos o los ministros extraordinarios de la
Comunión. Asimismo, los párrocos podrán encontrar el modo de entregar la
Biblia, o uno de sus libros, a toda la asamblea, para resaltar la importancia
de seguir en la vida diaria la lectura, la profundización y la oración con la
Sagrada Escritura, con una particular consideración a la lectio divina.
v
Importancia para el pueblo de Israel de la
lectura del libro de la Ley.
o
La Biblia no puede ser sólo patrimonio de
algunos, y mucho menos una colección de libros para unos pocos privilegiados.
Pertenece, en primer lugar, al pueblo convocado para escucharla y reconocerse
en esa Palabra.
§ La
Palabra de Dios une a los creyentes y los convierte en un solo pueblo.
4. El regreso del pueblo de Israel a su
patria, después del exilio en Babilonia, estuvo marcado de manera significativa
por la lectura del libro de la Ley. La Biblia nos ofrece una descripción
conmovedora de ese momento en el libro de Nehemías. El pueblo estaba reunido en
Jerusalén en la plaza de la Puerta del Agua, escuchando la Ley. Aquel pueblo
había sido dispersado con la deportación, pero ahora se encuentra reunido
alrededor de la Sagrada Escritura como si fuera «un solo hombre» (Ne 8,1). Cuando se leía el libro
sagrado, el pueblo «escuchaba con
atención» (Ne 8,3), sabiendo que podían encontrar en aquellas
palabras el significado de los acontecimientos vividos. La reacción al anuncio
de aquellas palabras fue la emoción y las lágrimas: «[Los levitas] leyeron el libro de la ley de Dios con claridad y
explicando su sentido, de modo que entendieran la lectura. Entonces el
gobernador Nehemías, el sacerdote y escriba Esdras, y los levitas que instruían
al pueblo dijeron a toda la asamblea: “Este día está consagrado al Señor,
vuestro Dios. No estéis tristes ni lloréis” (y es que todo el pueblo lloraba al
escuchar las palabras de la ley). […] “¡No os pongáis tristes; el gozo del
Señor es vuestra fuerza!”» (Ne 8,8-10).
Estas palabras contienen una gran
enseñanza. La Biblia no puede ser sólo patrimonio de algunos, y mucho menos una
colección de libros para unos pocos privilegiados. Pertenece, en primer lugar,
al pueblo convocado para escucharla y reconocerse en esa Palabra. A menudo se
dan tendencias que intentan monopolizar el texto sagrado relegándolo a ciertos
círculos o grupos escogidos. No puede ser así. La Biblia es el libro del pueblo
del Señor que al escucharlo pasa de la dispersión y la división a la unidad. La
Palabra de Dios une a los creyentes y los convierte en un solo pueblo.
v
La gran responsabilidad de los Pastores de explicar y permitir que todos entiendan la
Sagrada Escritura.
o
La función peculiar de la homilía: ayuda a
profundizar en el Palabra de Dios.
§ Es
necesario dedicar el tiempo apropiado para la preparación de la homilía. No se
puede improvisar el comentario de las lecturas sagradas.
Que nunca nos cansemos de dedicar tiempo y oración a la Sagrada Escritura,
para que sea acogida «no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como
Palabra de Dios» (1Tesalonicenses
2,13).
A los predicadores se nos pide el esfuerzo de no alargarnos desmedidamente con
homilías pedantes o temas extraños.
5. En esta unidad, generada con la
escucha, los Pastores son los primeros que tienen la gran responsabilidad de
explicar y permitir que todos entiendan la Sagrada Escritura. Puesto que es el
libro del pueblo, los que tienen la vocación de ser ministros de la Palabra
deben sentir con fuerza la necesidad de hacerla accesible a su comunidad.
La homilía, en particular, tiene una
función muy peculiar, porque posee «un
carácter cuasi sacramental» (Evangelii gaudium, 142). Ayudar a
profundizar en la Palabra de Dios, con un lenguaje sencillo y adecuado para el
que escucha, le permite al sacerdote mostrar también la «belleza de las imágenes que el Señor utilizaba para estimular a la
práctica del bien» (ibíd.). Esta es una oportunidad pastoral que hay
que aprovechar.
De hecho, para muchos de nuestros fieles
esta es la única oportunidad que tienen para captar la belleza de la Palabra de
Dios y verla relacionada con su vida cotidiana. Por tanto, es necesario dedicar
el tiempo apropiado para la preparación de la homilía. No se puede improvisar
el comentario de las lecturas sagradas. A los predicadores se nos pide más bien
el esfuerzo de no alargarnos desmedidamente con homilías pedantes o temas
extraños. Cuando uno se detiene a meditar y rezar sobre el texto sagrado,
entonces se puede hablar con el corazón para alcanzar los corazones de las
personas que escuchan, expresando lo esencial con vistas a que se comprenda y
dé fruto. Que nunca nos cansemos de dedicar tiempo y oración a la Sagrada
Escritura, para que sea acogida «no como
palabra humana, sino, cual es en verdad, como Palabra de Dios» (1Ts 2,13).
Es bueno que también los
catequistas, por el ministerio que realizan de ayudar a crecer en la fe,
sientan la urgencia de renovarse a través de la familiaridad y el estudio de la
Sagrada Escritura, para favorecer un verdadero diálogo entre quienes los
escuchan y la Palabra de Dios.
v
El encuentro de Jesús con dos discípulos que
viajaban de Jerusalén a Emaús.
o
A lo largo del camino, el Señor los interroga,
dándose cuenta de que no han comprendido el sentido de su pasión y su muerte;
los llama «necios y torpes»
6. Antes de reunirse con los discípulos,
que estaban encerrados en casa, y de abrirles el entendimiento para comprender
las Escrituras (cfr. Lc 24,44-45), el Resucitado se aparece a
dos de ellos en el camino que lleva de Jerusalén a Emaús (cfr. Lc 24,13-35).
La narración del evangelista Lucas indica que es el mismo día de la Resurrección,
es decir el domingo. Aquellos dos discípulos discuten sobre los últimos acontecimientos
de la pasión y muerte de Jesús. Su camino está marcado por la tristeza y la
desilusión a causa del trágico final de Jesús. Esperaban que Él fuera el Mesías
libertador, y se encuentran ante el escándalo del Crucificado. Con discreción,
el mismo Resucitado se acerca y camina con los discípulos, pero ellos no lo
reconocen (cfr. v. 16). A lo largo del camino, el Señor los interroga, dándose
cuenta de que no han comprendido el sentido de su pasión y su muerte; los llama
«necios y torpes» (v. 25) y «comenzando por Moisés y siguiendo por todos
los profetas, les explicó lo que se refería a Él en todas las Escrituras»
(v. 27). Cristo es el primer exegeta. No sólo las Escrituras antiguas
anticiparon lo que Él iba a realizar, sino que Él mismo quiso ser fiel a esa
Palabra para evidenciar la única historia de salvación que alcanza su plenitud
en Cristo.
o
La Biblia, en cuanto Sagrada Escritura, habla de
Cristo y lo anuncia como el que debe soportar los sufrimientos para entrar en
la gloria.
§ Las
Escrituras hablan de Cristo, y nos ayudan a creer que su muerte y resurrección
no pertenecen a la mitología, sino a la historia y se encuentran en el centro
de la fe de sus discípulos.
La fe proviene de la escucha y la escucha está centrada en la palabra de
Cristo. En la acción litúrgica y en la reflexión personal.
7. La Biblia, por tanto, en cuanto Sagrada
Escritura, habla de Cristo y lo anuncia como el que debe soportar los
sufrimientos para entrar en la gloria (cfr. v. 26). No sólo una parte, sino
toda la Escritura habla de Él. Su muerte y resurrección son indescifrables sin
ella. Por esto una de las confesiones de fe más antiguas pone de relieve que
Cristo «murió por nuestros pecados según
las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las
Escrituras; y que se apareció a Cefas» (1Co 15,3-5). Puesto que
las Escrituras hablan de Cristo, nos ayudan a creer que su muerte y resurrección
no pertenecen a la mitología, sino a la historia y se encuentran en el centro
de la fe de sus discípulos.
Es profundo el vínculo entre la Sagrada
Escritura y la fe de los creyentes. Porque la fe proviene de la escucha y la
escucha está centrada en la palabra de Cristo (cfr. Rm 10,17), la
invitación que surge es la urgencia y la importancia que los creyentes tienen
que dar a la escucha de la Palabra del Señor tanto en la acción litúrgica como
en la oración y la reflexión personal.
o
El “viaje” del Resucitado con los discípulos de
Emaús concluye con la Eucaristía.
§ Jesús
toma el pan, pronuncia la bendición, lo parte y se lo ofrece a ellos. En ese
momento sus ojos se abren y lo reconocen
8. El “viaje” del Resucitado con los
discípulos de Emaús concluye con la cena. El misterioso Viandante acepta la
insistente petición que le dirigen aquellos dos: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída» (Lc 24,29).
Se sientan a la mesa, Jesús toma el pan, pronuncia la bendición, lo parte y se
lo ofrece a ellos. En ese momento sus ojos se abren y lo reconocen (cfr. v.
31).
Esta escena nos hace comprender el
inseparable vínculo entre la Sagrada Escritura y la Eucaristía. El Concilio
Vaticano II nos enseña: «la Iglesia ha
venerado siempre la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de
Cristo, pues, sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y
repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y
del Cuerpo de Cristo» (Dei Verbum, 21).
o
El contacto frecuente con la Sagrada Escritura y
la celebración de la Eucaristía hace posible el reconocimiento entre las
personas que se pertenecen.
El contacto frecuente con la Sagrada
Escritura y la celebración de la Eucaristía hace posible el reconocimiento
entre las personas que se pertenecen. Como cristianos somos un solo pueblo que
camina en la historia, fortalecido por la presencia del Señor en medio de
nosotros que nos habla y nos nutre. El día dedicado a la Biblia no ha de ser “una vez al año”, sino una vez para todo
el año, porque nos urge la necesidad de tener familiaridad e intimidad con la
Sagrada Escritura y con el Resucitado, que no cesa de partir la Palabra y el
Pan en la comunidad de los creyentes. Para eso necesitamos entablar un
constante trato de familiaridad con la Sagrada Escritura, si no el corazón
queda frío y los ojos permanecen cerrados, afectados como estamos por
innumerables formas de ceguera.
v
Es necesario, en este contexto, no olvidar la
enseñanza del libro del Apocalipsis, cuando dice que el Señor está a la puerta
y llama. Si alguno escucha su voz y le abre, Él entra para cenar juntos (cfr. 3,20).
La Sagrada Escritura y los Sacramentos
no se pueden separar. Cuando los Sacramentos son introducidos e iluminados por
la Palabra, se manifiestan más claramente como la meta de un camino en el que
Cristo mismo abre la mente y el corazón al reconocimiento de su acción
salvadora. Es necesario, en este contexto, no olvidar la enseñanza del libro
del Apocalipsis, cuando dice que el Señor está a la puerta y llama. Si alguno
escucha su voz y le abre, Él entra para cenar juntos (cfr. 3,20). Jesucristo
llama a nuestra puerta a través de la Sagrada Escritura; si escuchamos y
abrimos la puerta de la mente y del corazón, entonces entra en nuestra vida y
se queda con nosotros.
v
En la Segunda Carta a Timoteo, que constituye de
algún modo su testamento espiritual, san Pablo recomienda a su fiel colaborador
que lea constantemente la Sagrada Escritura.
o
Las verdades contenidas en la Escrituras sirven
para nuestra salvación.
El papel del Espíritu Santo en la Sagrada Escritura es fundamental.
9.
En la Segunda Carta a Timoteo, que constituye de algún modo su testamento
espiritual, san Pablo recomienda a su fiel colaborador que lea constantemente
la Sagrada Escritura. El Apóstol está convencido de que «toda Escritura es inspirada por Dios es también útil para enseñar,
para argüir, para corregir, para educar» (3,16). Esta recomendación de
Pablo a Timoteo constituye una base sobre la que la Constitución
conciliar Dei Verbum trata el gran tema de la inspiración de
la Sagrada Escritura, un fundamento del que emergen en particular la finalidad
salvífica, la dimensión espiritual y el principio
de la encarnación de la Sagrada Escritura.
Al evocar sobre todo la recomendación de
Pablo a Timoteo, la Dei Verbum subraya que «los libros de la Escritura enseñan
firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en
las sagradas letras para nuestra salvación» (n. 11). Puesto que las mismas
instruyen en vista a la salvación por la fe en Cristo (cfr. 2Tm 3,15),
las verdades contenidas en ellas sirven para nuestra salvación. La Biblia no es
una colección de libros de historia, ni de crónicas, sino que está totalmente
dirigida a la salvación integral de la persona. El innegable fundamento
histórico de los libros contenidos en el texto sagrado no debe hacernos olvidar
esta finalidad primordial: nuestra salvación. Todo está dirigido a esta
finalidad inscrita en la naturaleza misma de la Biblia, que está compuesta como
historia de salvación en la que Dios habla y actúa para ir al encuentro de
todos los hombres y salvarlos del mal y de la muerte.
Para alcanzar esa finalidad salvífica,
la Sagrada Escritura bajo la acción del Espíritu Santo transforma en Palabra de
Dios la palabra de los hombres escrita de manera humana (cfr. Dei Verbum, 12).
El papel del Espíritu Santo en la Sagrada Escritura es fundamental. Sin su
acción, el riesgo de permanecer encerrados en el mero texto escrito estaría
siempre presente, facilitando una interpretación fundamentalista, de la que es
necesario alejarse para no traicionar el carácter inspirado, dinámico y espiritual
que el texto sagrado posee. Como recuerda el Apóstol: «La letra mata, mientras que el Espíritu da vida» (2Co 3,6).
El Espíritu Santo, por tanto, transforma la Sagrada Escritura en Palabra viva
de Dios, vivida y transmitida en la fe de su pueblo santo.
o
Es necesario tener fe en la acción del Espíritu
Santo que sigue realizando una peculiar forma de inspiración cuando la Iglesia
enseña la Sagrada Escritura, cuando el Magisterio la interpreta auténticamente
y cuando cada creyente hace de ella su propia norma espiritual.
10.
La acción del Espíritu Santo no se refiere sólo a la formación de la Sagrada Escritura,
sino que actúa también en aquellos que se ponen a la escucha de la Palabra de
Dios. Es importante la afirmación de los Padres conciliares, según la cual la Sagrada
Escritura «se ha de leer e interpretar
con el mismo Espíritu con que fue escrita» (Dei Verbum, 12). Con
Jesucristo la revelación de Dios alcanza su culminación y plenitud; aun así, el
Espíritu Santo continúa su acción. De hecho, sería reductivo limitar la acción
del Espíritu Santo sólo a la naturaleza divinamente inspirada de la Sagrada
Escritura y a sus distintos autores. Por tanto, es necesario tener fe en la
acción del Espíritu Santo que sigue realizando una peculiar forma de inspiración
cuando la Iglesia enseña la Sagrada Escritura, cuando el Magisterio la
interpreta auténticamente (cfr. ibíd., 10) y cuando cada creyente
hace de ella su propia norma espiritual. En este sentido podemos comprender las
palabras de Jesús cuando, a los discípulos que le confirman haber entendido el
significado de sus parábolas, les dice: «Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los
cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo
antiguo» (Mt 13,52).
o
No separar la Sagrada Escritura de la Tradición,
sin comprender que juntas forman la única fuente de la Revelación.
11.
La Dei Verbum afirma, además, que «la Palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al
lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre, asumiendo nuestra débil
condición humana, se hizo semejante a los hombres» (n. 13). Es como decir
que la Encarnación del Verbo de Dios da forma y sentido a la relación entre la
Palabra de Dios y el lenguaje humano, con sus condiciones históricas y
culturales. En este acontecimiento toma forma la Tradición, que también es
Palabra de Dios (cfr. ibíd., 9). A menudo se corre el riesgo de
separar la Sagrada Escritura de la Tradición, sin comprender que juntas forman
la única fuente de la Revelación. El carácter escrito de la primera no le quita
nada a su ser plenamente palabra viva; así como la Tradición viva de la
Iglesia, que la transmite constantemente de generación en generación a lo largo
de los siglos, tiene el libro sagrado como «regla
suprema de la fe» (ibíd., 21). Por otra parte, antes de convertirse
en texto escrito, la Sagrada Escritura se transmitió oralmente y se mantuvo
viva por la fe de un pueblo que la reconocía como su historia y su principio de
identidad en medio de muchos otros pueblos. Por consiguiente, la fe bíblica se
basa en la Palabra viva, no en un libro.
o
Cuando la Sagrada Escritura se lee con el mismo
Espíritu que fue escrita, permanece siempre nueva.
§ El
Antiguo Testamento no es nunca viejo en cuanto que es parte del Nuevo, porque
todo es transformado por el único Espíritu que lo inspira.
12.
Cuando la Sagrada Escritura se lee con el mismo Espíritu que fue escrita, permanece
siempre nueva. El Antiguo Testamento no es nunca viejo en cuanto que es parte
del Nuevo, porque todo es transformado por el único Espíritu que lo inspira.
Todo el texto sagrado tiene una función profética: no se refiere al futuro,
sino al presente de aquellos que se nutren de esta Palabra. Jesús mismo lo
afirma claramente al comienzo de su ministerio: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21).
Quien se alimenta de la Palabra de Dios todos los días se convierte, como
Jesús, en contemporáneo de las personas que encuentra; no tiene tentación de
caer en nostalgias estériles por el pasado, ni en utopías desencarnadas hacia
el futuro.
o
La
Sagrada Escritura causa dulzura y amargura.
§ La
dulzura de la Palabra de Dios nos impulsa a compartirla con quienes encontramos
en nuestra vida para manifestar la certeza de la esperanza que contiene (cfr. 1P 3,15-16).
§ Por
su parte, la amargura se percibe frecuentemente cuando comprobamos cuán difícil
es para nosotros vivirla de manera coherente, o cuando experimentamos su
rechazo porque no se considera válida para dar sentido a la vida.
La Sagrada Escritura realiza su acción
profética sobre todo en quien la escucha. Causa dulzura y amargura. Vienen a la
mente las palabras del profeta Ezequiel cuando, invitado por el Señor a comerse
el libro, manifiesta: «Me supo en la boca
dulce como la miel» (3,3). También el evangelista Juan en la isla de Patmos
evoca la misma experiencia de Ezequiel de comer el libro, pero agrega algo más
específico: «En mi boca sabía dulce como
la miel, pero, cuando lo comí, mi vientre se llenó de amargor» (Ap 10,10).
La dulzura de la Palabra de Dios nos
impulsa a compartirla con quienes encontramos en nuestra vida para manifestar
la certeza de la esperanza que contiene (cfr. 1P 3,15-16). Por
su parte, la amargura se percibe frecuentemente cuando comprobamos cuán difícil
es para nosotros vivirla de manera coherente, o cuando experimentamos su
rechazo porque no se considera válida para dar sentido a la vida. Por tanto, es
necesario no acostumbrarse nunca a la Palabra de Dios, sino nutrirse de ella
para descubrir y vivir en profundidad nuestra relación con Dios y con nuestros
hermanos.
v
La Palabra de Dios nos señala constantemente el
amor misericordioso del Padre que pide a sus hijos que vivan en la caridad.
o
Cuando Lázaro y el rico mueren, este último, al
ver al pobre en el seno de Abrahán, pide ser enviado a sus hermanos para
aconsejarles que vivan el amor al prójimo, para evitar que ellos también sufran
sus propios tormentos.
§ Escuchar
la Sagrada Escritura para practicar la misericordia: este es un gran desafío
para nuestras vidas. La Palabra de Dios es capaz de abrir nuestros ojos para
permitirnos salir del individualismo que conduce a la asfixia y la esterilidad,
a la vez que nos manifiesta el camino del compartir y de la solidaridad.
13.
Otra interpelación que procede de la Sagrada Escritura se refiere a la caridad.
La Palabra de Dios nos señala constantemente el amor misericordioso del Padre
que pide a sus hijos que vivan en la caridad. La vida de Jesús es la expresión
plena y perfecta de este amor divino que no se queda con nada para sí mismo,
sino que se ofrece a todos incondicionalmente. En la parábola del pobre Lázaro
encontramos una indicación valiosa. Cuando Lázaro y el rico mueren, este
último, al ver al pobre en el seno de Abrahán, pide ser enviado a sus hermanos
para aconsejarles que vivan el amor al prójimo, para evitar que ellos también
sufran sus propios tormentos. La respuesta de Abrahán es aguda: «Tienen a Moisés y a los profetas: que los
escuchen» (Lc 16,29). Escuchar la Sagrada Escritura para practicar
la misericordia: este es un gran desafío para nuestras vidas. La Palabra de
Dios es capaz de abrir nuestros ojos para permitirnos salir del individualismo
que conduce a la asfixia y la esterilidad, a la vez que nos manifiesta el
camino del compartir y de la solidaridad.
v
La Transfiguración: hace referencia a la fiesta
de la Tiendas, cuando Esdras y Nehemías leían el texto sagrado al pueblo,
después de su regreso del exilio.
o
Al mismo tiempo, anticipa la gloria de Jesús en
preparación para el escándalo de la pasión, gloria divina que es aludida por la
nube que envuelve a los discípulos, símbolo de la presencia del Señor.
§ La
Transfiguración es similar a la de la Sagrada Escritura, que se trasciende a sí
misma cuando alimenta la vida de los creyentes.
14.
Uno de los episodios más significativos de la relación entre Jesús y los discípulos
es el relato de la Transfiguración. Jesús sube a la montaña para rezar con
Pedro, Santiago y Juan. Los evangelistas recuerdan que, mientras el rostro y la
ropa de Jesús resplandecían, dos hombres conversaban con Él: Moisés y Elías,
que encarnan la Ley y los Profetas, es decir, la Sagrada Escritura. La reacción
de Pedro ante esa visión está llena de un asombro gozoso: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una
para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Lc 9,33). En
aquel momento una nube los cubrió con su sombra y los discípulos se llenaron de
temor.
La Transfiguración hace referencia a
la fiesta de las Tiendas, cuando Esdras y Nehemías leían el texto sagrado al
pueblo, después de su regreso del exilio. Al mismo tiempo, anticipa la gloria
de Jesús en preparación para el escándalo de la pasión, gloria divina que es
aludida por la nube que envuelve a los discípulos, símbolo de la presencia del
Señor. Esta Transfiguración es similar a la de la Sagrada Escritura, que se
trasciende a sí misma cuando alimenta la vida de los creyentes. Como recuerda
la Verbum Domini: «Para
restablecer la articulación entre los diferentes sentidos escriturísticos es
decisivo comprender “el paso de
la letra al espíritu”. No se trata de un paso automático y espontáneo;
se necesita más bien trascender la letra» (n. 38).
v
En el camino de escucha de la Palabra de Dios,
nos acompaña la Madre del Señor, reconocida como bienaventurada porque creyó en
el cumplimiento de lo que el Señor le había dicho (cfr. Lc 1,45).
o
Ningún pobre es bienaventurado porque es pobre;
lo será si, como María, cree en el cumplimiento de la Palabra de Dios.
§ “Son
felices quienes oyen y custodian la Palabra de Dios”.
«La
Virgen es feliz porque custodia la Palabra misma de Dios mediante la que ha
sido hecha y que en ella se hizo carne»
15.
En el camino de escucha de la Palabra de Dios, nos acompaña la Madre del Señor,
reconocida como bienaventurada porque creyó en el cumplimiento de lo que el
Señor le había dicho (cfr. Lc 1,45). La bienaventuranza de
María precede a todas las bienaventuranzas pronunciadas por Jesús para los
pobres, los afligidos, los mansos, los pacificadores y los perseguidos, porque
es la condición necesaria para cualquier otra bienaventuranza. Ningún pobre es
bienaventurado porque es pobre; lo será si, como María, cree en el cumplimiento
de la Palabra de Dios. Lo recuerda un gran discípulo y maestro de la Sagrada
Escritura, san Agustín: «Entre la
multitud ciertas personas dijeron admiradas: “Feliz el vientre que te llevó”; y
Él: “Más bien, felices quienes oyen y custodian la Palabra de Dios”. Esto
equivale a decir: también mi madre, a quien habéis calificado de feliz, es
feliz precisamente porque custodia la Palabra de Dios; no porque en ella la Palabra se hizo carne y habitó entre
nosotros, sino porque custodia la Palabra misma de Dios mediante la que ha sido
hecha y que en ella se hizo carne» (Tratados sobre el evangelio de Juan,
10,3).
Que
el domingo dedicado a la Palabra haga crecer en el pueblo de Dios la familiaridad
religiosa y asidua con la Sagrada Escritura, como el autor sagrado lo enseñaba
ya en tiempos antiguos: esta Palabra «está
muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que la cumplas» (Dt 30,14).
Dado
en Roma, en San Juan de Letrán, el 30 de septiembre de 2019.
Memoria
litúrgica de San Jerónimo en el inicio del 1600 aniversario de la muerte.
Vida Cristiana
[1] Cfr. AAS 102 (2010),
692-787.
[2] «La sacramentalidad de la Palabra se
puede entender en analogía con la presencia real de Cristo bajo las especies
del pan y del vino consagrados. Al acercarnos al altar y participar en el
banquete eucarístico, realmente comulgamos el cuerpo y la sangre de Cristo. La
proclamación de la Palabra de Dios en la celebración comporta reconocer que es
Cristo mismo quien está presente y se dirige a nosotros para ser recibido» (Ex.
ap. Verbum Domini, 56).
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