miércoles, 29 de enero de 2020

Impulsados por el Espíritu al encuentro del Señor: por Santiago Agrelo

“Cuando llegó el tiempo de la purificación, los padres de Jesús lo llevaron a
Jerusalén para presentarlo al Señor”.
Ese niño se llama Jesús, nombre que le había dado el cielo antes de su
concepción.
Le llamaron Jesús, porque él venía para “salvarnos de nuestros pecados”.
Hoy sus padres lo llevan a Jerusalén. Un día será él quien suba a Jerusalén, y
llevará consigo la humanidad entera para presentarse con ella delante del Dios de Israel.
Escucha, Iglesia de Cristo, escucha hoy los nombres cuyo significado se te
mostrará en los días de la presentación de Jesús en su muerte-resurrección.
El primero –lo gastarás enamorada de él- es Jesús.
También le llaman “Mesías del Señor”, es decir, ungido, y tu fe recuerda que lo
ha ungido el Espíritu del Señor, y que el mismo Espíritu lo ha enviado a evangelizar a
los pobres; tu fe recuerda que ese niño ha sido ungido para ti, que andaban necesitada de
liberación.
Luego le llaman “Salvador”, que es algo así como llamarle “cuerpo de la
salvación”, sacramento en el que la salvación se nos ha hecho cercana, tan cercana que
la podemos tocar, tan cercana como el niño que Simeón tiene en sus brazos, tan humana
como la fragilidad de un niño, tan de acariciar como la pequeñez de un niño.
Aquel “cuerpo de la salvación” se llamará también “luz para alumbrar a las
naciones”, porque su vida y su palabra nos mostrarán el camino que lleva al Padre, su
amor y su Espíritu nos guiarán por ese camino. Quien se deje iluminar por esta luz, no
caminará jamás en tinieblas.
Y esa luz se llama también “gloria del pueblo de Dios, de Israel”.
El profeta lo había llamado: “mensajero de la alianza”.
El salmista lo proclama hoy: “Rey de la gloria”.
Por eso, nosotros, llenos de alegría, encendida en la luz que es Cristo la llama de
nuestra fe, impulsado por el Espíritu, salimos hoy al encuentro del Salvador: Salimos y
lo escuchamos en su palabra; salimos y lo recibimos en la comunión eucarística,
salimos y lo abrazamos en los pobres.
Pero aún hay otro misterio que nos envuelve en el día de hoy: también tú, Iglesia
cuerpo de Cristo, eres presentado con Cristo al Padre: eres presentada para ser
consagrada al Padre, para ser enviada por el Espíritu a los pobres como buena noticia
para ellos.
Feliz encuentro con Cristo. Feliz comunión con Cristo. Feliz misión entre los
pobres.

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