miércoles, 29 de enero de 2020

Los secretos del Reino: por Santiago Agrelo

Jesús lo dijo así: “Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has
revelado los secretos del Reino a la gente sencilla”.
Y continúa diciéndolo así, porque continúa siendo así en este mundo nuestro,
orgulloso de lo que ha conseguido saber y entender.
Sabios y entendidos se han hecho con la habilidad de Dios para crear, han
descifrado cuanto Dios habría confiado al enigma del universo, están a las puertas de
reducir a ecuación matemática los secretos del mundo, han hecho previsible una
inminente declaración universal sobre la inutilidad de Dios.
Pero sabios y entendidos continúan sin conocer “los secretos del Reino,
revelados”, hoy como ayer, sólo “a la gente sencilla”.
Sólo los sencillos tienen ojos para reconocer en Jesús el Reino de Dios, para
acceder al misterio de Jesús, para entrar en el corazón de Dios y ver el mundo a través
de los ojos de Dios.
Los sencillos no pretenden “ser como Dios”; lo suyo es “caminar en la voluntad
del Señor”, “buscarlo de todo corazón guardando sus preceptos”.
Ellos tienen “una sabiduría que no es de este mundo”, una perspectiva que sólo
se puede tener desde la mirada de Dios.
Puede que los sencillos no lleguen jamás al último planeta de nuestro sistema
solar, pero a ellos se les ha revelado ya –desde los ojos de Dios han visto ya- que el
mundo, esta tierra en la que vivimos, es un mundo de hermanos, es la casa de familia
de los hijos de Dios.
Puede que los sencillos jamás lleguen a ver a Dios orbitando alrededor de la
tierra, pero a ellos se les ha concedido reconocer el cuerpo de su Dios –el cuerpo de
Cristo- en los que aman, en los que sufren, en el clamor de los pobres sobre la faz de la
tierra.
Los sencillos no necesitan ir al cielo para encontrarse con Dios: ellos se han
encontrado con su Señor, puede que sin saberlo, cuando lo acudieron drogado en
portales inmundos, mendigo en las calles, prostituido y violado y asesinado, emigrante y
humillado y abandonado.
Los sencillos no saben dar un paso sin tropezar con el Dios de Jesús, con el Jesús
de Dios, sin acudirlo, sin abrazarlo, sin hacer presente el Reino de Dios.
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca
ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.
Dichosos los humildes y sencillos que, llevando a Cristo en el corazón, son,
como él, un sacramento del amor de Dios a los pobres.
A todos os deseo una dichosa comunión con Cristo.

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