"ENCINTA CON EL SEÑOR"
(IV Domingo de Adviento)
21 de Diciembre del 2014
Monseñor
Agrelo (Arzobispo de Tánger)
Desde tu pequeñez, suplicas: “Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador”.
Y,
desde la fidelidad de Dios, su misericordia, con las mismas palabras
de tu súplica, dispone que te alcance lo que has pedido, pues es el
Dios de la misericordia quien te revela su decisión: “Cielos,
destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y
brote al Salvador”.
Esa
fidelidad misericordiosa, que te llena de esperanza, es la razón de
tu canto: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades. Tu misericordia es un
edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad”.
“Cantaré
eternamente”: Lo dice el rey David, desbordado de promesas divinas
que son sacramentos de misericordia y fidelidad. Su canto surge de la
memoria de la fe: “Estaré contigo en todas tus empresas… te haré
famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a
Israel, mi pueblo, lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos…
Te pondré en paz con todos tus enemigos”.
“Cantaré
eternamente”: Lo dice la Virgen María, sorprendida en el silencio
por la alegría que el cielo le anuncia, por la gracia de Dios que se
le revela, por la presencia divina que la inunda, por la bendición
que recibe, por el hijo que se le ofrece.
“Cantaré
eternamente”: Lo dices tú, Iglesia de adviento, pues sabes que la
alegría anunciada a María es también para ti, sabes que su gracia
prepara el camino a la tuya, sabes que está contigo el mismo Señor
que en ella quiso morar, sabes que en la misma fuente de su bendición
te han bendecido también a ti con toda clase bienes espirituales y
celestiales. También tú cantarás eternamente, pues hoy escuchas
como María la palabra de Dios, hoy se te anuncia el mismo
nacimiento, hoy vas a recibir en comunión al mismo Señor a quien la
Virgen María recibió en sus entrañas de madre.
La
fe de María ya ha pronunciado su “hágase”. Que tu fe, Iglesia
de adviento, también a ti te deje encinta de Dios.
Feliz
domingo.
P.
S. La frontera, el Estrecho, la indiferencia, las opciones políticas
vuelven a desafiar la alegría de la fe: otra vez hombres, mujeres y
niños son entregados a la muerte sin que suenen las alarmas en los
árboles de la Navidad. El poder, los dueños de un jardín que fue
plantado para todos, se tapa la cara con leyes de extranjería que
son leyes contra los pobres, se esconde detrás de razones económicas
que son razones contra la humanidad. Todos cerramos los ojos en
nombre de nuestro derecho a no mirar lo que no queremos ver.
Hoy,
lo mismo que tantas otras veces, toca rehacer la homilía y bajar a
las entrañas de la fe que profesamos. Hoy más que ayer necesito
creer que la Palabra de Dios se hizo carne para ser de los pobres,
para ser su esperanza, su fortaleza, su luz, su consuelo, su vida.
Hoy más que ayer necesito creer que la Palabra de Dios se hizo carne
para ser bienaventuranza de pobres, de humillados, de los que lloran,
de los que tienen hambre y sed de justicia, de los lázaros que no
queremos ver, de hombres, mujeres y niños que ahogamos en nuestra
indiferencia antes de que se ahoguen en el mar.
Con
los hombres, mujeres y niños muertos en el Estrecho, con el rey
David, con María de Nazaret, con Cristo crucificado y resucitado,
“cantaré eternamente las misericordias del Señor”.
Feliz
camino con los pobres hasta el corazón de las bienaventuranzas.
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