El SIDA y el preservativo (enero 2011).
Cfr. Zenit.org, 31 de enero y 1 de febrero
Por Michel Schooyans*
Es cierto que muchas personas han sido contagiadas del SIDA sin tener la más mínima responsabilidad por ello, a
través de transfusiones de sangre, errores médicos o contactos accidentales. También el personal sanitario arriesga el
contagio, cuando cuida a personas sieropositivas.
No vamos a tratar estos casos en esta ocasión. En vez de eso analizaremos las declaraciones realizadas por diversas
personalidades de gran relevancia en el mundo académico y eclesiástico, sobre todo moralistas y pastores. Los
llamaremos dignatarios, evitando citar nombres para no personalizar el debate y para focalizar la atención en la
argumentación moral. [1]
o Desorden y confusión
Ya que estas declaraciones se refieren al uso del preservativo como medio para no contraer el SIDA, a
menudo producen una profunda confusión en la opinión pública y en la Iglesia. Estas declaraciones se acompañan
frecuentemente de sorprendentes comentarios sobre la persona del Papa y sobre sus funciones, así como sobre la
autoridad de la Iglesia. En este contexto también se producen las habituales quejas sobre la moral sexual, el celibato,
la homosexualidad, la ordenación de las mujeres, la Comunión para los divorciados y los abortistas etc.. Son una
ocasión para aprovechar y dar así resonancia global a estos temas.
Estos dignatarios se manifiestan, muy satisfechos, a través de los medios de comunicación social. Se declaran
favorables al uso del condón para evitar el riesgo de contagio del SIDA. Según ellos la Iglesia debería cambiar su
postura en este tema.
Estas declaraciones crean gran confusión en la mente de la gente. Confunden a los fieles, dividen a los
sacerdotes, indisponen al episcopado, desacreditan al colegio cardenalicio, dañan al Magisterio de la Iglesia y acusan
directamente al Santo Padre. Otros dignatarios, en estos momentos retirados o difuntos, condujeron en su momento
este tipo de movimiento. Hoy, estas observaciones provocan a menudo la consternación, porque la gente espera
mayor prudencia y rigor moral, teológico y de comportamiento de estos dignatarios que- influenciados por ideas de
moda en ciertos ambientes- hacen de todo para “justificar” el uso del preservativo usando los habituales trucos del
“daño menor” o del “doble efecto” como si fueran los vendedores.
Uno de estos dignatarios llegó al punto de considerar el uso del condón como una obligación moral basándose
en el quinto mandamiento. En este sentido se dice que si la persona infectada por el virus se niega a practicar la
abstinencia, deberá proteger a su pareja y que el único modo de hacerlo, en este caso, es a través del preservativo.
Este tipo de observaciones son suficientes para dejar a la gente perpleja y revelan un conocimiento
incompleto y tendencioso de la moral más natural y en particular de la moral cristiana. El modo de presentar las cosas
es cuanto menos sorprendente.
o Un problema de moral natural
Algunas consideraciones tranquilizadoras pero falsas
Los argumentos de estos dignatarios, con respecto al uso del condón, son sorprendentemente superficiales.
Estas personas deberían basarse en estudios científicos y clínicos serios, evitando recuperar y dar crédito a bulos que
hace tiempo que fueron refutados en cualquier revista de consumidores.
¿Cómo se puede no haber constatado que el efecto de contención del condón es en realidad bastante ilusorio?
Es así en cuanto a que el preservativo es mecánicamente frágil, y que anima y incrementa el número de las parejas y
la variedad de las experiencias sexuales. Por estos motivos se aumentan los riegos en vez de reducirlos.
La única forma eficaz de prevención resulta ser la de la fidelidad y la de la renuncia a los comportamientos de
riesgo.
Desde este punto de vista, la calificación moral del uso del preservativo es un problema de honestidad
científica y de moral natural. La Iglesia no sólo tiene el derecho, sino que también tiene el deber de pronunciarse
sobre este tema.
o Ineficacia que tiene como consecuencia la muerte
Las declaraciones de estos dignatarios no citan recientes estudios de innegable valor científico, como el del
doctor Jacques Suaudeau [2]. Si ignorasen estos recientes estudios, podrían tener en cuenta, al menos aquellos
previos, emitidos por las más altas autoridades científicas. Por ejemplo en 1996, se leía en un informe del profesor
Henri Lestradet, de la Academia Nacional de Medicina (París) [3]:
“Es oportuno […] subrayar que el condón está considerado como un medio de anticoncepción. Sin embargo […] la
tasa de fracaso está colocada generalmente entre el 5% y el 12% por pareja, y por año de uso”.
“A priori […] con el virus de VIH que es 500 veces más pequeño que el esperma, es difícil pensar en una tasa
de fracaso inferior. En todo caso hay una enorme diferencia entre estas dos situaciones. Si el condón no es totalmente
eficaz como medio anticonceptivo, la consecuencia de este fracaso es el desarrollo de la vida, mientras que en el caso
de contagio del VIH es la muerte en todos los casos”. [4]
Después considerando el caso de los seropositivos, el mismo informe observa que: “El único comportamiento
responsable de un hombre seropositivo es la abstención efectiva de las relaciones sexuales, de las protegidas y de las
que no lo son. [...] Si una pareja establece una relación estable, debería seguir estas recomendaciones: que cada uno se
someta a análisis clínicos, repitiéndolos tres meses después, practicando en este periodo la abstinencia de toda
relación sexual (con o sin condón), para poder ejercitarse en la fidelidad recíproca”. [5]
Los dignatarios, que son los autores de las consideraciones que estamos analizando, deberían
tener en cuenta esta dramática conclusión que se extrae del informe que estamos citando:
“La declaración- realizada centenares de veces de los agentes sanitarios del Conseil supérieur del SIDA, y por
asociaciones de lucha contra el SIDA- de la seguridad garantizada en cualquier circunstancia del uso del preservativo,
es sin duda alguna, el principio de muchos contagios de los cuales todavía se niegan a buscar las causas”. [6]
Algunas campañas internacionales son realizadas en sociedades “expuestas”, inundándolas de preservativos.
Se invita a las autoridades religiosas a dar su patrocinio. Pero no obstante estas campañas, y probablemente a causa
de ellas, se observa regularmente una progresión de la pandemia.
En julio de 2004, una de las más eminentes autoridades mundiales del SIDA, el doctor belga Jean-Louis Lamboray,
abandonó el UNAIDS (el programa de las Naciones Unidas contra el SIDA). El motivo que dio de este abandono fue
“el fracaso de las políticas en la contención de esta enfermedad”. “Estas políticas han fallado porque la UNAIDS ha
olvidado que las verdaderas medidas preventivas se deciden en las casas de las personas y no en las oficinas de los
expertos”. [7]
Antes de emitir declaraciones perentorias, los dignatarios deberían recordar lo que otro doctor dijo; un doctor
a quien los medios de comunicación dieron mucha importancia y que ciertamente no era sospechoso de simpatía hacia
las posiciones de la Iglesia. Esto es lo que el difunto profesor Leon Schwartzenberg escribió en 1989:
“Son sobre todo los jóvenes los que extienden el SIDA; son completamente ignorantes de la tragedia del SIDA, que
para ellos es una enfermedad que afecta a las personas ancianas. Esta convicción es reforzada por la actitud de la clase
política mucho mayor que ellos, que son los responsables de esta propaganda: la publicidad oficial del preservativo
parece estar creada por quien no lo usa nunca, para quien no quiere usarlo”. [8]
Los oyentes, los lectores y los espectadores de televisión, no pueden dar por buenas las consideraciones imprudentes
de estos dignatarios, sin arriesgarse -como ellos- a verse acusados, antes o después, de ser “la raíz de muchos
contagios”.
o Un problema de moral cristiana
Además, es engañoso afirmar que la Iglesia no tenga una doctrina oficial sobre el problema del
SIDA y el preservativo. Aunque el Papa evita llamarlo por su nombre, los problemas morales ocasionados
por el uso del condón son abordados en todas las enseñanzas relacionadas con las relaciones conyugales y la
finalidad del matrimonio.
Cuando se considera el SIDA y el condón a la luz de la moral cristiana es importante tener en mente
algunos puntos esenciales: el acto carnal debería tener lugar en el matrimonio monógamo entre un hombre y
una mujer; la fidelidad conyugal es el mejor remedio contra las enfermedades de transmisión sexual como el
SIDA; la unión conyugal debería estar abierta a la vida, a lo que se debe añadir el respeto a la vida de los
demás.
o ¿Esposos o compañeros?
Se deduce que la Iglesia no predica una moral sexual a los “compañeros”. En vez de esto propone
una moral conyugal y familiar. Se dirige a los “esposos”, parejas unidas sacramentalmente en una
matrimonio monógamo y heterosexual. Sin embargo las consideraciones de los dignatarios van dirigidas a
los “compañeros”, que tienen relaciones pre o extramatrimoniales, intermitentes o persistentes,
heterosexuales, homosexuales, lésbicas...No se entiende porque la Iglesia, y mucho menos los titulares del
Magisterio, deban -arriesgando el escándalo- socorrer a los que practican el vagabundeo sexual y sentirse
responsables del pecado de quien, en muchos casos, no se interesa lo más mínimo, ni en la teoría ni en la
práctica, de la moral cristiana.
“¡Pecad hermanos, pero con seguridad!” ¡Después del “sexo seguro”, tenemos ahora el “pecado seguro”!
La Iglesia y sus dignatarios, no tienen derecho a explicar como pecar cómodamente. Abusaría de su
autoridad si diera consejos para llegar al divorcio, ya que la Iglesia considera el divorcio como un mal. Sería
como confirmar al pecador en su pecado, mostrándole como seguir hacia adelante evitando las
consecuencias no deseadas.
Por ello la consiguiente pregunta: ¿Es admisible que los dignatarios, que deberían ser custodios de la
doctrina, oscurezcan la exigencia de la moral natural y de la moral evangélica, y no hagan un llamamiento a
la conversión de los comportamientos?
Es inadmisible e irresponsable que los dignatarios den su aval a la idea del “sexo seguro”, usada para
legitimar a los que usan el condón, cuando es notorio que esta expresión es una mentira y que lleva a la
ruina. Estos ilustres dignatarios deberían, por tanto, preguntarse si están sólo incitando a las personas a
burlarse del sexto mandamiento de Dios, aunque también se mofan del quinto “No matarás”. La sensación
falsa de seguridad ofrecida por el condón, antes que reducir el riesgo de contagio, lo aumenta. La acusación
de no respetar el quinto mandamiento se vuelve contra los “compañeros” que no usan el condón.
El argumento usado para “justificar” el uso del “profiláctico” del condón se reduce a nada, en
relación a la moral natural y a la cristiana.
Sería más simple decir que, si los “esposos” se amasen de verdad, y si uno de ellos enfermase de cólera,
peste o tuberculosis, deberían abstenerse de tener relaciones para evitar el contagio.
o Objetivo: reinventar la doctrina
Un error de método
Al principio de este análisis hemos indicado que los dignatarios favorables al condón a menudo relacionan
su arenga defensiva con causas distintas a la de los “compañeros” sexuales a largo plazo y organizados. De
hecho, se utiliza este argumento para discutir toda la enseñanza de la Iglesia sobre la sexualidad humana,
sobre el matrimonio, la familia, la sociedad y la Iglesia misma.
Esto explica en parte la casi total carencia de interés de estos dignatarios en las conclusiones científicas y en
las ideas fundamentales de la moral natural. Y son justo estas conclusiones y las ideas básicas lo que estos
dignatarios deberían tener en cuenta en sus opiniones sobre la moral cristiana.
A causa de este error de método -sea voluntario o no- los dignatarios abren el camino a un cambio de la
moral cristiana. Pretenden dar la vuelta al dogma cristiano, en cuanto que se reservan el derecho, en sus
opiniones, a hacer un llamamiento a la institución de la Iglesia para una reforma que avale su moral y su
dogma. Así pretenden participar, a su nivel, en esta nueva revolución cultural.
A pesar de que estos dignatarios han cometido, desde el principio, un error metodológico, hacen caso omiso
a estas ideas fundamentales y básicas del problema, caminando inevitablemente sobre un terreno resbaloso.
Si se parte de premisas erróneas, sólo se puede llegar a conclusiones erradas. Es fácil ver hacia donde estas
ideas están llevando a los dignatarios. Su forma de pensar se puede resumir en tres sofismas, que pueden ser
desmontados por cualquier colegial.
o Tres sofismas
El primero:
Mayor: no usar el condón favorece la difusión del SIDA
Menor:favorecer esta difusión es favorecer la muerte.
Conclusión: No usar el condón significa favorecer la muerte.
Este razonamiento tortuoso se basa en la idea de que protegerse significa ponerse un preservativo. Los
compañeros pueden ser múltiples. La fidelidad no es tomada en consideración. El impulso sexual está
considerado como algo irresistible y la fidelidad conyugal como algo imposible. El único modo de no
contraer el SIDA es el de usar condón.
Segundo sofisma:
Mayor: El condón es la única protección contra el SIDA
Menor: La Iglesia es contraria al condón
Conclusión: Por tanto la Iglesia favorece el SIDA
Este pseudo silogismo se basa en la equivocada afirmación de la premisa mayor, que el condón es la única
protección posible contra el SIDA. Se da por descontada la afirmación que se quiere demostrar; estamos en
presencia de una petitio principii : un razonamiento falaz, en el cual las premisas se presentan como algo
indiscutible y de las que se deducen las conclusiones lógicas. Se asume como verdadero lo que se quiere
demostrar, es decir que el condón constituye la única protección contra el SIDA.
Tercer sofisma:
Finalmente un ejemplo de pseudo silogismo, uno sofisticado del cual deberían darse cuenta los dignatarios.
Mayor: La Iglesia es contraria al condón
Menor: El condón previene embarazos no deseados
Conclusión/Premisa mayor: La Iglesia está a favor de los embarazos no deseados.
Premisa menor: los embarazos no deseados llevan al aborto.
Conclusión final. La Iglesia está a favor del aborto.
En definitiva, el renacimiento de la moral y eclesiología cristiana no puede esperar nada de la
malvada explotación de los enfermos y de sus muertes.
1) Extracto de Le terrorisme à visage humain, de Michel Schooyans y Anne-Marie Libert, segunda edición,
París, F.-X. de Guibert Publisher, 2008, pp. 173-179.
2) Dr Jacques SUAUDEAU, artículo “Sexo seguro” en Lexicon, Madrid, Ed. Palabra, 2004; pp.1041-1061.
La edición italiana fue publicada en Bolonia, Ed. EDB, 2003.
3) Henri LESTRADET., AIDS, Propagation and Prevention. Informe de la Commisión V11 de la National
Academy of Medicine, con comentarios, París, Editions de Paris, 1996.
4) ibid, p.42.
5) ibid, p.46.
6) ibid, pp.46 e ss.
7) ACI comunicado del 6 julio de 2004.
8) Léon Schwartzenberg, Interview en La Libre Belgique (Bruselas), 13 de marzo 1989, p.2.
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*Monseñor Michel Schooyans, filósofo y teólogo, es miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales
y de la Academia Pontificia para la Vida, consultor del Consejo Pontificio para la Familia y miembro de la
Academia Mexicana de Bioética. Tras haber enseñado durante diez años en la Universidad Católica de San
Pablo, en Brasil, se retiró como profesor de Filosofía Política y Ética de los problemas demográficos en la
Universidad católica de Lovaina, en Bélgica. Es autor de alrededor de treinta libros.
[Traducción del italiano por Carmen Álvarez]
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