En
1999 el entonces Card. Ratzinger publicó el libro El espíritu de la
Liturgia. Una introducción. Hay traducción castellana en ed.
Cristiandad (Madrid, 2001). En esta obra, considerada como una de las
mejores del teólogo bávaro, hace una reflexión sobre las claves de
la liturgia en relación con la actualidad.
La
liturgia sigue enfrentándose a nuevos y antiguos retos. Después de
la renovación litúrgica del Vaticano II, que se venía gestando
desde el nacimiento del Movimiento litúrgico, queda mucho por
meditar, decir y hacer. El teólogo español Olegario González de
Cardedal afirma en su introducción al libro de Ratzinger: "Las
cuestiones de fondo no son hoy ya las técnicas-científicas que
debaten ciertos liturgistas sino otras más radicales: las capacidad
del hombre para percibir los signos y los rumores de la
trascendencia, para oír la silenciosa brisa de Dios que siempre pasa
por el mundo, para celebrar, orar, transcenderse, creer y esperar.
Capacidad de la Iglesia para acoger el misterio y hacerlo trasparente
a los hombres por sus acciones y personas, celebraciones y actitudes.
Capacidad y actitudes del cristiano para estar creíble y
creyentemente en un mundo, que vive a la espera de Dios, pero no
encuentra voces que lo identifiquen, personas que le den figura
concreta, signos que hablen de él. No se trata sólo de reformas de
los ritos o de las instituciones sino sobre todo de la creación de
sujetos personales capaces del Misterio y de la constitución de
acciones y celebraciones eclesiales capaces del hombre" (en J.
Ratzinger: El espíritu de la liturgia (Madrid, 2001), p. 25).
Además
es esta obra, el Card. Ratzinger tiene otros dos libros sobre
liturgia: La fiesta de la fe: ensayo de teología litúrgica (Bilbao
1999) y Un canto nuevo para el Señor: la fe en Jesucristo y la
liturgia hoy (Salamanca 1999).
Por
lo interesante de sus reflexiones extractamos algunos textos de El
espíritu de la Liturgia.
La
esencia de la liturgia. "La
verdadera ofrenda a Dios tendrá que plantearse desde miras
distintas. Consiste -y así lo veían los Padres de la Iglesia
interpretando el pensamiento bíblico- en la unión del hombre y de
la creación con Dios. (…) De este modo, podemos decir ahora que la
meta del culto y la meta de toda la creación es la misma: la
divinización, un mundo de libertad y de amor" (p. 48).
"Si
el "sacrificio" es esencialmente el retorno hacia el amor
y, con ello, divinización, entonces tiene que incluirse en el culto
el momento de cicatrización de la libertad herida, de expiación, de
purificación y de liberación de la alienación. La esencia del
culto, del "sacrificio" en cuanto proceso de semejanza, de
convertirse-en-amor y, de este modo, de camino hacia la libertad,
permanece inalterada" (p. 53).
Formación
litúrgica. "La
verdadera formación litúrgica no puede consistir en el aprendizaje
y ensayo de las actividades exteriores, sino en el acercamiento a la
actio esencial, que constituye la liturgia, en el acercamiento al
poder transformador de Dios que, a través del acontecimiento
litúrgico, quiere transformarnos a nosotros mismos y al mundo. Claro
que, en este sentido, la formación litúrgica actual de los
sacerdotes y de los laicos tiene un déficit que causa tristeza.
Queda mucho por hacer" (p. 199).
Liturgia
y actualidad. "La
liturgia sólo podrá atraer a las personas si no se mira a sí
misma, sino a Dios; si se Le permite estar presente en ella y actuar.
Entonces ocurre lo que es verdaderamente extraordinario, lo que no
admite competencia, y las personas sienten que aquí ocurre algo más
que un aprovechamiento del tiempo libre" (p. 224).
Cuerpo,
gestos y posturas. "Al
cuerpo se le pide mucho más que el traer y llevar utensilios, o
cosas por el estilo. Se le exige un total compromiso en el día a día
de la vida. Se le exige que se haga "capaz de resucitar",
que se oriente hacia la resurrección, hacia el Reino de Dios, tarea
que se resume en la fórmula: "hágase tu voluntad, en la tierra
como en el cielo". Donde se lleva a cabo la voluntad de Dios,
allí está el cielo, la tierra se convierte en cielo. Adentrarse en
la acción de Dios para cooperar con Él: esto es lo que se inicia
con la liturgia, para después desarrollarlo más allá de ella. La
Encarnación ha de conducirnos, siempre, a la resurrección, al
señorío del amor, que es el Reino de Dios, pero pasando por la cruz
(la transformación de nuestra voluntad en comunión de voluntad con
Dios). El cuerpo tiene que ser "entrenado", por así
decirlo, de cara a la resurrección. Recordemos, a este propósito,
que el término "ascesis", hoy pasado de moda, se traduce
en inglés sencillamente como "training": entrenamiento"
(p. 200).
"Arrodillarse
es algo que no tiene sentido cuando se convierte en pura
exterioridad, en un acto meramente corporal; pero también cuando la
adoración se reduce únicamente a la dimensión espiritual, sin
encarnación, el acto de la adoración se desvanece, porque la pura
espiritualidad no expresa la esencia del hombre. La adoración es uno
de esos actos fundamentales que afectan al ser humano en su
totalidad. Por ello, doblar las rodillas en la presencia de Dios vivo
es algo irrenunciable" (pp. 215-216).
"Los
cristianos vieron dos significados en los brazos desgarrados de
Cristo en la cruz: también aquí, precisamente aquí, está la forma
radical de adoración, la unidad de la voluntad humana con la
voluntad del Padre. Pro, al mismo tiempo, estos brazos se abren para
nosotros, son el gran abrazo con el que Cristo quiere atraernos hacia
Él (Jn. 12, 32). La adoración y el amor al prójimo -el contenido
del mandamiento principal resume la ley y los Profetas- coinciden en
este gesto; la apertura a Dios, la entrega completa a Él, es, al
mismo tiempo, y de forma inseparable, amor al prójimo. Esta fusión
de ambas direcciones, presente en le gesto de Cristo en la cruz,
muestra la nueva profundidad de la oración cristiana, de una forma
que se hace corporalmente visible y expresa, también de este modo,
la ley interna de nuestra oración" (pp. 228-229).
Participación
de los fieles. "Una
de las adquisiciones más importantes de la renovación litúrgica es
el hecho de que el pueblo vuelva a responder directamente mediante la
aclamación, sin la mediación de un representante, el acólito. Sólo
así queda restaurada la verdadera estructura litúrgica que, a su
vez, tal y como lo acabamos de verlo, concreta en la celebración
litúrgica la estructura fundamental de la acción de Dios: Dios,
Aquél que se revela, no quiso permanecer en el solus Deus, en el
solus Christus, sino que se otorgó un cuerpo, encontró una esposa:
busca, por tanto, una respuesta. Ese es, precisamente, el fin de la
revelación" (p. 233).
Los
ornamentos. "Los
ornamentos litúrgicos -el alba, la estola y la casulla- que el
sacerdote lleva durante la celebración de la sagrada eucaristía
quieren evidenciar, ante todo, que el sacerdote no está aquí como
persona particular, como éste o aquél, sino en lugar de otro:
Cristo" (p. 241).
"Los
ornamentos litúrgicos recuerdan todo esto: este hacerse Cristo, y la
nueva comunidad que ha de surgir a partir de ahí Es para el
sacerdote un desafío: entrar en la dinámica que lo saca fuera del
enclaustramiento de su propio yo, y lo lleva a convertirse en una
realidad nueva a partir de Cristo y con Cristo Les recuerda, a su
vez, a los que participan en la celebración, el nuevo camino, que
comienza con el Bautismo y prosigue con la Eucaristía; camino hacia
el mundo que ha de venir, y que, partiendo del sacramento, debe
comunicarse y delinearse ya en nuestra vida cotidiana" (p. 243).
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