lunes, 13 de febrero de 2017

Textos de Card. Ratzinger, actual Benedicto XVI, sobre la liturgia

En 1999 el entonces Card. Ratzinger publicó el libro El espíritu de la Liturgia. Una introducción. Hay traducción castellana en ed. Cristiandad (Madrid, 2001). En esta obra, considerada como una de las mejores del teólogo bávaro, hace una reflexión sobre las claves de la liturgia en relación con la actualidad.

La liturgia sigue enfrentándose a nuevos y antiguos retos. Después de la renovación litúrgica del Vaticano II, que se venía gestando desde el nacimiento del Movimiento litúrgico, queda mucho por meditar, decir y hacer. El teólogo español Olegario González de Cardedal afirma en su introducción al libro de Ratzinger: "Las cuestiones de fondo no son hoy ya las técnicas-científicas que debaten ciertos liturgistas sino otras más radicales: las capacidad del hombre para percibir los signos y los rumores de la trascendencia, para oír la silenciosa brisa de Dios que siempre pasa por el mundo, para celebrar, orar, transcenderse, creer y esperar. Capacidad de la Iglesia para acoger el misterio y hacerlo trasparente a los hombres por sus acciones y personas, celebraciones y actitudes. Capacidad y actitudes del cristiano para estar creíble y creyentemente en un mundo, que vive a la espera de Dios, pero no encuentra voces que lo identifiquen, personas que le den figura concreta, signos que hablen de él. No se trata sólo de reformas de los ritos o de las instituciones sino sobre todo de la creación de sujetos personales capaces del Misterio y de la constitución de acciones y celebraciones eclesiales capaces del hombre" (en J. Ratzinger: El espíritu de la liturgia (Madrid, 2001), p. 25).

Además es esta obra, el Card. Ratzinger tiene otros dos libros sobre liturgia: La fiesta de la fe: ensayo de teología litúrgica (Bilbao 1999) y Un canto nuevo para el Señor: la fe en Jesucristo y la liturgia hoy (Salamanca 1999).

Por lo interesante de sus reflexiones extractamos algunos textos de El espíritu de la Liturgia.

La esencia de la liturgia"La verdadera ofrenda a Dios tendrá que plantearse desde miras distintas. Consiste -y así lo veían los Padres de la Iglesia interpretando el pensamiento bíblico- en la unión del hombre y de la creación con Dios. (…) De este modo, podemos decir ahora que la meta del culto y la meta de toda la creación es la misma: la divinización, un mundo de libertad y de amor" (p. 48).
"Si el "sacrificio" es esencialmente el retorno hacia el amor y, con ello, divinización, entonces tiene que incluirse en el culto el momento de cicatrización de la libertad herida, de expiación, de purificación y de liberación de la alienación. La esencia del culto, del "sacrificio" en cuanto proceso de semejanza, de convertirse-en-amor y, de este modo, de camino hacia la libertad, permanece inalterada" (p. 53).

Formación litúrgica"La verdadera formación litúrgica no puede consistir en el aprendizaje y ensayo de las actividades exteriores, sino en el acercamiento a la actio esencial, que constituye la liturgia, en el acercamiento al poder transformador de Dios que, a través del acontecimiento litúrgico, quiere transformarnos a nosotros mismos y al mundo. Claro que, en este sentido, la formación litúrgica actual de los sacerdotes y de los laicos tiene un déficit que causa tristeza. Queda mucho por hacer" (p. 199).

Liturgia y actualidad"La liturgia sólo podrá atraer a las personas si no se mira a sí misma, sino a Dios; si se Le permite estar presente en ella y actuar. Entonces ocurre lo que es verdaderamente extraordinario, lo que no admite competencia, y las personas sienten que aquí ocurre algo más que un aprovechamiento del tiempo libre" (p. 224).

Cuerpo, gestos y posturas"Al cuerpo se le pide mucho más que el traer y llevar utensilios, o cosas por el estilo. Se le exige un total compromiso en el día a día de la vida. Se le exige que se haga "capaz de resucitar", que se oriente hacia la resurrección, hacia el Reino de Dios, tarea que se resume en la fórmula: "hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo". Donde se lleva a cabo la voluntad de Dios, allí está el cielo, la tierra se convierte en cielo. Adentrarse en la acción de Dios para cooperar con Él: esto es lo que se inicia con la liturgia, para después desarrollarlo más allá de ella. La Encarnación ha de conducirnos, siempre, a la resurrección, al señorío del amor, que es el Reino de Dios, pero pasando por la cruz (la transformación de nuestra voluntad en comunión de voluntad con Dios). El cuerpo tiene que ser "entrenado", por así decirlo, de cara a la resurrección. Recordemos, a este propósito, que el término "ascesis", hoy pasado de moda, se traduce en inglés sencillamente como "training": entrenamiento" (p. 200).

"Arrodillarse es algo que no tiene sentido cuando se convierte en pura exterioridad, en un acto meramente corporal; pero también cuando la adoración se reduce únicamente a la dimensión espiritual, sin encarnación, el acto de la adoración se desvanece, porque la pura espiritualidad no expresa la esencia del hombre. La adoración es uno de esos actos fundamentales que afectan al ser humano en su totalidad. Por ello, doblar las rodillas en la presencia de Dios vivo es algo irrenunciable" (pp. 215-216).

"Los cristianos vieron dos significados en los brazos desgarrados de Cristo en la cruz: también aquí, precisamente aquí, está la forma radical de adoración, la unidad de la voluntad humana con la voluntad del Padre. Pro, al mismo tiempo, estos brazos se abren para nosotros, son el gran abrazo con el que Cristo quiere atraernos hacia Él (Jn. 12, 32). La adoración y el amor al prójimo -el contenido del mandamiento principal resume la ley y los Profetas- coinciden en este gesto; la apertura a Dios, la entrega completa a Él, es, al mismo tiempo, y de forma inseparable, amor al prójimo. Esta fusión de ambas direcciones, presente en le gesto de Cristo en la cruz, muestra la nueva profundidad de la oración cristiana, de una forma que se hace corporalmente visible y expresa, también de este modo, la ley interna de nuestra oración" (pp. 228-229).

Participación de los fieles"Una de las adquisiciones más importantes de la renovación litúrgica es el hecho de que el pueblo vuelva a responder directamente mediante la aclamación, sin la mediación de un representante, el acólito. Sólo así queda restaurada la verdadera estructura litúrgica que, a su vez, tal y como lo acabamos de verlo, concreta en la celebración litúrgica la estructura fundamental de la acción de Dios: Dios, Aquél que se revela, no quiso permanecer en el solus Deus, en el solus Christus, sino que se otorgó un cuerpo, encontró una esposa: busca, por tanto, una respuesta. Ese es, precisamente, el fin de la revelación" (p. 233).

Los ornamentos"Los ornamentos litúrgicos -el alba, la estola y la casulla- que el sacerdote lleva durante la celebración de la sagrada eucaristía quieren evidenciar, ante todo, que el sacerdote no está aquí como persona particular, como éste o aquél, sino en lugar de otro: Cristo" (p. 241).

"Los ornamentos litúrgicos recuerdan todo esto: este hacerse Cristo, y la nueva comunidad que ha de surgir a partir de ahí Es para el sacerdote un desafío: entrar en la dinámica que lo saca fuera del enclaustramiento de su propio yo, y lo lleva a convertirse en una realidad nueva a partir de Cristo y con Cristo Les recuerda, a su vez, a los que participan en la celebración, el nuevo camino, que comienza con el Bautismo y prosigue con la Eucaristía; camino hacia el mundo que ha de venir, y que, partiendo del sacramento, debe comunicarse y delinearse ya en nuestra vida cotidiana" (p. 243).


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