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Cuaresma 2017. Mensaje de Papa Francisco
para la Cuaresma del 2017. Comienza el Miércoles de Ceniza, 1 de marzo de 2017. “En este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión:
el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Joel 2,12),
a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el
Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando
pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esa espera, manifiesta su
voluntad de perdonar (cfr. Homilía,
8-I-2016)”. “Es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a
través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y
la limosna.” “En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se
nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia”. Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa relación con
las personas consiste en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino
una llamada a convertirse y a cambiar de vida. La primera invitación que
nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro,
porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido. La
Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y
reconocer en él o en ella el rostro de Cristo. La avaricia y la codicia.
Crecer en la
amistad con Jesús
Mensaje de Papa Francisco
para la Cuaresma del 2017
18 de octubre de
2016
La Palabra es un don. El otro es un don
Queridos
hermanos y hermanas: la Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva
a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la
muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión:
el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12),
a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el
Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando
pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esa espera, manifiesta su
voluntad de perdonar (cfr. Homilía, 8-I-2016). Papa Francisco se
centra este año en la explicación de la parábola del hombre rico y el pobre
Lázaro (Cfr. Lucas 16, 19-31).
La Cuaresma es un tiempo propicio
para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la
Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está
la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con
mayor frecuencia. En concreto, quisiera centrarme aquí en la parábola del
hombre rico y el pobre Lázaro (cfr. Lc 16,19-31). Dejémonos
guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo
hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna,
exhortándonos a una sincera conversión. El otro es un don:
1. El otro es un don
La parábola comienza presentando
a los dos personajes principales, pero el pobre es el que viene descrito con
más detalle: se encuentra en una situación desesperada y no tiene fuerza ni
para levantarse, está echado a la puerta del rico y come las migajas que caen
de su mesa, tiene llagas por todo el cuerpo y los perros vienen a lamérselas
(cfr. vv. 20-21). El cuadro es sombrío, y el hombre degradado y humillado.
La escena resulta aún más
dramática si consideramos que el pobre se llama Lázaro: un nombre
repleto de promesas, que significa literalmente «Dios ayuda». Este no es
un personaje anónimo, tiene rasgos precisos y se presenta como alguien con una
historia personal. Mientras que para el rico es como si fuera invisible, para
nosotros es alguien conocido y casi familiar, tiene un rostro; y, como tal, es
un don, un tesoro de valor incalculable, un ser querido, amado, recordado por
Dios, aunque su condición concreta sea la de un desecho humano (cf. Homilía, 8-I-2016).
Lázaro nos enseña que el otro
es un don. La justa relación con las personas consiste en reconocer con
gratitud su valor. Incluso el pobre en
la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a
cambiar de vida. La primera invitación que nos hace esta parábola es la de
abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea
vecino nuestro o un pobre desconocido. La Cuaresma es un tiempo propicio para
abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de
Cristo. Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro camino. Cada vida que
encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos
ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es
débil. Pero para hacer eso hay que tomar en serio también lo que el Evangelio
nos revela acerca del hombre rico.
2. El pecado nos ciega
La parábola es despiadada al
mostrar las contradicciones en las que se encuentra el rico (cfr. v. 19). Este
personaje, al contrario que el pobre Lázaro, no tiene un nombre, se le califica
sólo como «rico». Su opulencia se manifiesta en la ropa que viste, de un lujo
exagerado. La púrpura, en efecto, era muy valiosa, más que la plata y el oro, y
por eso estaba reservada a las divinidades (cfr. Jr 10,9) y a
los reyes (cfr. Jc 8,26). La tela era de un lino especial que
contribuía a dar al aspecto un carácter casi sagrado. Por tanto, la riqueza de
este hombre es excesiva, también porque la exhibía de manera habitual todos los
días: «Todos los días celebraba espléndidos banquetes» (v. 19). En él se
vislumbra de forma patente la corrupción del pecado, que se realiza en tres
momentos sucesivos: el amor al dinero, la vanidad y la soberbia (cfr. Homilía,
20-IX-2013).
El apóstol Pablo dice que «la
raíz de todos los males es la avaricia» (1Tm 6,10). Esta es la
causa principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos. El
dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico (cfr. Evangelii
gaudium, 55). En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para hacer
el bien y ejercitar la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a
nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e
impide la paz.
La parábola nos muestra cómo la
codicia del rico lo hace vanidoso. Su personalidad se desarrolla en la
apariencia, en hacer ver a los demás lo que él se puede permitir. Pero la
apariencia esconde un vacío interior. Su vida es prisionera de la exterioridad,
de la dimensión más superficial y efímera de la existencia (cfr. ibíd.,
62).
El peldaño más bajo de esta
decadencia moral es la soberbia. El hombre rico se viste como si fuera un rey,
simula las maneras de un dios, olvidando que es simplemente un mortal. Para el
hombre corrompido por el amor a las riquezas, no existe otra cosa que el propio
yo, y por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención. El
fruto del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre
hambriento, llagado y postrado en su humillación.
Cuando miramos a este personaje,
se entiende por qué el Evangelio condena con tanta claridad el amor al dinero:
«Nadie puede servir a dos señores, porque o tendrá odio a uno y amor al otro, o
prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo: no podéis servir a
Dios y a las riquezas» (Mt 6,24).
3. La Palabra es un don
El Evangelio del rico y del pobre
Lázaro nos ayuda a prepararnos bien para la Pascua que se acerca. La liturgia
del Miércoles de Ceniza nos invita a vivir una experiencia semejante a la que
el rico vivió de manera tan dramática. El sacerdote, mientras impone la ceniza
en la cabeza, dice las siguientes palabras: «Acuérdate de que eres polvo y en
polvo te convertirás». El rico y el pobre, en efecto, mueren, y la parte
principal de la parábola se desarrolla en el más allá. Los dos personajes
descubren de repente que «sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de
él» (1Tm 6,7).
También nuestra mirada se dirige
al más allá, donde el rico mantiene un diálogo con Abraham, al que llama
«padre» (Lc 16,24.27), demostrando que pertenece al pueblo de Dios.
Este aspecto hace que su vida sea todavía más contradictoria, ya que hasta
ahora no se había dicho nada de su relación con Dios. En efecto, en su vida no
había lugar para Dios, siendo él mismo su único dios.
El rico sólo reconoce a Lázaro en
medio de los tormentos de la otra vida, y quiere que sea el pobre quien le
alivie su sufrimiento con un poco de agua. Los gestos que se piden a Lázaro son
semejantes a los que el rico hubiera tenido que hacer y nunca realizó. Abraham,
sin embargo, le explica: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y
Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces»
(v. 25). En el más allá se restablece una cierta equidad y los males de la vida
se equilibran con los bienes.
La parábola se prolonga, y de
esta manera su mensaje se dirige a todos los cristianos. En efecto, el rico,
cuyos hermanos todavía viven, pide a Abraham que les envíe a Lázaro para
advertirles; pero Abraham le responde: «Tienen a Moisés y a los profetas; que
los escuchen» (v. 29). Y, ante la objeción del rico, añade: «Si no escuchan a
Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto» (v. 31).
De esta manera se descubre el
verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar
oído a la Palabra de Dios; eso es lo que le llevó a no amar a Dios y por
tanto a despreciar al prójimo. La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de
suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios.
Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón
al don del hermano.
Queridos hermanos y hermanas, la
Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo
en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor —que en los
cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador— nos
muestra el camino a seguir. Que el Espíritu Santo nos guie a realizar un
verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios,
ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los
hermanos necesitados. Animo a todos los fieles a que manifiesten también esta
renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas
organizaciones de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo para que
aumente la cultura del encuentro en la única familia humana. Oremos unos por
otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras
puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un
testimonio pleno de la alegría de la Pascua.
Vaticano, 18 de octubre de 2016
Fiesta de San Lucas Evangelista
www.parroquia santamonica.com
Vida Cristiana
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