EN
CAMINO CON CRISTO
“En la misa de este día se bendice y se impone la ceniza, hecha de los
ramos de olivo o de otros árboles, bendecidos el año precedente” para la “conmemoración de la entrada del Señor en
Jerusalén”.
Con la celebración litúrgica de
este día, el primero del tiempo de Cuaresma, los hijos de la Iglesia nos
ponemos a recorrer con Cristo Jesús el camino que lleva desde la
esclavitud a la libertad, desde la tristeza a la alegría, desde el luto a la
fiesta, desde la noche a la luz gloriosa de la Pascua.
Bendición
e imposición de la ceniza:
El significado primero y
principal que tiene para los fieles el rito de imposición de la ceniza lo
desvelan las palabras de la bendición que el presbítero pronuncia sobre ella y
que los fieles rubricamos con nuestro Amén.
En esa oración, se pide a Dios
que gracia y bendición se derramen, no sobre la ceniza, sino sobre los fieles,
“para que puedan llegar, con
el corazón limpio, a la
celebración del misterio pascual de su Hijo”. Con lo cual, el acento se
pone en la purificación del corazón, en la conversión a Cristo, para que
lleguemos a la comunión con él en su misterio pascual, es decir, en su descenso
a nuestra muerte y en su ascensión a la vida de Dios.
En la oración que el Misal
Romano propone como alternativa a esa bendición sobre los fieles, se pide que
Dios bendiga “la ceniza que se va a
imponer sobre nuestra cabeza”, ceniza que es memoria de la fragilidad de
nuestra vida, memento de que “somos polvo
y al polvo hemos de volver”. Y se pide también que a nosotros se nos
conceda “el perdón de los pecados” y
que alcancemos así, “a imagen de Cristo
resucitado, la vida nueva del reino de Dios”.
El gesto de la imposición de la
ceniza evoca nuestra condición, la que el Hijo de Dios asumió, al hacerse
hombre, por el misterio de la encarnación.
Al recibir la ceniza sobre
nuestra cabeza, los fieles abrazamos humildemente lo que somos y ofrecemos al
Padre el homenaje de nuestra fe en él y de nuestra obediencia a su santa
voluntad.
Liturgia de la palabra:
Limosna, oración y ayuno son
prácticas piadosas que pertenecen al corazón de nuestra fe.
En la Sagrada Escritura, el
nombre de limosna se da a la misericordia de Dios con los hombres, y
también a la misericordia del hombre con sus semejantes, misericordia que se manifiesta
en lo que se hace para remediar sus necesidades. La limosna del hombre imita la
misericordia de Dios.
La oración del cristiano,
oración de hijos al Padre del cielo, pone en el corazón del hombre el designio
de Dios, el reino de Dios, la voluntad de Dios, el nombre de Dios, un mundo que
pertenece a la intimidad de Dios y a lo más íntimo de nosotros mismos donde él
habita.
El ayuno se practica en muchas
religiones por motivo de ascesis, de purificación, de luto, de súplica…
Ayuno, oración y limosna le
hablan a Dios de la humildad, la esperanza y el amor del hombre.
La verdad del ayuno, la oración
y la limosna, como la verdad de la humildad, la esperanza y el amor, sólo se
pueden hallar en “lo escondido”, en
la propia intimidad, en el secreto del corazón; lo que el profeta expresó
cuando dijo: “Ahora –oráculo del Señor-
convertíos a mí de todo corazón, con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los
corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor vuestro Dios”.
Y cuando hoy comulgues, no
olvides que la comunión con Cristo acontece antes en el corazón que en los
labios, y que “dará fruto en sazón”,
si día y noche guardas en lo escondido la memoria entrañable de tu Señor.
Feliz camino hasta la Pascua.
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