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Año de la fe. Papa Francisco. Catequesis sobre la fe (16). La Iglesia es una. Una sola fe, una sola
vida sacramental. Preguntémonos: ¿estoy encerrado en mi grupo pequeño y en mí mismo? ¿Soy de
aquellos que "privatizan" la Iglesia para su propio grupo, su nación, sus amigos? Cuando pienso u oigo
decir que muchos cristianos son perseguidos y hasta dan la vida por su fe, ¿esto toca mi corazón o no me
llega? ¿Oramos los unos por los otros? ¿Podemos herir esta unidad? A veces surgen malentendidos,
conflictos, tensiones, divisiones, que la hieren, y entonces la Iglesia no tiene el rostro que nos gustaría, no
manifiesta el amor, aquello que Dios quiere. ¡Somos nosotros los que creamos las heridas! ¿Hago crecer
la unidad en la familia, en la parroquia, en la comunidad, o soy un hablador, una habladora. ¿Soy
motivo de división, de malestar? ¿Quién es el motor de esta unidad de la Iglesia? Lo es el Espíritu
Santo que todos hemos recibido en el Bautismo y también en el sacramento de la Confirmación. El
Espíritu Santo es armonía, siempre crea la armonía en la Iglesia. Es una unidad armoniosa en medio
de tanta diversidad de culturas, lenguas y pensamiento.
Papa Francisco, La Iglesia es una, Catequesis, 25 de septiembre de 2013.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
En el «Credo» decimos «Creo en la Iglesia, una», profesamos por lo tanto que la Iglesia es única, y
que esta Iglesia es en sí misma unidad. Pero si miramos a la Iglesia católica en el mundo descubrimos que
abarca a cerca de tres mil diócesis repartidas en todos los continentes: ¡muchas lenguas, muchas culturas!
Aquí están obispos de diferentes culturas, de muchos países. Está el obispo de Sri Lanka, el obispo de
Sudáfrica, un obispo de la India, hay muchos aquí... Obispos de América Latina. ¡La Iglesia está dispersa por
todo el mundo! Y más aún, las miles de comunidades católicas constituyen una unidad. ¿Cómo puede
suceder esto?
1. Una sola fe, una sola vida sacramental
Una respuesta concisa la encontramos en el (Compendio del) Catecismo de la Iglesia Católica, que
afirma: la Iglesia católica extendida en todo el mundo "tiene una sola fe, una sola vida sacramental, una
sucesión apostólica única, una esperanza común, la misma caridad" (n. 161). Es una hermosa definición,
clara, nos orienta bien. Unidad en la fe, en la esperanza, en la caridad; unidad en los sacramentos, en el
Ministerio: son como pilares que apoyan y mantienen unidos el único gran edificio de la Iglesia.
Dondequiera que vayamos, incluso en la parroquia más pequeña en el último rincón de la tierra, está
la única Iglesia; nosotros estamos en casa, estamos en familia, estamos entre hermanos y hermanas. ¡Y esto
es un gran regalo de Dios! La Iglesia es una sola para todos. No hay una iglesia para los europeos, una para
los africanos, una para los americanos, una para los asiáticos, una para los que viven en Oceanía, no, es la
misma en todas partes. Es como en una familia: se puede estar muy lejos, esparcidos por todo el mundo, pero
los profundos lazos que unen a todos los miembros de la familia permanecen intactos sea la que sea la
distancia. Pienso, por ejemplo, en la experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro: en
esa inmensa multitud de jóvenes en la playa de Copacabana, se podía oír hablar muchos idiomas, se veían
rasgos muy diferentes entre sí, se encontraron diferentes culturas, y sin embargo había una profunda unidad,
se formaba una única Iglesia, se estaba unido y se sentía.
Preguntémonos todos: yo como católico, ¿siento esta unidad? Yo como católico, ¿vivo esta unidad
de la Iglesia? ¿O no me importa, porque estoy encerrado en mi grupo pequeño y en mí mismo? ¿Soy de
aquellos que "privatizan" la Iglesia para su propio grupo, su nación, sus amigos? Es triste encontrar una
Iglesia "privatizada" por este egoísmo y esta falta de fe. ¡Es triste! Cuando oigo que tantos cristianos en el
mundo están sufriendo, ¿soy indiferente, o es como si sufriera uno de mi familia? Cuando pienso u oigo
decir que muchos cristianos son perseguidos y hasta dan la vida por su fe, ¿esto toca mi corazón o no me
llega? ¿Estoy abierto a aquel hermano o hermana de la familia que está dando su vida por Jesucristo?
¿Oramos los unos por los otros? Déjenme preguntarles, pero no respondan en voz alta, sino solo en el
corazón: ¿cuántos de ustedes están orando por los cristianos que son perseguidos? ¿Cuántos? Cada uno
responda en el corazón. ¿Rezo por aquel hermano, por aquella hermana que está en problemas, por confesar
y defender su fe? ¡Lo importante es mirar más allá de su propio espacio, sentirse Iglesia, una sola familia de
Dios!
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2. ¡Somos nosotros los que creamos las heridas!
Vayamos un poco más allá y preguntémonos: ¿hay heridas a esta unidad? ¿Podemos herir esta
unidad? Lamentablemente, vemos que en el curso de la historia, incluso ahora, no siempre vivimos la
unidad. A veces surgen malentendidos, conflictos, tensiones, divisiones, que la hieren, y entonces la Iglesia
no tiene el rostro que nos gustaría, no manifiesta el amor, aquello que Dios quiere. ¡Somos nosotros los que
creamos las heridas! Y si nos fijamos en las divisiones que aún existen entre los cristianos, católicos,
ortodoxos, protestantes... sentimos el esfuerzo de mantener plenamente visible esta unidad. Dios nos da la
unidad, pero a menudo tenemos dificultades para vivirla. Hay que buscar, construir comunión, educar a la
comunión, a superar malentendidos y divisiones, comenzando por la familia, desde las realidades eclesiales,
también en el diálogo ecuménico. Nuestro mundo necesita unidad, es un momento en el que todos
necesitamos unidad, tenemos necesidad de reconciliación, de comunión y la Iglesia es la Casa de la
comunión. San Pablo decía a los cristianos de Éfeso: "Los exhorto, pues, yo, prisionero por el Señor, a que
vivan de una manera digna de la vocación con que han sido llamados, con toda humildad , mansedumbre y
paciencia, soportándose unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el
vínculo de la paz" (4, 1-3 ).
¡Humildad, dulzura, nobleza, amor para mantener la unidad! Estos son los caminos, los verdaderos
caminos de la Iglesia. Escuchémoslo una vez más. Humildad contra la vanidad, contra el orgullo; humildad,
mansedumbre, paciencia, amor para mantener la unidad. Y Pablo continuaba: un solo cuerpo, el de Cristo
que recibimos en la Eucaristía; un solo Espíritu, el Espíritu Santo que anima y continuamente recrea la
Iglesia; una sola esperanza, la vida eterna; una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios, Padre de todos (cf.
vv. 4-6). ¡La riqueza de lo que nos une! Y esta es la verdadera riqueza: lo que nos une, no lo que nos divide.
¡Esta es la riqueza de la Iglesia! Que cada uno se pregunte hoy: ¿hago crecer la unidad en la familia, en la
parroquia, en la comunidad, o soy un hablador, una habladora. ¿Soy motivo de división, de malestar?
¡Ustedes no saben el mal que le hace a la Iglesia, a las parroquias, a las comunidades, el chisme! ¡Hacen
daño! Los chismes hacen daño. ¡Un cristiano antes de chismear tiene que morderse la lengua! ¿Sí o no?
Morderse la lengua: esto nos hará bien, porque la lengua se hincha y no pueden hablar y no pueden chismear.
¿Tengo la humildad de recomponer con paciencia, con sacrificio, las heridas a la comunión?
3. El Motor de la Iglesia es el espíritu Santo
Finalmente, un último paso más en profundidad. Y, esta es una buena pregunta: ¿quién es el motor
de esta unidad de la Iglesia? Lo es el Espíritu Santo que todos hemos recibido en el Bautismo y también en el
sacramento de la Confirmación. Es el Espíritu Santo. Nuestra unidad no es principalmente el resultado de
nuestro acuerdo, o de la democracia dentro de la Iglesia, o de nuestro esfuerzo para estar de acuerdo, sino
que viene de Él que hace la unidad en la diversidad, porque el Espíritu Santo es armonía, siempre crea la
armonía en la Iglesia. Es una unidad armoniosa en medio de tanta diversidad de culturas, lenguas y
pensamiento. Y el Espíritu Santo es el motor. Por esta razón, es importante la oración, que es el alma de
nuestro compromiso de hombres y mujeres de comunión, de unidad. La oración al Espíritu Santo, para que
venga y realice la unidad en la Iglesia.
Pidamos al Señor: Señor, concédenos estar cada vez más unidos, de no ser nunca instrumentos de
división; haz que nos comprometamos, como dice una bella oración franciscana, en llevar el amor donde
haya odio, a llevar el perdón donde haya una ofensa, a llevar la unión donde hay discordia. Que así sea.
www.parroquiasantamonica.com
Vida Cristiana
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