miércoles, 14 de junio de 2017

Creyente es quien escucha la Palabra de Dios: implica una actitud de plena adhesión a la propuesta de total comunión con Dios y de entrega a su voluntad.



Creyente es quien escucha la Palabra de Dios: implica una actitud de plena adhesión a la propuesta de total comunión con Dios y de entrega a su voluntad. Del "Instrumentum Laboris" (Documento de trabajo) de la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo sobre “La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia”, n. 24, junio de 2008. o El creyente: es aquel que escucha la Palabra de Dios en la fe. Implica una actitud de plena adhesión a una propuesta de total comunión con Dios y de entrega a su voluntad. 24. «Cuando Dios se revela, el hombre tiene que someterse con la fe». A Él, que hablando se dona, el hombre escuchándolo «se entrega entera y libremente» (Dei Verbum, 5). El hombre que, también en virtud de la íntima estructura de la persona es oyente de la Palabra, recibe de Dios la gracia de responder en la fe. Ello implica, de parte de la comunidad y de cada creyente, una actitud de plena adhesión a una propuesta de total comunión con Dios y de entrega a su voluntad (cf. Dei Verbum, 2). Esta actitud de fe comunional se manifestará en cada encuentro con la Palabra de Dios, en la predicación viva y en la lectura de la Biblia. No es casual que la Dei Verbum aplique al Libro Sagrado cuanto afirma globalmente de la Palabra de Dios: «Dios invisible (cf. Colosenses 1,15; 1 Timoteo 1,17), movido por amor, habla a los hombres como a amigos (cf. Exodo 33, 11 ; Jn 15,14-15), trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía» (Dei Verbum, 2). «En los Libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos» (Dei Verbum, 21). La Revelación es comunión de amor, que la Escritura frecuentemente expresa con el término alianza. En síntesis, se trata de una actitud de oración: «diálogo de Dios con el hombre, pues "a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras" [31] » (Dei Verbum, 25). La Palabra de Dios transforma la vida de aquellos que se acercan a ella con fe. La Palabra no se extingue nunca, es nueva cada día. Pero para que esto suceda es necesaria una fe que escucha. La Escritura atestigua en varias ocasiones que la escucha es lo que hace de Israel el pueblo de Dios: «Si de veras me obedecéis y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos» (Exodo 19, 5; cf. Jeremías 11, 4). La escucha crea una pertenencia, un vínculo, hace entrar en la alianza. En el Nuevo Testamento la escucha es directa con respecto a la persona de Jesús, el Hijo de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (Mateo 17, 5 e par.). El creyente es uno que escucha. El que escucha confiesa la presencia de aquel que habla y desea comprometerse con él; quien escucha busca en sí mismo un espacio para que el otro pueda habitar en él; aquel que escucha se abre con confianza al otro que habla. Por ello los evangelios piden el discernimiento de aquello que se escucha (cf. Mc 4, 24) y llaman la atención sobre cómo se escucha (cf. Lucas 8, 18); en efecto: ¡nosotros somos aquello che escuchamos! La figura antropológica que la Biblia desea construir es aquella del hombre capaz de escuchar, dotado de un corazón que escucha (cf. 1 Reyes 3, 9). Siendo esta escucha no una mera audición de frases bíblicas sino un discernimiento pneumático de la Palabra de Dios, esto exige la fe y debe acontecer en el Espíritu Santo. [31] S. Ambrosio, De officiis ministrorum, I, 20, 88: PL 16, 50. www.parroquiasantamonica.com

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