miércoles, 14 de junio de 2017

Domingo 30 Ciclo B del tiempo ordinario, 25 octubre 2009



1 La historia de la curación física del ciego Bartimeo se convierte en la narración espiritual de una vocación a la fe y al nacimiento de un discípulo del Señor: después de recobrar la vista, Bartimeo “sigue al Señor por el camino”. La historia de este ciego puede ser también la nuestra. Aunque nuestra vista sea nítida y estemos saciados de imágenes, de colores, de bienestar y de cosas, necesitamos su luz, para invocar al Señor y seguirlo, sin quedarnos en el borde del camino, cuando pasa a nuestro lado. Cfr. Domingo 30 Ciclo B del tiempo ordinario, 25 octubre 2009 Jeremías 31, 7-9; Marcos 10, 46-52 Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno B, Piemme 1996, pp. 312-318; Romano Guardini, El Señor, Ed. Cristiandad, 2ª ed. 2005, 9: Los enfermos, p. 88 Jeremías 31, 7-9: 7 Pues así dice Yahveh: Dad hurras por Jacob con alegría, y gritos por la capital de las naciones; hacedlo oír, alabad y decid: «¡Ha salvado Yahveh a su pueblo, al Resto de Israel!» 8 Mirad que yo los traigo del país del norte, y los recojo de los confines de la tierra. Entre ellos, el ciego y el cojo, la preñada y la parida a una. Gran asamblea vuelve acá. 9 Con lloro vienen y con súplicas los devuelvo, los llevo arroyos de agua por camino llano, en que no tropiecen. Porque yo soy para Israel un padre, y Efraím es mi primogénito. Marcos 10, 46-52: 46 Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: « ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! » 48 Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: « ¡Hijo de David, ten compasión de mí! » 49 Jesús se detuvo y dijo: « Llamadle. » Llaman al ciego, diciéndole: « ¡Animo, levántate! Te llama. » 50 . Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: « ¿Qué quieres que te haga? » El ciego le dijo: « Rabbuní, ¡que vea! » 52 Jesús le dijo: « Vete, tu fe te ha salvado. » Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino. 1. Las curaciones de ciegos que vemos en los Evangelios non son escasas. o En bastantes textos del AT el «abrirse los ojos de los ciegos» era una especie de indicio inequivocable de la llegada o inauguración de los tiempos mesiánicos. a) en Palestina había muchos ciegos, porque la ceguera era una enfermedad endémica. b) por un significado más profundo: en bastantes textos del AT el «abrirse los ojos de los ciegos» era una especie de indicio inequivocable de la llegada o inauguración de los tiempos mesiánicos. Isaías escribe que el Siervo del Señor estaba destinado para «ser luz de las gentes» y «para abrir los ojos ciegos». (Is 42, 6-7). Is 42, 1.6-7: 1 He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él: dictará ley a las naciones. 6 Yo, Yahveh, te he llamado en justicia, te tomé de la mano, te formé, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes, 7 para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en tinieblas. 2. Las curaciones de Jesús son obra de Dios, revelación de Dios, camino hacia Dios. Los milagros de curación están siempre en relación con la fe al mismo tiempo que revelan la realidad de un Dios que ama. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 515: (…) A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que «en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente» (Colosenses 2, 9). Su humanidad aparece así como el «sacramento», es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora. La auténtica finalidad de las curaciones [de los milagros] que hizo el Señor, al mismo tiempo revelan la realidad de un Dios que ama, consiste en que los hombres descubran la realidad de la fe, se abran a ella y se identifiquen con ella. • Romano Guardini, El Señor, Ed. Cristiandad 2ª edición 2005, p. 88: “Las curaciones de Jesús son obra 2 de Dios, revelación de Dios, camino hacia Dios. Sus milagros de curación están siempre en relación con la fe. En Nazaret no pudo hacer ningún milagro, porque sus compatriotas no creían. Imponer un milagro sería destruir su mismo sentido, pues siempre hace referencia a la fe (Lucas 4,23-30). Los discípulos no pueden curar al joven epiléptico porque tienen poca fe y la fuerza que debe actuar en virtud del Espíritu Santo se ve coartada (Mateo 17,14-21). Cuando traen al paralítico, en un primer momento da la impresión que Jesús no se interesa en absoluto por la enfermedad del paciente. Lo que ve, sobre todo, es su fe. Por eso le promete, en primer lugar, el perdón de sus pecados, y sólo como culminación de todo el proceso le cura la parálisis (Marcos 2,1 -12). Al padre del niño epiléptico le pregunta: «¿Crees que puedo hacerlo?». Y el milagro sólo se produce cuando el corazón está dispuesto a dejarse guiar hasta la fe (Marcos 9,23-25). El centurión dice con simplicidad militar: «Yo no soy quién para que entres bajo mi techo, pero basta una palabra tuya para que mi criado se cure, porque si yo le digo a uno de mis subordinados que se vaya, se va; y a otro que venga, y viene; y a mi criado, que haga algo, ylo hace». Por eso, oye un elogio maravilloso: «Os aseguro que en ningún israelita he encontrado tanta fe» (Mateo 8,5-13). Y el ciego puede escuchar estas palabras: «Tu fe te ha curado» (Marcos 10,46-52). Las curaciones de Jesús hacen referencia a la fe, igual que el anuncio del mensaje; y al mismo tiempo revelan la realidad de un Dios que ama. La auténtica finalidad de esas curaciones consiste en que los hombres descubran la realidad de la fe, se abran a ella y se identifiquen con ella”. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 548: Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (Cf Juan 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (Cf Juan 10, 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (Cf Marcos 5, 25-34; 10, 52; e. a). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (Cf Juan 10, 31-38). Pero también pueden ser «ocasión de escándalo» (Mateo 11, 6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (Cf Juan 11, 47-48); incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (Cf Marcos 3, 22). La curación física del ciego es signo de la fe, de la luz que trae el Mesías, de la salvación. • Es lo que aparece hoy en la primera lectura, del libro de Jeremías, testigo de la caída de Jerusalén (596 a.C) y de su destrucción por los babilonios (586) y sucesiva deportación de los judíos. Jeremías anuncia la esperanza y la salvación, y llama a la conversión, en estas difíciles circunstancias. El protagonista es el pueblo que ha pasado por las angustias de la opresión y de la deportación, del exilio y de la persecución. Un pueblo compuesto solamente por débiles, ciegos, cojos, mujeres encinta... símbolos del sufrimiento y de la marginación. Con ellos, sin embargo, está el Señor; El transformará esa masa de miserables en un pueblo glorioso. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 547: Jesús acompaña sus palabras con numerosos «milagros, prodigios y signos» (Hechos 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en El. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (Cf Lucas 7, 18-23). Bajo la superficie exterior, «física», de la curación de Bartimeo, se esconde un signo más profundo y mesiánico. La esperanza mesiánica se ve en la invocación, repetida dos veces: «¡Hijo de David!». o La historia de un milagro físico se convierte en la narración espiritual de una vocación a la fe y al nacimiento de un discípulo: después de recobrar la vista, Bartimeo «le seguía por el camino». La historia de Bartimeo es también posible para nosotros aunque nuestra vista sea nítida: necesitamos la luz del Señor para seguirle, aunque estemos saciados de imágenes, de colores, de bienestar y de cosas. • Ravasi, Gianfranco o.c. pp. 314-315: “Por tanto se puede entender que, bajo la superficie exterior, «física» de la curación de Bartimeo, se esconde un signo más profundo y mesiánico. Es evidente la esperanza mesiánica, subrayada por la invocación, repetida dos veces: «¡Hijo de David!». La ceguera interior es la primera que es cancelada. En efecto, Jesús antes que nada declara la presencia de la fe en ese pobre abandonado al borde del camino y marginado por la gente que «le increpaba para que se callara»: «tu fe te ha 3 salvado». También la reacción del que ha sido curado ante la acción y la palabra de Jesús es significativa: después de recobrar la vista «le seguía por el camino». [...] La historia de un milagro físico se convierte así en la narración espiritual de una vocación a la fe y al nacimiento de un discípulo. En este sentido esta historia de Bartimeo está abierta y es posible para todos nosotros, aunque nuestros ojos físicos sean limpios y nuestra vista sea nítida. Se trata, en efecto, de la representación de una iluminación total que penetra en los ángulos más remotos de toda nuestra existencia. Es una luz de la que tenemos necesidad, aunque estemos saciados de imágenes, de colores, de bienestar y de cosas. [...] Una vez curado, el creyente no se queda en los márgenes del camino, sumergido en su tristeza cotidiana y en su oscuridad; se alza y «sigue» a su Salvador. Una vez curado, el creyente no se queda en los márgenes del camino, sumergido en su tristeza cotidiana y en su oscuridad; se alza y «sigue» a su Salvador. [...] Quien permanece en los bordes del camino es porque no ha querido invocar al Señor que pasa y, por tanto, no lo ha encontrado. Hace falta saberlo esperar con disponibilidad, también en los momentos oscuros cuando los vecinos sanos «nos increpan para que nos callemos». Al fin resonará esa voz decisiva: «¡Animo, levántate! te llama.». Y con los ojos purificados y límpidos, lo seguiremos para siempre, también en el camino áspero y estrecho que sube a Jerusalén, hacia la cruz, convencidos de que su luz es dulce y resplandece para siempre”. o Por tanto, la súplica de Bartimeo es una súplica elemental que pide la curación, pero también tiene la componente luminosa de la fe que se hace explícita en el título mesiánico que atribuye a Jesús: «Hijo de David». • Gianfranco Ravasi, o.c. pp. 316-317: La súplica de Bartimeo es una súplica “elemental, que surge espontánea desde el sufrimiento; es un petición primitiva e instintiva de curación. Sin embargo tiene en sí una componente luminosa de fe, que se hace explícita en el título mesiánico, «Hijo de David», expresión de la esperanza que Israel había cultivado siempre: del grande rey de Judá, David, de su árbol genealógico habría brotado el Mesías, el Salvador. Ya Isaías (11, 1-2) había cantado: 1 Saldrá un vástago del tronco de Jesé [padre de David] , y un retoño de sus raíces brotará. 2 Reposará sobre él el espíritu de Yahveh». Tal vez la fe del ciego se apoyaba en otro motivo implícito. Frecuentemente uno de los actos que distinguían al Mesías en los profetas era el de la curación de los ciegos; la vuelta a la luz es idealmente un signo característico de la era mesiánica, como se proclama, por ejemplo, en el mismo Isaías (35,5): «Entonces se despegarán los ojos de los ciegos». Jesús recoge en aquél grito precisamente el hilo de la fe sencilla y espontánea y le dice: «Vete, tu fe te ha salvado» [...] En el don de la visión física se injerta el de la visión plena y total que implica el espíritu. Y Jesús recoge en aquél grito precisamente el hilo de la fe sencilla y espontánea: «Vete, tu fe te ha salvado» [...] En el don de la visión física se injerta el de la visión plena y total que implica el espíritu. Esta dimensión es exaltada no solamente por la expresión «ser salvado», o por el célebre párrafo paralelo de Juan del ciego de nacimiento en el que descuella netamente el aspecto espiritual e interior del milagro (Juan 9). Esa dimensión aparece también el final de la narración de hoy: «y le seguía por el camino». El vocablo «seguir» es por excelencia el propio del discípulo, y el «camino» viene remarcado frecuentemente en el Evangelio de Marcos como el símbolo de la meta de la cruz hacia la que Jesús y el discípulo se dirigen. Bartimeo no es sólo un ciego que ha sido curado, es un nuevo discípulo de Jesús; no es solamente un individuo que ha recibido un tratamiento milagroso, sino que es también un «iluminado» en la fe; es un creyente, es casi un bautizado, si es verdad que en Pablo el bautismo es llamado simbólicamente «iluminación». En su historia, en efecto, no solamente ha pasado un taumaturgo sino el «hijo de David» perfecto, el Cristo Salvador, que ha eliminado toda su oscuridad. El misterioso juego entre gracia y fe. Es sugestivo anotar que en la narración la muchedumbre es un obstáculo: «Muchos le increpaban para que se callara». El ciego por sí solo jamás habría conseguido identificar el espacio y la persona física de Jesús, si Jesús no se hubiese parado y hubiese dado aquella orden: «Llamadle». Ante aquella voz, con la finura sensitiva del ciego, Bartimeo se precipita hacia el único que se ha preocupado de él. Frecuentemente, algunos textos cristianos de la tradición han procurado entrever en este diálogo el misterioso juego entre gracia y fe. Nuestro grito es ignorado por todos y por el mundo, indiferentes ante nuestro mal. Es El, el Cristo, quien pasa por nuestros caminos y, tomando la iniciativa, nos llama y nos salva. A nosotros no nos queda otra cosa que seguirlo como discípulos fieles. ¡Pero pobres de nosotros si él no pasase y no nos llamase!”. 4 o “Arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús” (v. 50). • El manto representa la seguridad para un mendicante: es su consuelo, su abrigo y su protección. Pero Bartimeo acogiendo la llamada de Jesús, arroga todo y salta en pie y, tanteando en la oscuridad de su ceguera, se dirige decididamente hacia la voz que lo ha llamado. Jesús le llama: es la vocación cristiana. Bartimeo arrojó su capa y fue hacia el Señor. Para llegar a Cristo hace falta tirar todo lo que estorbe. San Josemaría, Amigos de Dios, 196 – Homilía vida de fe 196 Parándose entonces Jesús, le mandó llamar. Y algunos de los mejores que le rodean, se dirigen al ciego: ea, buen ánimo, que te llama (Marcos 10, 49). ¡Es la vocación cristiana! Pero no es una sola la llamada de Dios. Considerad además que el Señor nos busca en cada instante: levántate —nos indica—, sal de tu poltronería, de tu comodidad, de tus pequeños egoísmos, de tus problemitas sin importancia. Despégate de la tierra, que estás ahí plano, chato, informe. Adquiere altura, peso y volumen y visión sobrenatural. Aquel hombre, arrojando su capa, al instante se puso en pie y vino a él (Marcos 10,50). ¡Tirando su capa! No sé si tú habrás estado en la guerra. Hace ya muchos años, yo pude pisar alguna vez el campo de batalla, después de algunas horas de haber acabado la pelea; y allí había, abandonados por el suelo, mantas, cantimploras y macutos llenos de recuerdos de familia: cartas, fotografías de personas amadas... ¡Y no eran de los derrotados; eran de los victoriosos! Aquello, todo aquello les sobraba, para correr más aprisa y saltar el parapeto enemigo. Como a Bartimeo, para correr detrás de Cristo. No olvides que, para llegar hasta Cristo, se precisa el sacrificio; tirar todo lo que estorbe: manta, macuto, cantimplora. Tú has de proceder igualmente en esta contienda para la gloria de Dios, en esta lucha de amor y de paz, con la que tratamos de extender el reinado de Cristo. Por servir a la Iglesia, al Romano Pontífice y a las almas, debes estar dispuesto a renunciar a todo lo que sobre; a quedarte sin esa manta, que es abrigo en las noches crudas; sin esos recuerdos amados de la familia; sin el refrigerio del agua. Lección de fe, lección de amor. Porque hay que amar a Cristo así. 3. El Señor y la luz a) El Señor Dios es luz Salmo 27, 1: Yahveh es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer? Yahveh, el refugio de mi vida, ¿por quién he de temblar? Isaías 10, 17: La luz de Israel vendrá a ser fuego, y su Santo, llama; arderá y devorará su espino y su zarza en un solo día. Isaías 60,1: ¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz, y la gloria de Yahveh sobre ti ha amanecido! Isaías 60, 19: No será para ti ya nunca más el sol luz del día, ni el esplandor de la luna te alumbrará de noche, sino que tendrás a Yahveh por luz eterna, y a tu Dios por tu hermosura. Miqueas 7,8: No te alegres de mí, enemiga mía, porque si caigo, me levantaré, y si estoy postrada en tinieblas, Yahveh es mi luz. 1 Timoteo 6,16: el único que posee Inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver. A él el honor y el poder por siempre. Amén. Santiago 1,17; toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de rotación. 1 Juan 1,5: Y este es el mensaje que hemos oído de él y que os anunciamos: Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna. b) Jesús es luz Mateo 17,2: Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Lucas 1,76-79: 76 Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos 77 y dar a su pueblo conocimiento de salvación por el perdón de sus pecados, 78 por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura, 79 a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz.» Juan 3, 19-21: 19 Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. 20 Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. 21 Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.» Juan 8,12: Jesús les habló otra vez diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.» Juan 12, 46: Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. 1 5 Juan 2,8: Y sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo - lo cual es verdadero en él y en vosotros - pues las tinieblas pasan y la luz verdadera brilla ya. c) Jesús da la luz Juan 12, 35: Jesús les dijo: «Todavía, por un poco de tiempo, está la luz entre vosotros. Caminad mientras tenéis la luz, para que no os sorprendan las tinieblas; el que camina en tinieblas, no sabe a dónde va. Hechos 26,23: que el Cristo había de padecer y que, después de resucitar el primero de entre los muertos, anunciaría la luz al pueblo y a los gentiles. Efesios 5,8: Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; 4. Padres de la Iglesia: San Agustín Amad a Cristo; desead la luz que es Cristo: San Agustín, Sermón 349, 5-6 o ¿Cómo gritaba el ciego? Hasta el punto de no callar, aunque se lo ordenaba la muchedumbre. Amad a Dios, puesto que nada encontraréis mejor que él. Amáis la plata porque es mejor que el hierro y el bronce; amáis el oro más todavía, porque es mejor que la plata; amáis aún más las piedras preciosas, porque superan incluso el precio del oro; amáis, por último esta luz que teme perder todo hombre que teme la muerte; amáis, repito, esta luz igual que la deseaba con gran amor quien gritaba detrás de Jesús: Ten compasión de mí, hijo de David. Gritaba el ciego cuando pasaba Jesús. Temía que pasara y no lo curara. ¿Cómo gritaba? Hasta el punto de no callar, aunque se lo ordenaba la muchedumbre. Venció, oponiéndose a ella, y obtuvo al Salvador. Al vocear la muchedumbre y prohibirle gritar, se paró Jesús, lo llamó y le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Señor -le dijo- que vea. Mira, tu fe te ha salvado (Lc 18,38-42). o Gritemos ante él no con la voz sino con las costumbres Amad a Cristo, desead la luz que es Cristo. Si aquél deseó la luz corporal, ¡cuánto más debéis desear vosotros la del corazón! Gritemos ante él, no con la voz, sino con las costumbres. Vivamos santamente, despreciemos el mundo; consideremos como nulo todo lo que pasa. Si vivimos así nos reprenderán, como si lo hicieran por amor nuestro, los hombres mundanos, amantes de la tierra, saboreadores del polvo, que nada traen del cielo, que no tienen más aliento vital que el que respiran por la nariz, sin otro en el corazón. Sin duda, cuando nos vean despreciar estas cosas humanas y terrenas, nos han de recriminar y decir: «¿Por qué sufres? ¿Te has vuelto loco?». Es la muchedumbre que trata de impedir que el ciego grite. Y hasta son cristianos algunos de los que impiden vivir cristianamente; en efecto, también aquella turba caminaba al lado de Cristo y ponía obstáculos al hombre que vociferaba junto a Cristo y deseaba su luz como regalo del mismo Cristo. Hay cristianos así; pero venzámoslos, vivamos santamente; sea nuestra vida nuestro grito a Cristo. Él se parará, puesto que ya está parado. o El paso de Cristo ha de mantenernos atentos para gritar. También aquí se encierra un gran misterio. Pasaba él cuando el ciego gritaba; para sanarlo se paró. El pasar de Cristo ha de mantenernos atentos para gritar. ¿Cuál es el pasar de Cristo? Todo lo que sufrió por nosotros es su pasar. Nació: pasó; ¿acaso nace todavía? Creció: pasó; ¿acaso crece todavía? Tomó el pecho: ¿acaso lo toma todavía? Cansado se durmió, ¿acaso duerme todavía? Comió y bebió: ¿lo hace todavía? Finalmente fue apresado, encadenado, azotado, coronado de espinas, abofeteado, cubierto de esputos, colgado del madero, muerto, herido con la lanza y, sepultado, resucitó: todavía pasa. Subió al cielo, está sentado a la derecha del Padre: se paró. Grita cuanto puedas, que ahora te otorga la visión. En efecto, cuando era la Palabra junto a Dios estaba parado ciertamente, porque no sufría mutación alguna. Y la Palabra era Dios y la Palabra se hizo carne (Jn 1,1.14). La Palabra hizo muchas cosas al pasar y también las sufrió, mas la Palabra se mantuvo parada. La misma Palabra es la que ilumina el corazón, puesto que la carne que recibió recibe su honor de la Palabra. Elimina la Palabra, ¿qué es su carne? Lo mismo que la tuya. Para que la carne de Cristo fuese honrada, la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Gritemos, pues, y vivamos santamente. Todo nuestro esfuerzo ha de tender a sanar el ojo del corazón con el que ver a Dios: San Agustín, Sermón 88, 5-6 6 o Hemos de aspirar a sanar el ojo del corazón, es decir, a un cambio de vida: es la finalidad de la celebración de los sacramentos, de la predicación de la palabra de Dios, etc. Todo nuestro esfuerzo, hermanos, en esta vida ha de consistir en sanar el ojo del corazón con que ver a Dios. Con esta finalidad se celebran los sacrosantos misterios; con esta finalidad se predica la palabra de Dios; a esto van dirigidas las exhortaciones morales de la Iglesia, es decir, las que miran a corregir las costumbres, a enmendar las apetencias de la carne, a renunciar a este mundo, no sólo de palabra, sino también con un cambio de vida; a esta finalidad va encaminado todo el actuar de las Escrituras divinas y santas, para que se purifique nuestro interior de lo que impide la contemplación de Dios. Este ojo ha sido hecho para ver esta luz temporal y, aunque celeste, corporal y visible no sólo al hombre, sino también a los animales más viles -para eso fue, hecho: para ver esta luz- , sin embargo, si le cayera o le fuese arrojado algo que le estorbe, se aparta de la luz, y aunque ella lo invada con su presencia, él se retira y se hace ausente. No sólo se hace ausente con su perturbación a la luz presente, sino que hasta le resulta penosa la luz misma, para ver la cual ha sido hecho. De idéntica manera, el ojo del corazón perturbado y dañado se aparta de la luz de la justicia y ni se atreve ni es capaz de contemplarla. o Perturban el ojo del corazón la codicia, la avaricia, la iniquidad, la concupiscencia del mundo. ¿Qué es lo que perturba al ojo del corazón? La codicia, la avaricia, la iniquidad, la concupiscencia del mundo es lo que turba, cierra y ciega el ojo del corazón. ¡Y como se busca el médico cuando el ojo de la carne está dañado; cómo no se difiere el abrir y purgar, para que sane lo que hace que veamos esta luz! Se corre, nadie descansa, nadie se retarda, aunque solo una pajita caiga en el ojo. Sin duda, fue Dios quien hizo el sol que queremos ver cuando los ojos están sanos. Ciertamente es mucho más brillante quien lo hizo, pero no es siquiera de este género de luz que corresponde al ojo de la mente. Aquella luz es la Sabiduría eterna. Dios te hizo a ti, oh hombre, a su imagen. Dándote con qué ver el sol que él hizo, ¿no te iba a dar con qué ver a quien te hizo, habiéndote hecho a su imagen? También te dio esto; te dio lo uno y lo otro. Porque si mucho es lo que amas estos ojos exteriores, mucho también lo que descuidas aquel interior; lo llevas cansado y herido. Si quien te fabricó quisiera mostrársete, te causaría dolor; es un tormento para tu ojo, antes de ser sanado y curado. Pues hasta en el paraíso pecó Adán y se escondió de la presencia de Dios. Mientras tenía el corazón sano por la pureza de conciencia, se gozaba en la presencia de Dios; después que, por el pecado, su ojo quedó dañado, comenzó a temer la luz divina, se refugió en las tinieblas y en la densidad del bosque, huyendo de la verdad y ansiando la oscuridad. www.parroquiasantamonica.com

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