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(Su Santidad el Papa Francisco) |
6 de Marzo del 2015
A los obispos de la CERNA (Conferencia Episcopal de la Región Norte de África) en visita «al limina»
A los obispos de la CERNA (Conferencia Episcopal de la Región Norte de África) en visita «al limina»
Queridos
hermanos en el episcopado:
Os
acojo con alegría durante estos días en que realizáis vuestra
visita ad limina. Deseo que la peregrinación a la tumba de los
Apóstoles fortalezca vuestra fe y consolide vuestra esperanza, para
que prosigáis el ministerio que se os ha confiado en cada uno de
vuestros países. Doy las gracias a Mons. Vincent Landel, arzobispo
de Rabat y presidente de vuestra Conferencia, que en nombre de todos
vosotros ha expresado sentimientos de comunión con el Sucesor de
Pedro. A través de vosotros, me uno a los fieles de vuestras
diócesis del norte de África. Llevadles el afecto del Papa y la
certeza de que permanece cercano a ellos y los alienta mientras dan
generoso testimonio del Evangelio de paz y amor de Jesús. Mi saludo
cordial también se dirige a todos los habitantes de vuestros países,
en particular a las personas que sufren.
Desde
hace algunos años, vuestra región experimenta desarrollos
significativos que han permitido esperar ver realizadas ciertas
aspiraciones a una mayor libertad y a la dignidad, y favorecer una
libertad de conciencia más amplia. Pero a veces este desarrollo ha
llevado a explosiones de violencia. En particular quiero rendir
homenaje a la valentía, a la fidelidad y a la perseverancia de los
obispos en Libia, así como de los sacerdotes, las personas
consagradas y los laicos que permanecen en el país a pesar de los
numerosos peligros. Son auténticos testigos del Evangelio. Les doy
las gracias de corazón, y os aliento a todos a proseguir vuestros
esfuerzos para contribuir a la paz y a la reconciliación en toda
vuestra región.
Vuestra
Conferencia episcopal, que reúne regularmente a los pastores de
Marruecos, Argelia, Túnez y Libia, es un importante lugar de
intercambio y diálogo, pero también ha de ser un instrumento de
comunión que permita profundizar relaciones fraternas y confiadas
entre vosotros. Vuestra peregrinación a Roma es una feliz ocasión
para renovar vuestro compromiso común al servicio de la misión de
la Iglesia en cada uno de vuestros países. Realizáis esta misión
con los sacerdotes, vuestros colaboradores directos, que a veces, al
ser originarios de numerosos países, tienen dificultades para
adaptarse a situaciones muy nuevas para ellos. Por lo tanto, es
particularmente necesario que estéis cerca de cada uno de ellos y
atentos a su formación permanente, para que puedan vivir su
ministerio plena y serenamente. A cada uno de ellos les dirijo mi más
cordial saludo, y les aseguro a todos mi oración.
Las
religiosas y los religiosos también tienen un papel importante en la
vida y en la misión de nuestras Iglesias. Les agradezco el
testimonio de vida fraterna y el compromiso tan generoso al servicio
de sus propios hermanos y hermanas. En este Año de la vida
consagrada, los invito a tomar renovada conciencia de la importancia
de la contemplación en su vida y hacer resplandecer de este modo la
belleza y la santidad de su vocación.
En
el centro de vuestra misión y en la fuent4e de vuestra esperanza
están, ante todo, el encuentro personal con Jesucristo y la certeza
de que Él actúa en el mundo al que habéis sido enviados en su
nombre. Así pues, la vitalidad evangélica de vuestras diócesis
depende de la calidad de la vida espiritual y sacramental de cada
uno. La historia de vuestra región se ha caracterizado por numerosas
figuras de santidad, desde Cipriano y Agustín, patrimonio espiritual
de toda la Iglesia, hasta el beato Carlos de Foucauld, de quien el
próximo año celebraremos el centenario de su muerte; y, más
cercanos a nosotros, por los religiosos y religiosas que entregaron
todo a Dios y a sus hermanos, hasta el sacrificio de su vida. Os
corresponde a vosotros desarrollar esta herencia espiritual, ante
todo entre vuestros fieles, pero también abriéndola a todos.
Además, me alegra saber que durante estos últimos años ha sido
posible restaurar diversos santuarios cristianos en Argelia.
Acogiendo a cada uno tal como es, con benevolencia y sin
proselitismo, vuestras comunidades muestran que quieren ser una
Iglesia de puertas abiertas, siempre «en salida» (Evangelii
Gaudium, 46-47).
En
las situaciones a veces difíciles que vive vuestra región, vuestro
ministerio de pastores experimenta muchas alegrías. Así, la acogida
de nuevos discípulos que se unen a vosotros, tras descubrir el amor
de Dios manifestado en Jesús, es un hermoso signo que da el Señor.
Al compartir con sus compatriotas la preocupación por la edificación
de una sociedad cada vez más fraterna y abierta, muestran que todos
son hijos de un mismo Padre. Los saludo de modo particular y les
aseguro mi afecto, deseando que ocupen plenamente su lugar en la vida
de vuestras diócesis.
También
la universalidad es una característica de vuestras Iglesias, cuyos
fieles provienen de numerosas naciones para formar comunidades muy
vivas. Los invito a manifestar en su rostro la alegría del
Evangelio, la alegría de haber encontrado a Cristo, que los hace
vivir. También para vosotros es una ocasión para maravillaros ante
la obra de Dios, que se difunde entre todos los pueblos y en todas
las culturas. Quiero expresar mi aliento a los numerosos jóvenes
estudiantes provenientes del África subsahariana, que forman una
parte importante de vuestras comunidades. Manteniéndose firmes en la
fe, serán capaces de establecer con todos vínculos de amistad,
confianza y respeto, y así contribuirán a la edificación de un
mundo más fraterno.
El
diálogo interreligioso es una parte importante de la vida de
vuestras Iglesias. También en este ámbito, la fantasía de la
caridad abre innumerables caminos para llevar el soplo evangélico a
las culturas y a los ámbitos sociales más diversos (cfr. Carta
apostólica a todos los consagrados, con ocasión del Año de la vida
consagrada, 28 de noviembre de 2014). Sabéis hasta qué punto
el escaso conocimiento recíproco es motivo de tantas incomprensiones
y, a veces, incluso de enfrentamientos. Sin embargo, como escribió
Benedicto XVI en la exhortación apostólica Africae munus, «si
todos nosotros, creyentes en Dios, deseamos servir a la
reconciliación, la justicia y la paz, hemos de trabajar juntos para
impedir toda forma de discriminación, intolerancia y fundamentalismo
confesional» (n. 94). El antídoto más eficaz contra toda forma de
violencia es la educación en el descubrimiento y en la aceptación
de la diferencia como riqueza y fecundidad. Además, es indispensable
que en vuestras diócesis sacerdotes, religiosas y laicos se formen
en este ámbito. Al respecto, me alegra observar que el Pontificio
Instituto de Estudios Árabes e Islámicos (PISAI), que celebra este
año su quincuagésimo aniversario, nació en vuestra región, en
Túnez. Apoyar y utilizar este Instituto tan necesario para
impregnarse de la lengua y de la cultura, permitirá profundizar un
diálogo en la verdad y en el amor entre cristianos y musulmanes.
También vivís día a día el diálogo con los cristianos de
diferentes confesiones. Que el Instituto Ecuménico Al Mowafaqa,
fundado en Marruecos para promover el diálogo ecuménico e
interreligioso en el contexto que le es propio, contribuya a su vez a
un mejor conocimiento recíproco.
Iglesia
del encuentro y del diálogo, también queréis estar al servicio de
todos, sin distinción. Con medios a menudo humildes, manifestáis la
caridad de Cristo y de la Iglesia entre los más pobres, los
enfermos, las personas ancianas, las mujeres necesitadas y los
detenidos. Os agradezco de corazón el papel que desempeñáis cuando
acudís en ayuda de los numerosos inmigrantes originarios de África
que buscan en vuestros países un lugar de paso o de acogida.
Reconociendo su dignidad humana y esforzándoos por despertar las
conciencias ante tantos dramas humanos, mostráis el amor que Dios
siente por cada uno de ellos.
Queridos
hermanos en el episcopado: Por último, quiero aseguraros el apoyo de
toda la Iglesia a vuestra misión. Estáis «en las periferias», con
el servicio especial de manifestar la presencia de Cristo en su
Iglesia en esta región. Vuestro testimonio de vida, con sencillez y
pobreza, es un signo importante para toda la Iglesia. Estad seguros
de que el Sucesor de Pedro os acompaña en vuestro duro camino y os
alienta a ser siempre hombres de esperanza.
Os
encomiendo a la protección de Nuestra Señora de África, que vela
sobre todo el continente, y a la intercesión de San Agustín, del
beato Carlos de Foucauld y de todos los Santos de África. De todo
corazón os imparto una afectuosa bendición apostólica a vosotros y
a todos vuestros diocesanos.
(L’Osservatore
Romano. Edición semanal en lengua española, Año XLVII, número 10
-6 de marzo de 2015-, p. 3).
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