12 de Abril del 2015
¡Señor
mío y Dios mío!:
La
noche de Pascua trajo el evangelio más sorprendente: “No tengáis
miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está
aquí. Ha resucitado”. Antes de que el incienso subiese a lo alto
de nuestras iglesias, la oración de la fe subía agradecida a lo
alto del cielo, a lo más íntimo de nosotros mismos, a la morada
santa del Dios de nuestra salvación. Antes de que la luz inundase de
claridad nuestra asamblea, el alma se iluminó de esperanza, de
alegría y de paz. Antes de que el Resucitado nos recibiera en
comunión sacramental, nuestra fe lo había recibido en comunión
espiritual, y sabíamos que, por la fe, era nuestro lo que
admirábamos en él, pues nuestra era la humanidad en él resucitada,
nuestra su gloria, nuestra su vida.
Ahora
aprendemos a discernir su presencia en medio de nosotros. Otro le
dará voz, pero hoy será él quien te hable, será él quien te
abrace con su paz, será él quien te regale con su Espíritu, será
él quien pronuncie contigo tu acción de gracias, será él quien
resucitado se te entregue en el pan de la bendición, será él el
corazón de la palabra que proclames, será él la verdad de los
ritos que celebres, será él el corazón y la verdad de tu
confesión: “¡Señor mío y Dios mío!”.
Cristo
ha resucitado, y hoy nos encontramos con él en nuestra Eucaristía.
Feliz
domingo. Feliz Pascua de resurrección.
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