3 de Mayo del 2015
Soñé
que me quedaba en ti
Soñé
que me quedaba en ti, mi Señor resucitado, como el sarmiento en la
vid, como el amado en quien lo ama. Soñé que moraba en ti, que era
bautizado en tu muerte, que me ungía tu Espíritu, y que contigo
entraba resucitado en la vida de Dios. Soñé que en ti me perdía,
hijo en el Hijo, y que allí me alcanzaba y me poseía el amor con
que tú eres amado. Soñé que para mí no quería otro sueño, otra
dicha, otra recompensa, otro cielo que no fueses tú.
Y
tú, viniendo a mí, has hecho realidad lo que habías hecho deseo
dentro de mí, pues yo permanezco en ti cuando guardo en mí tu
palabra, cuando recibo el admirable sacramento de tu cuerpo y de tu
sangre, cuando me visitas en los pobres que tu misericordia me ha
permitido asistir.
Abre
tus ojos, Iglesia de Cristo, y reconoce en medio de ti la presencia
de tu Señor. El lector la recordará proclamando: ¡Palabra de Dios!
El que preside la evocará mientras te dice: ¡Cuerpo de Cristo! Y el
Espíritu de Jesús te alertará cuando se cruce contigo tu hermano
necesitado.
No
te sorprendas si a tu Señor lo encuentras pobre, magullado y roto,
abandonado en el camino, echado al borde de una esperanza; no te
sorprendas si lo ves emigrante, en las cunetas de la vida, que
mendiga unas migajas de justicia y de pan, un puñado de arroz y de
futuro; no te sorprendas si lo ves niño dormido en tus brazos: tú
serás para él un lugar de ternura compasiva, y él será para ti el
lugar de la salvación.
Tu
palabra, Señor, y tu cuerpo, la eucaristía y los pobres, hacen
realidad en tu Iglesia el cielo que le has concedido soñar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.