¿Buscas
a Dios? Búscalo en sus pobres
Los
responsables del templo piden a Jesús credenciales de la autoridad
con que ha expulsado del recinto sagrado a los vendedores:
“¿Qué
signos nos muestras para obrar así?”
Piden
una prueba de credibilidad, y Jesús se la da:
“Destruid
este templo, y en tres días lo levantaré”.
¿Quién
entiende a Jesús? Si habla de nacer de nuevo, imaginamos imposibles
retornos al vientre materno; si nos ofrece su agua, entendemos que ya
no habrá que volver con el cántaro a la fuente; si multiplica su
pan, soñamos que se ha eliminado el gasto en la panadería; y si
habla de “destruir y levantar” templos, pensamos como obreros de
la construcción, y le replicamos que él no puede entregar en el
plazo señalado la obra que se ha comprometido a hacer.
“Destruid
este templo”, dice Jesús.
No
se trata de un farol, de un juego, de una apuesta, de una bravata, o
de una salida ingeniosa para una situación difícil. Son palabras
que describen algo que a la vista de todos se estaba haciendo:
“destruir el templo”; y declaran lo que Jesús hará, si aquel
proceso de destrucción no se detiene: “levantarlo”.
El
templo, que Jesús llama “la casa de mi Padre”, se destruye
cuando alguien lo convierte en “casa de emporio”, cuando se
cambia Padre por mercado.
Pero
las palabras de Jesús sobre la destrucción remiten sobre todo al
templo que es “su cuerpo”, al sacramento de la presencia real de
Dios que es Jesús mismo, al proceso de destrucción que desembocará
en su cruz y en su muerte. Jesús dice a quienes lo interrogan y le
piden signos: «Continuad vuestra obra de demolición, y cuando la
hayáis consumado, yo levantaré lo demolido».
A
quienes no tenemos la pretensión de pedir signos, la fe nos abre el
camino para entender los signos que la gracia de Dios nos regala,
también éste del templo destruido y levantado, es decir, de Cristo
crucificado y resucitado.
Los
creyentes no vamos buscando milagros para creer, sino crucificados a
quienes amar, pobres a quienes levantar. Por eso conocemos de cerca
la verdad de la destrucción y de la resurrección, de la pasión y
de la Pascua.
Iglesia
de fe humilde y confiada, si alguien te pide signos, invítalo a
acercarse a los pobres del mundo, a los explotados, a los esclavos, a
los desechados por los que saben y pueden; muéstrale a tu Cristo
destruido y amado… y levantado. Y no te canses de amar lo que
encuentras destruido, y de levantar lo que amas.
Tú,
experta de cuaresmas innumerables, pones esperanza de Pascua en el
camino de los derrotados.
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