1 de Marzo del 2015
Quién eres para Dios:
El
centro de esta celebración dominical lo ocupa, más que el hijo de
Abrahán, el Hijo de Dios.
No
olvides la relación que la palabra proclamada establece entre esos
dos hijos. Del de Abrahán, se dice: “Toma a tu hijo único, al que
quieres, a Isaac, y ofrécemelo en sacrificio”. A su vez, de Jesús,
contemplado en el misterio de su transfiguración, la voz de la
revelación declaraba: “Éste es mi Hijo amado; escuchadle”. Y el
apóstol nos recuerda lo esencial de nuestra fe: “Dios no perdonó
a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros”.
Se trata de hijos únicos, amados y, por amor, entregados.
Para
que no te escandalice lo que Dios pide a Abrahán, mira al Hijo que a
ti Dios te entrega. Verás que ese Hijo, sacrificado, no te revela la
medida de una crueldad sino un amor sin medida, no te pone delante el
horror de una inmolación sino la gracia de una obediencia, no te
deja cautivo de tu propia muerte sino heredero de su misma vida.
Con
todo, la contemplación de esa vida que se te da, de la obediencia
por la que se te da, del amor con que se te da, no hace inútil sino
necesaria la contemplación del altar sobre el que todo se te ofrece,
y una mirada afectuosa y creyente a la cruz desde donde el Hijo de
Dios, el único, el amado, te llama, te atrae y te sostiene con su
diestra.
Ahora
también tú, con preguntas que llevan implícita la respuesta,
puedes, guiado por la fe, entrar en la casa de la confianza: “Si
Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” El que
hoy te entrega su palabra para que la guardes, el que te ofrece el
Cuerpo y la Sangre de su Hijo para una comunión de vida contigo,
“¿cómo no te dará todo con él?, ¿quién acusará?, ¿quién
condenará?”
Mide,
si puedes, la grandeza de ese amor que se te revela en Cristo Jesús;
entra humilde en el misterio de lo que es Dios para ti y de lo que
eres tú para Dios. Si te ha alcanzado la luz de ese misterio, si hoy
por la fe y la comunión te envuelve y te ilumina la gloria de Cristo
resucitado, entonces sabrás, qué significa para Dios el emigrante,
el excluido, el parado, el desahuciado, ¡el hombre!, los pobres a
quienes, ciego de amor, Dios ve y bendice como hijos en su único
Hijo.
Es
hora de que la comunión eucarística se nos vuelva pasión por los
pobres, deuda con los amados de Dios, compromiso con el cuerpo de
Cristo. Si alguien, después de comulgar, aún ve razonable que se
refuerce con cuchillas una frontera, o pide que se despliegue contra
los pobres la milicia creada para mantener la paz en un territorio,
ése no habrá comulgado con Cristo sino con piedras de molino, y en
el día de la verdad será contado entre los malditos por haber
ignorado la necesidad del Hijo de Dios, del único, del amado.
Feliz
domingo de la transfiguración.
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