15 de Noviembre del 2015
“Protégeme,
Dios mío, que me refugio en ti”:
Las
de la profecía de Daniel son palabras para “tiempos difíciles,
como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora”. Las del
evangelio lo son para los días que vendrán “después de la gran
angustia”, días de regreso de la tierra al caos primordial, cuando
sol y luna no la iluminaban y los astros no ocupaban sus órbitas en
el cielo.
Pero
profecía y evangelio parecen remitir a tiempos que, por misteriosos
y lejanos, difícilmente percibiremos en la comunidad eclesial como
angustiosos y como nuestros.
De
ahí la necesidad de escuchar una y otro desde el dolor de las
víctimas, desde el caos en el que todas ellas deambulan, como si sus
vidas y su mundo no formasen ya parte de la creación de Dios.
Desde
el abismo, Jesús de Nazaret se preguntaba: “Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?”. Desde lo hondo de su desesperanza,
el emigrante se preguntaba y me preguntaba “si Dios había creado
también a los negros”. Desde lo hondo, la víctima no dudaba de
que Dios había creado a los negreros, a los explotadores, a los
violentos, a los violadores, y se preguntaba si Dios lo habría
creado también a él.
Necesitamos
escuchar profecía y evangelio desde el no mundo de los pobres, desde
la noche de los crucificados, desde el árbol seco de los malditos,
desde la angustia de los excluidos de la paz, desde el temblor de
hombres, mujeres y niños entregados a la intemperie de una tierra
informe y vacía.
Sólo
quienes todo lo han perdido, Jesús de Nazaret el primero, y
con él todos los excluidos de la creación y devueltos al caos ,
sólo ellos pueden reconocer en Dios su todo, y poner en su Creador
toda esperanza de ser.
En
comunión con Cristo y con las víctimas, también nosotros
aprendemos a decir las palabras del salmo: “Protégeme, Dios
mío, que me refugio en ti”.
Y
en esa admirable comunión tu corazón sabrá que “el Señor es el
lote de tu heredad”, todo tu ser sabrá que tu suerte está en la
mano de tu Señor. “Por eso se te alegra el corazón, se
gozan tus entrañas, y todo tu ser descansa sereno”.
Hoy,
en Cristo, Dios te sacia de alegría.
P.
S.: Eso había escrito antes de que la violencia llenase de horror
las calles de París. Ahora nuestra comunión se ha hecho más
dolorosa, pero no menos esperanzada; el calvario se nos ha llenado de
sangre, la muerte parece prevalecer sobre la vida, pero tú sabes,
Iglesia amada del Señor, que la victoria es del Crucificado, que la
última palabra la tienen las víctimas, la tiene siempre el amor.
Hoy, en Cristo, Dios te muestra el camino que lleva al futuro.
¡Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra!
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