24 de Enero del 2016
Vengo
con mi canto y con mi llanto:
Escucha
el canto del Salmista:
“La
ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del
Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandados del Señor
son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y
da luz a los ojos”.
Tu
salmo –es tuyo y es de la comunidad con la que salmodias- es un
canto de amor a la palabra del Señor, a la humilde mensajera de su
voluntad, al testigo sonoro de que él está cerca de sus fieles. Tu
salmo es un canto de amor a la palabra que te revela quién es tu
Dios, qué ha hecho por ti, y revela al mismo tiempo quién eres tú
para tu Dios, qué espera de ti el que te ama, de quién es tu
corazón, a quién has dado tu vida.
Aquel
día, “cuando el sacerdote Esdras trajo el libro de la ley ante la
asamblea, al escuchar las palabras de la ley, el pueblo entero
lloraba”.
Si
el canto del salmista nace del asombro de la fe ante la grandeza de
las obras de Dios y de su amor, el llanto lo acompaña
necesariamente, pues nace del asombro ante la insensatez de la
infidelidad, del olvido de Dios, de la sordera para escuchar la
palabra que salva.
Me
pregunto por mi llanto y por mi canto. Ahora, cuando en la
historia ha irrumpido la plenitud de los tiempos, me pregunto por la
palabra del libro sagrado, y sobre todo me pregunto por Cristo Jesús,
profecía hecha evangelio, palabra cumplida, Palabra de Dios hecha
carne. ¿Dónde está mi canto por este don de Dios, que significa un
amor sin medida? ¿Dónde está mi llanto por el amor que no he dado,
por el Amor que no es amado?
¿Dónde
está el canto de este ciego visitado por la luz?, ¿dónde el de
este oprimido alcanzado por la libertad?, ¿dónde el del pecador
justificado por la gracia?, ¿dónde el llanto de este pecador que no
volvió para agradecer la justificación, la libertad y la luz?,
¿dónde el llanto de quien se olvidó del Mesías Jesús, que es
nuestra justificación, nuestra libertad, nuestra luz?
Si
esperas la palabra, esperas a Cristo. Si esperas en la palabra,
esperas en Cristo. Si guardas la palabra en el corazón, allí
llevarás guardado a Cristo. Si la escuchas, obedecerás a Cristo. Si
la meditas, te hablará de Cristo. Si la predicas, anunciarás a
Cristo. si la amas, amarás a Cristo, y nunca faltará en tu vida el
canto por lo que recibes y el llanto por lo que quieres dar, y no
sabes o no puedes.
Para
nuestro asombro, el apóstol desvela otro misterio: “Vosotros sois
el cuerpo de Cristo ,y cada uno es un miembro”.
Si
somos el cuerpo de Cristo, llevando a Cristo en el corazón,
guardando allí su palabra, nos amamos de verdad a nosotros mismos.
Si
somos el cuerpo de Cristo, también somos hijos en Cristo, amados en
Cristo, ungidos en Cristo, enviados por su Espíritu a anunciar el
evangelio a los pobres.
Si
somos el cuerpo de Cristo, somos en esta hora del mundo la voz con
que él habla, el corazón con que él ama, las manos con que él
trabaja, cura, acaricia y bendice.
Si
somos el cuerpo de Cristo, no faltará el canto por lo que somos, no
faltará el llanto por lo que no llegamos a ser.
Feliz
domingo, Iglesia amada del Señor, Iglesia cuerpo de Cristo.
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