1 de Enero del 2016
“Tú
eres mi Hijo, el amado, el predilecto”:
Aunque
es la fiesta del Bautismo del Señor, la idea más repetida en la
lectura apostólica es la de “manifestación”, “revelación”
o “epifanía”; me pregunto de qué o de quién.
Esto
es lo primero que has oído con tu comunidad de fe: “Se ha
manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los
hombres”.
Y
después se te dijo: “Se ha manifestado la bondad de Dios, nuestro
Salvador, y su amor al hombre”.
Que
no caiga en el olvido lo que has oído: Guárdalo y medítalo en el
corazón.
El
mensaje apostólico de nuestra celebración trae a la memoria el
saludo del ángel Gabriel a la virgen María: “Alégrate, llena de
gracia, el Señor está contigo”.
Para
María de Nazaret y para ti, las palabras de la salutación angélica
eran revelación de una vocación admirable, evidencia de favor del
cielo, de predilección divina; eran palabras encinta de Navidad;
aquel saludo anticipaba la alegría mesiánica, el asombroso don de
un hijo al que el cielo llamaba Jesús, porque había de ser en medio
del pueblo presencia salvadora de su Dios.
Y
con esa evocación del desbordamiento del favor de Dios sobre María
de Nazaret y sobre el mundo, vuelve a lo que hoy has guardado en el
corazón: Esas palabras son para ti, Iglesia de Cristo; son para
todos, aunque no todos las conozcan todavía; llegan del mismo cielo
de donde venían las palabras de la anunciación, y hablan de la
misma gracia, de la misma salvación, del mismo Hijo, del mismo don
del que era mensajero el ángel de Nazaret.
En
la celebración de los misterios de la Navidad, has recordado y
adorado a ese Hijo que llegó humildemente al mundo cuando nació en
Belén. Ahora lo ves llegar humildemente a tu vida en la palabra
humana con que Dios te habla, en el pan de la tierra con que el
cielo te alimenta, en los pobres que el Padre del cielo te ofrece
como el más precioso de sus tesoros. Y, llevando ya desde ahora una
vida santa, aguardas la dicha de verlo cuando, al final de los
tiempos, llegue gloriosamente para ser tu recompensa.
Lo
puedes decir así: En aquel tiempo, en Jesús de Nazaret, se
manifestó la gracia de Dios, su bondad y su amor al hombre. Hoy, ese
amor, esa bondad, esa gracia, se nos manifiestan en la Eucaristía
que celebramos. En ella, comulgando la palabra y el cuerpo del Señor,
entramos en el abismo del amor que nos entrega a Cristo, nos
sumergimos en la bondad de Dios que Cristo encarna, acogemos la
gracia que es Cristo para los hambrientos de salvación.
Hoy,
en comunión con Cristo, descubrirás asombrada que también de ti se
dice: “Tú eres mi hijo, el amado, el predilecto”.
Feliz
comunión con Cristo.
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