6 de Diciembre del 2015
¡Ven,
Paz en la justicia! ¡Ven, Señor Jesús!
El
saludo que aprendí del bienaventurado Francisco de Asís y que suele
encabezar las cartas que os escribo, es reconocimiento agradecido de
que la Paz y el Bien son dones de Dios, y, al mismo tiempo,
es confesión humilde de que todos y siempre, para acoger esos
dones, necesitamos que la fe les abra las puertas de nuestra casa.
Pronunciado
aquí, el acostumbrado saludo se nos vuelve clamor de súplica, pues
hambre, fronteras y fundamentalismos, injusticia y violencia, parecen
haber apartado paz y bien de nuestras ciudades, de nuestras casas, de
nuestros corazones.
A
vosotros, amados de Dios, que preparáis esperanzados la venida de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a vosotros que, por la fe,
habéis recibido al Príncipe de la paz y habéis nacido de Dios, a
vosotros que conocéis de cerca la violencia de innumerables
injusticias y la injusticia de intolerables violencias, a vosotros os
digo: llevad a todos la paz y el bien que habéis recibido, dones que
anticipan en la tierra la alegría del cielo.
“Paz
en la justicia”:
Escuchad,
hijos, escuchad y guardad en el corazón las palabras del profeta:
“Dios te dará un nombre para siempre: «Paz en la justicia»”.
Esa
promesa, que se pronunció un día en medio de un pueblo sobrado de
lutos y escaso de esperanza, se proclama hoy en medio de ti, Iglesia
de Cristo, llamada a ser en esta hora del mundo un recinto de verdad
y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos
encuentren en ti un motivo de esperanza.
Si
el nombre que se te da es el de «Paz en la justicia», si eso es lo
que el Espíritu de Dios con su santa operación ha hecho de ti, si
ése es tu ser, ésa ha de ser también tu tarea, ésa es tu
vocación, ésa tu misión.
Tú
sabes que la profecía se ha hecho evangelio, que la promesa se ha
cumplido ya, y que el nombre de «Paz en la justicia» le corresponde
en plenitud a Cristo Jesús nuestro Señor y Salvador. Con él
entró en la tierra la paz, el bien, la reconciliación, la
justificación; con él, paz y bien, reconciliación y justificación,
alegría y gloria, han puesto su tienda entre nosotros: ¡Él es
nuestra paz! ¡Él es nuestra justicia! ¡Él es nuestra «Paz en la
justicia»!
Tú
sabes, Iglesia de Cristo, que eres en el mundo presencia real de tu
Señor, del Hijo más amado, del que está a la derecha de Dios en el
cielo, pues él ha querido ser tu cabeza, y que tú fueses su
cuerpo.
Recuerda
lo que eres, de modo que jamás olvides lo que has de hacer. Si eres
el cuerpo del Señor, tu vida es inseparable de la suya: tus palabras
han de nacer de su evangelio, tus sentimientos han de ser los mismos
que él ha tenido, tus acciones, como las suyas, han de manifestar a
los pobres la llegada del reino de Dios.
Así,
asombrada y agradecida, el nombre de «Paz en la justicia» lo dirás
hoy de Cristo tu Señor; y, esperanzada y dichosa., entenderás
que se dice también de ti misma.
La
paz que tú eres no es la que impone el poder de los tiranos, no es
la que buscan los ejércitos con la victoria, no es la que finge
quien banquetea cada día a la vista de los pobres, no es la que se
augura el necio que almacenó trigo y bienes y que se dijo a sí
mismo: descansa, come, bebe, banquetea alegremente.
La
paz que tú eres está hecha de luz para los ciegos, de libertad para
los oprimidos, de perdón para los que te ofenden; tu paz está hecha
de consuelo para los que lloran, de alegría para los tristes, de
compasión para los que sufren; tu paz está hecha de pan y de agua,
de vestido y de cariño, de humildad y de servicio; tu paz está
hecha de tu vida, fluye de tu corazón, se derrama por tus manos,
llega a todo lo que tocas, llega a todos los que Dios ama… Tu paz
es la de quienes imitan en su vida el amor que Dios es, el amor con
que Dios nos ama.
Ven,
Señor Jesús:
Hoy,
Iglesia de Cristo, comulgarás con tu Señor, con la verdadera «Paz
en la justicia», y en la intimidad de ese encuentro, te verás
agraciada, transformada en aquel a quien recibes, y llamada a la
vocación altísima de continuar en el mundo su misión de
evangelizar a los pobres.
Pero
al mismo tiempo, verás apenada que en ti el nombre está lejos de
haber alcanzado su plenitud de verdad, verás que es mucho el camino
que todavía has de recorrer para ser de Cristo, para ser Cristo,
para ser «Paz en la justicia».
Ves
también que son innumerables los pobres a quienes la injusticia ha
robado el tesoro de la paz y ha revestido de luto y aflicción; ves
que el pecado ensangrienta esta tierra que Dios ha querido que fuese
una tierra de paz en la justicia; ves que la violencia de los
poderosos se obstina en negar la promesa de Dios en la profecía y su
cumplimiento en el evangelio
Por
eso clamas por el que tú amas, por aquel de quien todos
necesitan : «Ven, Señor Jesús»; y suplicas por la misión que has
de cumplir: “Venga a nosotros tu reino”. Por eso vives en
adviento, esperas siempre aunque tu fe haya conocido ya el nacimiento
de tu Salvador, y clamas por lo que esperas, agradeciendo siempre lo
que ya has recibido.
Con
los pobres, dices: : Ven, Paz en la justicia.
El
Espíritu y la esposa dicen: “Ven, Señor Jesús”.
Tánger,
2 de diciembre de 2015.
+
Fr. Santiago Agrelo
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.