21 de Febrero del 2016
¡Tuyos,
Padre, para siempre!
Lo
dice el cántico que precede al evangelio: “En el esplendor de la
nube se oyó la voz del Padre: «Este es mi Hijo, el amado;
escuchadlo»”.
Lo
oiremos de nuevo en el evangelio: “Una voz desde la nube decía:
_«Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle»”.
Y
volverás a oírlo en palabras que la Iglesia hace resonar en el
corazón de los fieles cuando se acercan a la comunión: “Este es
mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”.
Hoy
esa revelación ya no es para Pedro, Juan y Santiago; esa voz es
ahora para ti, para la comunidad de discípulos que el Señor ha
llevado consigo a la montaña del encuentro, de la fidelidad, del
abrazo, de la alianza nueva y eterna entre Dios y el hombre.
“Este
es mi Hijo”, dice la voz. Y tú, a ese Hijo, lo reconoces
“presente en su Iglesia”: en la comunidad que es su cuerpo; en la
Escritura Santa que es su palabra; bajo las especies eucarísticas en
las que él se te ofrece; en la necesidad de los pobres con la que él
llama a tu puerta.
Como
si nuestras palabras, todas ellas, no bastasen para decir lo que
necesitamos decir acerca de ese Hijo, la liturgia las
multiplica, y le llama “el amado, el escogido, el predilecto”. Y
tú, que reconoces el vínculo de amor inefable que une al Padre con
Jesús y el que une a Jesús con su Iglesia, intuyes que esa
predilección que “la voz” manifiesta por el Hijo, es
predilección de Dios por los pobres y por la comunidad de los
fieles, es amor que se nos entrega en el pan de la palabra y en el
pan de la eucaristía.
“Escuchadle”:
Escuchad esa palabra amada en la que Dios ha encerrado todo lo que
podía decirnos, todo lo que tenía para ofrecernos. Escuchad
esa palabra que ha dejado a Dios sin palabras. En Jesús, Dios te ha
dicho todo sobre el amor, sobre la justicia, sobre la gracia, sobre
la alegría y la paz.
Ahora,
hermano mío, hermana mía, porque reconoces al Mesías Jesús como
cabeza de la Iglesia, porque te reconoces miembro de su cuerpo,
porque la fe te revela la gracia de tu misteriosa comunión con el
amado, con el escogido, con el predilecto, dile al Padre del cielo la
verdad de tu amor; dile: Éste es mi hermano, mi salvador; éste es
el que te dice, Padre, todo lo que mi corazón humano puede decir
delante de ti; éste es el que te ofrece todo lo nosotros podemos
ofrecer.
Escúchale
á él cuando hablamos nosotros. Fíjate en él cuando te
pedimos que te fijes en nosotros. Él es nuestra obediencia, nuestra
rectitud, nuestra justicia, nuestra fidelidad, la palabra de nuestra
alianza contigo. En él nos encontramos contigo. En él nos
abrazamos a ti, en él somos tuyos, Padre, para siempre.
En
Cristo, en esta eucaristía, en los pobres: ¡Tuyos, Padre, para
siempre!.
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