28 de Febrero del 2016
Convertirse
a los pobres:
En
los alrededores de Ceuta hay emigrantes. No sé cuántos son. Sé que
son seres humanos. Sé que no tienen papeles, pero tienen hambre. Sé
que no están autorizados a estar donde están, pero tienen derecho a
buscarse un futuro para sí mismos y para sus familias. Sé que las
autoridades de las naciones los consideran una amenaza, aunque la
realidad es que las autoridades son una amenaza para ellos.
El
lunes les llevamos alimentos. El martes nos llaman para informar que
las fuerzas del orden (ellos dicen “la policía”) se los han
quitado.
¿Qué
dirían ustedes de una sociedad que persiguiese a hombres, mujeres y
niños vulnerables e indefensos –a los que leyes inicuas han hecho
ilegales, irregulares, clandestinos-, los acosase como si fuesen
alimañas, los persiguiera como si fuesen criminales, los golpease
como no se permitiría hacer con los animales, y los cercase para
rendirlos por hambre? Se diría que esa sociedad se había
deshumanizado, corrompido, embrutecido, envilecido, degenerado.
Pues
lo que no hace la sociedad marroquí, acogedora y humana, se nos dice
que lo hacen agentes uniformados, miembros de fuerzas del orden del
Estado, que entran en el bosque de Beliones, no para apartar de la
frontera –de una maldita frontera que Dios no hizo ni quiso ni
quiere-, a unos emigrantes, sino para apropiarse de los pocos
alimentos que los emigrantes han recibido para subsistir.
¿Qué
nombre te das a ti mismo, tú, agente de la autoridad, si te has
llevado a tu cuartel o a tu casa lo que un hermano tuyo necesita para
vivir? ¿Te has divertido? ¿Te has escondido para que nadie te
viese? ¿Es lo que te han mandado hacer? ¿Lo has hecho por
propia iniciativa? ¿Crees que no habrás de dar cuenta al único
Dios?
Por
si lo hubieses olvidado, te recuerdo lo que dice el Señor de todos,
el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de Jesús de
Nazaret, el Dios de Mohamed: “He visto la opresión de mi pueblo,
he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus
sufrimientos. Voy a bajar a librarlos”. Te lo recuerdo por si
quieres tener piedad de ti mismo, pues si comes el pan que has
quitado a los pobres, estás comiendo tu propia condenación, estás
comiendo el bocado que mete en tu cuerpo a Satanás.
Se
lo recuerdo al soldado y al oficial que lo manda, al político que
fija las normas y a los gobiernos que las ejecutan: Dios ve al
opresor y al oprimido, y toma partido por el oprimido.
Tal
vez pienses que puedes honrar a Dios y despreciar a los pobres. Un
día comparecerás ante él y descubrirás aterrorizado que los
pobres eran tan dignos de respeto como Dios. Aquel día, el
Rey, el único Rey, el hermano de los pequeños a quienes hoy robamos
el pan, lo creáis o no, nos juzgará y nos condenará, y de nada
servirá que le llamemos “Señor”, pues sólo se recordará el
pan que le hemos dado o le hemos negado.
“Si
no os convertís, todos pereceréis lo mismo”. A nadie le
pediré que se convierta a Dios. Podéis tranquilamente no creer en
él. No se os pedirá cuenta de semejante ignorancia. Pero estamos
perdidos si no nos convertimos a los pobres. Entonces nuestra suerte
estará entre los malditos.
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