17 de Enero del 2016
Nos
vamos de bodas:
Escribo
como si el comentario fuese sólo para María.
Me
ha preguntado por algún «truco» para que “esto de ir a
misa un domingo resulte algo menos horrible y más llevadero”. Y
confiesa además que la misa “no encaja en su vida ni haciéndole
sitio, más bien interrumpe y molesta”. Pregunta y confesión hacen
de María mi particular interlocutor de esta semana.
Querida:
intentaré entrar contigo en la comunidad de fe, en vuestra
celebración, en la realidad concreta de vuestro domingo, en ese
tiempo que se supone os habéis reservado para el encuentro con
Cristo.
Ese
encuentro tiene carácter festivo y comunitario, y es al mismo tiempo
una cita de amor. Sólo una predicación obstinadamente
moralizante ha podido transformar en tiempo para hacer deberes el que
se nos ha dado para el abrazo en la intimidad y el desbordamiento de
la alegría en la fiesta.
Como
ves, estamos traspasando una puerta que da a la fe y a sus misterios,
a un abismo en el que necesitamos que nos guíe la fe de la comunidad
y la inspiración de la palabra de Dios.
A
esa fiesta con tu Dios, ¡qué menos que invitar a todo el mundo!:
“Aclamad a Dios todo el mundo, tañed en honor de su nombre, dadle
gloria con la alabanza. Decid a Dios: ¡Qué formidable es tu
acción!... Que se postre ante ti, oh Dios, la tierra entera; que
toquen en tu honor; que toquen para tu nombre, oh Altísimo”.
Con
esas palabras, el salmista convocaba a la alabanza de Dios a todos
los habitantes de la tierra. Tú puede convocar también a la tierra
misma, al universo entero, pues sabes que tu Dios, no sólo es el que
se ha desposado contigo, sino también el que ha redimido de la
esclavitud la creación entera.
Con
todo, en el bullicio de la fiesta, no olvidas la palabra de Dios para
ti, una declaración de amor que penetra como un perfume en la
intimidad del yo, una memoria para guardar celosamente en el corazón:
“Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a
ti te llamarán «Mi favorita», y a tu tierra «Desposada», porque
el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá marido”.
Entonces
te arriesgas a convocar de nuevo a tu fiesta a la humanidad entera, y
sueñas que todos acuden a esta boda de Cristo con su Iglesia, a esta
hora de Dios contigo, y que todos, con un cántico nuevo, van
proclamando a todas las naciones el misterio de amor que se les ha
revelado: “Contad las maravillas del Señor a todas las naciones”.
Feliz
domingo, hermana mía.
Feliz
domingo, Iglesia esposa de Cristo.
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