miércoles, 17 de mayo de 2017
La familia. Es necesario que el lenguaje no sea un escollo, una red opresora que dificulta el entendimiento. Para unos, la familia consiste en la asunción de cualquier estilo de vida y en la concesión de que todas las formas de vida son igualmente legítimas, haciendo suyo el principio de que la existencia posee derechos en tanto que existencia. Otros piensan que todos los modelos valen lo mismo, salvo el denominado “tradicional”, modelo anclado en el pasado, que es patriarcal, machista y represivo. Esta actitud, propia de la izquierda política, proyecta hacer del hombre lo que quiera que sea, y no tendría la suficiente tolerancia como para soportar familias con cinco o siete hijos empeñadas en permanecer fieles y contrarias al aborto libre, familias que fundan su estabilidad no ya en pulsiones pasajeras o afectos transitorios, sino en la entrega personal, el sacrificio, el perdón y el amor.
1 La familia. Es necesario que el lenguaje no sea un escollo, una red opresora que dificulta el entendimiento. Para unos, la familia consiste en la asunción de cualquier estilo de vida y en la concesión de que todas las formas de vida son igualmente legítimas, haciendo suyo el principio de que la existencia posee derechos en tanto que existencia. Otros piensan que todos los modelos valen lo mismo, salvo el denominado “tradicional”, modelo anclado en el pasado, que es patriarcal, machista y represivo. Esta actitud, propia de la izquierda política, proyecta hacer del hombre lo que quiera que sea, y no tendría la suficiente tolerancia como para soportar familias con cinco o siete hijos empeñadas en permanecer fieles y contrarias al aborto libre, familias que fundan su estabilidad no ya en pulsiones pasajeras o afectos transitorios, sino en la entrega personal, el sacrificio, el perdón y el amor. Cfr. La familia, un problema conceptual sábado, 26 de mayo de 2012 – revistaecclesia.com Por Roberto Esteban Duque, sacerdote y profesor de Teología Moral Desasistida por la ley y eclipsada por la cultura, la familia, sin embargo, es defendida y protegida por los organismos nacionales e internacionales en sus textos jurídicos. La Declaración de los Derechos Humanos de la ONU establece: “La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene el derecho a la protección de la sociedad y del Estado” (a.16, 3). Y la Constitución Española de 1978 determina: “los poderes públicos aseguran la protección social, económica y jurídica de la familia” (a.39). En la Carta Magna de los Derechos Fundamentales de la Familia (24-XI-1983), se señalará que tales derechos “están impresos en la conciencia del ser humano y en los valores comunes de toda la humanidad”, así como que “derivan de la ley inscrita por el Creador en el corazón de todo ser humano”. Por tanto, los derechos de la familia derivan de la misma naturaleza de la familia, y no sólo de las exigencias de la doctrina católica. Nadie podrá discutir tampoco la esencial contribución al bien común de la familia. Es la familia quien asegura, gracias a los hijos, el futuro incluso de las pensiones, ofreciendo una notable seguridad a sus miembros y siendo, asimismo, el lugar donde se mantiene viva la identidad de un pueblo. El mismo Estado se encuentra obligado a reconocer a la familia como célula auténtica de la sociedad, ya que no existe otra forma de vida capaz de prestar su contribución al bien común en la misma medida. Matrimonio y familia se encuentran en una mejor situación que cualquier otra fórmula de convivencia alternativa, no en razón de privilegios políticos o infundados sino precisamente en virtud de su inestimable aportación al bien de la comunidad. Entre las ideas que se exponen durante este fin de semana en el VI Congreso Mundial de 2 Familias se constata la inquietante preocupación por el descenso de natalidad en el siglo XXI, que nos ha llevado a no añorar lo que Walt Whitman acuñó como “el atributo emblemático” de la mujer, para designar la maternidad. Este descenso de natalidad se ve agravado en España por la sustitución de políticas familiares inexistentes en beneficio de políticas sociales de inspiración anti-pobreza, por razones ideológicas de notable desprecio a la familia natural, así como por una explosión del número de divorcios, facilitados por una nefasta legislación. Pero hay algo que preocupa esencialmente, al menos desde el punto de vista filosófico, en el Congreso Mundial de Familias. Se trata de la necesidad de que el lenguaje no sea un escollo, una red opresora que dificulta el entendimiento. Lo decía R. W. Emerson: la corrupción del hombre conduce a la del lenguaje. Es inexcusable restaurar el lenguaje y la palabra para rescatarlo de la prostitución en que germinan en la actualidad. La educación consiste en aprender a nombrar correctamente, como Adán nombró a las criaturas. Por eso resulta preciso restaurar la palabra, cuando sólo se aspira a despojarla de significado, cuando se busca aislar el lenguaje del mundo, cuando los hombres están más divididos que nunca y las palabras sólo sirven para polarizarlos en posturas enfrentadas. El divorcio entre palabras y conceptos conduce a la imprecisión y exageración. Pero sobre todo, a la falta de integridad intelectual. Ante el sentido radicalmente alejado que llega a darse a la palabra “familia”, se está obligado a reconocer lo lejos que nos encontramos de la comunión de la inteligencia como condición previa para que el mundo sea mejor. Este conocimiento se dispersó cuando Babel fue castigada. Para unos, la familia consiste en la asunción de cualquier estilo de vida y en la concesión de que todas las formas de vida son igualmente legítimas, haciendo suyo el principio de que la existencia posee derechos en tanto que existencia. En semejante estimación, sólo el bárbaro estaría dispuesto a destruir lo diferente únicamente porque lo es, y el neurótico, queriendo controlar a los demás, no haría sino perder él mismo la capacidad de integrarse. Otros piensan que todos los modelos valen lo mismo, salvo el denominado “tradicional”, modelo anclado en el pasado, que es patriarcal, machista y represivo. Esta actitud, propia de la izquierda política, proyecta hacer del hombre lo que quiera que sea, y no tendría la suficiente tolerancia como para soportar familias con cinco o siete hijos empeñadas en permanecer fieles y contrarias al aborto libre, familias que fundan su estabilidad no ya en pulsiones pasajeras o afectos transitorios, sino en la entrega personal, el sacrificio, el perdón y el amor. Ni los ideólogos ni los legisladores parecen estar a la altura de las circunstancias, empeorándolas con propuestas que conducen a la incomunicación entre generaciones, como si no hubiera ya un vocabulario estable de humanidad que sea aceptado por todos, ni el padre pudiese comunicar a sus hijos ninguna experiencia porque hablan lenguas diferentes: ¿acaso no es un mismo lenguaje el de lo incondicional y gratuito, el de la identidad y pertenencia, el de un ámbito donde se transmite, protege y cuida la vida desde su concepción hasta su muerte natural, como es el ámbito natural de la familia? Los ideólogos pretenden hacer desaparecer cualquier herencia, porque son otras las necesidades del nuevo hombre y de la nueva cultura. Piensan que sus antecesores tuvieron miedo a la realidad; que cubrían de velos cualquier fantasía y estaban privados de libertad; que la derrota de la tradición se ha hecho posible, sin limitaciones ni principios, en la asunción 3 de la experiencia de inmediatez y del imperio del deseo, apelando a la ciencia para justificar cualquier ambición y sueño contracultural. Decía Platón, en su Cratilo, que “la labor del legislador consiste en dar nombres”. Platón entendía que nombrar y hacer leyes son métodos afines y necesarios para poner orden. ¿Por qué entonces, si las leyes requieren el uso de un vocabulario establecido en orden a operar definiciones, los magistrados y académicos se muestran tan dispuestos a cambiar irresponsablemente los nombres? El progresismo se empeña en sembrar la confusión, en no respetar las palabras igual que respetamos las cosas. El desprecio del orden natural o la impiedad contra la naturaleza acaban con efectos devastadores, pulverizando el entramado social desde la implantación de la “ideología de género”, la permisividad sexual, el ecologismo anti-humanista, el feminismo, la contracepción, el aborto y la eutanasia. La preocupación primera cuando se aborda la familia será preguntarse por qué confundir lo que Dios creó distinto, forjar un hombre nuevo renovando, hasta alterar seriamente, la naturaleza, negar la sustancia y la legitimidad de la Creación intentando cambiar su rostro, como si fuera hostil al hombre o como si no hubiese orden ni finalidad fuera del propio sujeto, anterior a su llegada. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana
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