Ø El culto espiritual: un corazón contrito. Palabras de San
Juan Pablo II, en la Audiencia
General del 14 de mayo de 2003.
La oración sobre el Cántito de Azarías en el horno (Daniel 3, 24-45). El orante
se acerca al Señor ofreciéndole el sacrificio más valioso y agradable: el
"corazón contrito" y el "espíritu humillado" (v. 39; cf.
Sal 50, 19). Es precisamente el centro de la existencia/vida, el yo renovado
por la prueba, lo que se ofrece a Dios, para que lo acoja como signo de
conversión y consagración al bien.
Cfr. Daniel 3, 24-45:
24 Ellos caminaban en medio de las llamas alabando a Dios y bendiciendo al
Señor. 25 Puesto en pie, Azarías oró de esta forma; alzó la voz en medio del
fuego y dijo: 26 «Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, digno de alabanza
y glorioso es tu nombre. 27 Porque eres justo en cuanto has hecho con nosotros
y todas tus obras son verdad, y rectos tus caminos, y justos todos tus juicios.
(…) 38 En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes; ni
holocausto, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso; ni un sitio donde
ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia. 39 Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro
espíritu humilde, como un holocausto de carneros y toros o una multitud de
corderos cebados. 40 Que este sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable
en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados. 41
Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos, y buscamos tu rostro; no nos
defraudes, Señor; 42 trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia. 43
Líbranos con tu poder maravilloso y da gloria a tu nombre, Señor. 44 Sean
confundidos cuantos traman maldad contra tus siervos; sean avergonzados, sin
poder ni dominio, y su fuerza sea arrebatada. 45 Sepan que tú eres el Señor, el
único Dios, glorioso sobre toda la tierra».
El orante ofrece al Señor
el sacrificio más valioso y agradable:
el "corazón
contrito" y el "espíritu humillado" (v. 39; cf. Sal 50, 19).
Es precisamente el centro
de la existencia/vida,
el yo renovado por la prueba.
1.
El cántico que se acaba de proclamar pertenece al texto griego del libro de Daniel y se presenta como
súplica elevada al Señor con fervor y sinceridad. Es la voz de Israel que está
sufriendo la dura prueba del exilio y de la diáspora entre los pueblos. En
efecto, quien entona el cántico es un judío, Azarías, insertado en el horizonte
babilónico en tiempos del exilio de Israel, después de la destrucción de
Jerusalén por obra del rey Nabucodonosor.
Azarías, con
otros dos fieles judíos, está "en medio del fuego" (Dn 3, 25), como un mártir dispuesto a
afrontar la muerte con tal de no traicionar su conciencia y su fe. Fue
condenado a muerte por haberse negado a adorar la estatua imperial.
2. Este cántico considera la persecución como un castigo justo con el que Dios purifica al pueblo pecador: "Con verdad y justicia has provocado todo esto -confiesa Azarías- por nuestros pecados" (v. 28). Por tanto, se trata de una oración penitencial, que no desemboca en el desaliento o en el miedo, sino en la esperanza.
2. Este cántico considera la persecución como un castigo justo con el que Dios purifica al pueblo pecador: "Con verdad y justicia has provocado todo esto -confiesa Azarías- por nuestros pecados" (v. 28). Por tanto, se trata de una oración penitencial, que no desemboca en el desaliento o en el miedo, sino en la esperanza.
Ciertamente,
el punto de partida es amargo, la desolación es grave, la prueba es dura, el
juicio divino sobre el pecado es severo: "En este momento no tenemos
príncipes ni profetas ni jefes; ni holocausto ni sacrificios ni ofrendas ni
incienso; ni un sitio donde ofrecerte primicias, para alcanzar
misericordia" (v. 38). El templo de Sión ha sido destruido y parece que el
Señor ya no habita en medio de su pueblo.
3. En la trágica situación del presente, la esperanza busca su raíz en el pasado, o sea, en las promesas hechas a los padres. Así, se remonta a Abraham, Isaac y Jacob (cf. v. 35), a los cuales Dios había asegurado bendición y fecundidad, tierra y grandeza, vida y paz. Dios es fiel y no dejará de cumplir sus promesas. Aunque la justicia exige que Israel sea castigado por sus culpas, permanece la certeza de que la misericordia y el perdón constituirán la última palabra. Ya el profeta Ezequiel refería estas palabras del Señor: "¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado (...) y no más bien en que se convierta de su conducta y viva? (...) Yo no me complazco en la muerte de nadie" (Ez 18, 23. 32). Ciertamente, Israel está en un tiempo de humillación: "Ahora somos los más pequeños de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados" (Dn 3, 37). Sin embargo, lo que espera no es la muerte, sino una nueva vida, después de la purificación.
3. En la trágica situación del presente, la esperanza busca su raíz en el pasado, o sea, en las promesas hechas a los padres. Así, se remonta a Abraham, Isaac y Jacob (cf. v. 35), a los cuales Dios había asegurado bendición y fecundidad, tierra y grandeza, vida y paz. Dios es fiel y no dejará de cumplir sus promesas. Aunque la justicia exige que Israel sea castigado por sus culpas, permanece la certeza de que la misericordia y el perdón constituirán la última palabra. Ya el profeta Ezequiel refería estas palabras del Señor: "¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado (...) y no más bien en que se convierta de su conducta y viva? (...) Yo no me complazco en la muerte de nadie" (Ez 18, 23. 32). Ciertamente, Israel está en un tiempo de humillación: "Ahora somos los más pequeños de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados" (Dn 3, 37). Sin embargo, lo que espera no es la muerte, sino una nueva vida, después de la purificación.
«El orante se acerca al Señor ofreciéndole el sacrificio más valioso y agradable: el "corazón contrito" y el "espíritu humillado" (v. 39; cf. Sal 50, 19). Es precisamente el centro de la existencia, el yo renovado por la prueba, lo que se ofrece a Dios.»
«"Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos y buscamos tu rostro"»
4. El orante se acerca al Señor ofreciéndole el sacrificio más valioso y agradable: el "corazón contrito" y el "espíritu humillado" (v. 39; cf. Sal 50, 19). Es precisamente el centro de la existencia, el yo renovado por la prueba, lo que se ofrece a Dios, para que lo acoja como signo de conversión y consagración al bien.
Con esta
disposición interior desaparece el miedo, se acaban la confusión y la vergüenza
(cf. Dn 3, 40), y el espíritu se abre
a la confianza en un futuro mejor, cuando se cumplan las promesas hechas a los
padres.
La frase final
de la súplica de Azarías, tal como nos la propone la liturgia, tiene una gran
fuerza emotiva y una profunda intensidad espiritual: "Ahora te seguimos de
todo corazón, te respetamos y buscamos tu rostro" (v. 41). Es un eco de
otro salmo: "Oigo en mi corazón: "Buscad mi rostro". Tu rostro
buscaré, Señor" (Sal 26, 8).
Ha llegado el
momento en que nuestros pasos ya no siguen los caminos perversos del mal, los
senderos tortuosos y las sendas torcidas (cf. Pr 2, 15). Ahora ya seguimos al Señor, impulsados por el deseo de
encontrar su rostro. Y su rostro no está airado, sino lleno de amor, como se ha
revelado en el padre misericordioso con respecto al hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32).
5. Concluyamos nuestra reflexión sobre el cántico de Azarías con la oración compuesta por san Máximo el Confesor en su Discurso ascético (37-39), donde toma como punto de partida precisamente el texto del profeta Daniel.
5. Concluyamos nuestra reflexión sobre el cántico de Azarías con la oración compuesta por san Máximo el Confesor en su Discurso ascético (37-39), donde toma como punto de partida precisamente el texto del profeta Daniel.
"Por tu
nombre, Señor, no nos abandones para siempre, no rompas tu alianza y no alejes
de nosotros tu misericordia (cf. Dn
3, 34-35) por tu piedad, oh Padre nuestro que estás en los cielos, por la
compasión de tu Hijo unigénito y por la misericordia de tu Santo Espíritu... No
desoigas nuestra súplica, oh Señor, y no nos abandones para siempre. No
confiamos en nuestras obras de justicia, sino en tu piedad, mediante la cual
conservas nuestro linaje... No mires nuestra indignidad; antes bien, ten
compasión de nosotros según tu gran piedad, y según la plenitud de tu
misericordia borra nuestros pecados, para que sin condena nos presentemos ante
tu santa gloria y seamos considerados dignos de la protección de tu Hijo
unigénito".
San Máximo
concluye: "Sí, oh Señor, Dios todopoderoso, escucha nuestra súplica, pues
no reconocemos a ningún otro fuera de ti" (Umanità e divinità di Cristo, Roma 1979, pp. 51-52).
Vida
Cristiana
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