Comunión de vida con Jesús: el objetivo de nuestra vida debe ser el de
encontrar a Jesús
Benedicto XVI: catequesis sobre el Apóstol Felipe
Miércoles 6 de septiembre 2006
o Ven y lo verás: dos verbos que suponen una participación
personal, que comprometen a conocer a Jesús de cerca, a
participar en su vida.
Podemos pensar que Felipe nos interpela con esos dos verbos que suponen una participación
personal. También a nosotros nos dice lo que le dijo a Natanael: «Ven y lo verás». El apóstol nos
compromete a conocer a Jesús de cerca. De hecho, la amistad, conocer verdaderamente al otro, requiere
cercanía, es más, en parte vive de ella. De hecho, no hay que olvidar que, según escribe Marcos, Jesús
escogió a los doce con el objetivo primario de que «estuvieran con él» (Marcos 3, 14), es decir, de que
compartieran su vida y aprendieran directamente de Él no sólo el estilo de su comportamiento, sino ante
todo quién era Él realmente. Sólo así, participando en su vida, podían conocerle y anunciarle. Más tarde,
en la carta de Pablo a los Efesios, puede leerse que lo importante es «el Cristo que vosotros habéis
aprendido» (4, 20), es decir, lo importante no es sólo ni sobre todo escuchar sus enseñanzas, sus palabras,
sino conocerle a Él personalmente, es decir, su humanidad y divinidad, el misterio de su belleza. Él no es
sólo un Maestro, sino un Amigo, es más, un Hermano. ¿Cómo podríamos conocerle si estamos lejos de
Él? La intimidad, la familiaridad, la costumbre, nos hacen descubrir la verdadera identidad de Jesucristo.
Esto es precisamente lo que nos recuerda el apóstol Felipe. Por eso, nos invita a «venir» y a «ver», es
decir, a entrar en un contacto de escucha, de respuesta y de comunión de vida con Jesús, día tras día.
o ¡Si realmente queremos conocer el rostro de Dios, ¡sólo nos
queda contemplar el rostro de Jesús!
Hay otra oportunidad sumamente particular en la que interviene Felipe. Durante la Última Cena,
después de que Jesús afirmase que conocerle a Él significa también conocer al Padre (Cf. Juan 14,7),
Felipe, casi ingenuamente, le pidió: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» (Juan 14, 8). Jesús le
respondió con un tono de benévolo reproche: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me
conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No
crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? […] Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está
en mí» (Juan 14, 9-11). Son unas de las palabras más sublimes del Evangelio de Juan. Contienen una
auténtica revelación. Al final del «Prólogo» de su Evangelio, Juan afirma: «A Dios nadie le ha visto
jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado» (Juan 1, 18). Pues bien, esa
declaración, que es del evangelista, es retomada y confirmada por el mismo Jesús. Pero con un detalle. De
hecho, mientras el «Prólogo» de Juan habla de una intervención explicativa de Jesús a través de las
palabras de su enseñanza, en la respuesta a Felipe, Jesús hace referencia a su propia persona como tal,
dando a entender que sólo se le puede comprender a través de lo que dice, es más, a través de lo que es Él.
Para darnos a entender, utilizando la paradoja de la Encarnación, podemos decir que Dios asumió un
rostro humano, el de Jesús, y por consiguiente a partir de ahora, si realmente queremos conocer el rostro
de Dios, ¡sólo nos queda contemplar el rostro de Jesús! ¡En su rostro vemos realmente quién es Dios y
cómo es Dios!
o El objetivo de nuestra vida debe ser el de encontrar a Jesús
Queremos concluir nuestra reflexión recordando el objetivo hacia el que debe orientarse nuestra
vida: encontrar a Jesús, como lo encontró Felipe, tratando de ver en Él al mismo Dios, Padre celestial. Si
falta este compromiso, nos encontraremos sólo con nosotros mismos, como en un espejo, ¡y cada vez nos
quedaremos más solos! Felipe nos invita en cambio a dejarnos conquistar por Jesús, a estar con Él y a
compartir esta compañía indispensable. De este modo, viendo, encontrando a Dios, podemos encontrar la
verdadera vida.
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