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Domingo 10 del tiempo ordinario, ciclo C. (2013). La resurrección del hijo de la viuda de Naim.
También hoy, Cristo resucitado nos vuelve a decir: “¡Levántate!”. Los hombres necesitamos que se
nos repita esa invitación. Cuando estamos desilusionados y no tenemos esperanza. Cuando nos
hemos olvidado de la capacidad de maravillarnos. Cuando hemos perdido la confianza en llamar a
Dios papá. Cuando nos sentimos excluidos, abandonados o marginados. Cristo nos ha manifestado
su amor y nos tiene reservada una inesperada posibilidad de realización y solidaridad. Escucha la
voz del Señor, que te habla a través de los acontecimientos de la vida diaria, a través de las alegrías y
los sufrimientos que la acompañan, a través de las personas que se encuentran a tu lado, a través de
la voz de tu conciencia, sedienta de verdad, de felicidad, de bondad y de belleza. Buscad al Señor en
la lectura de la Escritura, en la oración personal y comunitaria, en la Eucaristía, en el sacramento
de la reconciliación, en el rostro del hermano que sufre.
1 Reyes 17,17-24; Gálatas 1,11-19; Lucas 7,11-17
Lucas 7, 11-17: 11 Y sucedió que a continuación se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con él sus
discípulos y una gran muchedumbre. 12 Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un
muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. 13 Al verla el
Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores.» 14 Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo
llevaban se pararon, y él dijo: « Joven, a ti te digo: Levántate. » 15 El muerto se incorporó y se puso a
hablar, y él se lo dio a su madre. 16 El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: « Un gran
profeta se ha levantado entre nosotros », y « Dios ha visitado a su pueblo ». 17 Y lo que se decía de él, se
propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.
UNA INVITACIÓN DEL SEÑOR JESÚS A TODOS: “LEVÁNTATE”
1. «Joven, a ti te digo: “¡Levántate!”» (Lucas 7, 14)
Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes suizos, sábado 5 de junio de 2004, en el Palacio de
Deportes de Berna.
Queridos jóvenes suizos:
Me siento feliz de estar con vosotros hoy. Vuestro entusiasmo ha rejuvenecido mi corazón. ¡Gracias! ¡Gracias
por vuestra cordialidad! Sois el buen futuro de Suiza.
Esta palabra del Señor al joven de Naím resuena hoy con fuerza en nuestra asamblea, y se dirige a vosotros,
queridos jóvenes amigos, muchachos y muchachas católicos de Suiza.
El Papa ha venido de Roma para volverla a escuchar, juntamente con vosotros, de labios de Cristo y para
hacerse eco de ella. Os saludo a todos con afecto, queridos amigos, y os agradezco vuestra cordial acogida. Saludo
también a vuestros obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y a los animadores que os acompañan en vuestro camino.
(…)
El Evangelio de san Lucas narra un encuentro: por una parte está el triste cortejo
que acompaña al cementerio al joven hijo de una madre viuda; por otra, el grupo
festivo de los discípulos que siguen a Jesús y lo escuchan.
o También hoy, jóvenes amigos, podríais formar parte de aquel triste cortejo
que avanza por el camino de la aldea de Naím.
Eso sucedería si os dejáis llevar de la desesperación, si los espejismos
de la sociedad de consumo os seducen y os alejan de la verdadera
alegría enredándoos en placeres pasajeros, si la indiferencia y la
superficialidad os envuelven, si ante el mal y el sufrimiento dudáis de la
presencia de Dios y de su amor a toda persona, si buscáis saciar vuestra
sed interior de amor verdadero y puro en el mar de una afectividad
desordenada.
El Evangelio de san Lucas narra un encuentro: por una parte, está el triste cortejo que
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acompaña al cementerio al joven hijo de una madre viuda; por otra, el grupo festivo de los discípulos que
siguen a Jesús y lo escuchan. También hoy, jóvenes amigos, podríais formar parte de aquel triste cortejo que
avanza por el camino de la aldea de Naím. Eso sucedería si os dejáis llevar de la desesperación, si los
espejismos de la sociedad de consumo os seducen y os alejan de la verdadera alegría enredándoos en
placeres pasajeros, si la indiferencia y la superficialidad os envuelven, si ante el mal y el sufrimiento dudáis
de la presencia de Dios y de su amor a toda persona, si buscáis saciar vuestra sed interior de amor verdadero
y puro en el mar de una afectividad desordenada.
o Cristo se acerca cada uno de nosotros.
El cristianismo no es un simple libro de cultura o una ideología; y ni
siquiera es sólo un sistema de valores o de principios, por más elevados
que sean. El cristianismo es una persona, una presencia, un rostro:
Jesús, el que da sentido y plenitud a la vida del hombre.
Precisamente en esos momentos, Cristo se acerca a cada uno de vosotros y, como hizo al muchacho
de Naím, os dirige la palabra que sacude y despierta: "¡Levántate!". "Acoge la invitación que te hará ponerte
de pie".
No se trata de simples palabras: es Jesús mismo, el Verbo de Dios encarnado, quien está delante de
vosotros. Él es "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9), la verdad que nos hace libres (cf. Jn Jn
14,6), la vida que el Padre nos da en abundancia (cf. Jn Jn 10,10). El cristianismo no es un simple libro de
cultura o una ideología; y ni siquiera es sólo un sistema de valores o de principios, por más elevados que
sean. El cristianismo es una persona, una presencia, un rostro: Jesús, el que da sentido y plenitud a la vida del
hombre.
o No tengáis miedo de encontraros con Jesús.
Buscadlo en la lectura de la Escritura, en la oración personal y
comunitaria, en la Eucaristía, en el sacramento de la reconciliación, en el
rostro del hermano que sufre.
Pues bien, yo os digo a vosotros, queridos jóvenes: No tengáis miedo de encontraros con Jesús. Más
aún, buscadlo en la lectura atenta y disponible de la sagrada Escritura y en la oración personal y comunitaria;
buscadlo participando de forma activa en la Eucaristía; buscadlo acudiendo a un sacerdote para el
sacramento de la reconciliación; buscadlo en la Iglesia, que se manifiesta a vosotros en los grupos
parroquiales, en los movimientos y en las asociaciones; buscadlo en el rostro del hermano que sufre, del
necesitado, del extranjero.
Esta búsqueda caracteriza la existencia de muchos jóvenes coetáneos vuestros que se han puesto en
camino hacia la Jornada mundial de la juventud, que se celebrará en Colonia en el verano del año próximo.
Ya desde ahora os invito cordialmente también a vosotros a esa gran cita de fe y de testimonio.
También yo, como vosotros, tuve veinte años. Me gustaba hacer deporte, esquiar, declamar.
Estudiaba y trabajaba. Tenía deseos e inquietudes. En aquellos años, ya lejanos, en tiempos en que mi patria
se hallaba herida por la guerra y luego por el régimen totalitario, buscaba dar un sentido a mi vida. Lo
encontré siguiendo al Señor Jesús.
o Escucha la voz del Señor, que te habla a través de los acontecimientos de la
vida diaria, a través de las alegrías y de los sufrimientos que la acompañan, a
través de las personas que se encuentran a tu lado, a través de la voz de tu
conciencia, sedienta de verdad, de felicidad, de bondad y de belleza.
La juventud es el momento en que también tú, querido muchacho, querida muchacha, te preguntas
qué vas a hacer con tu existencia, cómo puedes contribuir a hacer que el mundo sea un poco mejor, cómo
puedes promover la justicia y construir la paz.
Esta es la segunda invitación que te dirijo: "¡Escucha!". No te canses de entrenarte en la difícil
disciplina de la escucha. Escucha la voz del Señor, que te habla a través de los acontecimientos de la vida
diaria, a través de las alegrías y los sufrimientos que la acompañan, a través de las personas que se
encuentran a tu lado, a través de la voz de tu conciencia, sedienta de verdad, de felicidad, de bondad y de
belleza.
o Abrir el corazón y la mente para descubrir la propia vocación, el proyecto que
Dios desde siempre tiene preparado para cada uno de nosotros.
Si abres tu corazón y tu mente con disponibilidad, descubrirás "tu vocación", es decir, el proyecto
que Dios, en su amor, desde siempre tiene preparado para ti.
Y podrás formar una familia, fundada en el matrimonio como pacto de amor entre un hombre y una
mujer que se comprometen a una comunión de vida estable y fiel. Podrás afirmar con tu testimonio personal
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que, a pesar de las dificultades y los obstáculos, se puede vivir en plenitud el matrimonio cristiano como
experiencia llena de sentido y como "buena nueva" para todas las familias.
Y si Dios te llama, podrás ser sacerdote, religioso o religiosa, entregando con corazón indiviso tu
vida a Cristo y a la Iglesia, transformándote así en signo de la presencia amorosa de Dios en el mundo de
hoy. Podrás ser, como muchos otros antes que tú, apóstol intrépido e incansable, vigilante en la oración,
alegre y acogedor en el servicio a la comunidad.
Sí, también tú podrías ser uno de ellos. Sé muy bien que ante esta propuesta titubeas. Pero te
digo. ¡No tengas miedo! Dios no se deja vencer en generosidad. Después de casi sesenta años de sacerdocio,
me alegra dar aquí, ante todos vosotros, mi testimonio: ¡es muy hermoso poder consumirse hasta el final por
la causa del reino de Dios!
o "¡Ponte en camino!". No te limites a discutir; no esperes para hacer el bien las
ocasiones que tal vez no se presenten nunca. ¡Ha llegado el tiempo de la
acción!
Os quiero hacer una tercera invitación: joven de Suiza, "¡Ponte en camino!". No te limites a discutir;
no esperes para hacer el bien las ocasiones que tal vez no se presenten nunca. ¡Ha llegado el tiempo de la
acción!
En los albores de este tercer milenio, también vosotros, jóvenes, estáis llamados a proclamar el
mensaje del Evangelio con el testimonio de vuestra vida. La Iglesia necesita vuestras energías, vuestro
entusiasmo, vuestros ideales juveniles, para hacer que el Evangelio impregne el entramado de la sociedad y
suscite una civilización de auténtica justicia y de amor sin discriminaciones.
Hoy, más que nunca, en un mundo a menudo sin luz y sin la valentía de ideales nobles, no es tiempo
para avergonzarse del Evangelio (cf. Romanos 1,16). Más bien, es tiempo de proclamarlo desde las terrazas
(cf. Mateo 10,27).
El Papa, vuestros obispos, toda la comunidad cristiana cuentan con vuestro compromiso, con vuestra
generosidad y os siguen con confianza y esperanza: jóvenes de Suiza, ¡poneos en camino! El Señor camina
con vosotros.
Llevad en vuestras manos la cruz de Cristo; en vuestros labios, las palabras de vida; y en vuestro
corazón, la gracia salvadora del Señor resucitado.
¡Levántate! Es Cristo quien te habla. ¡Escúchalo!
2. Dejarse iluminar por la luz de Cristo.
Juan Pablo II, La resurrección del hijo de la viuda de Naim. Homilía en el Instituto “D.
Orione”, Domingo 10 del tiempo ordinario, ciclo C, (8-VI-1986)
¡Levántate! Cuántas veces y en cuántas ocasiones los hombres necesitan que se
les repita esta invitación.
o Levántate tú que estás desilusionado, levántate tú que ya no tienes
esperanza, levántate tú que te has acostumbrado a una vida gris, y ya no
crees que se puede conseguir algo nuevo; levántate porque Dios va a hacer
"nuevas todas las cosas".
Levántate tú que te has acostumbrado a los dones de Dios, levántate tú
que te has olvidado de la capacidad de maravillarte; levántate tú que has
perdido la confianza en llamar a Dios "abba" papá: levántate tú, a quien
la vida parece haberte negado mucho; levántate cuando te sientas
excluido, abandonado, marginado.
La resurrección del hijo de la viuda de Naim, da a Jesús por anticipado el título post-pascual
de “Kyrios”, “Señor”, que ha vencido a la muerte y que da a los creyentes el Espíritu para que su vida refleje
como espejo su gloria (2 Cor 3,18). También hoy, Cristo resucitado nos vuelve a decir: “¡Levántate!”. Este
es el anuncio eficaz de la resurrección, la definitiva proclamación del amor de Dios por la vida. Esta es la
admirable y excelente posibilidad de dejarnos iluminar por la luz de Cristo. Este es el momento para
alegrarse de que un Dios que se ha compadecido del hombre (Lc 7,13) ha preparado su salvación para todos
los pueblos y ha hecho a la Iglesia responsable del anuncio del Reino de Dios.
¡Levántate! Cuántas veces y en cuantas ocasiones los hombres necesitan que se les repita esta
invitación. Levántate tú que estás desilusionado, levántate tú que ya no tienes esperanza, levántate tú que te
has acostumbrado a una vida gris, y ya no crees que se puede conseguir algo nuevo; levántate porque Dios va
a hacer "nuevas todas las cosas" (Ap 21,5).
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Levántate tú que te has acostumbrado a los dones de Dios, levántate tú que te has olvidado de la
capacidad de maravillarte; levántate tú que has perdido la confianza en llamar a Dios "abba" papá: levántate
tú, a quien la vida parece haberte negado mucho; levántate cuando te sientas excluido, abandonado,
marginado; levántate porque Cristo te ha manifestado su amor y tiene reservada para ti una inesperada
posibilidad de realización y solidaridad. ¡Levántate y como el niño de Naim empezarás a hablar (Lc 7,4) y tu
voz podrá dar gracias por siempre
Nada nos podrá separar del amor de Cristo (Romanos 8,35).
Cristo ha mostrado cómo el dolor, si se vive a la luz de la cruz, puede hacerse salvífico y
fecundar la historia del mundo y de la vida de todo hombre.
Al cristiano no se le quita la cruz, pero se da en ella un sentido: asociada al misterio de la
resurrección se hace anuncio de Cristo muerto y resucitado. Y si con Cristo Crucificado se recorre el camino
del sufrimiento, con Él se recorrerá también el camino de la gloria de la resurrección cuya alegría no es
parangonable al sufrimiento del presente (Rom 8,18).
Levántate tú que te crees acabado. Ps. 30/29,6 "Alberga la tarde llantos, mas la mañana será
exultación".
3. Jesús nos da el ejemplo de un amor lleno de compasión.
a) Beato Juan Pablo II, Catequesis, 7 de julio 1993
Jesús, además, nos da el ejemplo de un amor lleno de compasión, o sea, de participación sincera y
real en los sufrimientos y dificultades de los hermanos. Siente compasión por las multitudes sin pastor
(cf. Mt 9,36), y por eso se preocupa por guiarlas con sus palabras de vida y se pone a "enseñarles muchas
cosas" (Mc 6,34). Por esa misma compasión, cura a numerosos enfermos (cf. Mt 14,14), ofreciendo el signo
de una intención de curación espiritual; multiplica los panes para los hambrientos (cf. Mt 15,32 Mc 8,2),
símbolo elocuente de la Eucaristía; se conmueve ante las miserias humanas (cf. Mt 20,34 Mc 1,41), y, quiere
sanarlas; participa en el dolor de quienes lloran la pérdida de un ser querido (cf. Lc 7,13 Jn 11,33 Jn
11,35); también siente misericordia hacia los pecadores (cf. Lc 15,1 Lc 15,2), en unión con el Padre, lleno de
compasión hacia el hijo pródigo (cf. Lc 15,20) y prefiere la misericordia al sacrificio ritual (cf. Mt 9,10 Mt
9,13); y en algunas ocasiones recrimina a sus adversarios por no comprender su misericordia (cf. Mt 12,7).
b) San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 166
o El amor humano, el amor de aquí abajo en la tierra cuando es verdadero, nos
ayuda a saborear el amor divino.
Al realizar cada uno vuestro trabajo, al ejercer vuestra profesión en la
sociedad, podéis y debéis convertir vuestra ocupación en una tarea de
servicio.
En la misma trama de las relaciones humanas, habéis de
mostrar la caridad de Cristo y sus resultados concretos de
amistad, de comprensión, de cariño humano, de paz. Como
Cristo pasó haciendo el bien (Hechos 10,38) por todos los
caminos de Palestina, vosotros en los caminos humanos de la
familia, de la sociedad civil, de las relaciones del quehacer
profesional ordinario, de la cultura y del descanso, tenéis
que desarrollar también una gran siembra de paz.
El amor humano, el amor de aquí abajo en la tierra cuando es verdadero, nos ayuda a saborear el
amor divino. Así entrevemos el amor con que gozaremos de Dios y el que mediará entre nosotros, allá en el
cielo, cuando el Señor sea todo en todas las cosas (1 Corintios 15,28). Ese comenzar a entender lo que es el
amor divino nos empujará a manifestarnos habitualmente más compasivos, más generosos, más entregados.
Hemos de dar lo que recibimos, enseñar lo que aprendemos; hacer partícipes a los demás —sin
engreimiento, con sencillez— de ese conocimiento del amor de Cristo. Al realizar cada uno vuestro trabajo,
al ejercer vuestra profesión en la sociedad, podéis y debéis convertir vuestra ocupación en una tarea de
servicio. El trabajo bien acabado, que progresa y hace progresar, que tiene en cuenta los adelantos de la
cultura y de la técnica, realiza una gran función, útil siempre a la humanidad entera, si nos mueve la
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generosidad, no el egoísmo, el bien de todos, no el provecho propio: si está lleno de sentido cristiano de la
vida.
Como Cristo pasó haciendo el bien (Hechos 10,38) por todos los caminos
de Palestina, vosotros en los caminos humanos de la familia, de la
sociedad civil, de las relaciones del quehacer profesional ordinario, de la
cultura y del descanso, tenéis que desarrollar también una gran siembra
de paz.
Con ocasión de esa labor, en la misma trama de las relaciones humanas, habéis de mostrar la caridad
de Cristo y sus resultados concretos de amistad, de comprensión, de cariño humano, de paz. Como
Cristo pasó haciendo el bien (Hechos 10,38) por todos los caminos de Palestina, vosotros en los caminos
humanos de la familia, de la sociedad civil, de las relaciones del quehacer profesional ordinario, de la cultura
y del descanso, tenéis que desarrollar también una gran siembra de paz. Será la mejor prueba de que a
vuestro corazón ha llegado el reino de Dios: nosotros conocemos haber sido trasladados de la muerte a la
vida —escribe el Apóstol San Juan— en que amamos a los hermanos (1 Juan 3,14).
Pero nadie vive ese amor, si no se forma en la escuela del Corazón de
Jesús
Pero nadie vive ese amor, si no se forma en la escuela del Corazón de Jesús. Sólo si miramos y
contemplamos el Corazón de Cristo, conseguiremos que el nuestro se libere del odio y de la indiferencia;
solamente así sabremos reaccionar de modo cristiano ante los sufrimientos ajenos, ante el dolor.
Recordad la escena que nos cuenta San Lucas, cuando Cristo andaba cerca de la ciudad de Naím
(Lucas 7, 11-17). Jesús ve la congoja de aquellas personas, con las que se cruzaba ocasionalmente. Podía
haber pasado de largo, o esperar una llamada, una petición. Pero ni se va ni espera. Toma la iniciativa,
movido por la aflicción de una mujer viuda, que había perdido lo único que le quedaba, su hijo.
El evangelista explica que Jesús se compadeció: quizá se conmovería también exteriormente, como
en la muerte de Lázaro. No era, no es Jesucristo insensible ante el padecimiento, que nace del amor, ni se
goza en separar a los hijos de los padres: supera la muerte para dar la vida, para que estén cerca los se
quieren, exigiendo antes y a la vez la preeminencia del Amor divino que ha de informar la auténtica
existencia cristiana.
Cristo conoce que le rodea una multitud, que permanecerá pasmada ante el milagro e irá pregonando
el suceso por toda la comarca. Pero el Señor no actúa artificialmente, para realizar un gesto: se siente
sencillamente afectado por el sufrimiento de aquella mujer, y no puede dejar de consolarla. En efecto, se
acercó a ella y le dijo: no llores (Lucas 7,13). Que es como darle a entender: no quiero verte en lágrimas,
porque yo he venido a traer a la tierra el gozo y la paz. Luego tiene lugar el milagro, manifestación del poder
de Cristo Dios. Pero antes fue la conmoción de su alma, manifestación evidente de la ternura del Corazón de
Cristo Hombre.
4. Mire cada cual su alma. Si peca, muere, porque el pecado es la muerte del alma.
San Agustín, Comentario sobre el evangelio de San Juan 49,3.
Si pecaste, arrepiéntete, y el Señor te resucitará y te devolverá a la Iglesia, tu
madre.
Lucas 7,11-17: El Señor te resucitará y te devolverá a la Iglesia, tu madre Si, pues, el Señor, por
su gracia y misericordia resucita a las almas para que no muramos por siempre, bien podemos suponer que
los tres muertos que resucitó en sus cuerpos significan y son figura de las resurrecciones de las almas que se
llevan a cabo mediante la fe. Resucitó a la hija del jefe de la sinagoga cuando aún estaba en casa de cuerpo
presente (Mc 5,41.42); resucitó al joven hijo de la viuda cuando le llevaban ya fuera de las puertas de la
ciudad (Lc 7,14-15); resucitó a Lázaro que llevaba cuatro días en el sepulcro (Jn 11,33ss). Mire cada cual su
alma. Si peca, muere, porque el pecado es la muerte del alma. A veces se peca con el pensamiento: te agradó
lo que era malo y le diste tu consentimiento; pecaste. Ese consentimiento te causó la muerte, pero esa muerte
es interna, porque el mal pensamiento no pasó a la obra. Para indicar que resucita a esas almas, el Señor
resucitó a aquella niña que todavía no había sido sacada fuera, sino que yacía muerta en la casa: estaba
oculta, como el pecado. Pero, si no sólo diste el consentimiento a la mala delectación, sino que pusiste el mal
por obra, lo sacaste afuera como a un muerto; ya estás fuera y levantado como un cadáver. El Señor resucita
también a éste y lo entrega a su madre viuda. Si pecaste, arrepiéntete, y el Señor te resucitará y te devolverá a
la Iglesia, tu madre.
www.parroquiasantamonica.com
Vida Cristiana
lunes, 26 de junio de 2017
Domingo 10 del tiempo ordinario, ciclo C. (2013). La resurrección del hijo de la viuda de Naim. También hoy, Cristo resucitado nos vuelve a decir: “¡Levántate!”. Los hombres necesitamos que se nos repita esa invitación. Cuando estamos desilusionados y no tenemos esperanza. Cuando nos hemos olvidado de la capacidad de maravillarnos. Cuando hemos perdido la confianza en llamar a Dios papá. Cuando nos sentimos excluidos, abandonados o marginados. Cristo nos ha manifestado su amor y nos tiene reservada una inesperada posibilidad de realización y solidaridad. Escucha la voz del Señor, que te habla a través de los acontecimientos de la vida diaria, a través de las alegrías y los sufrimientos que la acompañan, a través de las personas que se encuentran a tu lado, a través de la voz de tu conciencia, sedienta de verdad, de felicidad, de bondad y de belleza. Buscad al Señor en la lectura de la Escritura, en la oración personal y comunitaria, en la Eucaristía, en el sacramento de la reconciliación, en el rostro del hermano que sufre.
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