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Domingo 14 del tiempo ordinario. Ciclo C (2013). El reino de Dios. Dios envía a Cristo para instaurar
su reino. Se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo en nuestras
vidas. Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús. Este reino, aunque ya está presente,
todavía no está definitivamente instaurado. Pero podemos dar ya frutos gracias al poder del Espíritu Santo:
la lucha entre el «espíritu» y la «carne». El Reino de Dios constituye el tema central de la predicación de
Jesús, como lo demuestran las parábolas. Las condiciones indicadas por Jesús para entrar en el reino se
pueden resumir en la palabra “conversión”. Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús se presentan como
la “Carta magna” del reino de los cielos, y muestran no sólo las exigencias sino que, ante todo, manifiestan
la obra que Dios realiza en nosotros haciéndonos semejantes a su Hijo. En la Iglesia, hay para todos una
tarea en la misión de anunciar que “el reino de Dios está cerca” (Lucas 10,9). El carácter peculiar de la
vocación de los laicos: tiene en modo especial la finalidad de "buscar el Reino de Dios tratando las realidades
temporales y ordenándolas según Dios".
Cfr. 14 C Tiempo Ordinario 7 julio 2013
Lucas 10, 1-12.17-20 (Breve: 10, 1-9)
Lucas 10: En aquel tiempo, 1designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los
pueblos y lugares adonde pensaba ir él. 2. Y les decía: - “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de
la mies que mande obreros a su mies. 3 ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. 4 No
llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. 5 Cuando entréis en una casa, decid
primero: "Paz a esta casa." 6 Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. 7
Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de
casa. 8 Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, 9 curad a los enfermos que haya, y decid: "Está
cerca de vosotros el reino de Dios." 10 Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: 11 "Hasta el
polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está
cerca el reino de Dios." 12 Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo. ” 17 Los setenta y
dos volvieron muy contentos y le dijeron: - “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.” Él les contestó: -
“Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el
ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno. 20 Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad
alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.”
Canto antes del Evangelio: Colosenses 3, 15-16: 16 Que la palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente
Lucas 17, 20-21: 20 Habiéndole preguntado [a Jesús] los fariseos cuándo llegaría
el Reino de Dios, les respondió:
«El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. 21 Y no dirán: “vedlo aquí o allá”,
porque el Reino de Dios ya está entre vosotros».
1. El Reino de Dios es la presencia de Cristo en nuestras vidas: llevar una vida según
Cristo, sus palabras y sus obras
Catecismo de la Iglesia Católica
a) n. 764: «Este Reino se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo» (LG 5).
Acoger la palabra de Jesús es acoger «el Reino» (LG 5). (...)
b) n. 2046: Llevando una vida según Cristo, los cristianos apresuran la venida del Reino de Dios, «Reino de justicia, de
verdad y de paz» (MR, Prefacio de Jesucristo Rey). Esto no significa que abandonen sus tareas terrenas, sino que, fieles a su
Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia y amor.
c) n. 542: Cristo es el corazón mismo de esta reunión de los hombres como «familia de Dios». Los convoca en torno a él
por su palabra, por sus señales que manifiestan el Reino de Dios, por el envío de sus discípulos. Sobre todo, él realizará
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la venida de su Reino por medio del gran Misterio de su Pascua: su muerte en la Cruz y su Resurrección. «Cuando yo
sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). A esta unión con Cristo están llamados todos los hombres
(Cf Lumen gentium , 3).
d) n. 2819: «El Reino de Dios es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rm 14, 17). Los últimos tiempos en los que
estamos son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo entre «la carne» 1
y el
Espíritu (Cf Gálatas 5, 16-25):
Sólo un corazón puro puede decir con seguridad: "¡Venga a nosotros tu Reino!" Es necesario haber estado en la
escuela de Pablo para decir: "Que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal" (Rm 6, 12). El que se conserva
puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: "¡Venga tu Reino!" (S. Cirilo de
Jerusalén, catech. myst. 5, 13).
e) n. 543: El anuncio del Reino de Dios - Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en
primer lugar a los hijos de Israel (Cf Mateo 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres
de todas las naciones (Cf Mateo 8, 11; 28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús:
La Palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen
al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece
hasta el tiempo de la siega (Lumen gentium 5).
2. Este reino, aunque ya está presente, todavía no está definitivamente instaurado
o Hasta que todo le sea sometido, el Reino es objeto de los poderes del mal,
aunque hayan sido vencidos en su raíz; las criaturas gimen en dolores de parto.
- n. 671: ...esperando que todo le sea sometido. - El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está
todavía acabado «con gran poder y gloria» (Lc 21, 27) (Cf Mt 25, 31) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino
aún es objeto de los ataques de los poderes del mal (Cf 2 Ts 2, 7), a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su
raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido (Cf 1 Co 15, 28), y «mientras no haya nuevos cielos y
nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este
tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y
que esperan la manifestación de los hijos de Dios» (Lumen gentium, 48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en
la Eucaristía (Cf 1 Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (Cf 2 Pedro 3, 11-12) cuando suplican: «Ven, Señor
Jesús» (Cf 1 Corintios 16, 22; Apocalipsis 22, 17-20).
o Pero podemos dar ya frutos gracias al poder del Espíritu Santo: la lucha entre el
«espíritu» y la «carne».
- n. 736: Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid
verdadera hará que demos «el fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, templanza» (Ga 5, 22-23). «El Espíritu es nuestra Vida»: cuanto más renunciamos a nosotros mismos (Cf Mt
16, 24-26), más «obramos también según el Espíritu» (Ga 5, 25):
Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino de
los cielos y a la adopción filial, nos da la confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de
ser llamados hijos de la luz y de tener parte en la gloria eterna (S. Basilio, Spir. 15, 36).
- n. 2516: En el hombre, porque es un ser compuesto de espíritu y cuerpo, existe cierta tensión, y se desarrolla una lucha de
tendencias entre el «espíritu» y la «carne». Pero, en realidad, esta lucha pertenece a la herencia del pecado. Es una
consecuencia de él, y, al mismo tiempo, confirma su existencia. Forma parte de la experiencia cotidiana del combate
espiritual:
Para el apóstol no se trata de discriminar o condenar el cuerpo, que con el alma espiritual constituye la naturaleza
del hombre y su subjetividad personal, sino que trata de las obras -mejor dicho, de las disposiciones estables-,
virtudes y vicios moralmente buenas o malas, que son fruto de sumisión (en el primer caso) o bien de resistencia
(en el segundo caso) a la acción salvífica del Espíritu Santo. Por ello el apóstol escribe: «si vivimos según el
Espíritu, obremos también según el Espíritu» (Ga 5, 25) (Juan Pablo II, DeV 55).
1 La “carne” aquí significa nuestra condición humana precaria, llena de debilidad.
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3. El Reino de Dios constituye el tema central de la predicación de Jesús, como lo
demuestran las parábolas.
Cfr. Juan Pablo II, Jesucristo, inauguración y cumplimiento del Reino de Dios, Catequesis del
18 de marzo de 1987.
• Jesús alude a esta esperanza del Antiguo Testamento y proclama su cumplimiento. El reino de Dios
constituye el tema central de su predicación, como lo demuestran sobre todo las parábolas.
o La parábola del sembrador
La parábola del sembrador (Mateo 13, 3-8) proclama que el reino de Dios está ya actuando en la
predicación de Jesús; al mismo tiempo invita a contemplar a abundancia de frutos que constituirán la riqueza
sobreabundante del reino al final de los tiempos. La parábola de la semilla que crece por sí sola (Macos 4, 26-29)
subraya que el reino no es obra humana, sino únicamente don del amor de Dios que actúa en el corazón de los
creyentes y guía la historia humana hacia su realización definitiva en la comunión eterna con el Señor.
o Las parábolas de la cizaña en medio del trigo y de la red para pescar.
La parábola de la cizaña en medio del trigo (Mateo 13, 24-30) y la de la red para pescar (Mateo 13, 47-
52) se refieren, sobre todo, a la presencia, ya operante, de la salvación de Dios. Pero, junto a los “hijos del
reino”, se hallan también los “hijos del maligno”, los que realizan la iniquidad: sólo al final de la historia serán
destruidas las potencias del mal, y quien acoge el reino estará para siempre con el Señor. Finalmente, las
parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa (Mateo 13, 44-46), expresan el valor supremo y absoluto
del reino de Dios: quien lo percibe, está dispuesto a afrontar cualquier sacrificio y renuncia para entrar en él.
El reino de Dios, en su plena y total realización, es futuro, «debe venir», pero, al
mismo tiempo, «ya ha venido», «está dentro de vosotros».
• De la enseñanza de Jesús nace una riqueza muy iluminadora. El reino de Dios, en su plena y total
realización, es ciertamente futuro, “debe venir” (cf. Marcos 9, 1; Lucas 22, 18); la oración del Padrenuestro
enseña a pedir su venida: “Venga a nosotros tu reino” (Mateo 6, 10).
Pero al mismo tiempo, Jesús afirma que el reino de Dios “ya ha venido” (Mt 12, 28), “está dentro de
vosotros” (Lc 17, 21) mediante la predicación y las obras, de Jesús. Por otra parte, de todo el Nuevo Testamento
se deduce que la Iglesia, fundada por Jesús, es el lugar donde la realeza de Dios se hace presente, en Cristo,
como don de salvación en la fe, de vida nueva en el Espíritu, de comunión en la caridad.
El reino de Dios puede llamarse también «reino de Jesús»
Se ve así la relación íntima entre el reino y Jesús, una relación tan estrecha que el reino de Dios puede
llamarse también “reino de Jesús” (Efesios 5, 5; 2 Pedro 1, 11), como afirma, por lo demás, el mismo Jesús ante
Pilato al decir que “su” reino no es de este mundo (cf. 18, 36).
Las condiciones indicadas por Jesús para entrar en el reino se pueden resumir en la
palabra “conversión”.
• Desde esta perspectiva podemos comprender las condiciones indicadas por Jesús para entrar en el reino se
pueden resumir en la palabra “conversión”. Mediante la conversión el hombre se abre al don de Dios (cf. Lucas
12, 32), que llama “a su reino y a su gloria” (1 Tes 2, 12); acoge como un niño el reino (Marcos 10, 15) y está
dispuesto a todo tipo de renuncias para poder entrar en él (cf. Lucas 18, 29; Mateo 19, 29; Marcos 10, 29)
El reino de Dios exige una “justicia” profunda o nueva (Mateo 5, 20); requiere empeño en el
cumplimiento de la “voluntad de Dios” (Mateo 7, 21), implica sencillez interior “como los niños” (Mateo 18, 3;
Marcos 10, 15); comporta la superación del obstáculo constituido por las riquezas (cf. Marcos 10, 23-24).
Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús se presentan como la “Carta magna” del
reino de los cielos, y muestran no sólo las exigencias sino que, ante todo, manifiestan
la obra que Dios realiza en nosotros haciéndonos semejantes a su Hijo.
• Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús (cf. Mateo 5, 3-12) se presentan como la “Carta magna” del
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reino de los cielos, dado a los pobres de espíritu, a los afligidos, a los humildes, a quien tiene hambre y sed de
justicia, a los misericordiosos, a los puros de corazón, a los artífices de paz, a los perseguidos por causa de la
justicia. Las bienaventuranzas no muestran sólo las exigencias del reino; manifiestan ante todo la obra que Dios
realiza en nosotros haciéndonos semejantes a su Hijo (Romanos 8, 29) y capaces de tener sus sentimientos
(Filipenses 2, 5 ss.) de amor y de perdón (cf. Juan 13, 34-35; Colosenses 3, 13).
4. Para todos hay una tarea en la misión de anunciar que “el reino de Dios está cerca”
(Lucas 10,9).
Por el bautismo y la confirmación, por la participación en el sacerdocio de Cristo, como
miembros vivos de su Cuerpo, los laicos participan en la comunión y en la misión de la
Iglesia. Estáis todos invitados: jóvenes, ancianos, pobres y ricos, hombres y mujeres,
doctos e iletrados.
Cfr. Juan Pablo II, Homilía, Misa para el laicado colombiano, Ciudadela Real de Minas,
Bucaramanga, 6 de julio de 1986.
o El campo de trabajo del laico en la misión de la Iglesia se extiende a todos los
ambientes y situaciones de la convivencia humana.
Es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y
también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional,
de los medios de comunicación social así como de otras realidades abiertas
a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y de
los jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento”.
Una presencia activa y evangélica, dinámica y
transformadora, como la levadura en medio de la masa, como la
sal que da sentido cristiano a la vida del trabajo, como la luz que
brilla en las tinieblas de la indiferencia, del egoísmo y del odio.
- Por el bautismo y la confirmación, por la participación en el sacerdocio de Cristo, como miembros vivos de su
Cuerpo, los laicos participan en la comunión y en la misión de la Iglesia. La Iglesia quiere y necesita laicos
santos que sean discípulos y testigos de Cristo, constructores de comunidades cristianas, transformadores del
mundo según los valores del Evangelio. Guiados por vuestros Pastores, estáis todos invitados a participar
activamente en esta misión de salvación: jóvenes, ancianos, pobres y ricos, hombres y mujeres, doctos e
iletrados. Para todos hay una tarea en la misión de anunciar que “el reino de Dios está cerca” (Lc 10,9).
El campo de trabajo del laico en la misión de la Iglesia se extiende a todos los ambientes y situaciones de
la convivencia humana. Así lo afirmó mi venerado predecesor el Papa Pablo VI en la Exhortación Apostólica
“Evangelii Nuntiandi”: “El campo propio de su actividad evangélica es el mundo vasto y complejo de la política,
de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los
medios de comunicación social así como de otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la
familia, la educación de los niños y de los jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento” (n. 70).
Los laicos, fieles a vuestra identidad secular, debéis vivir en el mundo como en vuestro ambiente y
realizar allí una presencia activa y evangélica, dinámica y transformadora, como la levadura en medio de la
masa, como la sal que da sentido cristiano a la vida del trabajo, como la luz que brilla en las tinieblas de la
indiferencia, del egoísmo y del odio.
El carácter peculiar de la vocación de los laicos: tiene en modo especial la finalidad de
"buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según
Dios".
Juan Pablo II, Exhortación Apostólica «Christifideles laici», 30/12/1988
- n. 9: Al dar una respuesta al interrogante "quiénes son los fieles laicos", el Concilio, superando interpretaciones
precedentes y prevalentemente negativas, se abrió a una visión decididamente positiva, y ha manifestado su
intención fundamental al afirmar la plena pertenencia de los fieles laicos a la Iglesia y a su misterio, y el
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carácter peculiar de su vocación, que tiene en modo especial la finalidad de "buscar el Reino de Dios tratando
las realidades temporales y ordenándolas según Dios"[Lumen gentium, 31]. "Con el nombre de laicos -así los
describe la Constitución Lumen gentium- se designan aquí todos los fieles cristianos a excepción de los
miembros del orden sagrado y los del estado religioso sancionado por la Iglesia; es decir, los fieles que, en
cuanto incorporados a Cristo por el Bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo del
oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo
cristiano en la parte que a ellos les corresponde"[ibid.].
o Viven la realeza cristiana, antes que nada, mediante la lucha espiritual para
vencer en sí mismos el reino del pecado (cf. Rm. 6, 12); y después en la propia
entrega para servir, en la justicia y en la caridad, al mismo Jesús presente en
todos sus hermanos, especialmente en los más pequeños (cf. Mt. 25, 40).
Están llamados de modo particular para dar de nuevo a la entera creación
todo su valor originario. Cuando mediante una actividad sostenida por la
vida de la gracia, ordenan lo creado al verdadero bien del hombre.
- n. 14: Por su pertenencia a Cristo, Señor y Rey del universo, los fieles laicos participan en su oficio real y son
llamados por El para servir al Reino de Dios y difundirlo en la historia. Viven la realeza cristiana, antes que
nada, mediante la lucha espiritual para vencer en sí mismos el reino del pecado (cf. Rm. 6, 12); y después en la
propia entrega para servir, en la justicia y en la caridad, al mismo Jesús presente en todos sus hermanos,
especialmente en los más pequeños (cf. Mt. 25, 40).
Pero los fieles laicos están llamados de modo particular para dar de nuevo a la entera creación todo su
valor originario. Cuando mediante una actividad sostenida por la vida de la gracia, ordenan lo creado al
verdadero bien del hombre, participan en el ejercicio de aquel poder, con el que Jesucristo Resucitado atrae a sí
todas las cosas y las somete, junto consigo mismo, al Padre, de manera que Dios sea todo en todos (cf. Jn. 12,
32; 1 Co. 15, 28).
El Señor nos ha confiado a todos la tarea de edificar el Reino de Dios
San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 158, En la fiesta del Corpus Christi
- No hay cosecha, cuando no se está dispuesto a aceptar generosamente un constante trabajo, que puede resultar
largo y fatigoso: labrar la tierra, sembrar la simiente, cuidar los campos, realizar la siega y la trilla... En la
historia, en el tiempo, se edifica el Reino de Dios. El Señor nos ha confiado a todos esa tarea, y ninguno puede
sentirse eximido. Al adorar y mirar hoy a Cristo en la Eucaristía, pensemos que aún no ha llegado la hora del
descanso, que la jornada continúa.
Se ha recogido en el libro de los Proverbios; el que labra su campiña tendrá pan a saciedad (12,11).
Tratemos de aplicarnos espiritualmente este pasaje: el que no labra el terreno de Dios, el que no es fiel a la
misión divina de entregarse a los demás, ayudándoles a conocer a Cristo, difícilmente logrará entender lo que es
el Pan eucarístico. Nadie estima lo que no le ha costado esfuerzo. Para apreciar y amar la Sagrada Eucaristía, es
preciso recorrer el camino de Jesús: ser trigo, morir para nosotros mismos, resurgir llenos de vida y dar fruto
abundante: ¡el ciento por uno!
La extensión del Reino de Dios no es sólo tarea oficial de los miembros de la Iglesia
que representan a Cristo, porque han recibido de El los poderes sagrados.
San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 121, La Ascensión del Señor a los cielos.
- Tenemos una gran tarea por delante. No cabe la actitud de permanecer pasivos, porque el Señor nos declaró
expresamente: negociad, mientras vengo (Lucas 19, 13). Mientras esperamos el retorno del Señor, que volverá a
tomar posesión plena de su Reino, no podemos estar cruzados de brazos. La extensión del Reino de Dios no es
sólo tarea oficial de los miembros de la Iglesia que representan a Cristo, porque han recibido de El los poderes
sagrados. Vos autem estis corpus Christi, vosotros también sois cuerpo de Cristo (1 Corintios 12, 27), nos señala
el Apóstol, con el mandato concreto de negociar hasta el fin.
www.parroquiasantamonica.com
Vida Cristiana
lunes, 26 de junio de 2017
Domingo 14 del tiempo ordinario. Ciclo C (2013). El reino de Dios. Dios envía a Cristo para instaurar su reino. Se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo en nuestras vidas. Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús. Este reino, aunque ya está presente, todavía no está definitivamente instaurado. Pero podemos dar ya frutos gracias al poder del Espíritu Santo: la lucha entre el «espíritu» y la «carne». El Reino de Dios constituye el tema central de la predicación de Jesús, como lo demuestran las parábolas. Las condiciones indicadas por Jesús para entrar en el reino se pueden resumir en la palabra “conversión”. Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús se presentan como la “Carta magna” del reino de los cielos, y muestran no sólo las exigencias sino que, ante todo, manifiestan la obra que Dios realiza en nosotros haciéndonos semejantes a su Hijo. En la Iglesia, hay para todos una tarea en la misión de anunciar que “el reino de Dios está cerca” (Lucas 10,9). El carácter peculiar de la vocación de los laicos: tiene en modo especial la finalidad de "buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios".
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