4 de Octubre del 2015
“Y
serán los dos una sola carne”.
Esto
es lo que se dice del marido y de la esposa: “Ya no son dos, sino
una sola carne”.
Observarás
que el misterio no está simplemente en la unidad constatada, sino en
la complementariedad buscada; no hay misterio en que algo sea uno
sino en la comunión hasta la unidad de dos. Eso es precisamente lo
asombroso: que sean dos y que los dos sean uno.
Observarás
también que esa complementariedad, no es fruto de capricho ni
de imposición, sino de amor. Porque ama, Dios crea a la mujer, colma
un vacío, responde a un deseo, hace posible un sueño.
Observarás
además que este misterio es, desde el principio, una bendición
sobre la vida del hombre y de la mujer, es para ambos un regalo
divino, es para los dos un proyecto de prosperidad y de paz.
Así
se hallaron estas cosas en el corazón del hombre, así salieron del
corazón de Dios.
Pero
el pecado, que comprometió la totalidad del proyecto de Dios, ha
comprometido también el proyecto soñado y bendecido con la creación
del hombre y de la mujer.
En
el evangelio, Jesús nos recuerda el proyecto de Dios, reivindica la
bondad, verdad y belleza de ese proyecto, y él lo lleva a plenitud
en su relación con la Iglesia, pues él la amó y se entregó a sí
mismo por ella para consagrarla y presentársela gloriosa, santa,
inmaculada.
En
la Eucaristía, los discípulos de Jesús vivimos en imagen la
bondad, verdad y belleza del proyecto divino, pues la Eucaristía es
sacramento en el que se hace visible la unidad de Cristo y de la
Iglesia. En la Eucaristía la Iglesia recibe a Cristo y Cristo recibe
a la Iglesia, de modo que ya no son dos, sino un solo cuerpo.
Ese
misterio, el de la unión de Cristo con su Iglesia, es el que están
llamados a imitar los esposos cristianos en la relación matrimonial;
ésa es su vocación; ésa es la bendición de Dios sobre sus vidas;
ésa es su eucaristía doméstica.
Y
no pienses, hermano mío, hermana mía, que en la realización de ese
proyecto fracasan sólo los que se divorcian; ahí fracasan quienes
no se aman, todos los que no se aman, sólo los que no se aman.
Y
a nadie se le oculta que en el terreno del amor todos andamos
necesitados de la misericordia de Dios.
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