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Cristo es nuestro Salvador. Con su sangre derramada nos ha merecido la vida
en comunión con Dios. Es importante que nos encontremos con Él,
descubriendo su rostro en la lectura de la Escritura, en los sacramentos y en el
prójimo.
Cfr. Fiesta de todos los Santos, 1 de noviembre. Apocalipsis 7, 2-4.9-14; 1 Juan 3, 1-3;
Salmo 23; Mateo 5, 1-12
Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad – Plegaria Eucarística II
Cfr. Salmo 23: Esta es la generación de los que buscan tu rostro, Señor
Cfr. Raniero Cantalamessa, La parola e la vita Anno A,Cittá Nuova XI edizione giugno 2001, festa di tutti i santi;
Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno A, Piemme 3ª edizione novembre 1995, festa di tutti i santi; La Casa
de la Biblia, Comentario al Nuevo Testamento, 6ª edición 1995.
Apocalipsis 7, 2-4, 9-14: 2 Luego vi a otro Ángel que subía del Oriente y tenía el sello de Dios vivo; Con fuerte
voz gritó a los cuatro ángeles a los que se les había encargado hacer dañó a la tierra y al mar, 3 diciéndoles: «No
causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de
nuestro Dios.» 4 Y oí el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las
tribus de los hijos de Israel. 9 Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de
toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y
con palmas en sus manos. 10 Y gritaban con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en
el trono, y del Cordero.» 11 Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los
cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios 12 diciendo: Amén. Alabanza,
gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos, Amén»
13 Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: «Esos que están vestidos con vestiduras blancas quiénes son y
de dónde han venido?» 14 Yo les respondí: «Señor mío, tu lo sabrás.» Me respondió: «Esos son los que vienen de
la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero.»
1 Juan 3, 1-3: 1 “Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo
somos!. Por eso el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él. 2 Queridísimos: ahora somos hijos de Dios, y
aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le
veremos tal como es. 3 Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica para ser como él, que es puro.”
Mateo 5, 1-12: 1 “Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. 2 Y tomando
la palabra, les enseñaba diciendo: 3 «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los
Cielos. 4 Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados
seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a
los profetas anteriores a vosotros.» ”
1. De la segunda Lectura de la fiesta de todos los Santos: “Y gritaban con fuerte
voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del
Cordero»” (Ap 7,10) (...) “han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la
Sangre del Cordero” (Ap 7,14).
o Es Cristo quien nos ha redimido, quien nos salva, y la redención nos
viene ante todo por la sangre de la Cruz, aunque toda la vida de Cristo
es Redención.
• Toda la vida de Cristo es Redención y ésta nos viene ante todo por la sangre de la Cruz. Dos
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afirmaciones, entre otras, se pueden resaltar que se refieren a este hecho: a) San Pablo dice a los Efesios
que “En él tenemos, por medio de su sangre, la redención” (1,7); b) San Pedro con tonos vibrantes
expone a los primeros cristianos, ya desde el inicio de su primera Carta, que Cristo es el Redentor y que
ha llevado a cabo esa redención con el derramamiento de su sangre: “Habéis sido rescatados de vuestra
conducta vana, heredada de vuestros mayores, no con bienes corruptibles, plata u oro, sino con la sangre
preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha” (1, 18-19).
• Catecismo de la Iglesia Católica:
CEC 517: Toda la vida de Cristo es Misterio de Redención. La Redención nos viene ante todo por
la sangre de la cruz (Cf Ef 1, 7; Col 1, 13-14; 1 P 1, 18-19), pero este misterio está actuando en
toda la vida de Cristo: ya en su Encarnación porque haciéndose pobre nos enriquece con su pobreza
(Cf 2 Co 8, 9); en su vida oculta donde repara nuestra insumisión mediante su sometimiento (Cf Lc 2,
51); en su palabra que purifica a sus oyentes (182); en sus curaciones y en sus exorcismos, por las
cuales «él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades» (Mt 8, 17) (Cf Is 53, 4); en su
Resurrección, por medio de la cual nos justifica (Cf Rm 4, 25).
CEC 613: La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva
de los hombres (Cf 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del «cordero que quita el pecado del mundo»
(Jn 1, 29) (Cf 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (Cf 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre
a la comunión con Dios (Cf Ex 24, 8) reconciliándole con El por «la sangre derramada por
muchos para remisión de los pecados» (Mt 26, 28) (Cf Lv 16, 15-16).
• Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 22: “Cordero inocente, Él, con su sangre
libremente derramada, nos ha merecido la vida y, en Él, Dios nos ha reconciliado consigo y entre nosotros
(Cf. 2 Co 5,18-19; Col 1, 20-22) ; nos liberó de la esclavitud de Satanás y del pecado, de suerte que cada
uno de nosotros puede repetir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó por mí (Gál 2,20).”
(Gaudium et spes, 22).
o Murió por todos.
• Ciertamente, nuestra colaboración es importante, pero lo decisivo es dejarse conducir por la gracia y
el amor de Dios. El amor de Dios ha consistido en que “envió a su Hijo como víctima propiciatoria por
nuestros pecados” (1 Jn 4,10); en ese «nuestros pecados» se entiende que Cristo ha muerto por todos los
hombres, sin excepción.
Así es expuesto este punto de una manera breve y concisa en el Catecismo de la Iglesia Católica
(CEC 605): “Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin excepción:
«De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños» (Mt
18, 14). Afirma «dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28); este último término no es restrictivo:
opone el conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (Cf Rm 5,
18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (Cf 2 Co 5, 15; 1 Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por
todos los hombres sin excepción: «no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido
Cristo» (Cc. Quiercy, año 853: DS 624).”
o Cristo, a través de su propia sangre, consiguió una redención eterna
(Cfr. Carta a los Hebreos 9, 11-22).
Algunas afirmaciones de este texto de la carta a los Hebreos.
• A través de su propia sangre - no de la sangre de machos cabríos y becerros – entró de una vez para
siempre en el Santuario y consiguió una redención eterna (v. 12);
• Si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los
contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu
Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para
rendir culto a Dios vivo! (v. 13-14)
• Sin derramamiento de sangre no hay remisión (v. 22)
Es la sangre de la alianza nueva y eterna que cada día encontramos
en la Eucaristía.
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• Hans Urs von Balhtasar, Tú tienes palabras de vida eterna, ed. Encuentro 1998, p. 47: “La
devoción a la «preciosa sangre» no es algo que se pueda dejar para la religiosidad popular. «Con su
sangre», que se derramó en «el Espíritu eterno», se presenta ante el Padre el verdadero sumo sacerdote
«de una vez para siempre» – es decir, en un «ahora eterno» -, y así nos ha «conseguido una redención
eterna» (9,12), «para rendir culto a Dios vivo» (9,14). «Ésta es la sangre de la alianza nueva y eterna» -
cada día se nos pone eucarísticamente delante – que con su fluente fuerza de vida atraviesa el cuerpo y los
miembros de Cristo y de todas las partes que comparten una vida común. Sería vana toda especulación de
que un cuerpo resucitado ya no puede sangrar. En vano se culparía a la doctora de la Iglesia Catalina de
Siena de la exageración, cuando ella ve la sangre viva de Cristo purificar continuamente a la Iglesia y al
mundo, lo mismo que los santos del Apocalipsis «han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la
sangre del Cordero» (Ap. 7, 14; cf 1,5)”.
• Hans Urs von Balthasar, Tú tienes palabras de vida eterna, ed. Encuentro 1998, p. 175: “Sin
rodeos. «En tus llagas escóndeme». Las mías en las tuyas, aun cuando yo he sido cómplice en ellas. Las
tuyas son el único lugar donde puedo ocultar las mías, con la esperanza de que, en este ocultamiento y de
una manera que desconozco e imprevisible para mía, podrá participar en las tuyas, «soportar» lo que les
«falta» todavía (Col 1,24). (...) Y esto no por un breve período de tiempo, sino eternamente, pues has
llevado tus heridas contigo a la eternidad, y haces que tu sangre mane en todos los cálices del mundo
siempre nueva y fresca, cancelando continuamente los pecados de la Iglesia (como vio Catalina de Siena).
Y permitiendo a tus siervos «lavar sus vestiduras y blanquearlas en la sangre del Cordero» (Ap 7,14)”
En los momentos duros de la vida, cuando Dios permita que
saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias,
difamaciones ....
• San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 302; cfr. n. 301: “Al admirar y al amar de veras la
Humanidad Santísima de Jesús, descubriremos una a una sus Llagas. Y en esos tiempos de purgación
pasiva, penosos, fuertes, de lágrimas dulces y amargas que procuramos esconder, necesitaremos meternos
dentro de cada una de aquellas Santísimas Heridas: para purificarnos, para gozarnos con esa Sangre
redentora, para fortalecernos. Acudiremos como las palomas que, al decir de la Escritura (Cfr. Cant 2,14),
se cobijan en los agujeros de las rocas a la hora de la tempestad. Nos ocultamos en ese refugio, para hallar
la intimidad de Cristo: y veremos que su modo de conversar es apacible y su rostro hermoso (Cfr. Cant 2,
14), porque los que conocen que su voz es suave y grata, son los que recibieron la gracia del Evangelio,
que les hace decir: Tú tienes palabras de vida eterna. (S. Gregorio Niseno, In Canticum Canticorum
homiliae, 5).
2. Cristo quiere asociarnos a su sacrificio redentor; el cristiano está llamado a
identificarse con la vida de Cristo. Esto se llama el encuentro con Cristo.
o San Pablo tiene conciencia de que él, en su vida, debe reproducir la
vida de Cristo
• Por otra parte, quiere asociarnos a su sacrificio redentor y nos llama a «tomar su cruz y a seguirle»
(Mateo 16,24; Cf Lucas 9, 23), porque Él «sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus
huellas» (1 P 2,21). Esto es lo que expresa San Pablo en su Carta de los Colosenses: «Ahora me alegro de
mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en
beneficio de su cuerpo que es la Iglesia» (1,24). Con estas palabras, San Pablo no quiere indicar que la
mediación de Cristo no sea perfecta - lo cual es proclamado por Pablo muchas veces en sus Cartas -, sino
que tiene conciencia de que él, en su vida, debe reproducir la vida de Cristo.
Así lo explica el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 562: “Los discípulos de Cristo deben
asemejarse a El hasta que El crezca y se forme en ellos. (Cf Carta a los Gálatas 4, 19) «Por eso somos
integrados en los misterios de su vida: con El estamos identificados, muertos y resucitados hasta que
reinemos con El». (Lumen Gentium 7)”
Dado que formamos con Cristo un Cuerpo místico y la cabeza de este Cuerpo ya ha sufrido para
la salvación de todos, ahora los miembros debemos seguir su suerte.
• Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 22: “Al padecer por nosotros, no solamente
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dio ejemplo para que sigamos sus huellas (Cf. 1 Pedro 2,21; Mateo 16,24; Lucas 14,27), sino que
también nos abrió un camino en cuyo recorrido la vida y la muerte son santificadas a la par que revisten
un nuevo significado”.
4. Cristo es nuestra esperanza. Lugares de encuentro con Él.
• En esta solemnidad de todos los Santos, podemos fomentar nuestra esperanza de llegar a estar, al
final de nuestra existencia en esta tierra, entre la “muchedumbre inmensa que gritaba con fuerte voz: «la
salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero»”, como se dice en la primera Lectura
de hoy, del Libro del Apocalipsis; y ello porque si nos encontramos con Cristo en esta tierra, todos
podemos ser redimidos, salvados, al “lavar las vestiduras y blanquearlas con la sangre del Cordero”.
Lugares de encuentro con Cristo
• Juan Pablo II señala (Exhortación Apostólica «Ecclesia in America, 22-I-1999, n. 12) tres
lugares de encuentro con Cristo: en la lectura de la Sagrada Escritura; en los Sacramentos; en el rostro de
las personas, especialmente si están necesitadas.
En primer lugar, « la Sagrada Escritura leída a la luz de la Tradición, de los Padres y del Magisterio, profundizada
en la meditación y la oración ». Se ha recomendado fomentar el conocimiento de los Evangelios, en los que se
proclama, con palabras fácilmente accesibles a todos, el modo como Jesús vivió entre los hombres. La lectura de
estos textos sagrados, cuando se escucha con la misma atención con que las multitudes escuchaban a Jesús en la
ladera del monte de las Bienaventuranzas o en la orilla del lago de Tiberíades mientras predicaba desde la barca,
produce verdaderos frutos de conversión del corazón.
Un segundo lugar para el encuentro con Jesús es la sagrada Liturgia. Al Concilio Vaticano II debemos una
riquísima exposición de las múltiples presencias de Cristo en la Liturgia, cuya importancia debe llevar a hacer de
ello objeto de una constante predicación: Cristo está presente en el celebrante que renueva en el altar el mismo y
único sacrificio de la Cruz; está presente en los Sacramentos en los que actúa su fuerza eficaz. Cuando se proclama
su palabra, es Él mismo quien nos habla. Está presente además en la comunidad, en virtud de su promesa: « Donde
están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos » (Mateo 18, 20). Está presente « sobre todo
bajo las especies eucarísticas ». Mi predecesor Pablo VI creyó necesario explicar la singularidad de la presencia real
de Cristo en la Eucaristía, que « se llama “real” no por exclusión, como si las otras presencias no fueran “reales”,
sino por antonomasia, porque es substancial ». Bajo las especies de pan y vino, « Cristo todo entero está presente en
su “realidad física” aún corporalmente ».
La Escritura y la Eucaristía, como lugares de encuentro con Cristo, están sugeridas en el relato de la aparición
del Resucitado a los dos discípulos de Emaús. Además, el texto del Evangelio sobre el juicio final (cf. Mateo 25, 31-
46), en el que se afirma que seremos juzgados sobre el amor a los necesitados, en quienes misteriosamente está
presente el Señor Jesús, indica que no se debe descuidar un tercer lugar de encuentro con Cristo: « Las personas,
especialmente los pobres, con los que Cristo se identifica ». Como recordaba el Papa Pablo VI, al clausurar el
Concilio Vaticano II, « en el rostro de cada hombre, especialmente si se ha hecho transparente por sus lágrimas y
por sus dolores, podemos y debemos reconocer el rostro de Cristo (cf. Mateo 25, 40), el Hijo del hombre ».
5. Los «pobres de espíritu» (cfr. Evangelio de hoy, de las bienaventuranzas), no
son solamente los que viven desprendidos, sino los que ponen toda la confianza
en el Señor.
• Vivimos la esperanza cristiana cuando vivimos como “pobres de espíritu” (Cf. Mateo 5,3, Evangelio
de hoy). El “pobre de espíritu” (anawîm) no es solamente quien vive desprendido, sino el que pone toda
su confianza en el Señor. Tiene mucho que ver con la infancia espiritual y con la verdadera humildad,
necesarias para entrar en el Reino de los Cielos. Sobre el pobre se extiende el manto protector de Dios.
En el Antiguo Testamento se dice que su abogado defensor es Dios mismo “padre de los
huérfanos y defensor de las viudas” (Sal 68,6). Toda ofensa, abuso u opresión del pobre, es sacrilegio,
blasfemia, pecado contra el Señor. “El grito del pobre atraviesa las nubes, hasta que no llega a su término
él no se consuela. No desiste hasta que el Altísimo le atiende, juzga a los justos y les hace justicia”
(Eclesiásico 35, 17-18). “Has visto la pena y la tristeza, las miras y las tomas en tu mano: el desvalido en
ti se abandona, tú eres el auxilio del huérfano” (Salmo 10,14). Este salmo es un simple ejemplo de lo que
aparece en general en todos los salmos, por lo que se refiere al comportamiento del Señor con los “pobres
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de espíritu”: Dios protege, defiende, salva, rescata, no olvida, hace justicia, escucha, acoge, guía. (Cf.
Gianfranco Ravasi, o.c. pp. 363-364).
6. Para San Pablo el tema de la cruz de Cristo es un elemento esencial y primario
de su predicación. Decir cruz quiere decir salvación dada a toda criatura que
confía sólo en el “poder de Dios”.
Cfr. Benedicto XVI, Audiencia general 29 octubre 2008
La debilidad y la fuerza de quien confía sólo en el poder de Dios.
• Para san Pablo la cruz tiene un primado fundamental en la historia de la humanidad; representa el
punto central de su teología, porque decir cruz quiere decir salvación como gracia dada a toda criatura. El
tema de la cruz de Cristo se convierte en un elemento esencial y primario de la predicación del Apóstol: el
ejemplo más claro es la comunidad de Corinto. Frente a una Iglesia donde había, de forma preocupante,
desórdenes y escándalos, donde la comunión estaba amenazada por partidos y divisiones internas que
ponían en peligro la unidad del Cuerpo de Cristo, san Pablo se presenta no con sublimidad de palabras o
de sabiduría, sino con el anuncio de Cristo, de Cristo crucificado. Su fuerza no es el lenguaje persuasivo
sino, paradójicamente, la debilidad y la humildad de quien confía sólo en el "poder de Dios" (cf. 1 Co 2,
1-5).
La cruz: escándalo (para los judíos) y necedad (para los griegos, los
paganos, gentiles).
• La cruz, por todo lo que representa y también por el mensaje teológico que contiene, es escándalo y
necedad. Lo afirma el Apóstol con una fuerza impresionante, que conviene escuchar de sus mismas
palabras: "La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan —
para nosotros— es fuerza de Dios. (...) Quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la
predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a
Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles" (1 Co 1, 18-23).
La lógica griega es también la lógica de nuestro tiempo: el anuncio
cristiano es considerado insípido, irrelevante, en el plano de la lógica
racional.
• Para los paganos, el criterio de juicio para oponerse a la cruz es la razón. En efecto, para estos últimos
la cruz es moría, necedad, literalmente insipidez, un alimento sin sal; por tanto, más que un error, es un
insulto al buen sentido.
San Pablo mismo, en más de una ocasión, sufrió la amarga experiencia del rechazo del anuncio
cristiano considerado "insípido", irrelevante, ni siquiera digno de ser tomado en cuenta en el plano de la
lógica racional. Para quienes, como los griegos, veían la perfección en el espíritu, en el pensamiento puro,
ya era inaceptable que Dios se hiciera hombre, sumergiéndose en todos los límites del espacio y del
tiempo. Por tanto, era totalmente inconcebible creer que un Dios pudiera acabar en una cruz.
Y esta lógica griega es también la lógica común de nuestro tiempo. El concepto de apátheia
indiferencia, como ausencia de pasiones en Dios, ¿cómo habría podido comprender a un Dios hecho
hombre y derrotado, que incluso habría recuperado luego su cuerpo para vivir como resucitado? "Te
escucharemos sobre esto en otra ocasión" (Hch 17, 32), le dijeron despectivamente los atenienses a san
Pablo, cuando oyeron hablar de resurrección de los muertos. Creían que la perfección consistía en
liberarse del cuerpo, concebido como una prisión. ¿Cómo no iban a considerar una aberración recuperar
el cuerpo? En la cultura antigua no parecía haber espacio para el mensaje del Dios encarnado. Todo el
acontecimiento "Jesús de Nazaret" parecía estar marcado por la más total necedad y ciertamente la cruz
era el aspecto más emblemático.
www.parroquiasantamonica.com
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