5 de Junio del 2016
“No
llores”
En
la comunidad eclesial oramos hoy con un salmo de acción de gracias.
La palabra profética: “Mira, tu hijo está vivo”, ha iluminado
de alegría el corazón de los fieles, y la fiesta ha irrumpido en el
lugar del luto y de las sombras: “Te ensalzaré, Señor, porque me
has librado”.
Hay
fiesta porque hay Pascua; hay alabanza porque ha llegado la
liberación; hay cántico al Señor porque suya es la victoria,
porque él es la fuerza y el poder de su pueblo, porque él es la
salvación.
Alertada
por la fe, la comunidad adivina el cántico que resuena en el corazón
de la viuda de Sarepta, la bendición que llena la casa de la viuda
de Naín, y se une a los clamores de fiesta que se oyen en la
Jerusalén del cielo; allí “una muchedumbre inmensa, que nadie
podría contar”, gentes de todas las naciones, razas, pueblos y
lenguas, “gritan con voz potente: «¡La victoria es de nuestro
Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!».
Con
todos los redimidos vamos diciendo: “Te ensalzaré, Señor, porque
me has librado… sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir
cuando bajaba a la fosa”.
Ése
es, Iglesia cuerpo de Cristo, el salmo de tu Pascua con Cristo, de tu
liberación en Cristo, de tu redención por Cristo; ése es el salmo
de tu resurrección, de tu divinización, de tu comunión con la
eternidad de la dicha en Cristo resucitado.
Deja
que la fe busque palabras para la novedad de tu canto: “Yo te amo,
Señor, tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi
libertador. Dios mío, peña mía, refugio mío, mi fuerza salvadora,
mi baluarte”.
A
tu Pascua, Iglesia cuerpo de Cristo, a tu fiesta y a tu canto se unen
los pobres para quienes Dios se hizo evangelio. Nadie diría que
están ahí; puede que tú misma no hubieses tampoco reparado en
ellos; pero son los primeros entre tus hijos, bautizados en las
fuentes de la compasión todopoderosa de tu Dios. Me refiero a los
descartados por el poder, a los invisibles para los epulones, a las
víctimas sacrificadas en el altar de nuestra opulencia y de nuestros
privilegios; hablo de los condenados a la clandestinidad, de hombres
y mujeres que la legalidad ha hecho ilegales, perseguidos, acosados,
irregulares; hablo de los lázaros, de quienes Dios ha querido ser
redentor y recompensa, justicia y bienaventuranza.
Puede
que no sepas cómo, pero sabes que están contigo y que, en Cristo
resucitado, entonas con ellos el mismo salmo de alabanza, porque
Cristo es su vida, su Pascua, su destino; Cristo es también para
ellos la esperanza que ningún egoísmo, ninguna crueldad, ningún
odio pueden hacer vana.
Hoy
resuena en los campamentos de los pobres un “no llores” que es
compromiso de Dios con la vida de cada uno de ellos, un “no llores”
que, en la celebración de la comunidad eclesial, anticipa la dicha
eterna de la ciudad santa, cuando Dios “enjugará toda lágrima de
sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque
lo primero ha desaparecido”. Con toda razón podemos decir: Feliz
domingo, amados de Dios.
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