5 de Julio del 2016
Iglesia,
portadora de Cristo:
Aprendo
a decirlo con el Apóstol: “Dios me libre de gloriarme si no es en
la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual, el mundo está
crucificado para mí y yo para el mundo”.
Hay
quien pone su gloria en la circuncisión, y quien la pone en no estar
circuncidado; hay quien se gloría en la ley, aun sabiendo que
deshonra a Dios transgrediéndola; hay quien presume de lo que tiene,
como si no lo hubiese recibido todo.
Que
se gloríe quienquiera de su saber, que presuma quienquiera de su
fuerza, de su poder, de sus estrategias para imponerse a los demás,
someterlos, dominarlos…
“En
cuanto a mí” –le robo las palabras al Apóstol-,” Dios me
libre de gloriarme, si no es en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo”. Pido quedar abrazado a esa cruz, a Cristo crucificado;
pido quedar con mi Señor, porque sólo él tiene palabras de vida,
porque sólo él es el camino que lleva a la vida: “Señor, ¿a
quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”.
Pedimos
quedarnos con él… y entonces ¡él nos envía!, a los pueblos y
lugares adonde quiere ir: El Cordero nos envía como corderos en
medio de lobos, el Príncipe de la paz nos envía con su paz, para
llevarla a la gente de paz.
No
nos confió una ideología que transmitir, no nos señaló ciudades
que someter: simplemente nos dio el mandato –y con el mandato la
autoridad- de curar a los enfermos, y de anunciar a todos que ha
llegado a ellos el Reino de Dios.
“Festejad
a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis; alegraos de su
alegría los que por ella llevasteis luto… Porque así dice el
Señor: _Yo haré derivar hacia ella como un río la paz”.
Tú
eres, Iglesia de Cristo, el río de la paz de Dios que alcanza a los
pobres, a todos los pobres. Si empiezas a nombrarlos, puede que
muchos de esos pobres que no hubiesen hallado acogida en tu
ideología, la encuentren ancha y cumplida en el Reino de Dios y en
tu corazón.
Tú
eres, Iglesia de Cristo, el sacramento por el que tu Señor se hace
presente en cada lugar, en cada casa, a cada uno de los que esperan,
con la llegada del Señor, la llegada de la salvación.
No
eches fardos sobre los hombros de quienes esperan la buena noticia
que les viene de Dios; no des una piedra al hijo que te pide pan; no
pongas un escorpión en la mano del hijo que te ha pedido un pescado.
Tú
eres portadora de Cristo: él es la paz y la misericordia que viene
de Dios; él es tu gloria.
Feliz
domingo.
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