15 de Mayo del 2016
«El
Señor»
Lo
dijo Jesús a sus discípulos: “Yo le pediré al Padre que os dé
otro defensor, que esté siempre con vosotros”. Y añadió: “El
defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre,
será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando lo que os he
dicho”.
Ésa
era la promesa que los discípulos vieron cumplida en el día de
Pentecostés, cuando “se llenaron todos de Espíritu Santo y
empezaron a hablar cada uno en la lengua que el Espíritu le
sugería”.
Y
ése es el misterio que celebramos en este día de gracia: la efusión
del Espíritu sobre la Iglesia; la unción sagrada de los que son
enviados para que lleven la buena noticia a los pobres; una epifanía
de lenguas de fuego sobre esos ungidos, sobre los enviados, para que
su palabra ilumine las mentes y encienda los corazones de los fieles
con la llama del amor.
Ése
es el misterio por el que hoy bendices al Señor, por el que aclamas
a tu Dios: “¡Dios mío, qué grande eres! ¡Cuántas son tus
obras, Señor! La tierra está llena de tus criaturas”. Y tú le
darás gloria por siempre, porque la tierra está llena de su gracia,
de su sabiduría, de su luz, de su consuelo, de su Espíritu,
de su presencia dulcemente acogedora, regazo de madre para el sosiego
de tus pobres.
Ése
es el misterio cuya belleza hace romper en tus labios la expresión
del deseo: “Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la
tierra, manda tu luz desde el cielo, sana el corazón enfermo”.
Ése
es también, Iglesia de Cristo, el misterio en el que, con
insistencia de pobre, pides participar, pues si es cierto que están
abiertas las fuentes del Espíritu para la humanidad entera, habrás
de acercarte y beber, habrás de acoger al que pide entrar en la
intimidad de tu casa. Por eso dices: “Ven, Espíritu divino, manda
tu luz desde el cielo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de
nuestro esfuerzo. Ven, llena los corazones de tus fieles y enciende
en ellos el fuego de tu amor.
Y
ése es el misterio que verás cumplido en la eucaristía que
celebras, pues de ti, como de los discípulos de Jesús, en ella se
dirá con verdad: “Se llenaron de Espíritu Santo y hablaban de las
maravillas de Dios”. Hoy te llenarás de Espíritu, pues
habrás comulgado con la fuente de donde procede, y para siempre
hablarás de las maravillas de Dios, porque ha hecho obras grandes en
ti el que es Poderoso, cuyo nombre es santo.
Deja
que el Espíritu te enseñe a decir: “Jesús”, y a decir “Señor”,
y a decir “Jesús es el Señor”.
Si
su Espíritu te enseña, “Jesús” será siempre el nombre del
amado, nombre que, pronunciado, dirá ausencia y deseo, tal vez
presencia y consuelo, puede que súplica y esperanza, puede que
herida, puede que cielo.
Si
te unge el Espíritu, “Jesús” será siempre el nombre de tus
hermanos, el nombre de los pobres, y ellos serán para ti el nombre
de tu amado, y aprenderás a reconocer en ellos al que es tu Señor.
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