1 de Mayo del 2016
Iglesia
del cielo… Iglesia de la tierra:
Habéis
oído la palabra de Dios: “El ángel me transportó en espíritu a
un monte altísimo y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que
bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios”.
El
ángel nos la mostró. Yo quiero gozarme en su contemplación. Si
Dios la envía, la ciudad viene del amor, es una fantasía de amor,
es una arquitectura de amor. Por eso “brillaba como una piedra
preciosa, como jaspe traslúcido”.
Pensé:
estoy viendo a la Iglesia que Dios ama, la Iglesia a la que
pertenezco, la madre en cuyo seno he nacido para Dios y de quien
aprendí a ser de Dios.
Ya
sé que sólo se me ha concedido ver lo que será un día la ciudad
hacia la que camino. Pero sé también que esa ciudad no es un mito
de futuro, sino una construcción que se levanta en el presente, con
el amor de Cristo y el amor de los redimidos.
Vosotros
sois testigos del amor con que Cristo os edifica, pues él os amó y
se entregó por vosotros; os consagró con su palabra, os lavó
con el baño misterioso del bautismo, “para prepararse una Iglesia
radiante, sin mancha ni arruga ni nada parecido, una Iglesia santa e
inmaculada”.
Junto
al amor grande que nos ha purificado, está el amor humilde y tenaz
de quienes formamos la Iglesia, cuerpo de Cristo.
Vuestra
casa, queridos, esta comunidad eclesial de Tánger, se abre cada día
para hombres, mujeres y niños que, víctimas de injusticias atroces,
buscan un respiro en sus vidas y lo buscan a la sombra de vuestro
amor.
Antes
de ver cómo baja del cielo la ciudad que Dios ha perfeccionado,
estoy viendo cómo sube de la tierra la ciudad que vuestro amor
edifica.
No
está hecha de piedras talladas, sino de humanidad acogida, de
dignidad respetada, de pobreza compartida. Ésa es tu ciudad
hermoseada por el amor. La llenan hambrientos de siempre, parados
recientes, esclavas sexuales, mujeres nacidas para entrar desde niñas
en redes de trata, bebés disputados porque aprovechables para
comercio sexual o comercio de órganos.
En
esa ciudad que el amor levanta con su fuerza, el templo es de carne,
pura humanidad: ese templo eres tú que amas a Cristo y guardas su
palabra, pues Cristo y el Padre han venido a ti para hacer morada
dentro de ti; ese templo eres tú con los pobres que son el cuerpo
lastimado de Cristo; ese templo eres tú en Cristo y lo es Cristo en
ti.
He
visto la Iglesia que subía de la tierra, y era un sacramento de la
Iglesia que un día bajará del cielo.
Feliz
domingo, Iglesia amada del Señor.
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