26 de Junio del 2016
Libertos
de Cristo para ser esclavos de amor:
En
la Iglesia se habla –hablamos- muy poco de libertad; puede incluso
que, en muchas ocasiones y de muchas maneras, nos hayamos mostrado
recelosos de la libertad, si no abiertamente contrarios a su
ejercicio. Y, sin embargo, en la lectura apostólica de este domingo
oiremos proclamar: “Para vivir en libertad, Cristo nos ha
liberado”.
Y
has entendido que se te decía: Cristo nos ha liberado para amar; el
amor hizo a Dios nuestro esclavo para que nos hiciéramos esclavos
unos de otros por el amor: ¡Somos libertos de Cristo para ser
esclavos de su amor!
La
palabra de la revelación te recuerda que en esa esclavitud de amor,
en esa libertad de “amar al prójimo como a ti mismo”, en esa
llamada a “amar a todos como Dios te ama”, se encierran para ti
todos los mandatos de la Ley.
Aquel
día, que parecía hecho sólo para la tristeza de los esclavos, a la
entrada de la iglesia en la que se celebraba el entierro de un bebé
que había sobrevivido apenas unos minutos a su nacimiento, un cartel
iluminaba la noche del sentido: “Lo importante en la vida no
es hacer algo, sino nacer y dejarse amar”.
Las
palabras eran un certificado de plenitud para la vida de aquel hijo,
y una apertura de cada vida al aire de la libertad. Los padres del
bebé habían podido suscribir aquel mensaje porque sabían cuánto
amaban ellos a aquel hijo, y también porque la fe les decía cuánto
a todos los amaba Dios.
Si
se ha nacido amado, se ha tenido una vida completa aunque sólo se
haya conocido por un instante la ternura de quien nos ama.
La
libertad que has recibido de Cristo es libertad de la necesidad de
poseer, ya se trate de hijos, de seres queridos, de riquezas o de la
propia vida. La libertad que de Cristo has recibido es libertad
frente al dolor, a la enfermedad, a la muerte; es la libertad que
Eliseo necesitó para dejar bueyes y aperos de labranza y casa
familia, y correr tras Elías”; es la libertad que recibieron los
discípulos para dejarlo todo y seguir a Jesús. Ésa es la libertad
que hace posible en Teresa de Jesús la serena quietud de su
“sólo Dios basta”, la misma que hizo posible en Francisco de
Asís la plenitud que se intuye resumida en la aclamación: “¡Mi
Dios, mi todo!”
La
libertad que de Cristo has recibido, Iglesia amada de Dios, es la que
te permite hoy hacer tuyas las palabras del Salmista: “El Señor es
el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano”. Lo
dirás orando, lo dirás comulgando; lo dirás con tus hermanos de
fe, lo dirás con tus hermanos de pobreza: “Yo digo al Señor: «Tú
eres mi bien.»”; “Tú eres el bien, todo bien, sumo bien, Señor
Dios vivo y verdadero”.
Y
lo que va diciendo tu oración y tu comunión, al tiempo que te hace
libre de tus esclavitudes, te hace siervo de todos por el amor.
Esa
libertad sólo Cristo te la puede dar y nadie te la puede quitar.
Feliz
domingo.
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