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Domingo 2º del Tiempo ordinario, ciclo C (17 de enero de 2016). En las Bodas de Caná, la
Virgen María invita a “hacer lo que el Señor Diga”, cuando faltó el vino. Ante el milagro en esas
bodas, “creyeron en Jesús los discípulos”. Creer en Él lleva consigo un itinerario laborioso. Es acoger al
Señor, es la conversión. Son necesarias dos actitudes: la espera/vigilancia (que requiere paciencia,
purificación interior, espera), y admiración y asombro (ante la profundidad del mensaje de Dios que
llevan consigo todos los acontecimientos).
Juan 2, 1-12: Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. 2
Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. 3 Y, como faltara vino, porque se había acabado el
vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino.» 4 Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo,
mujer? Todavía no ha llegado mi hora.» 5 Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga.». 6
Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas
cada una. 7 Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba. 8 «Sacadlo
ahora, les dice, y llevadlo al maestresala.» Ellos lo llevaron. 9 Cuando el maestresala probó el agua
convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo
sabían), llama el maestresala al novio 10 y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están
bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora.» 11 Así, en Caná de Galilea, dio Jesús
comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. 12 Después bajó a
Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.
Haced lo que Él os diga
Es acoger a Cristo
Es la conversión
1. Y creyeron en él sus discípulos. (Juan 2, 11)
El laborioso itinerario del espíritu de los discípulos de Emaús para acoger a Jesús
o Estaban tristes porque no habían entendido el misterio de la vida de Cristo.
Éste es el desafío verdadero que tenemos todos los creyentes en Jesús.
La palabra itinerario tiene unos contenidos interesantes que no podemos dar por descontados 1
.
Equivale a plan de marcha o viaje, y es equivalente a recorrido, ruta y trayecto. Pero se ha de entender no
solamente en sentido externo, como cuando, por ejemplo, me llevan a alguna parte en un vehículo; también
indica el camino a recorrer en el sentido de la «conducta que se sigue para llegar a cierto resultado» y alguien
nos puede decir “has emprendido una ruta equivocada”.
El itinerario laborioso de los discípulos de Emaús viene descrito en el Evangelio de S. Marcos (16,
12-13), muy brevemente, y en el de S. Lucas (24, 13-35). Con referencia a este último Fillion dice que es
uno de «sus más admirables relatos» 2
; y Martín Descalzo afirma que es «la más bella de todas las
narraciones» de las apariciones de Jesús después de su resurrección 3
.
En la narración de San Lucas , se ve un diálogo de esos dos discípulos con el Señor resucitado en el
que, con anotaciones certeras, aparecen muy bien reflejados bastantes momentos de nuestra existencia
humana que se podrían resumir en esto: esos discípulos estaban tristes, sin esperanza, porque no habían
entendido el misterio de la vida de Cristo. Y éste es el desafío verdadero que tenemos todos los creyentes en
Jesús. Será Jesús mismo quien tendrá que explicarles el sentido de los acontecimientos que habían vivido,
como sucederá también en nuestro caso. Tal vez las anotaciones certeras sobre ese encuentro tengan su punto
culminante en el reproche del Señor a esos dos discípulos: «¡Necios y torpes de corazón para creer todo lo
que anunciaron los profetas!».
1 Cf. María Moliner, Diccionario, Ed. Gredos, 2ª ed. 1998, voces «itinerario» y «ruta».
2 Cf. Louis Claude Fillion, Nuesto Señor Jesucristo según los Evangelios, Edibesa 2000, pp. 429-432
3 Cf. Jose Luis Martín Descalzo, Vida y misterio de Jesús de Nazaret III (Vida y ministerio de Jesús de Nazaret III), Ed.
Sígueme, duodécima edición, pp. 393-398
2
2. Acoger a Jesús: es la conversión
Después de haber sido apresado Juan, vino Jesús a Galilea predicando el
Evangelio de Dios, y diciendo: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al
llegar; convertíos y creed en el Evangelio»4
.
La llamada a la conversión que hace Jesús al inicio de su ministerio público, es el tercero de los
«misterios de luz» establecidos por Juan Pablo II, para el rezo y la contemplación de los misterios del
Rosario 5
. El título de este misterio es: “El anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión”. El Papa
propone esta llamada a la conversión como uno de los cinco momentos significativos de la que se llama “la
vida pública de Jesús”, desde el Bautismo a la Pasión. Juan Pablo II dice: “es misterio de luz la predicación
con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión, iniciando así el ministerio de
la misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de
la Reconciliación confiado a la Iglesia” (n. 21).
3. Dos actitudes fundamentales para acoger a Cristo
Para acoger a Cristo - «haced lo que Él os diga» - Juan Pablo II señala dos actitudes
fundamentales 6
, que son las propias del hombre ante el misterio: la espera/vigilancia y la
admiración o asombro. Transcribo el texto íntegro sobre estas dos actitudes:
A) Espera/Vigilancia, porque para el encuentro con el misterio se requiere
paciencia, purificación interior, silencio y espera. Tres imperativos que articulan la
espera: "Estad atentos"; literalmente: "Mirad, vigilad". "Atención"; “velad”; vigilad.
- “La primera actitud es la espera, bien ilustrada en el pasaje del evangelio de san Marcos que acabamos de
escuchar (cf. Mc 13, 33-37). En el original griego encontramos tres imperativos que articulan esta espera. El
primero es: "Estad atentos"; literalmente: "Mirad, vigilad". "Atención", como indica la misma palabra,
significa tender, estar orientados hacia una realidad con toda el alma. Es lo contrario de distracción que, por
desgracia, es nuestra condición casi habitual, sobre todo en una sociedad frenética y superficial como la
contemporánea. Es difícil fijar nuestra atención en un objetivo, en un valor, y perseguirlo con fidelidad y
coherencia. Corremos el riesgo de hacer lo mismo también con Dios, que, al encarnarse, ha venido a nosotros
para convertirse en la estrella polar de nuestra existencia.
Al imperativo "estad atentos" se añade [segundo imperativo] "velad", que en el original griego del
evangelio equivale a "estar en vela". Es fuerte la tentación de abandonarse al sueño, envueltos en las tinieblas
de la noche, que en la Biblia es símbolo de culpa, de inercia y de rechazo de la luz. Por eso, se comprende la
exhortación del apóstol san Pablo: "Vosotros, hermanos, no vivís en las tinieblas, (...) porque todos sois hijos
de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas. Así pues, no durmamos como los demás,
sino estemos vigilantes y despejados" (1 Ts 5, 4-6). Sólo liberándonos de la oscura atracción de las tinieblas
y del mal lograremos encontrar al Padre de la luz, en el cual "no hay fases ni períodos de sombra" (St 1, 17).
Hay un tercer imperativo, repetido dos veces con el mismo verbo griego: "Vigilad". Es el verbo del
centinela que debe estar alerta, mientras espera pacientemente que pase la noche y despunte en el horizonte
la luz del alba. El profeta Isaías describe de modo intenso y vivo esta larga espera, introduciendo un diálogo
entre dos centinelas, que se convierte en símbolo del uso correcto del tiempo: ""Centinela, ¿qué hay de la
noche?". Dice el centinela: "Se hizo de mañana y también de noche. Si queréis preguntar, preguntad,
convertíos, venid" (Is 21, 11-12).
Es preciso interrogarse, convertirse e ir al encuentro del Señor. Las tres exhortaciones de Cristo:
"Estad atentos, velad y vigilad" resumen muy acertadamente la espera cristiana del encuentro con el Señor.
La espera debe ser paciente, como nos recomienda Santiago en su Carta: "Tened paciencia (...) hasta la
venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana
y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca" (St 5,
7-8). Para que crezca una espiga o brote una flor hace falta cierto período de tiempo, que no se puede
recortar; para que nazca un niño se necesitan nueve meses; para escribir un libro o componer música de
valor, a menudo se requieren años de búsqueda paciente. Esta es también la ley del espíritu: "Todo lo que es
4 Mc 1, 14-15
5 Cf. Rosarium Virginis Mariae, nn. 19 y 21 6 Audiencia general: miércoles 26 de julio del 2000
3
frenético pasará pronto", cantaba un poeta (Rainer María Rilke, Sonetos a Orfeo). Para el encuentro con el
misterio se requiere paciencia, purificación interior, silencio y espera.
B) Admiración/asombro, porque todas las cosas, todos los acontecimientos, para
quien sabe leerlos en profundidad, encierran un mensaje que, en definitiva, remite
a Dios.
o Para descubrir el mensaje debemos ser sencillos, capaces de admirar, de
asombrarnos, por los gestos divinos de amor y de cercanía a nosotros.
La segunda actitud - después de la espera atenta y vigilante- es la admiración, el asombro. Es necesario
abrir los ojos para admirar a Dios que se esconde y al mismo tiempo se muestra en las cosas, y que nos
introduce en los espacios del misterio. La cultura tecnológica y, más aún, la excesiva inmersión en las
realidades materiales nos impiden con frecuencia percibir el aspecto oculto de las cosas. En realidad, todas
las cosas, todos los acontecimientos, para quien sabe leerlos en profundidad, encierran un mensaje que, en
definitiva, remite a Dios. Por tanto, son muchos los signos que revelan la presencia de Dios.
Pero, para descubrirlos debemos ser puros y sencillos como niños (cf. Mt 18, 3-4), capaces de admirar,
de asombrarnos, de maravillarnos, de embelesarnos por los gestos divinos de amor y de cercanía a nosotros.
En cierto sentido, se puede aplicar al entramado de la vida diaria lo que el concilio Vaticano II afirma
sobre la realización del gran designio de Dios mediante la revelación de su Palabra: "Dios invisible, movido
de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía" (Dei
Verbum, 2).
4. Solamente la admiración o el asombro conocen.
o Lo que distingue a la persona auténtica del hombre o de la mujer banales,
vulgares o superficiales, es el estupor. Es el descubrimiento del misterio que se
oculta en la realidad del corazón, de la naturaleza, del arte, de la religión.
Alguien ha dicho que solamente la admiración o el asombro conocen.
Alguien también ha afirmado que morimos cuando dejamos de asombrarnos. Mientras tengamos ese -
llamémoslo así – don del «asombro» seremos jóvenes, independientemente de la edad. A esta afirmación se
puede unir otra que se refiere a lo que distingue la persona auténtica del hombre o de la mujer banales,
vulgares o superficiales. He aquí lo que dice un autor a propósito de un proverbio árabe 7
:
“«Si jamás has cazado, si jamás has amado, si no te ha atraído nunca el perfume de las flores
y no te ha conmovido nunca la música, no eres un hombre sino un tonto». Dejemos aparte la caza, que
es algo que no me entusiasma, pero que podríamos transcribir metafóricamente como símbolo de la
búsqueda humana y religiosa. Pero la diferencia señalada entre el hombre verdadero y el tonto es
absolutamente aceptable. Esencialmente, se podría decir que lo que distingue a la persona auténtica
del hombre o de la mujer banales, vulgares o superficiales, es el estupor. Es el descubrimiento del
misterio que se oculta en la realidad del corazón, de la naturaleza, del arte, de la religión. Sin esta
capacidad de intuición profunda, el corazón se reduce a un músculo, la persona a un organismo, la
naturaleza a un sistema de energías y de datos físicos, el arte y la espiritualidad a fenómenos
improductivos, destinados tal vez a los soñadores. Y sin embargo precisamente en esos valores está el
pulso de la verdadera humanidad, lo que da sabor a la cotidianidad, lo que transfigura la materia y la
corporeidad. Sin una gota de amor, sin el estremecimiento de la belleza, sin el latido de la fe, sin la
intimidad [interioridad] de la contemplación, somos sólo cosas entre las cosas, somos bestias entre las
otras bestias”.
Fe y admiración ante la Eucaristía
Aunque sea de otro modo - el modo sacramental - Jesús está presente en nuestro caminar en la tierra,
igual que lo estuvo en el camino de esos dos discípulos de Emaús. Jesús está presente en los tabernáculos de
las Iglesias. Cuando, por razones de trabajo o por otras, los cristianos vamos de un sitio a otro en la ciudad;
cuando salimos de casa o volvemos; cuando llegamos al lugar de trabajo o cuando lo dejamos al acabar la
jornada laboral .... si pasamos por delante de una iglesia que está abierta, probablemente se nos ocurre entrar
a saludar al Señor alguna vez , aunque nuestra visita dure no más de medio minuto. Si no lo hacemos, ¿será
por cuestión de pereza o de orden, o tal vez por falta de fe?
7 Gianfranco Ravasi, Avvenire 6/05/2003.
4
5. Acoger a Cristo: la vida moral del cristiano
o Seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral cristiana
Uno de los campos en los que con más claridad se ve la importancia de acoger al Señor en nuestras
vidas es el de la vida moral, ya que «seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral
cristiana»8
. “Es necesario que el hombre de hoy se dirija nuevamente a Cristo para obtener de Él la respuesta
sobre lo que es bueno y lo que es malo”9
. Con estas afirmaciones se quiere decir que la moral cristiana no
consiste solamente en escuchar una enseñanza y en cumplir un mandamiento, sino que se trata de algo
mucho más radical: “adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su
obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre. El discípulo de Jesús siguiendo, mediante la adhesión por
la fe, a Aquél que es la Sabiduría encarnada, se hace verdaderamente discípulo de Dios (Cf.. Juan 6, 45)”10.
En definitiva, la vida moral “será la expresión del amor de correspondencia a Aquél que nos amó
hasta el extremo (Cf. Juan 13,1), de Aquél que, como confesaba Pablo, «me amó y se entregó por mí»
(Gálatas 2,20). Por eso el mismo Pablo que había tenido un encuentro con Jesús, que transformó su vida, dirá
a los cristianos: «Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones para que arraigados y cimentados en el
amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y
conocer el amor de Cristo, que excede toda filosofía» (Efesios 3, 17-19)” 11. La conversión a Cristo “es la
dimensión moral específica del cristianismo, que se encuentra en todo acto humano. Es aquí donde la acción
del cristiano encuentra su manantial más limpio”12.
Deberíamos entender que la moralidad empieza con la experiencia de nuestra indigencia, con el
reconocimiento, que a veces será doloroso, de que estamos lejos de una plenitud que se presenta en el
horizonte - dibujada con más o menos precisión - y que deseamos alcanzar como algo que llenará el corazón
y traerá la paz: la vida moral «es un viaje en busca de la paz para nuestras almas»; es posible porque todo el
mundo quiere la felicidad, aunque no siempre acertemos con el camino que a ella nos lleva 13. Cuando el
Señor nos dice «venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso», nos
asegura que, si nos adherimos a su persona, la moral cristiana no será ya algo difícil de entender y de
practicar que se acaba convirtiendo en un yugo insoportable: «porque mi yugo es suave y mi carga ligera» 14.
Según San Agustín 15, la carga de Cristo «tiene alas»: «Cualquiera otra carga te oprime y abruma, mas la
carga de Cristo te alivia el peso. Cualquiera otra carga tiene peso, pero la de Cristo tiene alas. Si a un pájaro
le quitas las alas, parece que le alivias del peso, pero cuanto más le quites este peso, tanto más le atas a la
tierra. Ves en el suelo al que quisiste aliviar de un peso; restitúyele el peso de sus alas, y verás como vuela».
También por esto se entiende la importancia de la contemplación de los misterios de la vida Cristo.
El primer paso para adherirse es el de conocer, y para conocer hace falta contemplar. La adhesión a Jesús
comporta, por otra parte, imitarlo, aprender de Él como Él mismo nos pidió: «aprended de mí»16, porque
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida»17.
www.parroquiasantamonica.com
Vida Cristiana
8 Juan Pablo II, Encíclica Veritatis splendor, 6 agosto 1993, n. 19
9 Veritatis splendor, n. 8
10 Juan Pablo II, Encíclica «Veritatis splendor», n. 19; Cf. Aurelio Fernández, El mensaje moral de Jesús de Nazaret,
ed. Palabra 1998 (El mensaje moral de Jesús de Nazaret), Prólogo, sobre la conveniencia de acercarse a la existencia
histórica de Jesús, observar su vida y sus enseñanzas con el fin de ofrecer un modelo moral más cercano a la vida real
del que proponen algunos manuales de Teología moral.
11 Cf. Guía para la preparación espiritual de la Visita Apostólica de Juan Pablo II a España, II,1: El encuentro con
Jesucristo, Edice 2003 12 Livio Melina, José Noriega, Juan José Pérez-Soba, La plenitud del obrar cristiano, Ed. Palabra 2001, pp. 20-21
13 Cf. Paul J. Wadell, La primacía del amor – Una introducción a la ética de Tomás de Aquino, Ed. Palabra, 2002 ,
caps. II y III
14 Mt 11, 28-30
15 NT Eunsa, comentario a Mt 11, 25-30
16 Mt 11,29
17 Jn 14,6
viernes, 23 de junio de 2017
Domingo 2º del Tiempo ordinario, ciclo C (17 de enero de 2016). En las Bodas de Caná, la Virgen María invita a “hacer lo que el Señor Diga”, cuando faltó el vino. Ante el milagro en esas bodas, “creyeron en Jesús los discípulos”. Creer en Él lleva consigo un itinerario laborioso. Es acoger al Señor, es la conversión. Son necesarias dos actitudes: la espera/vigilancia (que requiere paciencia, purificación interior, espera), y admiración y asombro (ante la profundidad del mensaje de Dios que llevan consigo todos los acontecimientos).
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