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Tercer Domingo de Pascua, Ciclo C (2016). ¡Jesús el Señor! Este título expresa el respeto y la
confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de él socorro y curación. Para reconocer a Jesús como
Señor, es necesaria una gracia de « revelación » que viene del Padre. Quien hace esa afirmación decide
sobre el sentido de su vida. Es como si dijera: «Tú eres mí Señor; yo me someto a ti, te reconozco
libremente como mi salvador, mi jefe, mi maestro, aquel que tiene todos los derechos sobre mí». La
afirmación del señorío de Jesús significa también reconocer que el hombre no debe someter la libertad
personal a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo.
Juan 21 1 Después se apareció de nuevo Jesús a sus discípulos junto al mar de Tiberíades. Se apareció así:
2 estaban juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y
otros dos de sus discípulos. 3 Les dijo Simón Pedro: Voy a pescar. Le contestaron: Vamos también nosotros contigo.
Salieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.4 Llegada ya la mañana, se presentó Jesús en
la orilla; pero sus discípulos no sabían que era Jesús. 5 Les dijo Jesús: Muchachos, ¿tenéis algo de comer? Le
contestaron: No.6 El les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y ya no podían sacarla
por la gran cantidad de peces. 7 Aquel discípulo a quien amaba Jesús dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Al oír Simón Pedro
que era el Señor se ciñó la túnica, porque estaba desnudo, y se echó al mar. 8 Los otros discípulos vinieron en la barca,
pues no estaban lejos de tierra, sino a unos doscientos codos, arrastrando la red con los peces.9 Cuando descendieron a
tierra vieron unas brasas preparadas, un pez puesto encima y pan. 10 Jesús les dijo: Traed algunos de los peces que
habéis pescado ahora.11 Subió Simón Pedro y sacó a tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y
aunque eran tantos no se rompió la red.12 Jesús les dijo: Venid y comed. Ninguno de los discípulos se atrevía a
preguntarle: ¿Tú quién eres?, pues sabían que era el Señor. 13 Vino Jesús, tomó el pan y lo distribuyó entre ellos, y lo
mismo el pez. 14 Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, después de resucitar de entre los
muertos.
[15 Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». 16 Por segunda vez le pregunta: «Simón,
hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas». 17 Por
tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez:
« ¿Me quieres?» y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas.
18 En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo,
extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras». 19 Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a
dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme»].
Cfr. 3º Pascua Ciclo C 10/04/2016 Hechos 5, 27b-32.40b-41; Apocalipsis 5, 11-14;
Juan 21, 1-19 cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, Piemme 1999, pp. 115-116; Cfr. Raniero Cantalamessa,
El Canto del Espíritu (Meditaciones sobre el Veni Creator), PPC 1999, Cap. XXI pp. 377-391
Aquel discípulo a quien amaba Jesús dijo a Pedro:
¡Es el Señor!
(Juan 21,7)
A. Cuatro comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la proclamación
de que Jesucristo es el Señor, que nos ayudan a entender el contenido de esta
proclamación.
1. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque "nadie
puede decir: 'Jesús es Señor' sino bajo la acción del Espíritu Santo" (1 Corintios
12,3).
• n. 152: No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a
los hombres quién es Jesús. Porque "nadie puede decir: 'Jesús es Señor' sino bajo la acción del Espíritu
Santo" (1 Cor 12,3). "El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios...Nadie conoce lo íntimo de
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Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Cor 2,10-11). Sólo Dios conoce a Dios enteramente. Nosotros creemos en
el Espíritu Santo porque es Dios.
2. Sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los
demonios, sobre la muerte y el pecado, demuestran su soberanía divina.
• n. 447 El mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute con los fariseos sobre el
sentido del Salmo 109 (Mateo 22,41-46; cf. también Hechos 2, 34-36; Hebreos 1, 13), pero también de
manera explícita al dirigirse a sus apóstoles (Juan 13, 13). A lo largo de toda su vida pública sus actos de
dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado,
demostraban su soberanía divina.
3. Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y
esperan de él socorro y curación.
• n. 448 Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús
llamándole "Señor". Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de él
socorro y curación (Mateo 8, 2; 14, 30; 15, 22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el
reconocimiento del misterio divino de Jesús (Lucas 1, 43; 2, 11). En el encuentro con Jesús resucitado, se
convierte en adoración: "Señor mío y Dios mío" (Juan 20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de
afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: "¡Es el Señor!" (Juan 21, 7).
4. La afirmación del Señorío de Jesús significa también reconocer que el hombre
no debe someter la libertad personal a ningún poder terrenal sino sólo a Dios
Padre y al Señor Jesucristo.
• n. 450 Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús sobre el
mundo y sobre la historia (Apocalipsis 11, 15) significa también reconocer que el hombre no debe someter
su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo:
César no es el "Señor" (Marcos 12, 17; Hechos 5, 29). " La Iglesia cree.. que la clave, el centro y el fin de
toda historia humana se encuentra en su Señor y Maestro" (Gaudium et spes 10, 2; 45, 2).
B. Ciertamente no es fácil creer.
a) La falta de reconocimiento del Cristo resucitado, se da constantemente en las
apariciones pascuales: es clamoroso el caso de María Magdalena que confunde a
Cristo con el hortelano.
o Hay que recorrer el camino de la fe, que no está privado de signos sensibles,
como el de la pesca milagrosa con sus «153 peces grandes» del Evangelio de
hoy.
• Cfr. G. Ravasi, o.c. p. 118: “La falta de reconocimiento del Cristo resucitado, se da constantemente
en las apariciones pascuales: es clamoroso el caso de María Magdalena que confunde a Cristo con el
hortelano. Por tanto, hay que recorrer un camino diverso para encontrar y reconocer a Cristo glorioso. Ese
camino no puede seguir siendo el de la simple costumbre familiar, el de los ojos y los sentimientos, sino que
es el camino de la fe. Un camino que, sin embargo, no está privado de signos comprensibles: como en el caso
de la pesca milagrosa con sus «153 peces grandes». También en este dato cuantitativo probablemente no se
esconden grandes secretos, no obstante las muy agudas y frenéticas investigaciones de los lectores del
Evangelio de todos los siglos, sino, sencillamente, un recuerdo histórico y ocular. Y es precisamente a partir
de este signo cuando la narración de Juan empieza a orientarse hacia una dimensión más alta y completa.
(...) Pedro reconoce a su Señor y se echa al agua y se dirige hacia él con todo el impulso de su amor”. Cfr.
Gianfranco Ravasi o.c. pp. 115-116
b) Juan Pablo II, Carta Novo millennio inneunte, 6 de enero de 2001
o Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús y Tomás
n. 19. « Los discípulos se alegraron de ver al Señor » (Jn 20,20). El rostro que los Apóstoles
contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años,
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y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles « las manos y el costado »
(ibíd.). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso
itinerario del espíritu (cf. Lc 24,13-35). El apóstol Tomás creyó únicamente después de haber comprobado el
prodigio (cf. Jn 20,24-29). En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el
misterio de aquel rostro. Ésta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida
histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus
gestos y por sus palabras.
o Cómo llega Pedro a la fe
A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos
presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf. Mt 16,13-20). A los discípulos,
como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la « gente » que es él,
recibiendo como respuesta: « Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los
profetas » (Mt 16,14). Respuesta elevada, pero distante aún —¡y cuánto!— de la verdad. El pueblo llega a
entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero que
no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, ¡Jesús es
muy distinto! Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su
persona, lo que él espera de los « suyos »: « Y vosotros ¿quién decís que soy yo? » (Mt 16,15). Sólo la fe
profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la
profundidad del misterio: « Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo » (Mt 16,16).
o Es necesaria una gracia de « revelación » que viene del Padre.
• Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte
adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento
auténtico, fiel y coherente de ese misterio.
n. 20. ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada
vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús
acoge la confesión de Pedro: « No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los
cielos » (16,17). La expresión « carne y sangre » evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el
caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de « revelación » que viene del Padre (cf. ibíd.). Lucas nos
ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló
mientras Jesús « estaba orando a soalas » (Lc 9,18). Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del
hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino
dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado
en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio,
que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: « Y la Palabra se hizo
carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como
Hijo único, lleno de gracia y de verdad » (Jn 1,14).
c) Para reconocer al Señor es necesario ser amigo suyo: los amigos de Dios en el
AT y en el NT:
• S.A. Panimolle, Amor, en Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Ed, Paulinas 1990:
c) Los amigos de Dios. En el pueblo de Dios algunas personas en particular son amadas por el Señor
porque desempeñan una misión salvífica y han amado con todo el corazón a su Dios, adhiriéndose a él por
completo, escuchando su voz y viviendo su palabra: tales son los padres de .Israel, Moisés, los justos, el rey
David; se les llama amigos de Dios.
Abrahán es el primer padre de Israel, presentado como amigo del Señor(2Ch 20,7 Is 41,8 Da 3,35 Jc
2,23). Dios conversó afablemente con este siervo suyo y le manifestó sus proyectos, lo mismo que se hace
con un amigo íntimo (Gen 18,17ss). También Benjamín fue considerado de tal modo porque fue amado por
el Señor (Dt 33,12). / Moisés es otro gran amigo de Dios: hablaba con él cara a cara, lo mismo que habla un
hombre con su amigo (Ex 33,11). Moisés fue amado por Dios y por los hombres; su memoria será bendita (Si
45,1); en efecto, él fue el gran mediador de la revelación del amor misericordioso del Señor (Ex 34,6s; Núm
14,18s; Dt 5,9s). También / Samuel fue amado por el Señor (Si 46,13), lo mismo que / David y Salomón (2 S
12,24 lCrón 2S 17,16 [LXX]; Si 47,22 Ne 13,26), y lo mismo el siervo del Señor (Is 48,14). Finalmente,
todos los hombres fieles y piadosos son amigos de Dios (Ps 127,2).
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En el NT los amigos de Dios y de su Hijo son los creyentes (cf 1 Tes 1,4; 2Th 2,13 Col 3,12), y de
manera especial los apóstoles y los primeros discípulos, que son amados por el Padre y por Jesús (Jn 14,21
Jn 17,23). Pero es preciso merecer esta amistad divina, observando y guardando la palabra del Hijo de Dios
(Jn 14,23s), es decir, creyendo vitalmente en él (Jn 17,26). En el grupo de los primeros seguidores de Cristo
hay uno que es designado especialmente por el cuarto evangelista como "el discípulo amado", es decir, el
amigo de Jesús (Jn 21,7 Jn 21,20), que se reclinó sobre el pecho del maestro (Jn 13,23), es decir, vivió en
profunda intimidad con el Hijo de Dios, lo siguió hasta el Calvario (Jn 18,15 19,26s) y lo amó intensamente
(Jn 20,2-5). ( Diccionario RAVASI 153)
3. Importancia del reconocimiento de Jesucristo como «Señor».
Cfr. Raniero Cantalamessa, o.c.
Quien pronuncia esa proclamación, es como si dijese: «Tú eres mi Señor, me
someto a ti, te reconozco como como mi salvador».
• Desde el punto de vista subjetivo - es decir, en lo que depende de nosotros - la fuerza de
esa proclamación está en que supone también una decisión. Quien la pronuncia decide sobre el
sentido de su vida. Es como si dijera: «Tú eres mí Señor; yo me someto a ti, te reconozco
libremente como mi salvador, mi jefe, mi maestro, aquel que tiene todos los derechos sobre
mí». (…)
4- Anunciar, dar testimonio, adorar
Cfr. Papa Francisco, Homilía, Domingo 3º de Pascua, 14 de abril de 2013
Anunciar
o Pedro y los Apóstoles anuncian con audacia, con parresia, aquello que han
recibido, el Evangelio de Jesús.
• No los detiene ni siquiera el ser azotados, ultrajados y encarcelados.
• En la Primera Lectura llama la atención la fuerza de Pedro y los demás Apóstoles. Al mandato de
permanecer en silencio, de no seguir enseñando en el nombre de Jesús, de no anunciar más su mensaje, ellos
responden claramente: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Y no los detiene ni siquiera el
ser azotados, ultrajados y encarcelados. Pedro y los Apóstoles anuncian con audacia, con parresia, aquello
que han recibido, el Evangelio de Jesús. Y nosotros, ¿somos capaces de llevar la Palabra de Dios a nuestros
ambientes de vida? ¿Sabemos hablar de Cristo, de lo que representa para nosotros, en familia, con los que
forman parte de nuestra vida cotidiana? La fe nace de la escucha, y se refuerza con el anuncio.
Con su vida dan testimonio de la fe y del anuncio de Cristo
• Pero demos un paso más: el anuncio de Pedro y de los Apóstoles no consiste sólo en palabras, sino que
la fidelidad a Cristo entra en su vida, que queda transformada, recibe una nueva dirección, y es precisamente
con su vida con la que dan testimonio de la fe y del anuncio de Cristo. En el Evangelio, Jesús pide a Pedro
por tres veces que apaciente su grey, y que la apaciente con su amor, y le anuncia: «Cuando seas viejo,
extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras» (Jn 21,18). (…)
Esto vale para todos: el Evangelio ha de ser anunciado y testimoniado. Cada uno debería
preguntarse: ¿Cómo doy yo testimonio de Cristo con mi fe? ¿Tengo el valor de Pedro y los otros Apóstoles
de pensar, decidir y vivir como cristiano, obedeciendo a Dios? Es verdad que el testimonio de la fe tiene
muchas formas, como en un gran mural hay variedad de colores y de matices; pero todos son importantes,
incluso los que no destacan. En el gran designio de Dios, cada detalle es importante, también el pequeño y
humilde testimonio tuyo y mío, también ese escondido de quien vive con sencillez su fe en lo cotidiano de
las relaciones de familia, de trabajo, de amistad. Hay santos del cada día, los santos «ocultos», una especie de
«clase media de la santidad», como decía un escritor francés, esa «clase media de la santidad» de la que
todos podemos formar parte. Pero en diversas partes del mundo hay también quien sufre, como Pedro y los
Apóstoles, a causa del Evangelio; hay quien entrega la propia vida por permanecer fiel a Cristo, con un
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testimonio marcado con el precio de su sangre. Recordémoslo bien todos: no se puede anunciar el Evangelio
de Jesús sin el testimonio concreto de la vida. (…) Predicar con la vida: el testimonio. La incoherencia de los
fieles y los Pastores entre lo que dicen y lo que hacen, entre la palabra y el modo de vivir, mina la
credibilidad de la Iglesia.
Adorar
• (…) Es un punto importante para nosotros: vivir una relación intensa con Jesús, una intimidad de diálogo
y de vida, de tal manera que lo reconozcamos como «el Señor». ¡Adorarlo! El pasaje del Apocalipsis que
hemos escuchado nos habla de la adoración: miríadas de ángeles, todas las creaturas, los vivientes, los
ancianos, se postran en adoración ante el Trono de Dios y el Cordero inmolado, que es Cristo, a quien se
debe alabanza, honor y gloria (cf. Ap 5,11-14). Quisiera que nos hiciéramos todos una pregunta: Tú, yo,
¿adoramos al Señor? ¿Acudimos a Dios sólo para pedir, para agradecer, o nos dirigimos a él también para
adorarlo? Pero, entonces, ¿qué quiere decir adorar a Dios? Significa aprender a estar con él, a pararse a
dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la más buena, la más importante de todas.
(…) Adorar al Señor quiere decir darle a él el lugar que le corresponde; adorar al Señor quiere decir afirmar,
creer – pero no simplemente de palabra – que únicamente él guía verdaderamente nuestra vida; adorar al
Señor quiere decir que estamos convencidos ante él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, el Dios
de nuestra historia.
o Despojarnos de tantos ídolos, pequeños o grandes, que tenemos, y en los
cuales nos refugiamos, en los cuales buscamos y tantas veces ponemos
nuestra seguridad.
• ¿He pensado en qué ídolo oculto tengo en mi vida que me impide adorar
al Señor?
Esto tiene una consecuencia en nuestra vida: despojarnos de tantos ídolos, pequeños o grandes, que
tenemos, y en los cuales nos refugiamos, en los cuales buscamos y tantas veces ponemos nuestra seguridad.
Son ídolos que a menudo mantenemos bien escondidos; pueden ser la ambición, el carrerismo, el gusto del
éxito, el poner en el centro a uno mismo, la tendencia a estar por encima de los otros, la pretensión de ser los
únicos amos de nuestra vida, algún pecado al que estamos apegados, y muchos otros. Esta tarde quisiera que
resonase una pregunta en el corazón de cada uno, y que respondiéramos a ella con sinceridad: ¿He pensado
en qué ídolo oculto tengo en mi vida que me impide adorar al Señor? Adorar es despojarse de nuestros
ídolos, también de esos más recónditos, y escoger al Señor como centro, como vía maestra de nuestra vida.
www.parroquiasantamonica.com
Vida Cristiana
viernes, 23 de junio de 2017
Tercer Domingo de Pascua, Ciclo C (2016). ¡Jesús el Señor! Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de él socorro y curación. Para reconocer a Jesús como Señor, es necesaria una gracia de « revelación » que viene del Padre. Quien hace esa afirmación decide sobre el sentido de su vida. Es como si dijera: «Tú eres mí Señor; yo me someto a ti, te reconozco libremente como mi salvador, mi jefe, mi maestro, aquel que tiene todos los derechos sobre mí». La afirmación del señorío de Jesús significa también reconocer que el hombre no debe someter la libertad personal a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo.
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