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Domingo 31 del tiempo ordinario Año C (30 de octubre de 2016). El encuentro entre Jesús y
Zaqueo (3), recaudador de impuestos. En ese encuentro tiene una parte importante la curiosidad de
Zaqueo por conocer a Jesús, que cambió su vida, fue como volver a nacer.
Cfr. 31 domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
30 de octubre de 2016
Sabiduría 11,22-12,2; 2 Tesalonicenses 1,11- 2,2; Lucas 19,1-10
Lucas 19, 1-10: 1 Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. 2 Había un hombre llamado Zaqueo,
que era jefe de publicanos, y rico. 3 Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque
era de pequeña estatura. 4 Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por
allí. 5 . Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: « Zaqueo, baja pronto; porque conviene
que hoy me quede yo en tu casa. » 6 Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. 7 Al verlo, todos
murmuraban diciendo: « Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador. » 8 Zaqueo, puesto en pie, dijo al
Señor: « Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el
cuádruplo. » 9 Jesús le dijo: « Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de
Abraham, 10 pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.
Zaqueo: trataba de ver quién era Jesús.
Lucas 19, 3
Esa curiosidad cambió su vida; fue como un volver a nacer:
“hoy la salvación ha entrado en esta casa” (Lucas 19, 9).
1. La figura de Zaqueo, breves apuntes. Su conversión.
Cfr. Gianfranco Ravasi, Los rostros de la Biblia, San Pablo 2008, pp. 408-410
La curiosidad de Zaqueo
Es el protagonista del relato evangélico de Lucas (19,1-10) de este domingo. Su nombre en
griego es Zakchaíos y supone el hebreo Zakkay, que probablemente era una especie de diminutivo
del nombre más común, Zacarías, que llevó un profeta veterotestamentario y el padre de Juan
Bautista. Su título profesional es el de architelónes, es decir, el director general de los impuestos de
Jericó, una ciudad especialmente próspera, porque aun cuando está situada en el panorama árido y
casi lunar del valle del Jordán, a más de trescientos metros bajo el nivel del mar, es como una
esmeralda de árboles, plantaciones y fuentes.
Así es, porque se trata del oasis más importante de aquel territorio, centro de un
asentamiento humano tan arcaico que se sitúa en los vértices cronológicos de las más antiguas
ciudades del mundo, activa ya en el VIII milenio a.C. En la actualidad todavía se detienen los
visitantes en una colina para contemplar las mastodónticas ruinas de aquel centro primordial, pero
la vista también se dilata en el oasis de tres kilómetros de diámetro, en el Jericó más reciente que
vio surgir el palacio de Herodes, pero también en el posterior y periférico palacio real de invierno
de los Omeyas, la dinastía descendiente de Mahoma que había puesto su capital en Damasco.
o Una curiosidad de Zaqueo: ver al rabí de Nazaret
La prosperidad de Jericó y su posición por la vía que descendía hasta Jerusalén desde el
norte, costeando el Jordán, la habían convertido en un centro político y comercial significativo: así
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se justifica la presencia de oficinas y funcionarios del fisco, dirigidos precisamente por Zaqueo,
hombre probablemente corrompido como lo eran (y lo serán frecuentemente) los burócratas, pero
con una curiosidad en él, signo de una inquietud más profunda, la de ver en persona al rabí de
Nazaret. Jesús había pasado más de una vez por Jericó cuando subía de Galilea a Jerusalén.
Precisamente a las puertas de aquella ciudad había curado en una ocasión a un ciego llamado
Bartimeo (Marcos 10,46-52).
o El encuentro con Jesús, no para obtener una curación física, sino una
liberación interior.
Ahora le toca a Zaqueo encontrarse con la figura de Jesús, no para obtener una curación
física, sino una liberación interior. La historia de aquel encuentro es tan célebre que todavía en la
actualidad casi la «escenifican» los peregrinos: se detienen bajo un sicomoro, árbol tropical que
entonces era muy común en Tierra Santa (recordemos que el profeta Amós era recolector de los
frutos de este árbol, semejante al higo, y hacía incisiones en la corteza para obtener una especie de
jugo).
o Aquella curiosidad cambió su vida; fue como un volver a nacer: “hoy la
salvación ha entrado en esta casa”.
Así fue como Zaqueo, que era bajo de estatura, se había encaramado a un sicómoro para ver
mejor a Jesús, y aquella curiosidad cambió su vida: Cristo se dará cuenta, se detendrá, le hará bajar
y hará que lo invite a su casa. Y para Zaqueo será como volver a nacer: «Mira, Señor, doy hasta la
mitad de mis bienes a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo el cuádruple» (mucho
más del doble de lo que se debía pagar en reparación de un fraude según la ley hebrea, pero la pena
que correspondía según el derecho romano para el ladrón cogido in fraganti). Y todo se ratifica con
aquellas palabras finales de Cristo: «Hoy la salvación ha entrado a esta casa, porque también él es
hijo de Abrahán!».
2. La conversión es una nueva etapa de la vida, en la que junto a la reorientación
hacia Dios se dan obras de justicia y de solidaridad hacia los demás.
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno C, Piemme 1999, XXXI domenica pp. 321-326
Si el pecado es una realidad paralizadora, el perdón es, por el contrario, vivificador.
• Ningún sacerdote hebreo, ni siquiera Jesús que había declarado «Cómo es difícil que un rico
entre en el Reino de Dios» (Lc 18, 24), habría apostado, en un primer momento, por Zaqueo. Pero,
justamente, Jesús había continuado diciendo: «Lo que es imposible a los hombres es posible para
Dios» (18,27). Y he aquí que, de hecho, se da el milagro de la conversión y del perdón. Se abre una
nueva vida para Zaqueo. «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a
alguien, le devolveré el cuádruplo»: la conversión implica una verificación concreta y experimental
que se manifiesta, sobre todo, en la solidaridad efectiva con los pobres y con las víctimas de la
injusticia.
• Por tanto, la conversión además de una reorientación hacia Dios es un acto social y comunitario.
Así Pablo había resumido su vida de convertido ante el rey Agripa: «Comencé a predicar que se
arrepintieran y se convirtieran a Dios con obras dignas de penitencia» (Hechos 26, 20).
Experimentar el perdón quiere decir encaminarse por un camino de alegría y de donación que no
tiene nada que ver con los mórbidos pliegues del sentimiento o con un genérico compromiso ritual y
espiritual. Si el pecado es una realidad paralizadora, el perdón es, por el contrario, vivificador.
«Mira, hago nuevas todas las cosas» (Ap 21, 5).
3. Otros textos sobre la conversión: cfr. “La alegría del perdón”, Edibesa 1998.
• Primera parte, IV: Cuando el hombre se convierte, Dios perdona siempre. Textos de Juan Pablo
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II, San Ambrosio, San Jerónimo, Santo Tomás de Aquino, San Gregorio Magno.
• Segunda parte, I a XII. La penitencia interior o conversión del corazón, la conversión como
virtud. La penitencia interior se nos inculca repetidamente en los Libros Sagrados. Reconocerse
pecadores es ya un don de Dios y una difícil victoria sobre la tendencia a la autojustificación.
Necesidad continua de conversión. La conversión consiste siempre en descubrir la misericordia de
Dios. No perder la esperanza de la conversión. La conversión es algo personal y libre: opción
fundamental por Dios; etc. Textos de: Catecismo Romano, Juan Pablo II, Pablo VI, San Juan de
Avila, San Antonio María Claret, San Cirilo de Jerusalén, San Gregorio Magno, San Josemaría
Escrivá, Conferencia Episcopal Española, San Ambrosio, San Juan Crisóstomo, San Agustín, Santo
Cura de Ars, León XIII, J.Ratzinger, Catecismo de la Iglesia Católica, Vincenzo Paglia, Carlo
María Martini, etc.
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