miércoles, 8 de febrero de 2017

2015/09/19 - EL PAPA EN CUBA



1 EL PAPA EN CUBA* Viernes 19 de septiembre de 2015(Roma) Video mensaje en vísperas del viaje Queridos hermanos: faltan pocos días para mi viaje a Cuba. Con este motivo, deseo enviaros un saludo fraterno antes de encontrarnos personalmente. Voy a visitaros para compartir la fe y la esperanza, para que nos fortalezcamos mutuamente en el seguimiento de Jesús. Me hace mucho bien y me ayuda mucho pensar en vuestra fidelidad al Señor, en el ánimo con que afrontáis las dificultades de cada día, en el amor con que os ayudáis y sostenéis en el camino de la vida. Gracias por ese testimonio tan valioso. Por mi parte, quisiera trasmitiros un mensaje muy sencillo, pero pienso que importante y necesario. Jesús os quiere muchísimo, Jesús os quiere en serio. Él os lleva siempre en el corazón; Él sabe mejor que nadie lo que cada uno necesita, lo que anhela, cual es su deseo más profundo, cómo es nuestro corazón; y Él no nos abandona nunca y cuando no nos portamos como Él espera, siempre se queda al lado dispuesto a acogernos, a confortarnos, a darnos una nueva esperanza, una nueva oportunidad, una nueva vida. Él nunca se va, Él está siempre ahí. Sé que se estáis preparando esta visita con oración. Os lo agradezco infinitamente. Necesitamos rezar. Necesitamos la oración, ese contacto con Jesús y con María. Y me da mucha alegría que siguiendo el consejo de mis hermanos Obispos de Cuba estéis repitiendo muchas veces al día esa oración que aprendimos de niños: Sagrado Corazón de Jesús, haz mi corazón semejante al tuyo. Es lindo tener un corazón como el de Jesús para saber amar como Él, perdonar, dar esperanza, acompañar. Quiero ir a vosotros como misionero de la misericordia, de la ternura de Dios, pero permitidme a que os anime también a que vosotros seáis misioneros de ese amor infinito de Dios. Que a nadie le falte el testimonio de nuestra fe, de nuestro amor. Que todo el mundo sepa que Dios siempre perdona, que Dios siempre está a nuestro lado, que Dios nos quiere. Voy a ir también al Santuario de la Virgen del Cobre como un peregrino más, como un hijo que está deseando llegar a la casa de la Madre. A Ella le confío este viaje y también le confío a todos los cubanos. Y por favor os pido que recéis por mí. Que Jesús os bendiga y la Virgen Santa os cuide. Gracias. Viernes 19 de septiembre (vuelo Roma-La Habana) Saludo a los periodistas en el avión Gracias por la bienvenida y buenos días. Os deseo un buen viaje y un buen trabajo. Si no me equivoco, creo que éste es el viaje más largo que hago, un día más que el de Brasil. ¡Tendréis trabajo! Os agradezco mucho el trabajo que hacéis. El P. Lombardi ha dicho una palabra: paz. Creo que hoy el mundo está sediento de paz. Hay guerras, los emigrantes huyen, esta oleada migratoria que viene de las guerras para huir de la muerte, para buscar la vida… Hoy me he emocionado mucho porque me ha saludado en la puerta de Santa Ana una de las dos familias que están en la parroquia de Santa Ana, en el Vaticano, acogidas ahí, sirios, prófugos. ¡Se veía en su rostro el dolor! Esa palabra: “paz”… Yo os agradezco todo lo que hacéis en vuestro trabajo para hacer puentes: pequeños puentes, pequeños, pero un pequeño puente y otro y otro y otro, hacen el gran puente de la paz. Buen viaje, buen trabajo. Rezad por mí. Gracias. Y una última cosa, de la que el padre Lombardi ha hablado, y que uno de vosotros me ha subrayado, y es esta: es justo que yo diga y mande un saludo grande a tantos colegas vuestros que en este momento están trabajando y trabajarán en las oficinas. * La transcripción de las palabras del Papa están hechas al castellano de España (no al latinoamericano en el que han sido pronunciadas: el que quiera el original, lo tiene en vatican.va). En algunos textos se han incluido “titulos” que pueden facilitan las cosas. 2 Viaje del Papa Francisco a Cuba (septiembre 2015) Discursos y homilías Sábado 19 de septiembre (La Habana) Discurso de bienvenida en el aeropuerto Señor Presidente, distinguidas Autoridades, Hermanos en el Episcopado, señoras y señores: muchas gracias, Señor Presidente, por su acogida y sus atentas palabras de bienvenida en nombre del Gobierno y de todo el pueblo cubano. Mi saludo se dirige también a las autoridades y a los miembros del Cuerpo diplomático que han tenido la amabilidad de hacerse presentes en este acto. Al Cardenal Jaime Ortega y Alamino, Arzobispo de La Habana, a Monseñor Dionisio Guillermo García Ibáñez, Arzobispo de Santiago de Cuba y Presidente de la Conferencia Episcopal, a los demás Obispos y a todo el pueblo cubano, les agradezco su fraterno recibimiento. Gracias a todos los que se han esmerado para preparar esta visita pastoral. Y quisiera pedirle a Usted, Señor Presidente, que transmita mis sentimientos de especial consideración y respeto a su hermano Fidel. A su vez, quisiera que mi saludo llegase especialmente a todas aquellas personas que, por diversos motivos, no podré encontrar y a todos los cubanos dispersos por el mundo. Como usted, Señor Presidente, señaló, este año 2015 se celebra el 80 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas ininterrumpidas entre la República de Cuba y la Santa Sede. La Providencia me permite llegar hoy a esta querida Nación, siguiendo las huellas indelebles del camino abierto por los inolvidables viajes apostólicos que realizaron a esta Isla mis dos predecesores, san Juan Pablo II y Benedicto XVI. Sé que su recuerdo suscita gratitud y cariño en el pueblo y las autoridades de Cuba. Hoy renovamos estos lazos de cooperación y amistad para que la Iglesia siga acompañando y alentando al pueblo cubano en sus esperanzas, en sus preocupaciones, con libertad y todos los medios necesarios para llevar el anuncio del Reino hasta las periferias existenciales de la sociedad. Este viaje apostólico coincide además con el I Centenario de la declaración de la Virgen de la Caridad del Cobre como Patrona de Cuba, por Benedicto XV. Fueron los veteranos de la Guerra de la Independencia, movidos por sentimientos de fe y patriotismo, quienes pidieron que la Virgen mambisa fuera la patrona de Cuba como nación libre y soberana. Desde entonces, Ella ha acompañado la historia del pueblo cubano, sosteniendo la esperanza que preserva la dignidad de las personas en las situaciones más difíciles y abanderando la promoción de todo lo que dignifica al ser humano. Su creciente devoción es testimonio visible de la presencia de la Virgen en el alma del pueblo cubano. En estos días tendré ocasión de ir al Cobre, como hijo y como peregrino, para pedirle a nuestra Madre por todos sus hijos cubanos y por esta querida Nación, para que transite por los caminos de justicia, paz, libertad y reconciliación. Geográficamente, Cuba es un archipiélago que mira hacia todos los caminos, con un valor extraordinario como «llave» entre el norte y el sur, entre el este y el oeste. Su vocación natural es ser punto de encuentro para que todos los pueblos se reúnan en amistad, como soñó José Martí, «por sobre la lengua de los istmos y la barrera de los mares» (La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América, en Obras escogidas II, La Habana 1992, 505). Ese mismo fue el deseo de san Juan Pablo II con su ardiente llamamiento a «que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba» (Discurso en la ceremonia de llegada, 21- 1-1998, 5). Desde hace varios meses, estamos siendo testigos de un acontecimiento que nos llena de esperanza: el proceso de normalización de las relaciones entre dos pueblos, tras años de distanciamiento. Es un proceso, es un signo de la victoria de la cultura del encuentro, del diálogo, del «sistema del acrecentamiento universal… por sobre el sistema, muerto para siempre, de dinastía y de grupos», decía José Martí (ibíd.). Animo a los responsables políticos a continuar avanzando por este camino y a desarrollar todas sus potencialidades, como prueba del alto servicio que están llamados a prestar en favor de la paz y el bienestar de sus pueblos, y de toda América, y como 3 ejemplo de reconciliación para el mundo entero. El mundo necesita reconciliación en esta atmósfera de tercera guerra mundial por etapas que estamos viviendo. Pongo estos días bajo la intercesión de la Virgen de la Caridad del Cobre, de los beatos Olallo Valdés y José López Piteira y del venerable Félix Varela, gran propagador del amor entre los cubanos y entre todos los hombres, para que aumenten nuestros lazos de paz, solidaridad y respeto mutuo. Nuevamente, muchas gracias, Señor Presidente. Domingo 20 de septiembre (La Habana) Santa Misa en la Plaza de la Revolución Homilía Miedo a responder a Jesús El Evangelio nos presenta a Jesús haciéndole una pregunta aparentemente indiscreta a sus discípulos: ¿De qué discutíais por el camino? Una pregunta que también puede hacernos hoy: ¿De qué habláis diariamente? ¿Cuáles son vuestras aspiraciones? Ellos –dice el Evangelio– no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Los discípulos tenían vergüenza de decir a Jesús de lo que hablaban. En los discípulos de ayer, como en nosotros hoy, nos puede acompañar la misma discusión: ¿Quién es el más importante? Jesús no insiste con la pregunta, no les obliga a responder de qué hablaban por el camino, pero la pregunta permanece no solo en la mente, sino en el corazón de los discípulos. ¿Quién es el más importante? Una pregunta que nos acompañará toda la vida y en las distintas etapas seremos desafiados a responderla. No podemos escapar a esa pregunta que está grabada en el corazón. Recuerdo más de una vez en reuniones familiares preguntar a los hijos: ¿A quién quieres más, a papá o a mamá? Es como preguntarle: ¿Quién es más importante para ti? ¿Es tan solo un simple juego de niños esa pregunta? La historia de la humanidad ha estado marcada por el modo de responder a esa pregunta. Jesús conoce los recovecos de nuestro corazón Jesús no le teme a las preguntas de los hombres; no le teme a la humanidad ni a las distintas búsquedas que ésta realiza. Al contrario, conoce los recovecos del corazón humano, y como buen pedagogo está dispuesto a acompañarnos siempre. Fiel a su estilo, asume nuestras búsquedas y aspiraciones, y les da un nuevo horizonte. Fiel a su estilo, logra dar una respuesta capaz de plantear un nuevo desafío, descolocando las respuestas esperadas o lo aparentemente establecido. Fiel a su estilo, Jesús siempre plantea la lógica del amor. Una lógica capaz de ser vivida por todos, porque es para todos. Lejos de todo tipo de elitismo, el horizonte de Jesús no es para unos pocos privilegiados capaces de llegar al conocimiento deseado o a distintos niveles de espiritualidad. El horizonte de Jesús siempre es una oferta para la vida diaria también aquí en nuestra isla; una oferta que siempre hace que el día a día tenga sabor a eternidad. Espíritu de servicio ¿Quién es el más importante? Jesús es sencillo en su respuesta: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Quien quiera ser grande, que sirva a los demás, no que se sirva de los demás. He ahí la gran paradoja de Jesús. Los discípulos discutían quién ocuparía el lugar más importante, quién sería seleccionado como el privilegiado, quién estaría exceptuado de la ley común, de la norma general, para destacarse en un afán de superioridad sobre los demás. Quién escalaría más pronto para ocupar los cargos que darían ciertas ventajas. Jesús les trastoca su lógica diciéndoles sencillamente que la vida auténtica se vive en el compromiso concreto con el prójimo. Servir es cuidar a los frágiles La invitación al servicio posee una peculiaridad a la que debemos estar atentos. Servir significa, en gran parte, cuidar la fragilidad. Cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de 4 nuestro pueblo. Son los rostros sufrientes, desprotegidos y angustiados a los que Jesús propone mirar e invita concretamente a amar. Amor que se plasma en acciones y decisiones. Amor que se manifiesta en las distintas tareas que, como ciudadanos, estamos invitados a desarrollar. Las personas de carne y hueso, con su vida, su historia y especialmente con su fragilidad, son las que estamos invitados por Jesús a defender, a cuidar, a servir. Porque ser cristiano entraña servir la dignidad de sus hermanos, luchar por la dignidad de sus hermanos y vivir para la dignidad de sus hermanos. Por eso, el cristiano es invitado siempre a dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta a los más frágiles. Servir, no servirse Hay un «servicio» que sirve. Pero debemos cuidarnos del otro servicio, de la tentación del «servicio» que «se» sirve. Hay una forma de ejercer el servicio que tiene como interés el beneficiar a los míos, en nombre de lo nuestro. Ese servicio siempre deja a los tuyos por fuera, generando una dinámica de exclusión. Todos estamos llamados por vocación cristiana al servicio que sirve y a ayudarnos mutuamente a no caer en las tentaciones del servicio que se sirve. Todos estamos invitados, estimulados por Jesús a hacernos cargo los unos de los otros por amor. Y eso sin mirar al lado para ver lo que el vecino hace o ha dejado de hacer. Jesús nos dice: Quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos. No dice, si tu vecino quiere ser el primero que sirva. Debemos cuidarnos de la mirada enjuiciadora y animarnos a creer en la mirada transformadora a la que nos invita Jesús. Este hacernos cargo por amor no apunta a una actitud de servilismo. Por el contrario, pone en el centro de la cuestión al hermano: el servicio siempre mira al rostro del hermano, toca su carne, siente su proximidad y hasta en algunos casos la «padece» y busca su promoción. Por eso, nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a las personas. El santo pueblo fiel de Dios que camina en Cuba es un pueblo que tiene gusto por la fiesta, por la amistad, por las cosas bellas. Es un pueblo que camina, que canta y alaba. Es un pueblo que tiene heridas, como todo pueblo, pero que sabe estar con los brazos abiertos, que marcha con esperanza, porque su vocación es de grandeza. Hoy os invito a que cuidéis esa vocación, a que cuidéis esos dones que Dios os ha regalado, pero especialmente quiero invitaros a que cuidéis y sirváis, de modo especial, a la fragilidad de vuestros hermanos. No los descuidéis por proyectos que puedan resultar seductores, pero que se desentienden del rostro del que está a vuestro lado. Conocemos, somos testigos de la fuerza imparable de la resurrección, que provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo (cf. Evangelii gaudium, 276.278). Quien no vive para servir, no sirve para vivir No nos olvidemos de la Buena Nueva de hoy: la importancia de un pueblo, de una nación; la importancia de una persona siempre se basa en cómo sirve a la fragilidad de sus hermanos. En eso encontramos uno de los frutos de una verdadera humanidad. Quien no vive para servir, no sirve para vivir. Ángelus No huir de la cruz Hemos oído en el evangelio cómo los discípulos tenían miedo de preguntar a Jesús cuando les habla de su pasión y muerte. Les asustaba y no podían comprender la idea de ver a Jesús sufriendo en la Cruz. También nosotros tenemos la tentación de huir de las cruces propias y de las cruces de los demás, de alejarnos del que sufre. Al concluir la santa Misa, en la que Jesús se nos ha entregado de nuevo con su cuerpo y su sangre, dirijamos ahora nuestros ojos a la Virgen, Nuestra Madre. Y le pedimos que nos enseñe a estar junto a la cruz del hermano que sufre. Que aprendamos a ver a Jesús en cada hombre postrado en el camino de la vida; en cada hermano que tiene hambre o sed, que está 5 desnudo o en la cárcel o enfermo. Junto a la Madre, en la Cruz, podemos comprender quién es verdaderamente «el más importante», y qué significa estar junto al Señor y participar de su gloria. Aprendamos de María a tener el corazón despierto y atento a las necesidades de los demás. Como nos enseñó en las Bodas de Caná, seamos solícitos en los pequeños de detalles de la vida, y no cejemos en la oración los unos por los otros, para que a nadie le falte el vino del amor nuevo, de la alegría que Jesús nos trae. En este momento me siento en el deber de dirigir mi pensamiento a la querida tierra de Colombia, consciente de la importancia crucial del momento presente, en el que, con esfuerzo renovado y movidos por la esperanza, sus hijos están buscando construir una sociedad en paz. Que la sangre vertida por miles de inocentes durante tantas décadas de conflicto armado, unida a la del Señor Jesucristo en la Cruz, sostenga todos los esfuerzos que se están haciendo, incluso en esta bella Isla, para una definitiva reconciliación. Y así la larga noche de dolor y de violencia, con la voluntad de todos los colombianos, se pueda transformar en un día sin ocaso de concordia, justicia, fraternidad y amor en el respeto de la institucionalidad y del derecho nacional e internacional, para que la paz sea duradera. Por favor, no tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más en este camino de paz y reconciliación. Os pido ahora que os unáis conmigo en la plegaria a María, para poner todas nuestras preocupaciones y aspiraciones cerca del Corazón de Cristo. Y de modo especial, le pedimos por los que han perdido la esperanza, y no encuentran motivos para seguir luchando; por los que sufren la injusticia, el abandono y la soledad; pedimos por los ancianos, los enfermos, los niños y los jóvenes, por todas las familias en dificultad, para que María les enjugue sus lágrimas, les consuele con su amor de Madre, les devuelva la esperanza y la alegría. Madre santa, te encomiendo a estos hijos tuyos de Cuba: ¡No los abandones nunca! Domingo 20 de septiembre (La Habana) Vísperas con sacerdotes, religiosos y seminaristas en la Catedral Dejando de lado el discurso preparado, el Santo Padre se dirigió a los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas presentes en la celebración litúrgica, desde su corazón. El Cardenal Jaime nos habló de pobreza y la hermana Yaileny nos habló del más pequeño, de los más pequeños: son todos niños. Yo tenía preparada una homilía para decir ahora, en base a los textos bíblicos, pero cuando hablan los profetas —y todo sacerdote es profeta, todo bautizado es profeta, todo consagrado es profeta—, vamos a hacerles caso a ellos. Y entonces, yo le voy a dar la homilía al Cardenal Jaime para que se las haga llegar a ustedes y la publiquen. Después la meditan. Y ahora, charlemos un poquito sobre lo que dijeron estos dos profetas. Espíritu de pobreza y desprendimiento Al Cardenal Jaime se le ocurrió pronunciar una palabra muy incómoda, sumamente incómoda, que incluso va de contramano con toda la estructura cultural, entre comillas, del mundo. Dijo: pobreza. Y la repitió varias veces. Y pienso que el Señor quiso que la escucháramos varias veces y la recibiéramos en el corazón. El espíritu mundano no la conoce, no la quiere, la esconde, no por pudor, sino por desprecio. Y, si tiene que pecar y ofender a Dios para que no le llegue la pobreza, lo hace. El espíritu del mundo no ama el camino del Hijo de Dios, que se vació a sí mismo, se hizo pobre, se hizo nada, se humilló, para ser uno de nosotros. La pobreza que le dio miedo a aquel muchacho tan generoso —había cumplido todos los mandamientos— y cuando Jesús le dijo: Mira, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, se puso triste, le tuvo miedo a la pobreza. La pobreza, a la que siempre tratamos de escamotear, aunque sea por cosas razonables, pero estoy hablando de escamotearla en el corazón. Que hay que saber administrar los bienes, es una 6 obligación, pues los bienes son un don de Dios. Pero cuando esos bienes entran en el corazón y te empiezan a conducir la vida, ¡ahí perdiste! Ya no eres como Jesús. Tienes tu seguridad donde la tenía el joven triste, el que se fue entristecido. A vosotros, sacerdotes, consagrados, consagradas, creo que os puede servir lo que decía San Ignacio —y esto no es propaganda publicitaria de familia—, pero él decía que la pobreza era el muro y la madre de la vida consagrada. Era la madre porque engendraba más confianza en Dios. Y era el muro porque la protegía de toda mundanidad. ¡Cuántas almas destruidas! Almas generosas, como la del joven entristecido, que empezaron bien y después se les fue apegando el amor a esa mundanidad rica, y terminaron mal. Es decir, mediocres. Terminaron sin amor porque la riqueza pauperiza, pero pauperiza mal. Nos quita lo mejor que tenemos, nos hace pobres en la única riqueza que vale la pena, para poner la seguridad en lo otro. El espíritu de pobreza es el espíritu de despojo, el espíritu de dejarlo todo, para seguir a Jesús. Ese dejarlo todo no lo invento yo. Varias veces aparece en el Evangelio. Es la llamada a los primeros que dejaron las barcas, las redes, y lo siguieron. Lo dejaron todo para seguir a Jesús. Una vez me contaba un viejo cura sabio, hablando de cuando se mete el espíritu de riqueza, de mundanidad rica en el corazón de un consagrado o de una consagrada, de un sacerdote, de un Obispo, de un Papa, lo que sea, que, cuando uno empieza a juntar plata para asegurarse el futuro, entonces, el futuro no está en Jesús; está en una compañía de seguros de tipo espiritual, que yo manejo. Entonces, cuando, por ejemplo, una Congregación religiosa, por poner un ejemplo, me decía él, empieza a juntar plata y a ahorrar, y a ahorrar, Dios es tan bueno que le manda un ecónomo desastroso, que la lleva a la quiebra. Son de las mejores bendiciones de Dios a su Iglesia, los ecónomos desastrosos, porque la hacen libre, la hacen pobre. Nuestra Santa Madre Iglesia es pobre, Dios la quiere pobre, como quiso pobre a nuestra Santa Madre María. Amad la pobreza como a una madre. Y simplemente, os sugiero, si alguno de tiene ganas, que se pregunte: ¿cómo está mi espíritu de pobreza? ¿Cómo está mi despojo interior? Creo que puede hacer bien a nuestra vida consagrada, a nuestra vida presbiteral. Después de todo, no nos olvidemos que es la primera de las Bienaventuranzas: Felices los pobres de espíritu, los que no están apegados a la riqueza, a los poderes de este mundo. El cuidado de los enfermos Y la hermana Yaileny nos hablaba de los últimos, de los más pequeños que, aunque sean grandes, uno termina tratándolos como niños, porque se presentan como niños. ¡El más pequeño! Es una frase de Jesús, y que está en el protocolo sobre el cual vamos a ser juzgados: Lo que hiciste al más pequeño de estos hermanos, me lo hiciste a mí. Hay servicios pastorales que pueden ser más gratificantes desde el punto de vista humano, sin ser malos ni mundanos, pero cuando uno busca en la preferencia interior al más pequeño, al más abandonado, al más enfermo, al que nadie tiene en cuenta, al que nadie quiere, el más pequeño, y sirve al más pequeño, está sirviendo a Jesús de manera superlativa. A ti te mandaron donde no querías ir. Y lloraste. Lloraste porque no te gustaba, lo cual no quiere decir que seas una monja llorona, no. Dios nos libre de las monjas lloronas, ¿eh?, que siempre se están lamentando. Eso no es mío, eso lo decía Santa Teresa a sus monjas. Es de ella. ¡Ay de aquella monja que anda todo el día lamentándose porque le hicieron una injusticia! En el lenguaje castellano de la época decía: Ay de la monja que anda diciendo: hiciéronme sin razón. Tú lloraste porque eras joven, tenías otras ilusiones, pensabas quizá que en un colegio podías hacer más cosas, y que podías organizar futuros para la juventud. Y te mandaron ahí —a la Casa de Misericordia—, donde la ternura y la misericordia del Padre se hacen más patentes, donde la ternura y la misericordia de Dios se hacen caricias. ¡Cuántas religiosas, y religiosos, queman —y repito el verbo, queman—, su vida, acariciando material de descarte, acariciando a quienes el mundo descarta, a quienes el mundo desprecia, a quienes el mundo prefiere que no estén, a quienes el mundo hoy día, con métodos de análisis nuevos, cuando se prevé que puede venir con una enfermedad degenerativa, se propone mandarlo de vuelta, antes de que nazca! Es el más pequeño. Y una chica joven, llena de ilusiones, empieza su vida consagrada haciendo viva la ternura de Dios en su misericordia. A veces, no entienden, no saben, pero ¡qué linda es para Dios y qué bien que hace a 7 uno, por ejemplo, la sonrisa de un espástico, que no sabe cómo hacerla, o cuando te quieren besar y te babosean la cara! Esa es la ternura de Dios, esa es la misericordia de Dios. ¡O cuando están enojados y te dan un golpe! Quemar mi vida así, con material de descarte a los ojos del mundo, eso nos habla solamente de una persona; nos habla de Jesús que, por pura misericordia del Padre, se hizo nada, se anonadó, dice el texto de Filipenses, capítulo dos. ¡Se hizo nada! Y esa gente a la que tú dedicas tu vida, imitan a Jesús, no porque lo quisieron, sino porque el mundo los trajo así. Son nada y los esconden, no los muestran, o no los visitan. Y si pueden, y todavía están a tiempo, ¡los mandan de vuelta! Gracias por lo que haces y, en ti, gracias a todas esas mujeres y a tantas mujeres consagradas al servicio de lo inútil, porque no se puede hacer ninguna empresa, no se puede ganar plata, no se puede llevar adelante absolutamente nada “constructivo” entre comillas, con esos hermanos nuestros, con los menores, con los más pequeños. Ahí resplandece Jesús. Y ahí resplandece mi opción por Jesús. ¡Gracias a ti y a todos los consagrados y consagradas que hacen eso! Misericordia del sacerdote en el confesionario Padre, yo no soy monja, yo no cuido enfermos, yo soy cura, y tengo una parroquia, o ayudo a un párroco. ¿Cuál es mi Jesús predilecto? ¿Cuál es el más pequeño? ¿Cuál es aquél que me muestra más la misericordia del Padre? ¿Dónde lo tengo que encontrar? Obviamente, sigo recorriendo el protocolo de Mateo, 25. Ahí los tienes a todos: en el hambriento, en el preso, en el enfermo. Ahí los vas a encontrar. Pero hay un lugar privilegiado para el sacerdote, donde aparece ese último, ese mínimo, el más pequeño, y es el confesionario. Y ahí, cuando ese hombre, o esa mujer, te muestra su miseria, ¡ojo!, que es la misma que tienes tú y que Dios te salvó, ¿eh?, de no llegar hasta ahí. Cuando te muestra su miseria, por favor, no lo retes, no lo arrestes, no lo castigues. Si no tienes pecado, tírale la primera piedra, pero solamente con esa condición. Si no, piensa en tus pecados. Y piensa que tú puedes ser esa persona. Y piensa que tú, potencialmente, puedes llegar más bajo todavía. Y piensa que tú, en ese momento, tienes un tesoro en las manos, que es la misericordia del Padre. Por favor —a los sacerdotes—, no os canséis de perdonar. ¡Sed perdonadores! No os canséis de perdonar, como lo hacía Jesús. No os escondáis en miedos o en rigideces. Así como esta monja y todas las que están en su mismo trabajo no se ponen furiosas cuando encuentran al enfermo sucio o mal, sino que lo sirven, lo limpian, lo cuidan, así tú, cuando te llega el penitente, no te pongas mal, no te pongas neurótico, no lo eches del confesionario, no lo retes. Jesús los abrazaba. Jesús los quería. Mañana celebramos a San Mateo. ¡Cómo robaba ese! Además, ¡cómo traicionaba a su pueblo! Y dice el Evangelio que, por la noche, Jesús fue a cenar con él y otros como él. San Ambrosio tiene una frase que a mí me conmueve mucho: Donde hay misericordia, está el espíritu de Jesús. Donde hay rigidez, están solamente sus ministros. Hermano sacerdote, hermano Obispo, no le tengas miedo a la misericordia. Deja que fluya por tus manos y por tu abrazo de perdón, porque ese o esa que están ahí son el más pequeño. Y por tanto, es Jesús. Esto es lo que se me ocurre decir después de haber escuchado a estos dos profetas. Que el Señor nos conceda estas gracias que ellos dos han sembrado en nuestro corazón: pobreza y misericordia. Porque ahí está Jesús. Homilía preparada (no leída) Nos hemos reunido en esta histórica Catedral de La Habana para cantar con los salmos la fidelidad de Dios con su Pueblo, para dar gracias por su presencia, por su infinita misericordia. Fidelidad y misericordia no solo hecha memoria por las paredes de esta casa, sino por algunas cabezas que pintan canas, recuerdo vivo, actualizado de que infinita es su misericordia y su fidelidad dura todas las edades. Hermanos, demos gracias juntos. Demos gracias por la presencia del Espíritu con la riqueza de los diversos carismas en los rostros de tantos misioneros que han venido a estas tierras, llegando a ser cubanos entre los cubanos, signo de que es eterna su misericordia. 8 Jesús reza por la unidad El Evangelio nos presenta a Jesús en diálogo con su Padre, nos pone en el centro de la intimidad hecha oración entre el Padre y el Hijo. Cuando se acercaba su hora, Jesús rezó al Padre por sus discípulos, por los que estaban con Él y por los que vendrían (cf. Jn 17, 20). Nos hace bien pensar que en su hora crucial, Jesús pone en su oración la vida de los suyos, nuestra vida. Y le pide a su Padre que los mantenga en la unidad y en la alegría. Conocía bien Jesús el corazón de los suyos, conoce bien nuestro corazón. Por eso reza, pide al Padre para que no les gane una conciencia que tiende a aislarse, refugiarse en las propias certezas, seguridades, espacios; a desentenderse de la vida de los demás, instalándose en pequeñas fincas que rompen el rostro multiforme de la Iglesia. Situaciones que desembocan en tristeza individualista, en una tristeza que poco a poco va dejándo lugar al resentimiento, a la queja continua, a la monotonía; ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu (Evangelii gaudium, 2) a la que los invitó. Por eso Jesús reza, pide para que la tristeza y el aislamiento no nos ganen el corazón. Nosotros queremos hacer lo mismo, queremos unirnos a la oración de Jesús, a sus palabras para decir juntos: Padre santo, cuídalos con el poder de tu nombre… para que sean uno como tú y yo (Jn 17,11), y su gozo sea completo (v. 13). Jesús reza y nos invita a rezar porque sabe que hay cosas que solo las podemos recibir como don, hay cosas que solo podemos vivir como regalo. La unidad es una gracia que solamente puede darnos el Espíritu Santo, a nosotros nos toca pedirla y poner lo mejor de nosotros para ser transformados por este don. Unidad no es uniformidad Es frecuente confundir unidad con uniformidad; con hacer, sentir y decir todos lo mismo. Eso no es unidad, eso es homogeneidad. Eso es matar la vida del Espíritu, es matar los carismas que Él distribuyó para el bien de su Pueblo. La unidad se ve amenazada cada vez que queremos hacer a los demás a nuestra imagen y semejanza. Por eso la unidad es un don, no es algo que se pueda imponer a la fuerza o por decreto. Me alegra veros aquí, hombres y mujeres de distintas épocas, contextos, biografías, unidos por la oración en común. Pidámosle a Dios que haga crecer en nosotros el deseo de proximidad. Que podamos ser prójimos, estar cerca, con nuestras diferencias, manías, estilos, pero cerca. Con nuestras discusiones, peleas, hablando de frente y no por detrás. Que seamos pastores prójimos a nuestro pueblo, que nos dejemos cuestionar, interrogar por nuestra gente. Los conflictos, las discusiones en la Iglesia son esperables y, hasta me animo a decir, necesarias. Signo de que la Iglesia está viva y el Espíritu sigue actuando, la sigue dinamizando. ¡Ay de esas comunidades donde no hay un sí o un no! Son como esos matrimonios donde ya no discuten porque se ha perdido el interés, se ha perdido el amor. Jesús reza para que no perdamos la alegría En segundo lugar, el Señor reza para que nos llenemos de la misma perfecta alegría que Él tiene (cf. Jn 17,13). La alegría de los cristianos, y especialmente de los consagrados, es un signo muy claro de la presencia de Cristo en sus vidas. Cuando hay rostros entristecidos es una señal de alerta, algo no va bien. Y Jesús pide eso al Padre nada menos que antes de ir al huerto, cuando tiene que renovar su fiat. No dudo que todos tenéis que cargar con el peso de no pocos sacrificios y que para algunos, desde hace décadas, los sacrificios habrán sido duros. Jesús reza también desde su sacrificio para que nosotros no perdamos la alegría de saber que Él vence al mundo. Esa certeza es la que nos impulsa día a día a reafirmar nuestra fe. Él (con su oración, en el rostro de nuestro Pueblo) nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría (Evangelii gaudium, 3). ¡Qué importante, qué testimonio tan valioso para la vida del pueblo cubano, el de irradiar siempre y por todas partes esa alegría, a pesar de los cansancios, escepticismos, incluso la desesperanza, que es una tentación muy peligrosa que apolilla el alma! Hermanos, Jesús reza para que seamos uno y su alegría permanezca en nosotros, hagamos lo mismo, unámonos los unos a los otros en oración. 9 Domingo 20 de septiembre (La Habana) Saludo improvisado a los jóvenes del Centro Cultural P. Félix Varela Vosotros estáis de pie y yo estoy sentado. ¡Qué vergüenza! Pero, sabéis por qué me siento, porque tomé notas de algunas cosas que dijo nuestro compañero y sobre estas os quiero hablar. Una palabra que cayó fuerte: soñar. Un escritor latinoamericano decía que las personas tenemos dos ojos, uno de carne y otro de vidrio. Con el ojo de carne vemos lo que miramos. Con el ojo de vidrio vemos lo que soñamos. Está lindo, ¿verdad? ¡Soñad! En la objetividad de la vida tiene que entrar la capacidad de soñar. Y un joven que no es capaz de soñar, está clausurado en sí mismo, está cerrado en sí mismo. Cada uno a veces sueña cosas que nunca van a suceder, pero suéñalas, deséalas, busca horizontes, ábrete, ábrete a cosas grandes. No sé si en Cuba se usa la palabra, pero los argentinos decimos no te arrugues. No te arrugues, ábrete. Ábrete y sueña. Sueña que el mundo contigo puede ser distinto. Sueña que si tú pones lo mejor de ti, vas a ayudar a que ese mundo sea distinto. No os olvidéis, soñad. A lo mejor se os va la mano y soñáis demasiado, y la vida os corta el camino. ¡No importa: soñad! Y contad los sueños. Contad, hablad de las cosas grandes que deseáis, porque cuanto más grande es la capacidad de soñar, y la vida te deja a mitad camino, más camino has recorrido. Así que, primero, soñar. Buscar lo que une, no lo que separa Tú dijiste una frasecita que yo tenía aquí escrita en la intervención, pero la subrayé y tomé alguna nota: que sepamos acoger y aceptar al que piensa diferente. Realmente nosotros, a veces, somos cerrados. Nos metemos en nuestro mundito: o este es como yo quiero que sea, o no. Y fuiste más allá todavía: que no nos encerremos en los conventillos de las ideologías o en los conventillos de las religiones. Que podamos crecer ante los individualismos. Cuando una religión se vuelve conventillo, pierde lo mejor que tiene, pierde su realidad de adorar a Dios, de creer en Dios. Es un conventillo. Es un conventillo de palabras, de oraciones, de yo soy bueno, tú eres malo, de prescripciones morales. Y cuando yo tengo mi ideología, mi modo de pensar y tú tienes el tuyo, me encierro en ese conventillo de la ideología. Corazones abiertos, mentes abiertas. Si tú piensas distinto que yo, ¿por qué no vamos a hablar? ¿Por qué siempre nos tiramos la piedra sobre lo que nos separa, sobre aquello en lo que somos distintos? ¿Por qué no nos damos la mano en lo que tenemos en común? Animarnos a hablar de lo que tenemos en común. Y después podemos hablar de las cosas que tenemos diferentes o que pensamos. ¡Pero digo hablar: no digo pelearnos! No digo encerrarnos. No digo “conventillar”, como usaste tú la palabra. Pero solamente es posible cuando uno tiene la capacidad de hablar de lo que tengo en común con el otro, de aquello para lo cual somos capaces de trabajar juntos. En Buenos Aires —en una parroquia nueva, en una zona muy, muy pobre— estaban construyendo unos salones parroquiales un grupo de jóvenes de la universidad. Y el párroco me dijo: ¿Por qué no te venís un sábado y te los presento? Trabajaban los sábados y los domingos en la construcción. Eran chicos y chicas de la universidad. Yo llegué y los vi, y me los fue presentando: este es el arquitecto —es judío—, este es comunista, este es católico práctico, este es… Todos eran distintos, pero todos estaban trabajando en común, por el bien común. Eso se llama amistad social, buscar el bien común. La enemistad social destruye. Y una familia se destruye por la enemistad. Un país se destruye por la enemistad. El mundo se destruye por la enemistad. Y la enemistad más grande es la guerra. Hoy día vemos que el mundo se está destruyendo por la guerra. Porque son incapaces de sentarse y hablar: Bueno, negociemos. ¿Qué podemos hacer en común? ¿En qué cosas no vamos a ceder? Pero no matemos más gente. Cuando hay división, hay muerte. Hay muerte en el alma, porque estamos 10 matando la capacidad de unir. Estamos matando la amistad social. Y eso es lo que yo os pido hoy a vosotros: sed capaces de crear amistad social. La verdadera esperanza Después salió otra palabra que dijiste. La palabra esperanza. Los jóvenes son la esperanza de un pueblo. Eso lo oímos por todos lados. Pero, ¿qué es la esperanza? ¿Es ser optimistas? No. El optimismo es un estado de ánimo. Mañana te levantas con dolor de hígado y no eres optimista, lo ves todo negro. La esperanza es algo más. La esperanza es sufrida. La esperanza sabe sufrir para llevar adelante un proyecto, sabe sacrificarse. ¿Tú eres capaz de sacrificarte por un futuro, o solamente quieres vivir el presente y que se apañen los que vengan detrás? La esperanza es fecunda. La esperanza da vida. ¿Tú eres capaz de dar vida, o vas a ser un chico o una chica espiritualmente estéril, sin capacidad de crear vida a los demás, sin capacidad de crear amistad social, sin capacidad de crear patria, sin capacidad de crear grandeza? La esperanza es fecunda. La esperanza se da en el trabajo. La cultura del descarte Yo aquí me quiero referir a un problema muy grave que se está viviendo en Europa: la cantidad de jóvenes que no tienen trabajo. Hay países en Europa, que jóvenes menores de veinticinco años viven desocupados en un porcentaje del 40%. Pienso en un país. Otro país, el 47%. Otro país, el 50%. Evidentemente, un pueblo que no se preocupa por dar trabajo a los jóvenes —y cuando digo pueblo, no digo gobiernos: todo el pueblo, la preocupación de la gente de que esos jóvenes trabajen—, ese pueblo no tiene futuro. Los jóvenes entran a formar parte de la cultura del descarte. Y todos sabemos que hoy, en este imperio del dios dinero, se descartan las cosas y se descartan las personas. Se descartan los chicos porque no se les quiere o porque se les mata antes de nacer. Se descartan los ancianos —estoy hablando del mundo, en general—, se descartan los ancianos porque ya no producen. En algunos países hay ley de eutanasia, pero en tantos otros hay una eutanasia escondida, encubierta. Se descartan los jóvenes porque no les dan trabajo. Entonces, ¿qué le queda a un joven sin trabajo? Un país que no inventa, un pueblo que no inventa posibilidades laborales para sus jóvenes, a ese joven le queda o las adicciones, o el suicidio, o irse por ahí buscando ejércitos de destrucción para crear guerras. Esta cultura del descarte nos está haciendo mal a todos, nos quita la esperanza. Y es lo que tú pediste para los jóvenes: ¡queremos esperanza! Esperanza que es sufrida, es trabajadora, es fecunda. Nos da trabajo y nos salva de la cultura del descarte. Y esa esperanza es convocadora, convocadora de todos, porque un pueblo que sabe auto-convocarse para mirar al futuro y construir la amistad social —como dije, aunque piense diferente—, ese pueblo tiene esperanza. Si quieres ir de prisa, ve solo, pero si quieres llegar lejos, ve acompañado Y si me encuentro con un joven sin esperanza, ya lo dije una vez, ¡es un joven es jubilado! Hay jóvenes que parece que se jubilan a los 22 años. Son jóvenes con tristeza existencial. Son jóvenes que han apostado su vida al derrotismo básico. Son jóvenes que se lamentan. Son jóvenes que se fugan de la vida. El camino de la esperanza no es fácil y no se puede recorrer solo. Hay un proverbio africano que dice: si quieres ir de prisa, ve solo, pero si quieres llegar lejos, ve acompañado. Y yo a vosotros, jóvenes cubanos, aunque penséis diferente, aunque tengáis vuestro punto de vista diferente, quiero que vayáis acompañados, juntos, buscando la esperanza, buscando el futuro y la nobleza de la patria. Y así empezamos con la palabra soñar y quiero terminar con otra palabra que tú dijiste y que yo suelo usar bastante: la cultura del encuentro. Por favor, no nos desencontremos entre nosotros mismos. Vayamos acompañados. Encontrados, aunque pensemos distinto, aunque sintamos distinto. Pero hay algo que es superior a nosotros: es la grandeza de nuestro pueblo, es la grandeza de nuestra patria, es esa belleza, esa dulce esperanza de la patria, a la que tenemos que llegar. Muchas gracias. 11 Bueno, me despido deseándoos lo mejor. Deseándoos todo eso que os dije, os lo deseo. Voy a rezar por vosotros. Y os pido que recéis por mí. Y si alguno de vosotros no es creyente —y no puede rezar porque no es creyente—, que al menos me desee cosas buenas. Que Dios os bendiga, os haga caminar en este camino de esperanza hacia la cultura del encuentro, evitando esos conventillos de los cuales habló nuestro compañero. Y que Dios os bendiga a todos. Discurso preparado (no leído) Queridos amigos, siento una gran alegría de poder estar con vosotros precisamente aquí en este Centro cultural, tan significativo para la historia de Cuba. Doy gracias a Dios por haberme concedido la oportunidad de tener este encuentro con tantos jóvenes que, con su trabajo, estudio y preparación, están soñando y también haciendo ya realidad el mañana de Cuba. Agradezco a Leonardo sus palabras de saludo, y especialmente porque, pudiendo haber hablado de muchas otras cosas, ciertamente importantes y concretas, como las dificultades, los miedos, las dudas —tan reales y humanas—, nos ha hablado de esperanza, de esos sueños e ilusiones que anidan con fuerza en el corazón de los jóvenes cubanos, más allá de sus diferencias de formación, de cultura, de creencias o de ideas. Gracias, Leonardo, porque yo también, cuando os miro a vosotros, lo primero que me viene a la mente y al corazón es la palabra esperanza. No puedo concebir a un joven que no se mueva, que esté paralizado, que no tenga sueños ni ideales, que no aspire a algo más. Pero, ¿cuál es la esperanza de un joven cubano en esta época de la historia? Ni más ni menos que la de cualquier otro joven de cualquier parte del mundo. Porque la esperanza nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor. Sin embargo, eso comporta un riesgo. Requiere estar dispuestos a no dejarse seducir por lo pasajero y caduco, por falsas promesas de felicidad vacía, de el placer inmediato y egoísta de una vida mediocre, centrada en uno mismo, y que sólo deja tras de sí tristeza y amargura en el corazón. No, la esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. Yo os preguntaría a cada uno: ¿Qué es lo que mueve tu vida? ¿Qué hay en tu corazón, dónde están tus aspiraciones? ¿Estás dispuesto a arriesgarte siempre por algo más grande? Tal vez me podéis decir: Sí, Padre, la atracción de esos ideales es grande. Yo siento su llamada, su belleza, el brillo de su luz en mi alma. Pero, al mismo tiempo, la realidad de mi debilidad y de mis pocas fuerzas es muy fuerte para decidirme a recorrer el camino de la esperanza. La meta es muy alta y mis fuerzas son pocas. Mejor conformarse con poco, con cosas tal vez menos grandes pero más realistas, más al alcance de mis posibilidades. Yo comprendo esa reacción, es normal sentir el peso de lo arduo y difícil. Sin embargo, ¡cuidado con caer en la tentación de la desilusión, que paraliza la inteligencia y la voluntad, ni dejarnos llevar por la resignación, que es un pesimismo radical ante toda posibilidad de alcanzar lo soñado! Estas actitudes al final acaban o en una huida de la realidad hacia paraísos artificiales o en un encerrarse en el egoísmo personal, en una especie de cinismo, que no quiere escuchar el grito de justicia, de verdad y de humanidad que se alza a nuestro alrededor y en nuestro interior. Y, ¿qué hacer? ¿Cómo hallar caminos de esperanza en la situación en que vivimos? ¿Cómo hacer para que esos sueños de plenitud, de vida auténtica, de justicia y verdad, sean una realidad en nuestra vida personal, en nuestro país y en el mundo? Pienso que hay tres ideas que pueden ser útiles para mantener viva la esperanza. La esperanza, un camino hecho de memoria y discernimiento. La esperanza es la virtud del que está en camino y se dirige a alguna parte. No es, por tanto, un simple caminar por el gusto de 12 caminar, sino que tiene un fin, una meta, que es la que da sentido e ilumina el sendero. Al mismo tiempo, la esperanza se alimenta de la memoria, abarca con su mirada no sólo el futuro sino el pasado y el presente. Para caminar en la vida, además de saber a dónde queremos ir es importante saber también quiénes somos y de dónde venimos. Una persona o un pueblo que no tiene memoria y borra su pasado corren el riesgo de perder su identidad y arruinar su futuro. Se necesita por tanto la memoria de lo que somos, de lo que forma nuestro patrimonio espiritual y moral. Creo que esa es la experiencia y la enseñanza de ese gran cubano que fue el Padre Félix Varela. Y se necesita también el discernimiento, porque es esencial abrirse a la realidad y saber leerla sin miedos ni prejuicios. No sirven las lecturas parciales o ideológicas, que deforman la realidad para que entre en nuestros pequeños esquemas preconcebidos, provocando siempre desilusión y desesperanza. Discernimiento y memoria, porque el discernimiento no es ciego, sino que se realiza sobre sólidos criterios éticos, morales, que ayudan a discernir lo que es bueno y justo. La esperanza, un camino acompañado. Dice un proverbio africano: Si quieres ir deprisa, ve solo; si quieres ir lejos, ve acompañado. El aislamiento o la clausura en uno mismo nunca generan esperanza, en cambio, la cercanía y el encuentro con el otro, sí. Solos no llegamos a ninguna parte. Tampoco con la exclusión se construye un futuro para nadie, ni siquiera para uno mismo. Un camino de esperanza requiere una cultura del encuentro, del diálogo, que supere los contrastes y el enfrentamiento estéril. Para ello, es fundamental considerar las diferencias en el modo de pensar no como un riesgo, sino como una riqueza y un factor de crecimiento. El mundo necesita la cultura del encuentro, necesita de jóvenes que quieran conocerse, que quieran amarse, que quieran caminar juntos y construir un país como lo soñaba José Martí: Con todos y para el bien de todos. La esperanza, un camino solidario. La cultura del encuentro debe conducir naturalmente a una cultura de la solidaridad. Aprecio mucho lo que ha dicho Leonardo al comienzo cuando habló de la solidaridad como fuerza que ayuda a superar cualquier obstáculo. Efectivamente, si no hay solidaridad no hay futuro para ningún país. Por encima de cualquier otra consideración o interés, tiene que estar la preocupación concreta y real por el ser humano, que puede ser mi amigo, mi compañero, o también alguien que piensa distinto, que tiene sus ideas, pero que es tan ser humano y tan cubano como yo mismo. No basta la simple tolerancia, hay que ir más allá y pasar de una actitud recelosa y defensiva a otra de acogida, de colaboración, de servicio concreto y ayuda eficaz. No tengáis miedo a la solidaridad, al servicio, al dar la mano al otro para que nadie se quede fuera del camino. Este camino de la vida está iluminado por una esperanza más alta: la que nos viene de la fe en Cristo. Él se ha hecho nuestro compañero de viaje, y no sólo nos alienta sino que nos acompaña, está a nuestro lado y nos tiende su mano de amigo. Él, el Hijo de Dios, ha querido hacerse uno como nosotros, para recorrer también nuestro camino. La fe en su presencia, su amor y su amistad, encienden e iluminan todas nuestras esperanzas e ilusiones. Con Él, aprendemos a discernir la realidad, a vivir el encuentro, a servir a los demás y a caminar en la solidaridad. Queridos jóvenes cubanos, si Dios mismo entró en nuestra historia y se hizo hombre en Jesús, si cargó en sus hombros con nuestra debilidad y pecado, no tengáis miedo a la esperanza, no tengáis miedo al futuro, porque Dios apuesta por vosotros, cree en vosotros, espera en vosotros. Queridos amigos, gracias por este encuentro. Que la esperanza en Cristo su amigo os guíe siempre en vuestra vida. Y, por favor, no olvidéis de rezar por mí. Que el Señor os bendiga. Lunes 21 de septiembre (Holguín) Homilía en la Plaza de la Revolución Celebramos la fiesta del apóstol y evangelista san Mateo. Celebramos la historia de una conversión. Él mismo, en su evangelio, nos cuenta cómo fue el encuentro que marcó su vida, él nos introduce en un juego de miradas que es capaz de transformar la historia. La mirada de Jesús 13 Un día, como otro cualquiera, mientras estaba sentado en la mesa de la recaudación de los impuestos, Jesús pasaba, lo vio, se acercó y le dijo: Sígueme. Y él, levantándose, lo siguió. Jesús lo miró. Qué fuerza de amor tuvo la mirada de Jesús para movilizar a Mateo como lo hizo; qué fuerza han de haber tenido esos ojos para levantarlo. Sabemos que Mateo era un publicano, es decir, recaudaba impuestos de los judíos para dárselo a los romanos. Los publicanos eran mal vistos e incluso considerados pecadores, y por eso vivían apartados y despreciados por los demás. Con ellos no se podía comer, ni hablar, ni orar. Eran traidores para el pueblo: le sacaban a su gente para dárselo a otros. Los publicanos pertenecían a esa categoría social. Pero Jesús se detuvo, no pasó de largo precipitadamente; lo miró sin prisa, lo miró con paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había mirado antes. Y esa mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dio una esperanza, una nueva vida como a Zaqueo, a Bartimeo, a María Magdalena, a Pedro y también a cada uno de nosotros. Aunque no nos atrevamos a levantar los ojos al Señor, Él siempre nos mira primero. Es nuestra historia personal; al igual que muchos otros, cada uno de nosotros puede decir: yo también soy un pecador en el que Jesús puso su mirada. Os invito a que hoy en casa, o en la iglesia, tranquilos, solos, hagáis un momento de silencio para recordar con gratitud y alegría aquellas circunstancias, aquel momento en que la mirada misericordiosa de Dios se posó en nuestra vida. Su amor nos precede, su mirada se adelanta a nuestra necesidad. Él sabe ver más allá de las apariencias, más allá del pecado, del fracaso o de la indignidad. Sabe ver más allá de la categoría social a la que podemos pertenecer. Él ve más allá esa dignidad de hijo, tal vez ensuciada por el pecado, pero siempre presente en el fondo de nuestra alma, es nuestra dignidad de hijos. Él ha venido precisamente a buscar a todos aquellos que se sienten indignos de Dios, indignos de los demás. Dejémonos mirar por Jesús, dejemos que su mirada recorra nuestras calles, dejemos que su mirada nos devuelva la alegría, la esperanza, el gozo de la vida. La vocación te cambia la vida Después de mirarlo con misericordia, el Señor le dijo a Mateo: Sígueme. Y Mateo se levantó y lo siguió. Después de la mirada, la palabra. Tras el amor, la misión. Mateo ya no es el mismo; interiormente ha cambiado. El encuentro con Jesús, con su amor misericordioso, lo transformó. Y allá atrás queda el banco de los impuestos, el dinero, su exclusión. Antes él esperaba sentado para recaudar, para sacarle a otros; ahora con Jesús tiene que levantarse para dar, para entregar, para entregarse a los demás. Jesús lo miró y Mateo encontró la alegría en el servicio. Para Mateo, y para todo el que sintió la mirada de Jesús, sus conciudadanos no son aquellos a los que «se vive», se usa, se abusa. La mirada de Jesús genera una actividad misionera, de servicio, de entrega. Sus conciudadanos son aquellos a los que Él sirve. Su amor cura nuestras miopías y nos estimula a mirar más allá, a no quedarnos en las apariencias o en lo políticamente correcto. Jesús va delante, nos precede, abre el camino y nos invita a seguirlo. Nos invita a ir lentamente superando nuestros preconceptos, nuestras resistencias al cambio de los demás e incluso de nosotros mismos. Nos desafía día a día con una pregunta: ¿Crees? ¿Crees que es posible que un recaudador se transforme en servidor? ¿Crees que es posible que un traidor se vuelva un amigo? ¿Crees que es posible que el hijo de un carpintero sea el Hijo de Dios? Su mirada transforma nuestras miradas, su corazón transforma nuestro corazón. Dios es Padre que busca la salvación de todos sus hijos. Dejémonos mirar por el Señor en la oración, en la Eucaristía, en la Confesión, en nuestros hermanos, especialmente en aquellos que se sienten dejados, más solos. Y aprendamos a mirar como Él nos mira. Compartamos su ternura y su misericordia con los enfermos, los presos, los ancianos, las familias en dificultad. Una y otra vez somos llamados a aprender de Jesús que mira siempre lo más auténtico que vive en cada persona, que es precisamente la imagen de su Padre. 14 Sé con qué esfuerzo y sacrificio la Iglesia en Cuba trabaja para llevar a todos, aun a los sitios más apartados, la palabra y la presencia de Cristo. Una mención especial merecen las llamadas «casas de misión» que, ante la escasez de templos y de sacerdotes, permiten a tantas personas poder tener un espacio de oración, de escucha de la Palabra, de catequesis y vida de comunidad. Son pequeños signos de la presencia de Dios en nuestros barrios y una ayuda cotidiana para hacer vivas las palabras del apóstol Pablo: Os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz (Ef 4,2). Deseo dirigir ahora la mirada a la Virgen María, Virgen de la Caridad del Cobre, a quien Cuba acogió en sus brazos y le abrió sus puertas para siempre, y a ella le pido que mantenga sobre todos y cada uno de los hijos de esta noble nación su mirada maternal y que esos «sus ojos misericordiosos» estén siempre atentos a cada uno de vosotros, vuestros hogares, familias, a las personas que puedan estar sintiendo que para ellos no hay lugar. Que ella nos guarde a todos como cuidó a Jesús en su amor y que ella nos enseña a mirar a los demás como Jesús nos miró a cada uno de nosotros. Lunes 21 de septiembre (Holguín) Bendición de la Ciudad de Holguín desde la Loma de la Cruz En la Loma de la Cruz en Holguín, después de haber presidido la Santa Misa en la Plaza de la Revolución Calixto García Iñíguez, el Santo Padre se detuvo en oración ante la cruz que surge al norte de la ciudad. La Loma que toma su nombre de la cruz de madera que fuera plantada allí por primera vez en 1790 por Fray Francisco Antonio de Alegría, prior de Holguín, es un lugar símbolo de la piedad popular cubana, meta de peregrinajes y ha sido declarada histórico monumento arqueológico colonial de Cuba. Allí, recibido por un coro de niños, Papa Francisco elevó su oración al cielo y bendijo la ciudad. Oremos. Padre todopoderoso, ante quien se dobla toda rodilla en el cielo y en la tierra humildemente te pedimos que mires con bondad a los hijos de estas tierras que imploran tu bendición. Que al mirar la Santa Cruz, elevada en la cima de esta montaña, y que ilumina la vida de las familias, de los niños y jóvenes, de los enfermos y de todos los que sufren reciban tu consuelo y tu compañía, y se sientan invitados al seguimiento de Tu Hijo, único camino para llegar a ti. Que tu amor traiga a todos tus auxilios divinos y aumente tus dones espirituales. Te lo pedimos a ti Padre, por tu Hijo Jesucristo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén. Lunes 21 de septiembre (Santiago) Oración a la Virgen en el Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre Después de bendecir la ciudad de Holguín el Papa tomó el avión que lo llevó a la última etapa de su estancia en Cuba, la ciudad de Santiago. La primera actividad fue el encuentro con los Obispos en el Seminario de San Basilio Magno. Después se dirigió a la Basílica Menor del Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, para rezar a la Madre venerada y amada por los cubanos dentro y fuera del país, que fuera proclamada Patrona de Cuba por Benedicto XV en 1916. ¡Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba! ¡Dios te salve, María, llena de gracia! Tú eres la Hija amada del Padre, la Madre de Cristo, nuestro Dios, el Templo vivo del Espíritu Santo. Llevas en tu nombre, Virgen de la Caridad, la memoria del Dios que es Amor, 15 el recuerdo del mandamiento nuevo de Jesús, la evocación del Espíritu Santo: amor derramado en nuestros corazones, fuego de caridad enviado en Pentecostés sobre la Iglesia, don de la plena libertad de los hijos de Dios. ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús! Has venido a visitar nuestro pueblo y has querido quedarte con nosotros como Madre y Señora de Cuba, a lo largo de su peregrinar por los caminos de la historia. Tu nombre y tu imagen están esculpidos en la mente y en el corazón de todos los cubanos, dentro y fuera de la Patria, como signo de esperanza y centro de comunión fraterna. ¡Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra! Ruega por nosotros ante tu Hijo Jesucristo, intercede por nosotros con tu corazón maternal, inundado de la caridad del Espíritu. Acrecienta nuestra fe, aviva la esperanza, aumenta y fortalece en nosotros el amor. Ampara nuestras familias, protege a los jóvenes y a los niños, consuela a los que sufren. Sé Madre de los fieles y de los pastores de la Iglesia, modelo y estrella de la nueva evangelización. ¡Madre de la reconciliación! Reúne a tu pueblo disperso por el mundo. Haz de la nación cubana un hogar de hermanos y hermanas para que este pueblo abra de par en par su mente, su corazón y su vida a Cristo, único Salvador y Redentor, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén. El Santo Padre enciende una vela ante la imagen de la Virgen y le regala un jarrón de flores realizadas con tallos de plata y pétalos de cerámica. El Papa quiso simbolizar el gesto que realizan todos los cubanos: dar a la Virgen del Cobre un ramo de flores. Quédate con nosotros Señor, acompáñanos aunque no siempre hayamos sabido reconocerte. Quédate con nosotros porque tú eres el Camino, la Verdad y la Vida. Quédate en nuestras familias, ilumínalas y sostenlas en las dificultades. Quédate con nuestros niños y nuestros jóvenes, 16 en ellos está la esperanza y la riqueza de nuestra Patria. Quédate con los que sufren, confórtalos y protégelos. Quédate con nosotros Señor, cuando surge la duda, el cansancio o la dificultad; ilumina nuestras mentes con tu Palabra; aliméntanos con el Pan de Vida que nos ofreces en cada Eucaristía; ayúdanos a sentir el gozo de creer en ti. Quédate Señor con la comunidad de tus discípulos. Renueva en nosotros el don de tu amor. Anímanos y consérvanos en la fidelidad, para que anunciemos a todos con alegría, que tú nos has resucitado y que nos has dado la misión de ser tus testigos. Que María de la Caridad, discípula y misionera, Madre de todos, nos acompañe y proteja. Amén. Martes 22 de septiembre (Santiago) Homilía en el Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre El Evangelio que escuchamos nos pone de frente al movimiento que genera el Señor cada vez que nos visita: nos saca de casa. Son imágenes que una y otra vez somos invitados a contemplar. La presencia de Dios en nuestra vida nunca nos deja quietos, siempre nos motiva al movimiento. Cuando Dios visita, siempre nos saca de casa. Visitados para visitar, encontrados para encontrar, amados para amar. Ahí vemos a María, la primera discípula. Una joven quizás de entre 15 y 17 años, que en una aldea de Palestina fue visitada por el Señor anunciándole que sería la madre del Salvador. Lejos de creérselo y pensar que todo el pueblo tenía que venir a atenderla o servirla, ella sale de casa y va a servir. Sale a ayudar a su prima Isabel. La alegría que brota de saber que Dios está con nosotros, con nuestro pueblo, despierta el corazón, pone en movimiento nuestras piernas, nos saca para afuera, nos lleva a compartir la alegría recibida como servicio, como entrega en todas esas situaciones embarazosas que nuestros vecinos o parientes puedan estar viviendo. El Evangelio nos dice que María fue de prisa, paso lento pero constante, pasos que saben a dónde van; pasos que no corren para llegar rápido o van demasiado despacio como para no arribar jamás. Ni agitada ni adormentada, María va con prisa, a acompañar a su prima embarazada en la vejez. María, la primera discípula visitada, ha salido a visitar. Y desde ese primer día fue siempre su característica particular. Ha sido la mujer que visitó a tantos hombres y mujeres, niños y ancianos, jóvenes. Ha sabido visitar y acompañar en las dramáticas gestaciones de muchos de nuestros pueblos; protegió la lucha de todos los que han sufrido por defender los derechos de sus hijos. Y ahora tampoco deja de traernos la Palabra de Vida, su Hijo nuestro Señor. Estas tierras también fueron visitadas por su maternal presencia. La patria cubana nació y creció al calor de la devoción a la Virgen de la Caridad. Ella ha dado una forma propia y especial al alma cubana —escribían los Obispos de estas tierras— suscitando los mejores ideales de amor a Dios, a la familia y a la Patria en el corazón de los cubanos. También lo expresaron sus compatriotas cien años atrás, cuando le pedían al Papa Benedicto XV que declarara a la Virgen de la Caridad Patrona de Cuba, y escribieron: Ni las desgracias ni las penurias lograron “apagar” la fe y el amor que nuestro pueblo católico profesa a esa Virgen, sino que, en las mayores vicisitudes de la vida, cuando más cercana estaba la muerte o más próxima la 17 desesperación, surgió siempre como luz disipadora de todo peligro, como rocío consolador…, la visión de esa Virgen bendita, cubana por excelencia… porque así la amaron nuestras madres inolvidables, así la bendicen nuestras esposas. En este Santuario, que guarda la memoria del santo pueblo fiel de Dios que camina en Cuba, María es venerada como Madre de la Caridad. Desde aquí Ella custodia nuestras raíces, nuestra identidad, para que no nos perdamos en los caminos de la desesperanza. El alma del pueblo cubano, como acabamos de escuchar, fue forjada entre dolores y penurias que no lograron apagar la fe, esa fe que se mantuvo viva gracias a tantas abuelas que siguieron haciendo posible, en lo cotidiano del hogar, la presencia viva de Dios; la presencia del Padre que libera, fortalece, sana, da coraje y que es refugio seguro y signo de nueva resurrección. Abuelas, madres, y tantos otros que con ternura y cariño fueron signos de visitación, como María, de valentía, de fe para sus nietos, en sus familias. Mantuvieron abierta una rendija pequeña, como un grano de mostaza, por donde el Espíritu Santo seguía acompañando el palpitar de este pueblo. Y cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño (Evangelii gaudium, 288). Generación tras generación, día tras día, estamos invitados a renovar nuestra fe. Estamos invitados a vivir la revolución de la ternura como María, Madre de la Caridad. Estamos invitados a salir de casa, a tener los ojos y el corazón abierto a los demás. Nuestra revolución pasa por la ternura, por la alegría que se hace siempre proximidad, que se hace siempre compasión y nos lleva a involucrarnos, para servir, en la vida de los demás. Nuestra fe nos hace salir de casa e ir al encuentro de los otros para compartir gozos y alegrías, esperanzas y frustraciones. Nuestra fe, nos saca de casa para visitar al enfermo, al preso, al que llora y al que sabe también reír con el que ríe, alegrarse con las alegrías de los vecinos. Como María, queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad. Como María, Madre de la Caridad, queremos ser una Iglesia que salga de casa para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación. Como María, queremos ser una Iglesia que sepa acompañar todas las situaciones embarazosas de nuestra gente, comprometidos con la vida, la cultura, la sociedad, no borrándonos sino caminando con nuestros hermanos, todos juntos. Todos siguiendo ayudando, todos hijos de Dos, hijos de María, hijos de esta noble tierra cubana. Éste es nuestro cobre más precioso, ésta es nuestra mayor riqueza y el mejor legado que podamos dejar: como María, aprender a salir de casa por los senderos de la visitación. Y aprender a orar con María porque su oración es memoriosa, agradecida; es el cántico del Pueblo de Dios que camina en la historia. Es la memoria viva de que Dios va en medio nuestro; es memoria perenne de que Dios ha mirado la humildad de su pueblo, ha auxiliado a su siervo como lo había prometido a nuestros padres y a su descendencia por siempre. Martes 22 de septiembre (Santiago) Encuentro con las Familias en la Catedral de la Asunción Estamos en familia. Y cuando uno está en familia se siente en casa. Gracias familias cubanas, gracias cubanos por hacerme sentir todos estos días en familia, por hacerme sentir en casa. Gracias por todo esto. Este encuentro viene a ser como la guinda del pastel. Terminar mi visita viviendo este encuentro en familia es un motivo para dar gracias a Dios por el «calor» que brota de gente que sabe recibir, que sabe acoger, que sabe hacer sentir en casa. Gracias a todos los cubanos. Agradezco a Mons. Dionisio García, Arzobispo de Santiago, el saludo que me ha dirigido en nombre de todos y al matrimonio que ha tenido la valentía de compartir con todos nosotros sus anhelos y esfuerzos por vivir el hogar como una iglesia doméstica. Las Bodas de Caná El Evangelio de Juan nos presenta como primer acontecimiento público de Jesús las Bodas de Caná, en la fiesta de una familia. Ahí está con María su madre y algunos de sus discípulos compartiendo la fiesta familiar. Las bodas son momentos especiales en la vida de muchos. Para los más veteranos, 18 padres, abuelos, es una oportunidad para recoger el fruto de la siembra. Da alegría al alma ver a los hijos crecer y que puedan formar su hogar. Es la oportunidad de ver, por un instante, que todo por lo que se ha luchado valió la pena. Acompañar a los hijos, sostenerlos, estimularlos para que puedan animarse a construir sus vidas, a formar sus familias, es un gran desafío para todos los padres. A su vez, la alegría de los jóvenes esposos. Todo un futuro que comienza, todo tiene «sabor» a casa nueva, a esperanza. En las bodas, siempre se une el pasado que heredamos y el futuro que nos espera. Hay memoria y esperanza. Siempre se abre la oportunidad para agradecer todo lo que nos permitió llegar hasta el hoy con el mismo amor que hemos recibido. A Jesús le gusta meterse en la familia Y Jesús comienza su vida pública precisamente en una boda. Se mete en esa historia de siembras y cosechas, de sueños y búsquedas, de esfuerzos y compromisos, de arduos trabajos que araron la tierra para que ésta dé su fruto. Jesús comienza su vida en el interior de una familia, en el seno de un hogar. Y es en el seno de nuestros hogares donde continuamente Él se sigue introduciendo, Él sigue siendo parte. Le gusta meterse en la familia. Es interesante observar cómo Jesús se manifiesta también en las comidas, en las cenas. Comer con diferentes personas, visitar diferentes casas fue un lugar privilegiado por Jesús para dar a conocer el proyecto de Dios. Va a la casa de sus amigos — Marta y María—, pero no es selectivo, no le importa si hay publicanos o pecadores, como Zaqueo. Va a la casa de Zaqueo. No sólo Él actuaba así, sino cuando envió a sus discípulos a anunciar la buena noticia del Reino de Dios, les dijo: Quedaos en la casa que os reciban, comed y bebed de los que ellos tengan (Lc 10,7). Bodas, visitas a los hogares, cenas…: algo «especial» tendrán esos momentos en la vida de las personas para que Jesús elija manifestarse allí. La vida familiar Recuerdo en mi diócesis anterior que muchas familias me comentaban que el único momento que tenían para estar juntos era normalmente en la cena, por la noche, cuando se volvía de trabajar, donde los más chicos terminaban la tarea de la escuela. Era un momento especial de vida familiar. Se comentaba el día, lo que cada uno había hecho, se ordenaba el hogar, se acomodaba la ropa, se organizaban tareas fundamentales para los demás días, los chicos se peleaban, ¡pero era el momento! Son momentos en los que uno llega también cansado, y alguna que otra discusión, alguna que otra pelea aparece, pero no hay que tenerle miedo. Yo tengo miedo a los matrimonios que nunca tuvieron una discusión: ¡raro, raro! Jesús elije esos momentos para mostrarnos el amor de Dios. Jesús elije esos espacios para entrar en nuestras casas y ayudarnos a descubrir el Espíritu vivo actuando en nuestras cosas ordinarias. Es en casa donde aprendemos la fraternidad, la solidaridad, donde aprendemos a no ser avasalladores. Es en casa donde aprendemos a recibir y agradecer la vida como una bendición y que cada uno necesita a los demás para salir adelante. Es en casa donde experimentamos el perdón, y estamos continuamente invitados a perdonar, a dejarnos transformar. ¡Qué curioso: en casa no hay lugar para las caretas; somos lo que somos y, de una u otra manera, estamos invitados a buscar lo mejor para los demás! Por eso la comunidad cristiana llama a las familias con el nombre de iglesias domésticas, porque en el calor del hogar es donde la fe empapa cada rincón, ilumina cada espacio, construye comunidad. Porque en momentos así es como las personas iban aprendiendo a descubrir el amor concreto y el amor operante de Dios. En muchas culturas hoy en día van despareciendo estos espacios, estos momentos familiares, poco a poco todo lleva a separarse, aislarse; escasean momentos en común, para estar juntos, para estar en familia. Entonces no se sabe esperar, no se sabe pedir permiso ni perdón, no se sabe dar gracias, porque la casa va quedando vacía, no de gente, sino vacía de relaciones, vacía de contactos, vacía de encuentros, de padres, hijos abuelos, nietros, hermanos. Hace poco, una persona que trabaja conmigo me contaba que su esposa e hijos se habían ido de vacaciones y él se había quedado solo, porque le tocaba trabajar esos días. El primer día, la casa estaba toda en silencio, «en paz», nada 19 estaba desordenado. Al tercer día, cuando le pregunté cómo estaba, me dice: quiero que vengan ya todos de vuelta. Sentía que no podía vivir sin su esposa y sus hijos, y eso es lindo, eso es lindo. La familia nos protege Sin familia, sin el calor de hogar, la vida se vuelve vacía, comienzan a faltar las redes que nos sostienen en la adversidad, las redes que nos alimentan en el diario vivir y motivan la lucha para la prosperidad. La familia nos salva de dos fenómenos actuales: la fragmentación (la división) y la masificación. En ambos casos, las personas se transforman en individuos aislados fáciles de manipular y de gobernar. Y entonces encontramos en el mundo sociedades divididas, rotas, separadas o altamente masificadas que son consecuencia de la ruptura de los lazos familiares, cuando se pierden las relaciones que nos constituyen como personas, que nos enseñan a ser personas. Uno se olvida cómo se dice mamá, papá… se van olvidando esas relaciones que son el fundamento del nombre que tenemos. La familia es escuela de humanidad, que enseña a poner el corazón en las necesidades de los otros, a estar atento a la vida de los demás. Cuando vivimos bien en familia, los egoísmos quedan chiquitos —existen porque todos tenemos algo de egoísta—, pero si no se crean esas familias que podemos llamar “yo mi me…”, que no saben de discusiones, de solidaridad. La familia no es el problema sino la solución A pesar de tantas dificultades como aquejan hoy a nuestras familias, no nos olvidemos de algo, por favor: las familias no son un problema, son principalmente una oportunidad. Una oportunidad que tenemos que cuidar, proteger, acompañar. Es una manera de decir que son una bendición. Cuando comienzas a ver la vida como un problema te estancas, porque estás muy centrado en ti mismo. Mucho se discute sobre el futuro, sobre qué mundo queremos dejarle a nuestros hijos, qué sociedad queremos para ellos. Creo que una de las posibles respuestas se encuentra en miraros a vosotros: dejemos un mundo con familias, es la mejor herencia, ¡dejemos un mundo con familias! Es cierto, no existe la familia perfecta, no existen esposos perfectos, padres perfectos ni hijos perfectos, ni suegra perfecta, pero eso no impide que no sean la respuesta para el mañana. Dios nos estimula al amor y el amor siempre se compromete con las personas que ama, el amor siempre se compromete con las personas que ama. Por eso, cuidemos a nuestras familias, verdaderas escuelas del mañana. Cuidemos a nuestras familias, verdaderos espacios de libertad. Cuidemos a nuestras familias, verdaderos centros de humanidad. Y aquí me viene una imagen cuando en las audiencias de los miércoles paso a saludar a la gente, tantas, tantas mujeres me muestran la panza y me dicen: Padre, ¿me lo bendice? Os voy a proponer algo a todas las mujeres que están embarazadas, que en este momento se toquen la panza —o las que están escuchando por radio o por televisión— y yo a cada una de ellas y a cada niño le doy la bendición, y deseo que venga sanito, que crezca bien, que lo puedan criar bien, que lo acaricien. La Eucaristía, cenando con Jesús No quiero terminar sin hacer mención a la Eucaristía. Se habrán dado cuenta que Jesús quiere utilizar como espacio de su memorial una cena. Elige como espacio de su presencia entre nosotros un momento concreto en la vida familiar. Un momento vivido y entendible por todos, la cena. Y la Eucaristía es la cena de la familia de Jesús, que a lo largo y ancho de la tierra se reúne para escuchar su Palabra y alimentarse con su Cuerpo. Jesús es el Pan de Vida de nuestras familias, Él quiere estar siempre presente alimentándonos con su amor, sosteniéndonos con su fe, ayudándonos a caminar con su esperanza, para que en todas las circunstancias podamos experimentar que es el verdadero Pan del cielo. Rezar por las Familias 20 En unos días participaré junto a familias del mundo en el Encuentro Mundial de las Familias y en menos de un mes en el Sínodo de Obispos, que tiene como tema la Familia. Os invito a rezar, os pido por favor que recéis por estas dos instancias, para que sepamos entre todos ayudarnos a cuidar la familia, para que sepamos seguir descubriendo al Emmanuel, es decir al Dios que vive en medio de su pueblo haciendo de cada familia y de todas las familias su hogar. ¡Cuento con vuestra oración! Martes 22 de septiembre (Santiago–Washington) Palabras del Papa a los periodistas ¿Qué piensa del embargo Usa a Cuba? ¿Hablará en el Congreso? «El problema del embargo es parte de la negociación entre Estados Unidos y Cuba, los dos presidentes se han referidos a esto, es algo público y va en la dirección de las buenas relaciones que se están buscando. Espero que se llegue a un acuerdo que satisfaga a las partes. Respecto a la posición de la Santa Sede sobre los embargos, los Papas anteriores han hablado, no solo de este caso. Habla la doctrina social de la Iglesia. En el Congreso no hablaré de modo específico de este tema, sino que me referiré en general los acuerdos como signo del progreso en la convivencia». Se habla de más de 50 disidentes arrestados. ¿Los quería recibir? ¿Qué les habría dicho? «No tengo noticias de los arrestos. Que haya pasado eso, no tengo noticias. Las otras dos preguntas son futuribles. A mí me gusta encontrar a todos, todos son hijos de Dios, todo encuentro enriquece. Estaba claro que no tendría audiencias, no solo con los disidentes, sino con nadie, incluidos algunos jefes de Estado. Estaba de visita en un país, no estaba prevista ninguna audiencia. Desde la nunciatura se hicieron algunas llamadas telefónicas a algunas personas que están en este grupo de disidentes, para decirles que al llegar a la catedral, con gusto les saludaría. Pero nadie se identificó como disidente al saludar, no sé si estaban o no, saludé a todos los que estaban allí. Si los recibiera, no sé qué les diría, porque diría lo que se me ocurriera en ese momento». ¿Por qué decidió no recibir a los disidentes? ¿La Iglesia católica puede tener un papel para ayudarles? «No he recibido a nadie en audiencia privada, e incluso había un jefe de estado que la pedía. La Iglesia cubana ha trabajado para realizar listas de prisioneros a los que conceder el indulto, y ha sido concedido a más de tres mil. Aún quedan otros casos en estudio, me lo dijo el presidente de la Conferencia episcopal. Alguien me ha dicho: ¡sería bueno eliminar la pena de muerte! Es como una pena de muerte escondida, tú estás ahí muriendo todos los días sin esperanza de liberación. Otra hipótesis es que se hagan indultos generales cada uno o dos años. Pero la Iglesia está trabajando y ha trabajado... No digo que todos los tres mil estuvieran en las listas presentadas por la Iglesia, no. Pero la Iglesia ha hecho listas, ha pedido indultos y seguirá haciéndolo». En los años en que Fidel Castro estaba en el poder, la Iglesia católica sufrió mucho. ¿En su encuentro tuvo la percepción de que estuviese arrepentido? «El arrepentimiento es una cosa muy íntima, una cosa de conciencia. En el encuentro con Fidel hemos hablado de los jesuitas que él conoció, porque le llevé como regalo un libro y un CD del padre Llorente, y dos libros del padre Pronzato, que seguro que apreciará. Hemos hablado de esas cosas. Hemos hablado mucho de la encíclica Laudatro si', porque está muy interesado en el tema de la ecología. Ha sido un encuentro no tan formal, sino espontáneo, estaba presenta su familia, y también mis acompañantes, mi chófer, aunque estábamos un poco aparte, y ellos no nos podía escuchar. Hemos hablado mucho de la encíclica, él está muy preocupado por el ambiente. Respecto al pasado hemos hablado del colegio de los jesuitas y de cómo lo hacían trabajar». 21 En pocos años ha habido tres visitas papales a Cuba. ¿Es porque Cuba está «enferma» y sufre por algo? «No. El primer viaje de Juan Pablo II fue histórico, pero normal: visitó tantos países agresivos contra la Iglesia. La segunda visita fue la de Benedicto, y también era normal. Y la mía ha sido un poco casual, porque inicialmente había pensado ir a los Estados Unidos llegando desde la frontera de México, desde Ciudad Juárez. Pero ir a México sin visitar a la Virgen de Guadalupe no se podía. Luego fue el anuncio del 17 de diciembre (el deshielo entre Cuba y Usa), tras un proceso de casi un año. Y dije: vamos a Usa a través de Cuba. No porque tenga males especiales que no tengan otros países. No interpretaría así las tres visitas. Yo por ejemplo he visitado Brasil, Juan Pablo II lo visitó tres o cuatro veces y no tenía una "enfermedad" especial. Estoy contento de haber visitado Cuba». Algunas de sus denuncias sobre la inequidad del sistema económico mundial han producido bastantes reacciones extrañas: hay sectores de la sociedad americana que se han preguntado si el Papa es católico... «Un amigo cardenal me contó que acudió a él una señora, muy preocupada, muy católica, un poco rígida, pero buena. Y le preguntó si era verdad que en la Biblia se hablaba de un Anticristo. Él le explicó que se habla de ello en el Apocalipsis. Luego la señora le preguntó si se hablaba de un antipapa. Y él le dijo: ¿por qué lo pregunta? Y respondió: "Estoy segura de que Francisco es el antipapa". ¿Y por qué? "Porque no usa los zapatos rojos", fue su repuesta. Sobre ser comunista o no: estoy seguro de no haber dicho nada que no esté en la Doctrina social de la Iglesia. Durante el otro vuelo, una colega vuestra me preguntó, a propósito de mi intervención en los movimientos populares: "¿Pero la Iglesia le seguirá?". Respondí: soy yo quien sigo a la Iglesia, y en eso creo que no me equivoco. Las cosas se pueden explicar, quizá algo ha dado una impresión un poco más "izquierdosa", pero sería un error de interpretación. Mi doctrina en todo esto, la Laudato si' y sobre el imperialismo económico, está en la enseñanza social de la Iglesia. Y si es necesario que rece el Credo, estoy dispuesto a hacerlo». En el último viaje a América Latina criticó de modo fuerte el sistema capitalista, pero en Cuba ha sido un poco más suave con el sistema comunista. ¿Por qué? «En los discursos que he dado en Cuba he mencionado siempre la doctrina social de la Iglesia. Pero las cosas que se deben corregir las he dicho claramente, no de modo "perfumado". Por lo que se refiere al capitalismo salvaje no he dicho más de lo que escribí en la Evangelii gaudium y en la encíclica Laudato si'. Lo que he escrito es bastante. Aquí en Cuba el viaje ha sido muy pastoral, con la comunidad católica, con los cristianos y también con las personas de buena voluntad. Mis intervenciones han sido homilías. También con los jóvenes, que eran jóvenes creyentes y no creyentes, y entre los creyentes había de diversas religiones, ha sido un discurso de esperanza, de ánimo al diálogo para buscar las cosas que nos unen. Ha sido un lenguaje más pastoral. En cambio en la encíclica había que tratar cosas más técnicas».

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