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Cfr. La carne y el Espíritu Santo: dos modos de nacer, de vivir y de morir
Cfr. Raniero Cantalamessa, El Misterio de Pentecostés, Edicep, febrero de 1998, pp. 85-92
o Dos modos de nacer.
pp. 88-90
§ Nacimiento según la carne
pp. 88-89
La Biblia designa de distintos modos el nacimiento natural del padre o de la madre. Lo llama «nacimiento de la carne» (Juan 3,6), «de sangre, de la voluntad
de la carne o del deseo del hombre» (Juan 1, 13), «de germen corruptible» (1 Pedro 1, 23).
Es necesario prestar atención para no ver en ello ningún juicio negativo, o de condenación
del acto de engendrar o del nacimiento humano en sí mismo. La Biblia no ignora que, a fin de cuentas, también el nacimiento natural viene de Dios que creó al hombre, macho y hembra, precisamente para que
fueran fecundos y llenaran la tierra. Venir al mundo es un don, no una condena, como pensaban en la antigüedad platónicos y gnósticos. Si hay un matiz negativo en aquellas expresiones, no se debe tanto a
lo que el nacimiento humano en sí mismo, cuanto a lo que no es; se debe no tanto a lo que posee cuanto a lo que le falta todavía. La mejor confirmación de ello es que también de Jesús se
dice que nació «del linaje de David, según la carne» (Romanos 1,3). Ni siquiera la fe en el pecado original anula este valor fundamentalmente positivo de la vida humana y, por tanto, del nacimiento
natural. Por otra parte, en las fuente bíblicas, el pecado original nunca está tan estrechamente ligado al modo de transmisión de la vida por generación sexual, como lo estará más
tarde, a partir de san Agustín.
§ Nacimiento según el Espíritu
pp. 89-90
Y vayamos al nacimiento según el Espíritu. También el nacimiento del Espíritu es designado con expresiones distintas: «de Dios» (Juan 1,13), «de lo alto» (Juan 3,3), «de un germen incorruptible, por medio
de la palabra de Dios» (1 Pedro 1, 23).
Este nacimiento, o renacimiento, tiene lugar por iniciativa y voluntad de Dios Padre, que lo obra mediante el Espíritu. La vida que se da como resultado de este nuevo nacimiento
es vida «en Cristo», o «vida en el Espíritu». El «germen» con el que se transmite dicha nueva es la palabra de Dios, acogida mediante la fe. El nuevo nacimiento está siempre
vinculado a la fe: «Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios» (1 Juan 5,1). Esto mismo se dice también de otro modo: no somos nosotros los que en realidad nacemos de nuevo, sino que es Cristo quien es concebido
y nace en nosotros, «por obra del Espíritu Santo». Pero en realidad, es lo mismo, visto desde un ángulo distinto. Todo ello se realiza concretamente en el bautismo, por eso el nuevo nacimiento es
denominado «de agua y de Espíritu» (Juan 3,5). Quien pasa a través de esta experiencia, llamada de iniciación, es llamada nueva criatura y, del mismo modo en que por el nacimiento natural
somos hijos de hombre, hijos de un padre y de una madre, así también, con este renacimiento, llegamos a ser hijos de Dios (Romanos 8, 14; 1 Juan 3, 1).
o Dos modos de vivir
pp. 90-91
Dos modos de vivir. En continuidad con estos dos tipos de nacimiento – de la carne y del Espíritu -,
la Biblia habla también de dos formas o estilos distintos de vida, que define, respectivamente, vida según la carne y vida según el Espíritu. San Pablo nos ofrece una descripción con el estilo
de las vidas paralelas: Los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el Espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas
las tendencias del espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así los que están en la carne, no pueden agradar a
Dios (Romanos 8, 5-8).
§ Vivir según a carne
p. 90
Vivir según la carne significa vivir a un nivel natural, sin la fe. Viven según la carne aquellos que viven según la naturaleza, pero no la naturaleza originaria, creada buena y gobernada por Dios que todavía
hacer oír su voz, por debilitada que esté, a través de la conciencia; sino la naturaleza corrompida por el pecado, que se expresa a través de las distintas concupiscencias y, sobre todo, por el
egoísmo. Las manifestaciones típicas de una vida impostada de este modo, son las así llamadas «obras de la carne»: «fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería,
odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes» (Gálatas 5, 19).
§ Vivir según el Espíritu
p. 91
Vivir según el Espíritu significa, por el contrario, pensar , querer y obrar, movidos interiormente por ese principio de vida nueva que en el bautismo es introducido en nosotros, que es el Espíritu de Jesús. Vivir según
el Espíritu equivale por ello a imitar a Cristo. Las manifestaciones de esta vida nueva son los así llamados «frutos del Espíritu»: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gálatas 5, 22).
o Dos modos de morir.
pp. 91-92
Dos modos de morir. Y llegamos, finalmente, a los dos resultados distintos a los que dan lugar respectivamente el
vivir según la carne o el vivir según el Espíritu: la muerte o la vida. Si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis
morir las obras del cuerpo, viviréis (Romanos 8, 13).
§ Morir según la carne
p. 91
Si uno vive según la carne, esto es, en una perspectiva puramente natural y terrena –
ya que la «carne» es, por definición, lo perecedero, lo corruptible, aquello que tiene un comienzo, un desarrollo y un final -, el horizonte último de una vida así no puede ser más que
la muerte. Toda carne – dice la Biblia – es hierba y todo su esplendor como flor del campo. La flor se marchita (Isaías 40, 6-8). Desde este punto de vista, tiene mucha razón aquel filósofo que definió
al hombre como un «ser-para-la-muerte»; alguien que acaba de nacer y que ya empieza a morir 1. No va más allá de este horizonte: el hombre
nace y vive para morir.
§ Vivir según el Espíritu: la vida nueva en el Espíritu tiene un comienzo, pero no tiene un final.
El hombre ya no aparece como un ser-para-la-muerte, sino más bien como un ser-para-la-eternidad.
pp. 91-92
Pero si uno vive según el Espíritu – dado que el Espíritu es, por definición,
lo que no se corrompe, lo eterno – el horizonte, en este caso, no se cierra con la muerte. La vida nueva en el Espíritu tiene un comienzo, pero no tiene un final: El que siembra en su carne, de la carne cosechará corrupción, el que siempre en el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna (Gálatas 6, 8). Visto desde esta perspectiva «espiritual», el hombre ya no aparece como un ser-para-la-muerte, sino más bien como un ser-para-la-eternidad. Ni siquiera la carne, ciertamente,
acabará para siempre en la corrupción, en virtud de la resurrección de los muertos. Pero esto – e decir, devolverle la vida también a nuestro cuerpo, al final de los tiempos – será
precisamente, la última gran obra del Espíritu: Si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muerto habita en vosotros, aquel que resucitó
a Cristo de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros (Romanos 8, 11).
Vida Cristiana
1 M. Heidegger, El Ser y el tiempo, 51. Fondo Cultura Económica, México 1974, 275-278.
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