martes, 20 de junio de 2017

Fe y Razón. El diálogo, el encuentro en las instituciones culturales más prestigiosas de París. El objetivo no es tirarse mutuamente los trastos, ni demostrar quién es el más inteligente, sino tender puentes para el diálogo, de modo que todo el mundo pueda aportar lo mejor de sí mismo en la construcción de una sociedad mejor, sin dogmatismos excluyentes. «Un Estado laico significa que no se apunta a una religión, pero respeta toda creencia, y admite que los creyentes manifiesten su fe sin problemas». «Cada cual debe ir más lejos en la búsqueda de la verdad»



1 Fe y Razón. El diálogo, el encuentro en las instituciones culturales más prestigiosas de París. El objetivo no es tirarse mutuamente los trastos, ni demostrar quién es el más inteligente, sino tender puentes para el diálogo, de modo que todo el mundo pueda aportar lo mejor de sí mismo en la construcción de una sociedad mejor, sin dogmatismos excluyentes. «Un Estado laico significa que no se apunta a una religión, pero respeta toda creencia, y admite que los creyentes manifiesten su fe sin problemas». «Cada cual debe ir más lejos en la búsqueda de la verdad» Cfr. Primera sesión del «Atrio de los gentiles», en París - Derribad los muros del miedo al otro. Alfa y Omega, n. 731 31 de marzo de 2011 El Atrio de los gentiles ha comenzado su andadura. Ateos y creyentes se dieron cita, entre el 24 y el 25 de marzo, en las instituciones culturales más prestigiosas de París. El objetivo no era tirarse mutuamente los trastos, ni demostrar quién es el más inteligente, sino tender puentes para el diálogo, de modo que todo el mundo pueda aportar lo mejor de sí mismo en la construcción de una sociedad mejor, sin dogmatismos excluyentes. «Este tesoro que lleváis dentro», la fe, «merece ser compartido, merece una pregunta», dijo Benedicto XVI, en un Mensaje a los jóvenes Ha sido la primera sesión solemne del Atrio de los gentiles, iniciativa promovida por Benedicto XVI y coordinada por el Consejo Pontificio de la Cultura, institución vaticana presidida por el cardenal Gianfranco Ravasi, con el objetivo de crear momentos de diálogo como los que tenían lugar en el famoso atrio del Templo de Jerusalén, como dice el Papa, «con aquellos para quienes la religión es algo extraño, para quienes Dios es desconocido y que, a pesar de eso, no quisieran estar simplemente sin Dios, sino acercarse a Él al menos como Desconocido». Y la ciudad de las luces no ha traicionado las expectativas: en menos de 48 horas, se sucedieron una serie de encuentros sin precedentes en las sedes de la Organización de las Naciones Unidas para la Cultura (UNESCO), en la Universidad de la Sorbona, en el Instituto de Francia, en el Colegio de los Bernardinos y, por último, en una fiesta multitudinaria ante la catedral de Notre Dame. o Buscar más lejos 2 Como dijo el Rector de la Universidad de la Sorbona, citando palabras del difunto cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo de París, el objetivo de la iniciativa podría resumirse en que «cada cual debe ir más lejos en la búsqueda de la verdad». Jean-Luc Marion, uno de los filósofos vivos más importantes de Francia, reconoció que «las preguntas heredadas por la filosofía moderna ya no son capaces de marcar la diferencia. El compromiso por plantear cuestiones nos puede unir más que las respuestas, que llegan ya muertas pues responden a interrogantes que nunca se han planteado realmente». En el fondo, el Atrio no ha hecho más que volver a poner en el centro de la vida de creyentes y no creyentes la búsqueda de la verdad, sin la cual, como decía Sócrates, «la vida no es digna de ser vivida». En este sentido, el diálogo ha asumido un significado muy concreto: no se trata de ese relativismo para el que cualquier opinión tiene el mismo peso, sino que se ha convertido en un ejercicio concreto de uso compartido de la razón ante los desafíos comunes que afronta la Humanidad. Como explicó Axel Kahn, genetista de fama mundial, Presidente de la Universidad París-Descartes, el hombre es «un animal de verdad». Y se preguntó: «¿Cómo podemos seguir viviendo cuando tenemos la certeza de que nosotros, los hombres, un día ya no existiremos?» Según la lingüista franco-búlgara Julia Kristeva, que se considera no creyente, esta pregunta exige un nuevo humanismo «tras el humanismo crítico y analítico» de los siglos pasados. «La economía, las finanzas, el mercado, quieren cancelar el espacio subjetivo. Este nuevo humanismo debe ser capaz de escuchar a la persona. La tecnología provoca la desaparición del espacio interior; por este motivo, debe recuperarse una especie de corpus misticum del género humano». La propuesta de Kristeva exige, por una parte, no rechazar, reduciendo a caricaturas, el humanismo cristiano; y, por otra parte, reconocer que «no habrá un nuevo humanismo sin la aportación femenina». Pierre Cahne, Rector del Instituto Católico de París, explicó que «la demarcación entre creyentes y no creyentes, si bien existe a nivel social», no debe afectar al diálogo, pues «todos estamos unidos por las preguntas del hombre». El prior del monasterio ecuménico italiano de Bose, Enzo Bianchi, explicó que «la búsqueda común es el sentido. Hay que encontrar una gramática humana que una a creyentes y no creyentes. La crisis de la fe es crisis de confianza, no sólo en Dios, sino también en la Humanidad, en los demás, en las historias de amor». En la apertura, Fabrice Hadjadj se preguntó: «¿Por qué estamos reunidos aquí? ¿Estamos reunidos en una ceremonia protocolaria en la que cada quien viene a cumplir con su función? ¿O en una discusión en la que cada quien se plantea la cuestión de Dios?» Para el filósofo, el punto central de este diálogo consiste en ir «más allá del hombre». El problema es que un porcentaje muy amplio de la población en nuestras sociedades ha dejado de plantearse las grandes preguntas. El 60% de los franceses nunca o raramente se pregunta cuál es el sentido de la vida, mostraba el primer sondeo CSA-Atrio de los gentiles. o Derribar muros Un momento de la Vigilia de Notre Dame El encuentro concluyó con una sugerente Vigilia, ante el atrio de Notre Dame de París, que se convirtió en una auténtica fiesta para los parisinos, en particular los jóvenes. Benedicto XVI quiso hacerse presente en ese encuentro con un videomensaje enviado desde el Vaticano, y explicó el sentido del encuentro con estas palabras: «Hoy en día, muchos reconocen que no pertenecen a ninguna religión, pero desean un mundo nuevo y más libre, más justo y más solidario, más pacífico y más feliz. Al dirigirme a vosotros, tengo en cuenta todo lo que tenéis que deciros: los no creyentes queréis interpelar a los creyentes, exigiéndoles, en particular, el testimonio 3 de una vida que sea coherente con lo que profesan y rechazando cualquier desviación de la religión que la haga inhumana. Los creyentes queréis decir a vuestros amigos que este tesoro que lleváis dentro merece ser compartido, merece una pregunta, merece que se reflexione sobre él. La cuestión de Dios no es un peligro para la sociedad, no pone en peligro la vida humana. La cuestión de Dios no debe estar ausente de los grandes interrogantes de nuestro tiempo». El objetivo que plantea el Papa es «derribar los muros del miedo al otro, al extranjero, al que no se os parece, miedo que nace a menudo del desconocimiento mutuo, del escepticismo o de la indiferencia». Y, dirigiéndose en particular a los chicos y chicas presentes, les dijo: «Procurad estrechar lazos con todos los jóvenes, sin distinción alguna, es decir, sin olvidar a los que viven en la pobreza o en la soledad, a los que sufren por culpa del paro, padecen una enfermedad o se sienten al margen de la sociedad». o ¿Y en España? Maqueta del Atrio de los gentiles Al concluir el encuentro de París, surgió una pregunta espontánea, entre los españoles asistentes: ¿España es capaz de mantener un debate de esta altura? En un país en el que se profanan capillas universitarias, y en el que algunos intelectuales sólo hablan de religión en los medios de comunicación para ridiculizarla, ¿está madura nuestra sociedad para un diálogo de este nivel? La respuesta que ofreció la capital francesa es particularmente clara: creyentes y no creyentes tienen retos comunes, y juntos tienen que aprender a afrontarlos. El resto no es más que pasado rancio. Jesús Colina Esto es la Sorbona, no Somosaguas Doña Carmen Monasterio, profesora del Instituto de Antropología y Ética, de la Universidad de Navarra, estuvo presente en el Atrio de los gentiles. De allí trae la impresión de que «la Iglesia no sólo quiere evangelizar, sino también hablar con el mundo de hoy, porque los problemas del mundo nos afectan a todos, creyentes y no creyentes». Por eso, «el gran tema ha sido el diálogo, algo muy difícil porque todos creemos que sabemos dialogar, pero no es tan fácil hablar sin renunciar a tu identidad, sin diluirnos en el relativismo o el sincretismo del ambiente». Es lo mismo que subraya don Ramón Abelló, notario de Barcelona, quien también acudió a la cita de París y que de la Vigilia de Notre Dame saca la misma conclusión: «El contenido fue muy sólido y franco: la redención y también el problema del mal, la necesidad de transmitir la alegría de la fe, la existencia del cielo..., y todo sin intentar un mensaje light conjeturando sobre la mejor manera de presentarse ante un público no creyente; no fue un lenguaje políticamente correcto, no hubo rebajas, y se hablaba de todo». Precisamente, el encuentro de Notre Dame escenificó, a pie de calle, el objetivo del Atrio de los gentiles. Cuenta don Ramón que «se presentaron los cuatro debates que se montaron en tiendas de campaña puestas en un lado de la plaza sobre los siguientes temas: origen del universo, el mal y el sufrimiento, belleza y verdad y amor y sexualidad. En cada tienda había cinco o seis personas, creyentes y no creyentes, que iniciaban el debate, pero luego todos los presentes -podían ser unas cien personas-, con micro o a viva voz, intervenían cuando les daban la palabra, todo de manera muy viva. Creo que fue una forma muy directa y valiente de exponerse en plena calle». 4 o Laicidad y respeto De su experiencia de estos días, doña Carmen señala que el Atrio de los gentiles ha constituido «una gran lección para España, de algo más que tolerancia: más bien de respeto. Me acordaba de la profanación que tuvo lugar hace unos días en la capilla universitaria de Somosaguas y pensaba que hace falta una comprensión más profunda de lo que significan estas palabras que tanto nos gusta pronunciar: tolerancia, respeto». Sobre los debates de fondo, Carmen señala que «el discurso que los intelectuales franceses tienen sobre la laicidad positiva está más y mejor desarrollado que en España. Francia -un Estado laico por excelencia- tiene en este momento un sentido de la laicidad más abierto que el nuestro: un Estado laico significa que no se apunta a una religión, pero respeta toda creencia, y admite que los creyentes manifiesten su fe sin problemas». Y añade un matiz que atañe a nuestra presentación como creyentes ante una sociedad que camina entre la indiferencia y la increencia: «Es preciso llegar a una comprensión más profunda de qué es un verdadero creyente: éste es el momento de los laicos, de los profesionales, creyentes y no creyentes, que saben dialogar, que se saben respetar y que están dispuestos a trabajar juntos. Me parece que en esto consiste la invitación del Atrio y creo también que queda mucho por hacer». Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo Para recordar - «El Atrio presenta una vez más a una Iglesia interesada en lo que hoy está en juego en la cultura, resistiendo a la tentación de quedar encerrada en un recinto o torre de marfil. Deseo que esta propuesta pueda llegar cada vez más a los oídos de una sociedad que con frecuencia cae en la indiferencia». Rémi Brague, escritor y filósofo - «La condición actual, si se mira con una óptica espiritual, puede resumirse en estos términos: hemos pasado de la cultura del culto al culto de la cultura, y todavía no se tiene conciencia, en el mundo del arte, del riesgo de perder la dimensión de la trascendencia». Jean Clair, escritor, antiguo director del Museo Picasso, miembro de la Academia Francesa - «El encuentro es más importante que el diálogo, pues implica establecer una relación de confianza». Jean Vanier, fundador de las comunidades El Arca

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