Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Corpus Christi (2017). Además del hambre física, el hombre lleva en sí otra hambre que no puede ser saciada con el alimento ordinario. Es hambre de vida, hambre de amor, hambre de eternidad. Jesús nos da el alimento que sacia la profunda hambre que hay en el hombre: su Cuerpo. El Cuerpo de Cristo es el pan de los últimos tiempos, capaz de dar vida, y vida eterna, porque su esencia es el Amor. Hay muchas ofertas de alimento, que no vienen del Señor, y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. El alimento que da el Señor es distinto de los demás, y quizá no nos parezca tan apetitoso como los manjares que nos ofrece el mundo. Y soñamos, como los hebreos en el desierto, que añoraban la carne y las cebollas que comían en Egipto, olvidando que lo comían en la mesa de la esclavitud.
Juan 6,
51-58: En aquel tiempo, dijo
Jesús a los judíos: 51 -«Yo soy el pan vivo que ha bajado del
cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y
el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
52 Disputaban los judíos
entre sí: -«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» 53
Entonces Jesús les dijo: -«Os aseguro que si no coméis la carne
del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en
vosotros. 54 El
que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día.
55 Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. 56
El que come mi carne y bebe mi sangre habita
en mí y yo en él.
57 El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del
mismo modo, el
que me come vivirá por mí.
58 Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros
padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para
siempre. »
1Corintios
10, 16-17: 16
El cáliz de la bendición que
bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de
Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es
comunión con el cuerpo de Cristo?
17 Puesto que el pan es uno, así nosotros, aunque somos muchos,
formamos un solo cuerpo, porque todos participamos del mismo pan.
Cfr. Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo (2017)
Deuteronomio 8, 2-3.14-16; 1 Corintios 10, 16-17;
Juan 6, 51-59;
18 de junio de 2017
La
Eucaristía es alimento: el que me come vivirá por mí (Juan
6, 57).
Este
alimento lleva consigo la comunión con Cristo
y
la comunión de los cristianos entre sí (1
Corintios 10, 16-17).
Además del hambre física, el hombre lleva en sí otra hambre que no puede ser
saciada con el alimento ordinario. Es hambre de vida, hambre de amor, hambre de eternidad.
Cfr.
Francisco, Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi 2014, en
Roma. Jueves 19 de junio
de
2014
Jesús nos da el alimento que sacia la profunda hambre que hay en el hombre: su Cuerpo.
El Cuerpo de Cristo es el pan de los últimos tiempos, capaz de dar vida, y vida eterna, porque su esencia es el Amor.
Además del hambre
física, el hombre lleva en sí otra hambre que no puede ser saciada
con el alimento ordinario. Es hambre de vida, hambre de amor, hambre
de eternidad. Y la señal del maná –como toda la experiencia del
éxodo– contenía en sí esa dimensión: era figura del alimento
que sacia la profunda hambre que hay en el hombre. Jesús nos da ese
alimento; es más, Él mismo es el pan vivo que da la vida al mundo
(cfr Jn 6,51). Su Cuerpo es el verdadero alimento, bajo la especie
del pan; su Sangre es la verdadera bebida, bajo la especie del vino.
No es un simple alimento para saciar el cuerpo, como el maná; el
Cuerpo de Cristo es el pan de los últimos tiempos, capaz de dar
vida, y vida eterna, porque su esencia es el Amor.
En la Eucaristía se comunica el amor del Señor por nosotros: un amor tan grande que nos nutre con Él mismo; amor gratuito, siempre a disposición de toda persona hambrienta y necesitada de reponer fuerzas.
Vivir la experiencia de la fe significa dejarse nutrir por el Señor y construir la propia existencia, no sobre bienes materiales, sino sobre la realidad que no perece: los dones de Dios, su Palabra y su Cuerpo.
En la Eucaristía
se comunica el amor del Señor por nosotros: un amor tan grande que
nos nutre con Él mismo; amor gratuito, siempre a disposición de
toda persona hambrienta y necesitada de reponer fuerzas. Vivir la
experiencia de la fe significa dejarse nutrir por el Señor y
construir la propia existencia, no sobre bienes materiales, sino
sobre la realidad que no perece: los dones de Dios, su Palabra y su
Cuerpo.
Si miramos alrededor, nos daremos cuenta de que hay muchas ofertas de alimento, que no vienen del Señor, y que aparentemente satisfacen más.
Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo.
El alimento que da el Señor es distinto de los demás, y quizá no nos parezca tan apetitoso como los manjares que nos ofrece el mundo. Y soñamos, como los hebreos en el desierto, que añoraban la carne y las cebollas que comían en Egipto, olvidando que lo comían en la mesa de la esclavitud.
Si miramos
alrededor, nos daremos cuenta de que hay muchas ofertas de alimento,
que no vienen del Señor, y que aparentemente satisfacen más.
Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad,
otros con el poder y el orgullo. Pero el alimento que de verdad nos
nutre y nos sacia es solo el que nos da el Señor. Ese alimento es
distinto de los demás, y quizá no nos parezca tan apetitoso como
los manjares que nos ofrece el mundo. Y entonces soñamos con otras
comidas, como los hebreos en el desierto, que añoraban la carne y
las cebollas que comían en Egipto 1,
pero olvidaban que los comían en la mesa de la esclavitud. En esos
momentos de tentación, tenían memoria, pero memoria enferma,
memoria selectiva: una memoria esclava, no libre.
Preguntémonos: ¿dónde quiero comer? ¿En la mesa del Señor? ¿O sueño con manjares apetitosos en la esclavitud?
Recuperemos la memoria y aprendamos a reconocer el pan falso, que engaña y corrompe.
Hoy, cada uno puede
preguntarse: ¿Y yo, dónde quiero comer? ¿En qué mesa quiero
alimentarme? ¿En la mesa del Señor? ¿O sueño con comer manjares
apetitosos, pero en la esclavitud? Y también: ¿Cuál es mi memoria?
¿La del Señor que me salva o la del ajo y las cebollas de la
esclavitud? ¿Con qué memoria sacio mi alma?
El Padre nos dice:
«Te he alimentado con
un maná que no conocías».
Recuperemos la memoria. Esa es la tarea, recuperar la memoria. Y
aprendamos a reconocer el pan falso, que engaña y corrompe, porque
es fruto del egoísmo, de la autosuficiencia y del pecado. (…)
Comer su carne, beber su sangre (Juan 6, 53-56)
Jesús habla no en sentido figurado, sino con fuerte realismo (el realismo sacramental)
- La reacción de los judíos (¿Cómo puede éste ....? (v. 52), deja claro que han entendido las palabras del
Señor
no como una metáfora sino como palabras que suscitan escándalo
porque parecen absurdas e imposibles.
Sus palabras son de un realismo tan fuerte que excluyen cualquier interpretación en sentido figurado.
- Los oyentes entienden el sentido propio y directo de las palabras de Jesús (v. 52), pero no creen que tal
afirmación
pueda ser verdad. De haberlo entendido en sentido figurado o
simbólico no les hubiera causado tan gran extrañeza ni se hubiera
producido la discusión. De aquí también nace la fe de la Iglesia
en que mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y
Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. ‘‘El Concilio
de Trento resume la fe católica cuando afirma: ‘Porque Cristo,
nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era
verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta
convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la
consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la
sustancia de pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor
y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre; la
Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio
transubstanciación’ (DS 1642)’’ (CEC 1376).” (Nuevo
Testamento, eunsa, 1999).
- Siempre que se celebra la Eucaristía, en el momento de la presentación de las ofrendas, se anuncia que el
pan
y el vino serán “para nosotros pan de vida y bebida de salvación”.
El pan y el vino son, en todas las culturas, “símbolos de
comunión, de amistad, de intimidad”. En la Eucaristía el pan que
da la vida es la carne-la vida de Cristo: «Y el pan que yo daré es
mi carne para la vida del mundo». (Jn 6, 51).
- Como respuesta a la pregunta escandalizada de los oyentes (v. 52), Jesús no suaviza la expresión sino
que, por el contrario, la
refuerza ulteriormente, añadiendo que también da su sangre para
beber ... (vv. 53-56). No sólo la carne que da es «verdadera
comida», sino que la sangre que derrama es «verdadera bebida».
Cuando Jesús dice que quien come su carne y bebe su sangre “tiene la vida
eterna” (v. 54) o vivirá para siempre (v. 51), subraya la comunión vital que se establece entre Cristo, pan de vida, y aquél que come de Él. Nos transforma en Él: permanecemos en él, vivimos por él, etc.
La Eucaristía es un banquete: la comunión vital que se establece entre Cristo, pan de vida, y aquél que come de él.
- San Juan Pablo II, 18-X-2000: (...) En el discurso pronunciado en la sinagoga de Cafarnaúm, Jesúsdice explícitamente: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre" (Jn 6, 51). Todo el texto de ese discurso está orientado a subrayar la comunión vital que se establece, en la fe, entre Cristo, pan de vida, y aquel que come de él. En particular destaca el verbo griego típico del cuarto evangelio para indicar la intimidad mística entre Cristo y el discípulo, ménein, "permanecer, morar": "El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 56; cf. 15, 4-9).
La participación en la Eucaristía es el culmen de la asimilación a Cristo, produce una íntima transformación del fiel.
- San Juan Pablo II, 18-X-2000: La palabra griega de la "comunión", koinonìa, aparece asimismo en
la
reflexión de la primera carta a los Corintios, donde san Pablo habla
de los banquetes sacrificiales de la idolatría, definiéndolos "mesa
de los demonios" (1
Co 10, 21), y expresa
un principio que vale para todos los sacrificios: "Los que comen
de las víctimas están en comunión con el altar" (1
Co 10, 18). El
Apóstol aplica este principio de forma positiva y luminosa con
respecto a la Eucaristía: "El cáliz de bendición que
bendecimos ¿no es acaso comunión (koinonìa)
con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión
(koinonìa)
con el cuerpo de Cristo? (...) Todos participamos de un solo pan"
(1 Co
10, 16-17). "La participación (...) en la Eucaristía,
sacramento de la nueva alianza, es el culmen de la asimilación a
Cristo, fuente de "vida eterna", principio y fuerza del don
total de sí mismo" (Veritatis
splendor, 21).
Por consiguiente,
esta comunión con Cristo produce una íntima transformación del
fiel. San Cirilo de Alejandría describe de modo eficaz este
acontecimiento mostrando su resonancia en la existencia y en la
historia: "Cristo nos forma según su imagen de manera que los
rasgos de su naturaleza divina resplandezcan en nosotros a través de
la santificación, la justicia y la vida buena y según la virtud. La
belleza de esta imagen resplandece en nosotros, que estamos en
Cristo, cuando con nuestras obras nos mostramos hombres buenos"
(Tractatus ad Tiberium
diaconum sociosque,
II, Responsiones ad
Tiberium diaconum sociosque,
en In divi Johannis
Evangelium, vol. III,
Bruselas 1965, p. 590).
La comunión con Cristo capacita al cristiano a vivir la caridad en todas sus actitudes y comportamientos en la vida.
"Participando
en el sacrificio de la cruz, el cristiano comulga con el amor de
entrega de Cristo y se capacita y compromete a vivir esta misma
caridad en todas sus actitudes y comportamientos de vida. En la
existencia moral se revela y se realiza también el servicio real del
cristiano" (Veritatis
splendor, 107). Ese
servicio regio tiene su raíz en el bautismo y su florecimiento en la
comunión eucarística. Así pues, el camino de la santidad, del amor
y de la verdad es la revelación al mundo de nuestra intimidad
divina, realizada en el banquete de la Eucaristía.
Dejemos que nuestro
anhelo de la vida divina ofrecida en Cristo se exprese con las
emotivas palabras de un gran teólogo de la Iglesia armenia, Gregorio
de Narek (siglo X): "Tengo siempre nostalgia del Donante, no de
sus dones. No aspiro a la gloria; lo que quiero es abrazar al
Glorificado (...). No busco el descanso; lo que pido, suplicante, es
ver el rostro de Aquel que da el descanso. Lo que ansío no es el
banquete nupcial, sino estar con el Esposo" (Oración
XII).
La comunión con Cristo
«¿Qué
es en realidad el pan? El Cuerpo de Cristo. ¿Qué se hacen los que
comulgan? Cuerpo de Cristo». (San Juan Crisóstomo, In I
Corinthios 24, ad loc).
Vida
Cristiana
1
Nota de la redacción de VIDA
CRISTIANA: la alusión de Francisco a las quejas del pueblo de
Israel que añoraba las comidas en Egipto cuando vivía bajo la
esclavitud se encuentra en el libro de los Números 11, 1-6: «1 El
pueblo profería quejas amargas a los oídos de Yahveh, y Yahveh lo
oyó. Se encendió su ira y ardió un fuego de Yahveh entre ellos y
devoró un extremo del campamento. 2 El pueblo clamó a Moisés y
Moisés intercedió ante Yahveh, y el fuego se apagó. 3 Por eso se
llamó aquel lugar Taberá, porque había ardido contra ellos el
fuego de Yahveh. 4 La chusma que se había mezclado al pueblo se
dejó llevar de su apetito. También los israelitas volvieron a sus
llantos diciendo: "¿Quién nos dará carne para comer? 5 ¡Cómo
nos acordamos del pescado que comíamos de balde en Egipto, y de los
pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos! 6
En cambio ahora tenemos el alma seca. No hay de nada. Nuestros ojos
no ven más que el maná."». Cfr. Antiguo Testamento, Eunsa
2000, comentarios a Números cap. 11: La protesta del pueblo de
Israel “desemboca en lamentarse de haber salido de Egipto, querer
echarse atrás del camino emprendido y desear volver a la
esclavitud» (cfr. 11, 18-20) (Comentario a Números 11,1-12-16).
En las tradiciones de Israel, el lugar de nombre Taberá está unido
al relato de la queja del pueblo, desanimado en su camino, que
encendió la ira del Señor. Lo que el pasaje viene a poner
especialmente de relieve es la absoluta soberanía de Dios y de sus
designios que el hombre debe secundar a pesar de las dificultades»
(Cfr. ibídem, comentario a Números 11, 1-3).
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