A los fieles laicos, a los religiosos y a los presbíteros de la
Iglesia de Tánger: PAZ Y BIEN.
El domingo
después de la Santísima Trinidad, la Iglesia celebra la solemnidad del
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. En la divina Eucaristía, bajo el velo del
sacramento, la fe aprendió a ver a Cristo resucitado, aprendió a reconocer su
vida entregada en obediencia al Padre y a los necesitados de amor, aprendió a
honrar su presencia, a contemplar la gloria de su pequeñez, a imitar su abajamiento,
su solidaridad con los últimos, la perfección de su misericordia.
Hoy, de la
mano del apóstol Pablo, quiero entrar con vosotros en la luz de este admirable
misterio.
El
pan que partimos, es comunión con el cuerpo de Cristo:
Es una paradoja, pero es la realidad de este
sacramento: Partimos el pan –lo dividimos, lo separamos, lo repartimos-, y,
aunque somos muchos los que comemos, nos hacemos uno, formamos un solo cuerpo.
Partimos el pan, pero no se divide Cristo. Partimos
el pan, pero no se divide el cuerpo
de Cristo. Comemos todos de ese único pan partido, y así comulgamos todos con
el único cuerpo de Cristo –nos hacemos uno con el único cuerpo de Cristo,
nos hacemos uno en el único cuerpo de Cristo-.
La Eucaristía ha sido instituida para nosotros,
para nuestro camino hacia la consumación del reino de Dios, para nuestra
transformación en Cristo, para nuestra humanización-divinización en Cristo.
Adoraremos a Cristo en el sacramento, pero el
Señor no se ha quedado de esa manera con nosotros para recibir nuestra
adoración, sino para hacer real y verdadera aunque misteriosa –mística- nuestra
comunión con él y con los hermanos.
En vosotros, en vuestra vida, el Señor ha hecho
resplandecer esa admirable unidad y comunión. Dentro de la comunidad eclesial, la
luz de vuestra comunión con Cristo brilla en la familiaridad de vuestro trato,
en vuestro reconocimiento mutuo, en vuestra hermosa solidaridad. Y brilla
también para quienes, no siendo todavía de la Iglesia por la fe profesada, lo
son ya por el amor que les tenéis, por la generosidad con que los acogéis, por
la esperanza que mantenéis viva en sus corazones.
“Vosotros sois el cuerpo de Cristo”:
No dejéis la mano del apóstol que nos guía. Pues
está para hacernos una declaración asombrosa: “Vosotros sois el cuerpo de Cristo”.
Esa declaración evoca las palabras de Jesús en
la última cena con sus discípulos, palabras que el mismo apóstol recuerda de
esta manera:
El Señor
Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la
acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto
es mi cuerpo, que se entrega por vosotros».
Jesús dijo: «Esto es mi cuerpo». El Apóstol
dice: “Vosotros sois el cuerpo de Cristo”.
Nadie lo podrá ver, ni siquiera vosotros. Sólo
la fe permite saber lo que pertenece al mundo de la gracia de Dios en vosotros,
al mundo de la misericordia de Dios en vuestras vidas, al mundo de la acción
del Espíritu de Dios en vuestro corazón.
Lo que en la Eucaristía se realiza en la verdad
del sacramento –la transustanciación en Cristo de un pan inerte-, en vosotros,
a la sombra de vuestra libertad, lo va realizando el Espíritu Santo de Dios. ¡Dejaos
transformar en Cristo Jesús! ¡Dejaos hacer por las manos de Dios!
¡Dejad
que el Espíritu de Dios os haga de Cristo, miembros de su cuerpo!
Ésta es nuestra principal misión: Dejar que se
refleje en nuestra vida la belleza humilde de la “conversión en Cristo”, dejar
que el amor de Dios nos transustancie en cuerpo de Cristo, de modo que
todos vean a Cristo en nuestras vidas, todos lo reconozcan en lo que somos,
todos den gloria a Dios porque reconocen sus obras en lo que hacemos.
“Nadie jamás ha odiado
su propia carne”:
Nuestras relaciones mutuas están regidas, no ya
por una ley que nos viene de fuera, sino por la naturaleza misma de lo que somos
según la fe: Somos un solo cuerpo. Somos el cuerpo de Cristo.
La deducción que hace el Apóstol es bien
sencilla: “Nadie jamás ha odiado su
propia carne”. Y añade: No sólo no la odia, sino que “le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos
miembros de su cuerpo”.
Esa relación de Cristo con cada uno de nosotros
–somos su carne que él alimenta y a la que él da calor- es el modelo de nuestra
relación con los demás miembros del cuerpo de Cristo.
No busquéis otra referencia para vuestras
opciones morales, no dejéis que entren en vuestra vida otros maestros, pues no
los hay verdaderos –ni referencias ni maestros-fuera de Cristo.
Cerrad cuidadosamente el paso a las ideologías
del odio, sobre todo a las que se presentan fundamentadas en supuestas verdades
religiosas –muy presentes hoy en determinados ambientes supuestamente
cristianos-. Cerradles con decisión la puerta de vuestra vida, pues si entran
en vosotros, con ese bocado habrá entrado en vosotros también Satanás.
Recibid a Cristo en su palabra y en la
Eucaristía, alimentadlo y dadle calor en vuestros hermanos, cuidad de él en los
pobres, pues el mismo que dijo: “Esto es mi cuerpo”, el mismo que
hizo de nosotros su cuerpo, dijo que de él cuidamos cuando acudimos a uno cualquiera de sus
hermanos más pequeños.
Feliz y
dichosa transformación, con la fuerza del Espíritu, en Cristo Jesús.
Tánger, 15 de junio de 2017.
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