jueves, 20 de julio de 2017

Asunción de la Virgen (2010). También nosotros, como María, caminamos hacia el encuentro definitivo con Dios. El cielo no significa un lugar sino una manera de ser. Es la comunión plena y definitiva con Dios, destinada a los que creen en el Señor. Vivir en el cielo es estar con Cristo. Es la participación en la vida de Cristo por parte de los cristianos ya en esta tierra: es un proceso que se inicia en el Bautismo, crece en la medida que el bautizado se hace conforme a la imagen de Cristo y llegará a su plenitud sólo al final de los tiempos. La vida del hombre sobre la tierra: es un camino que se recorre en la tensión de la lucha entre el bien y el mal, como la lucha entre el dragón y la mujer de la primera lectura de hoy. Es el teatro de una batalla interminable que está librándose por nuestra dignidad e identidad como seres libres y espirituales.



1 Asunción de la Virgen (2010). También nosotros, como María, caminamos hacia el encuentro definitivo con Dios. El cielo no significa un lugar sino una manera de ser. Es la comunión plena y definitiva con Dios, destinada a los que creen en el Señor. Vivir en el cielo es estar con Cristo. Es la participación en la vida de Cristo por parte de los cristianos ya en esta tierra: es un proceso que se inicia en el Bautismo, crece en la medida que el bautizado se hace conforme a la imagen de Cristo y llegará a su plenitud sólo al final de los tiempos. La vida del hombre sobre la tierra: es un camino que se recorre en la tensión de la lucha entre el bien y el mal, como la lucha entre el dragón y la mujer de la primera lectura de hoy. Es el teatro de una batalla interminable que está librándose por nuestra dignidad e identidad como seres libres y espirituales. Cfr. Solemnidad de la Asunción de la Virgen, 15 agosto 2010. Apocalipsis 11, 19ª; 12, 1-6ª.10ab; Salmo 44; 1 Corintios 15, 20-26; Lucas 1, 39-56 Esta fiesta se celebra en Oriente desde el siglo VI, y en Roma desde el siglo VII. El Papa Pio XII definió el dogma de la Asunción el 1 de noviembre de 1950: «La Inmaculada Madre de Dios, la siempre Virgen María, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo, al terminar su vida mortal». Apocalipsis, 11,19a; 12, 1-6a.10ab: 11: 19 En ese momento se abrió el Templo de Dios que está en el cielo y quedó a la vista el Arca de su Alianza, y hubo rayos, voces, truenos y un temblor de tierra, y cayó una fuerte granizada. 12: 1 Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. 2 Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz. 3 Y apareció en el cielo otro signo: un enorme Dragón rojo como el fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en cada cabeza tenía una diadema. 4 Su cola arrastraba una tercera parte de las estrellas del cielo, y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo en cuanto naciera. 5 La Mujer tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con un cetro de hierro. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono, 6 y la Mujer huyó al desierto, donde Dios le había preparado un refugio para que allí fuera alimentada durante mil doscientos sesenta días. 10 Y escuché una voz potente que resonó en el cielo: «Ya llegó la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías. EL CIELO Y LA VIDA DEL HOMBRE SOBRE LA TIERRA A. Contenido del dogma de la Asunción Varios aspectos o a) Fue asunta para ser conformada más plenamente a su Hijo. • Catecismo de la Iglesia Católica, 966: «Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen Gentium 59; cf la proclamación del dogma de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María por el Papa Pío XII en 1950: DS 3903). La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos (...) o b) No se define si murió o no • Terminado el curso de su vida terrena la Virgen fue asunta en cuerpo y alma al cielo: por tanto no se define si murió o no. Y su cuerpo no cayó en la corrupción. o c) Fue una participación anticipada en la Resurrección de su Hijo: al finalizar su vida terrena. • la Santísima Virgen María tuvo el privilegio único de ser glorificada, tanto en su alma como en su cuerpo, al finalizar su vida terrena, «mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio». 2 o d) Al celebrar la Asunción, creemos que nosotros caminamos hacia una transformación y glorificación que ya ha sucedido en María. También para nosotros la muerte no es la última palabra, pues se trata de un paso hacia el encuentro definitivo con Dios. • es al mismo tiempo anticipación de la resurrección de los demás cristianos. Al final de los tiempos también resucitaremos nosotros en cuerpo y alma. Ese es nuestro destino. También nosotros, aunque sea en un segundo tiempo, triunfaremos sobre la muerte. Así lo profesamos cuando recitamos el Credo: «Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro». B. El cielo no significa un lugar sino una manera de ser. El cielo es la comunión plena y definitiva con Dios, destinada a los que creen en el Señor. Vivir en el cielo es estar con Cristo. El cielo lo vivimos ya en esta tierra, aunque solamente sea en germen, el inicio. o Oración Colecta de la Misa: vivir en este mundo sin perder de vista los bienes del cielo y con la esperanza de disfrutar eternamente de la gloria. • Es la esperanza que profesamos en la Oración Colecta de la Misa: “Dios todopoderoso y eterno, que hiciste subir al cielo en cuerpo y alma a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos vivir en este mundo sin perder de vista los bienes del cielo y con la esperanza de disfrutar eternamente de tu gloria”. -Concédenos por los méritos de tu Madre aprovechar la gracia de la redención y recibir de ti la recompensa del cielo. - Concédenos estar siempre orientados hacia el cielo, para que merezcamos participar de su misma gloria. o El cielo es vivir con Cristo para siempre si morimos en la amistad de Dios. Y ya desde ahora vivir en el cielo es «estar con Cristo», aunque sólo sea un germen, el inicio. n. 1003: EL CIELO - Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven «tal cual es» (1 Jn 3, 2), cara a cara (Cf 1 Co 13, 12; Ap 22, 4). n. 1025: Vivir en el cielo es «estar con Cristo» (Cf Juan 14, 3; Filipenses 1, 23; 1 Tesalonicenses 4, 17). Los elegidos viven «en El», aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (Cf Apocalipsis 2, 17): Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino (S. Ambrosio, Luc. 10, 121). o La muerte es partir y estar con Cristo • n. 1011: En la muerte, Dios llama al hombre hacia sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de S. Pablo: «Deseo partir y estar con Cristo» (Filipenses 1, 23); y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (Cf Lucas 23, 46): Mi deseo terreno ha sido crucificado...; hay en mí un agua viva que murmura y que dice desde dentro de mí «ven al Padre» (S. Ignacio de Antioquía, Rom. 7, 2). Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir (Sta. Teresa de Jesús, vida 1). Yo no muero, entro en la vida (Sta. Teresa del Niño Jesús, verba). o El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Cristo • n. 1026: Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha «abierto» el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en El y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a El. o El cielo es la comunión de vida y de amor con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo • n. 1024: Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama «el cielo». El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha. o El cielo está en el corazón del hombre. El cielo no significa un lugar, sino una manera de ser y está en el corazón del hombre, es su presencia en el corazón de los justos. 3 • n. 2794: «QUE ESTAS EN EL CIELO» - Esta expresión bíblica no significa un lugar [«el espacio»] sino una manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está «fuera», sino «más allá de todo» lo que, acerca de la santidad divina, puede el hombre concebir. Como es tres veces Santo, está totalmente cerca del corazón humilde y contrito: Con razón, estas palabras "Padre nuestro que estás en el cielo" hay que entenderlas en relación al corazón de los justos en el que Dios habita como en su templo. Por eso también el que ora desea ver que reside en él Aquel a quien invoca (S. Agustín, serm. Dom. 2, 5, 17). El «cielo» bien podía ser también aquellos que llevan la imagen del mundo celestial, y en los que Dios habita y se pasea (S. Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 11). • n. 2802: «Que estás en el cielo» no designa un lugar, sino la majestad de Dios y su presencia en el corazón de los justos. El cielo, la Casa del Padre, constituye la verdadera patria hacia donde tendemos y a la que ya pertenecemos. San Agustín: Dios está presente en lo más íntimo de sus criaturas. • CCE 300: Dios trasciende la creación y está presente en ella - Dios es infinitamente más grande que todas sus obras (Cf Sirácida 43, 28): «Su majestad es más alta que los cielos» (Sal 8, 2), «su grandeza no tiene medida» (Sal 145, 3). Pero porque es el Creador soberano y libre, causa primera de todo lo que existe, está presente en lo más íntimo de sus criaturas: «En El vivimos, nos movemos y existimos» (Hechos 17, 28). Según las palabras de S. Agustín, Dios es «superior summo meo et interior intimo meo» («Dios está por encima de lo más alto que hay en mí y está en lo más hondo de mi intimidad») (Conf. 3, 6, 11). San Josemaría Escrivá: el cielo y la tierra se juntan en los corazones. • Conversaciones n. 116 (Amar el mundo apasionadamente): “Os aseguro, hijos míos, que cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios. Por eso os he repetido, con un repetido martilleo, que la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día. En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria...” San Agustín: El saneamiento del corazón es la obra de nuestra vida. • San Agustín, Sermo 88,6: “Toda nuestra obra en esta vida, queridos hermanos, consiste en curar los ojos del corazón para que puedan ver a Dios”. Importancia del corazón en la vida humana. • Cf. Biblia de Jerusalén, nota a Génesis 8,21: “El corazón es lo interior del hombre como distinto de lo que se ve, y sobre todo distinto de la «carne» (2,21+). Es la sede de las facultades y de la personalidad, de la que nacen pensamientos y sentimientos, palabras, decisiones, acción. Dios lo conoce a fondo, sean cuales fueren las apariencias (1 S 16,7); Salmo 17,3; 44,22; Jr 11,20+). El corazón es el centro de la conciencia religiosa y de la vida moral (Sal 51, 12.19; Jr 4,4+; 31, 31-33+; Ezequiel 36,26). En su corazón busca el hombre a Dios (Deuteronomio 4,29; Sal 105,3; 119,2.10), le escucha (1 Reyes 3,9; Si 3, 29; Oseas 2,16; ver Deuteronomio 30,14); le sirve (1 Samuel 12,20.24); le alaba (Salmo 111,1); le ama (Dt 6,5). El corazón sencillo, recto, puro es aquel al que no divide ninguna reserva o segunda intención, ninguna hipocresía, con respecto a Dios o los hombres. Ver Efesios 1,18+ (...)”. C) El cielo es la participación en la vida de Cristo por parte de los cristianos en esta tierra: es un proceso que se inicia en el Bautismo, crece en la medida que el bautizado se hace conforme a la imagen de Cristo y llegará a su plenitud sólo al final de los tiempos. • Cf. Nuevo Testamento, Eunsa 1999, Comentario a Romanos 8, 14-30: “La vida del cristiano es una participación en la vida de Cristo, Hijo de Dios por su naturaleza. Al ser, por adopción, verdaderamente hijo de Dios, el cristiano tiene - por decirlo así – un derecho a participar también de su herencia: la vida gloriosa en el Cielo (Romano 8, 14-18). Esta vida divina, iniciada en el Bautismo por la regeneración en el Espíritu Santo, se desarrolla y crece bajo la dirección de este Espíritu, que hace al bautizado cada vez más conforme a la imagen de Cristo (Romanos 8, 14.26-27). Así, la filiación adoptiva del cristiano es ya ahora una realidad - posee ya las primicias del Espíritu (Romanos 8,23) -, pero sólo al final de los tiempos, con la resurrección gloriosa del cuerpo, la redención llegará a su plenitud (Romanos 8, 23-25). Mientras tanto estamos en una situación de espera - no carente de padecimientos (Romanos 8,18), gemidos (Romanos 8, 23) y flaquezas (Romanos 8,26), caracterizada por una cierta tensión entre lo que ya poseemos y somos, y lo que aún anhelamos”. 4 D) La vida del hombre sobre la tierra - como recuerda la primera lectura - es un camino que se recorre en la tensión de la lucha entre el dragón y la mujer, entre el bien y el mal, es el teatro de una batalla por nuestra dignidad e identidad. • Cf. Benedicto XVI, Homilía en la solemnidad de la Asunción, 15 de agosto de 2009: La vida del hombre en la tierra -como nos ha recordado la primera lectura- es un camino que se recorre constantemente en la tensión de la lucha entre el dragón y la mujer, entre el bien y el mal. Esta es la situación de la historia humana: es como un viaje en un mar a menudo borrascoso; María es la estrella que nos guía hacia su Hijo Jesús, sol que brilla sobre las tinieblas de la historia (cf. Spe salvi, 49) y nos da la esperanza que necesitamos: la esperanza de que podemos vencer, de que Dios ha vencido y de que, con el bautismo, hemos entrado en esta victoria. No sucumbimos definitivamente: Dios nos ayuda, nos guía. Esta es la esperanza: esta presencia del Señor en nosotros, que se hace visible en María elevada al cielo. "Ella (...) -leeremos dentro de poco en el prefacio de esta solemnidad- es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra". Este mundo maravilloso es el teatro de una batalla que se libra por nuestra dignidad e identidad como seres libres y espirituales. • Cf. Juan Pablo II, Homilía en la solemnidad de la Asunción, 15 agosto 1993: Este mundo maravilloso - tan amado por el Padre que envió a su Hijo único para su salvación (cf. Jn 3, 17) - es el teatro de una batalla interminable que está librándose por nuestra dignidad e identidad como seres libres y espirituales. Esa lucha tiene su paralelismo en el combate apocalíptico descrito en la primera lectura de la misa. La muerte lucha contra la vida: una «cultura de la muerte» intenta imponerse a nuestro deseo de vivir, y vivir plenamente. Hay quienes rechazan la luz de la vida, prefiriendo «las obras infructuosas de las tinieblas» (Ef 5, 11). Cosechan injusticia, discriminación, explotación, engaño y violencia. En todas las épocas, su éxito aparente se puede medir por la matanza de los inocentes. En nuestro siglo, más que en cualquier otra época de la historia, la cultura de la muerte ha adquirido una forma social e institucionalizada de legalidad para justificar los más horribles crímenes contra la humanidad: el genocidio, las soluciones finales, las limpiezas étnicas y el masivo «quitar la vida a los seres humanos aun antes de su nacimiento, o también antes de que lleguen a la meta natural de la muerte» (Dominum et vivificantem, 57). La lectura de hoy, tomada del libro del Apocalipsis, presenta a la Mujer rodeada por fuerzas hostiles. La naturaleza absoluta de su ataque está simbolizada en el objeto de su intención malvada: el Niño, el símbolo de la vida nueva. El «dragón» (Ap 12, 3), el «príncipe de este mundo» (Jn 12, 31) y el «padre de la mentira» (Jn 8, 44), intenta incesantemente desarraigar del corazón humano el sentido de gratitud y respeto al don original, extraordinario y fundamental de Dios: la misma vida humana. Hoy esa batalla ha llegado a ser cada vez más directa. E. Después de la Asunción, la Virgen continua siendo intercesora • CEC 969: con su asunción a los cielos no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna... Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (Lumen gentium, 62). • Así lo expresamos en el Prefacio de la Asunción: “Porque hoy ha sido llevada al cielo la Virgen Madre de Dios, figura y primicia de la Iglesia, garantía de consuelo y esperanza para tu pueblo, todavía peregrino en la tierra”. Y en la petición al final de la Eucaristía, en la Oración después de la Comunión: “Concédenos, Señor, por intercesión de la Virgen María, en este día de su Asunción al cielo, alcanzar la gloria de la resurrección”. www.parroquiasantamonica.com

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