jueves, 20 de julio de 2017

Domingo Segundo del Tiempo Ordinario, Ciclo B. (2015). La vocación o proyecto de Dios para cada uno de nosotros. Este tiempo litúrgico que acaba de comenzar, nos invita a vivir nuestra vida ordinaria como un camino de santidad, es decir, de fe y de amistad con Jesús. Debemos redescubrir a Jesús continuamente como Maestro y Señor, Camino, Verdad, y Vida del hombre. Dios tiene un proyecto para todos, llama a todos, todos tenemos una vocación. Todos los discípulos de Cristo tenemos una vocación común: es la llamada a la santidad y a la misión de evangelizar el mundo (vocación al apostolado). Nuestra respuesta a esa llamada: ajustarnos al proyecto que Dios ha querido para cada uno de nosotros. Algunos aspectos sobre la vocación que resalta el Catecismo de la Iglesia Católica.


1 Domingo Segundo del Tiempo Ordinario, Ciclo B. (2015). La vocación o proyecto de Dios para cada uno de nosotros. Este tiempo litúrgico que acaba de comenzar, nos invita a vivir nuestra vida ordinaria como un camino de santidad, es decir, de fe y de amistad con Jesús. Debemos redescubrir a Jesús continuamente como Maestro y Señor, Camino, Verdad, y Vida del hombre. Dios tiene un proyecto para todos, llama a todos, todos tenemos una vocación. Todos los discípulos de Cristo tenemos una vocación común: es la llamada a la santidad y a la misión de evangelizar el mundo (vocación al apostolado). Nuestra respuesta a esa llamada: ajustarnos al proyecto que Dios ha querido para cada uno de nosotros. Algunos aspectos sobre la vocación que resalta el Catecismo de la Iglesia Católica. Cfr. 2 Domingo Tiempo Ordinario Ciclo B 18 enero de 2015 1 Samuel 3, 3-11; 1 Corintios 6, 13-15.17-20; Juan 1, 35-42. Samuel 3, 3b-10. 19: En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel, y él respondió: «Aquí estoy.» Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: - «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.» Respondió Elí: - «No te he llamado; vuelve a acostarte.» Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a Samuel. Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: - «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.» Respondió Elí: - «No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte.» Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue a donde estaba Elí y le dijo: - «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.» El comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel: «Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha"» Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes: - «¡Samuel, Samuel!» Él respondió: - «Habla, Señor, que tu siervo te escucha.» Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse. Salmo responsorial Sal 39, 2 y 4ab. 7. 8~9. 10 (vv: 8a y 9a) Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito; me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. R. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio. R Entonces Yo digo: «Aquí estoy - como está escrito en mi libro para hacer tu voluntad.» Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. R He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios; Señor, tú lo sabes. R. Juan 1, 35-42: 35 En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: - «Éste es el Cordero de Dios.» Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: - «¿Qué buscáis?» Ellos le contestaron: - «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» 39 Él les dijo: - «Venid y lo veréis.» Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).» Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: - «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).» Habla, Señor, que tu siervo escucha. (Primera Lectura) Aquí estoy, para hacer tu voluntad (Salmo Responsorial, 39) Hemos encontrado al Mesías, al Cristo (Aleluya antes del Evangelio, Juan 1, 41) Vieron donde vivía y se quedaron con él (Evangelio) 1. Introducción a la liturgia de este domingo, y al tiempo ordinario en general, que acaba de comenzar. Cfr. Benedicto XVI: Un año para buscar y encontrar a Cristo – En el rezo del Angelus, al inicio del tiempo ordinario del año litúrgico Ciclo B, domingo 15 de enero del 2006. 2 Este tiempo nos invita a vivir nuestra vida ordinaria como un camino de santidad, es decir, de fe y de amistad con Jesús. o Debemos redescubrirlo continuamente como Maestro y Señor, Camino, Verdad, y Vida del hombre. El domingo pasado, en el que celebramos el Bautismo del Señor, comenzó el tiempo ordinario del año litúrgico. La belleza de este tiempo consiste en el hecho de que nos invita a vivir nuestra vida ordinaria como un camino de santidad, es decir, de fe y de amistad con Jesús, continuamente descubierto y redescubierto como Maestro y Señor, Camino, Verdad, y Vida del hombre. Es lo que nos sugiere el Evangelio de Juan en la liturgia de este día, al presentarnos el primer encuentro entre Jesús y algunos de los que se convirtieron en sus apóstoles. Eran discípulos de Juan Bautista, y él precisamente les acercó a Jesús, cuando, tras el Bautismo en el Jordán, le presentó como el «Cordero de Dios» (Juan 1, 36). Dos de sus discípulos, entonces, siguieron al Mesías, quien les preguntó: «¿Qué buscáis?». Los dos le preguntaron: «Maestro, ¿dónde vives?». Y Jesús respondió: «Venid y lo veréis», es decir, les invitó a seguirle y a pasar un momento con Él. Quedaron tan impresionados en las pocas horas pasadas con Jesús, que inmediatamente uno de ellos, Andrés, se fue a ver a su hermano Simón para decirle: «Hemos encontrado al Mesías». Nos encontramos con dos palabras particularmente significativas: «buscar», «encontrar». o La alegría de buscar y encontrar al Señor. Él nos sale al paso para darnos su comunión y su plenitud de vida. Podemos extraer de este pasaje evangélico de hoy estos dos verbos y sacar una indicación fundamental para el año nuevo, un tiempo en el que queremos renovar nuestro camino espiritual con Jesús, con la alegría de buscarlo y encontrarlo incesantemente. La alegría más auténtica, de hecho, está en la relación con Él al haberlo encontrado, seguido, conocido, amado, gracias a una continua tensión de la mente y del corazón. Ser discípulo de Cristo: esto le basta al cristiano. La amistad con el Maestro asegura al alma paz profunda y serenidad incluso en los momentos oscuros y en las pruebas más difíciles. Cuando la fe atraviesa noches oscuras, en las que se deja de «oír» y «ver» la presencia de Dios, la amistad de Jesús garantiza que en realidad no hay nada que nos pueda separar de su amor (Cf. Romanos 8, 39). o Al inicio del nuevo año retomamos este camino de fe que nunca acaba. Buscar y encontrar a Cristo, manantial inagotable de verdad y de vida: la palabra de Dios nos invita a retomar, al inicio de un nuevo año este camino de fe que nunca acaba. «Maestro, ¿dónde vives?», preguntamos también nosotros a Cristo y Él nos responde: «Venid y lo veréis». Para el creyente, se trata siempre de una incesante búsqueda y de un nuevo descubrimiento, pues Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre, pero nosotros, el mundo, la historia, no somos nunca los mismos, y Él nos sale al paso para darnos su comunión y su plenitud de vida. Pidamos a la Virgen María que nos ayude a seguir a Jesús, experimentando cada día la alegría de penetrar cada vez más en su misterio. 2. Dios tiene un proyecto para todos, llama a todos, todos tenemos una vocación. Un equívoco: cuando pensamos que la vocación es exclusivamente la sacerdotal o la religiosa • Cuando se habla de vocación, a veces se suele reducir este hecho - erróneamente – a la vocación de los Apóstoles; o se hace referencia exclusivamente a la vocación del sacerdote, o del religioso/a, o del misionero/a, etc. Sin embargo, existe una vocación para todos los hombres y mujeres: es común a todos, aunque muchísimos no lo sepan o encuentren dificultades en descubrirla. Por ello, vamos a ver algunas pistas que nos da el Catecismo de la Iglesia Católica sobre el proyecto de Dios para todos los hombres y mujeres, que tiene connotaciones específicas, dependiendo de las circunstancias de la vida de cada uno. A través de esas pistas, más fácilmente podamos encontrar nuestro lugar en la vida y, también, ayudar a otros a encontrarlo. • Gianfranco Ravasi, o.c. p. 154: “En realidad existe una «vocación» que precede y alimenta esa y todas 3 las otras vocaciones: es la llamada a la fe en Cristo, raíz y soporte de toda otra elección de vida espiritual” . Algunos aspectos sobre la vocación que resalta el Catecismo de la Iglesia Católica o Los diez mandamientos establecen los fundamentos de la vocación del hombre. Son una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la llamada y los caminos de Dios. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1962: “La Ley antigua es el primer estado de la Ley revelada. Sus prescripciones morales están resumidas en los Diez mandamientos. Los preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de la vocación del hombre, formado a imagen de Dios. Prohíben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo, y prescriben lo que le es esencial. El Decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la llamada y los caminos de Dios, y para protegerle contra el mal: Dios escribió en las tablas de la Ley lo que los hombres no leían en sus corazones (S. Agustín, Sal. 57, 1). o Todos los discípulos de Cristo tenemos una vocación común: es la llamada a la santidad y a la misión de evangelizar el mundo (vocación al apostolado), cuyo fundamento son los sacramentos de la iniciación cristiana. Nuestra respuesta a esa llamada. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1533: “El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía son los sacramentos de la iniciación cristiana. Fundamentan la vocación común de todos los discípulos de Cristo, que es vocación a la santidad y a la misión de evangelizar el mundo. Confieren las gracias necesarias para vivir según el Espíritu en esta vida de peregrinos en marcha hacia la patria”. Nuestra respuesta a esa llamada: tratar de ajustarnos al proyecto que Dios ha querido para cada uno de nosotros. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2807: Santificado sea tu nombre (…). Esta petición es enseñada por Jesús como algo a desear profundamente y como proyecto en que Dios y el hombre se comprometen. Desde la primera petición a nuestro Padre, estamos sumergidos en el misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la salvación de nuestra humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos implica en «el benévolo designio que él se propuso de antemano» para que nosotros seamos «santos e inmaculados en su presencia, en el amor» (Cf Efesios 1, 9. 4). o Todos estamos llamados a vivir las bienaventuranzas, que están en el centro de la predicación de Jesús. • Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1716, 1717 y 1719: Las bienaventuranzas expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y actitudes características de la vida cristiana; paradójicamente sostienen la esperanza en las tribulaciones; descubren la meta de la existencia humana. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1820: “ (…) Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda en «la esperanza que no falla» (Romanos 5, 5). La esperanza es «el ancla del alma», segura y firme, «que penetra... a donde entró por nosotros como precursor Jesús» (Hebreos 6, 19-20). Es también un arma que nos protege en el combate de la salvación: «Revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación» (1 Tesalonicenses 5, 8). Nos procura el gozo en la prueba misma: «Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación» (Romanos 12, 12). Se expresa y se alimenta en la oración, particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear”. o Todos estamos llamados a la comunión con Dios. Esta vocación que tiene todo hombre a la comunión con Dios, es la razón más alta de la dignidad humana. Y es el fin último y principio unificador de la existencia humana. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 27: El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: 4 La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador (Gaudium et spes 19,1). o La vocación es llamada gratuita de Dios, que tiene siempre la iniciativa. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1998: “(...) La vocación depende enteramente de la iniciativa gratuita de Dios, porque sólo El puede revelarse y darse a sí mismo. Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana, como las de toda criatura (Cf 1 Corintios 2, 7-9).” o A veces, se sirve de intermediarios - es la mediación - para comunicar ese proyecto. Primera lectura. Samuel. «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Ana y Elí son los mediadores de los que se sirve el Señor para que Samuel le reconozca. • Samuel vivió aproximadamente entre los años 1050 a.C. y el 970 a.C., en los reinados de Saúl y David. Samuel fue hijo de Ana, una mujer que era estéril hasta que, después de muchas oraciones por parte de ella, el Señor le curó de la esterilidad (cfr. 1 Samuel 1). Su madre le consagró al Señor, y Samuel desde pequeño servía a Yahvé en el templo, a las órdenes del sacerdote Elí (cfr. 1 Samuel 2, 11). Cierto día, como relata el párrafo de la primera Lectura, cuando Samuel estaba acostado, le llamó el Señor. Samuel pensó que le llamaba el sacerdote Elí, y “corrió donde Elí diciendo: «Aquí estoy porque me has llamado»”.Elí le respondió que no le había llamado y le ordenó que fuese a acostarse. Esto sucedió por tres veces (1 Samuel 3, 4-9); la Escritura dice que la tercera vez Elí “comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel: «Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: «Habla, Señor, que tu siervo te escucha»” (1 Samuel 3,9). Elí, por tanto, instruyó a Samuel - le ayudó – para que el joven reconociese la voz del Señor, pues, como dice la misma Escritura, las tres primeras veces no había reconocido la voz del Señor: “Samuel todavía no había reconocido al Señor”(1 Samuel 3,7). A partir de entonces, el Señor indicó a Samuel la misión para la que le había llamado, le indicó su vocación: fue el primer profeta del que se sirvió el Señor para instruir a su pueblo, a sus sacerdotes y a sus reyes. La Escritura nos dice, como acabamos de escuchar en la primera Lectura, que Samuel “crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse” (v. 19); es decir, que Samuel fue fiel a su vocación, a la misión que el Señor le había encomendado. Elí es modelo del verdadero educador espiritual. • Gianfranco Ravasi o.c. p. 155: “Elí es modelo del verdadero educador espiritual, el cual no se pone como sustituto en el asunto personal del joven Samuel sino que lo sostiene y lo ilumina: «si te llama alguien, responde: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha"». El encuentro con un guía espiritual es un don extraordinario; el testimonio ofrecido a los demás es un compromiso fundamental del creyente; la mediación límpida del hermano es frecuentemente el camino para descubrir nuestra meta, nuestra vocación. Es sugerente la representación de Juan el Bautista en la Crucifixión de Grünewald: él tiene un enorme dedo índice que apunta hacia la cruz de Jesús. Ciertamente la meta está más allá del dedo, está más allá del maestro, más allá del hermano que nos guía. En efecto, la confesión de Juan el Bautista es iluminadora: «Es necesario que Él crezca y yo disminuya». El verdadero educador debe ser capaz de retirarse, de convertirse hasta en un «inútil», repitiendo al final de su misión aquella frase áspera pero decisiva de Jesús:«Somos siervos inútiles; hemos hecho solamente lo que debíamos hacer»”. La mediación de su madre Ana y del sacerdote Elí. • También se puede resaltar, en la vocación de Samuel, cómo el Señor se sirve de su madre Ana – que implora sin cesar al Señor que le cure de su esterilidad y le conceda descendencia - para que el joven aprenda cómo estar ante el Señor. • El Catecismo de la Iglesia Católica lo afirma así (n. 2578): (...) “El niño Samuel aprendió de su madre Ana cómo «estar ante el Señor» (Cf 1 Samuel 1, 9-18) y del sacerdote Elí cómo escuchar su Palabra: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (Cf 1 Samuel 3, 9-10) (...) ”. Evangelio: los primeros discípulos del Señor. Oyeron las palabras de Juan el Bautista – que fue el mediador - y siguieron a Jesús. Pedro es conducido a Jesús por su hermano Andrés, que fue su mediador. • Después de reflexionar sobre la vocación de Samuel, ahora consideramos la vocación de los primeros 5 discípulos del Señor Jesús. Se ha escrito que las palabras más bellas y sugestivas de la Biblia son las que nos presentan la vocación de hombres concretos; en el Antiguo Testamento encontramos - junto a la de Samuel - tantas otras: Abrahán, Moises, David, Isaías, Jeremías, etc.; en el Nuevo Testamento encontramos también muchas Zaqueo, la Samaritana, Nicodemo ... pero seguramente las “más importantes” son las de los apóstoles que el Señor escoge directamente, sirviéndose a veces de la mediación de otros discípulos o apóstoles. En el Evangelio que se ha leído encontramos también una mediación – la de Juan el Bautista – en la elección de dos de ellos; a su vez uno de éstos - Andrés – es el mediador de su hermano Simón a quien el Señor cambia el nombre por Pedro; en los versículos sucesivos Jesús llama a Felipe y éste lleva Natanael a Jesús ... (43-51). Los otros tres evangelistas (Mateo, Marcos y Lucas), también nos hablan del llamamiento por parte de Jesús de los primeros discípulos, señalando algunos datos diferentes de los que hemos leído hoy. o La vocación del hombre a la vida eterna no suprime, sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2820: Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime, sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (Cf Gaudium et spes 22; 32; 39; 45; Evangelii nuntiandi, 31). o Las circunstancias en las que vive cada uno hacen que haya unas connotaciones específicas sobre el lugar o modalidad de vivir la vocación común a la santidad En los fieles laicos esa vocación común a todos los fieles de la Iglesia, tiene una característica propia: la búsqueda de la santidad (del Reino de Dios, de la salvación), ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 898: “Los laicos tienen como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios... A ellos de manera especial les corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza del Creador y Redentor» (Lumen gentium, 31)”. La intervención directa en la actividad política y en la organización de la vida social forma parte de la vocación de los fieles laicos • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2442: No corresponde a los pastores de la Iglesia intervenir directamente en la actividad política y en la organización de la vida social. ö Esta tarea forma parte de la vocación de los fieles laicos, que actúan por su propia iniciativa con sus conciudadanos. La acción social puede implicar una pluralidad de vías concretas. Deberá atender siempre al bien común y ajustarse al mensaje evangélico y a la enseñanza de la Iglesia. Pertenece a los fieles laicos «animar, con su compromiso cristiano, las realidades y, en ellas, procurar ser testigos y operadores de paz y de justicia» (Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, n. 47; cf 42). La vocación específica como mediadores de los padres de familia Han de fomentar la vocación personal de cada hijo; y tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1656: “En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, las familias creyentes tienen una importancia primordial en cuanto faros de una fe viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia, con una antigua expresión, «Ecclesia doméstica» (Lumen gentium, 11; cf Familiaris consortio, 21.). En el seno de la familia, «los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada» (Lumen gentium, 11)”. 6 La educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna infancia. • Catecismo de la Iglesia Católica n. 2226: “La educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna infancia. Esta educación se hace ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana de acuerdo con el Evangelio. La catequesis familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza de la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios (Cf Lumen gentium, 11). La parroquia es la comunidad eucarística y el corazón de la vida litúrgica de las familias cristianas; es un lugar privilegiado para la catequesis de los niños y de los padres”. Los padres de familia tienen como misión - como vocación - respetar la vocación de sus hijos, y favorecer la respuesta de ellos para seguirla. La vocación primera del cristiano es seguir a Jesús. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2232: “Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par que el hijo crece hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús: (Cf Mateo 16, 25) «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí» (Mateo 10, 37)”. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2253: “Los padres deben respetar y favorecer la vocación de sus hijos. Han de recordar y enseñar que la vocación primera del cristiano es la de seguir a Jesús”. 3. La vocación cristiana es también, por su misma naturaleza, vocación al apostolado: todos los cristianos estamos llamados al apostolado. Características del auténtico testigo. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 863: “Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de S. Pedro y de los apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen. Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es «enviada» al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado». Se llama «apostolado» a «toda la actividad del Cuerpo Místico» que tiende a «propagar el Reino de Cristo por toda la tierra» (Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem, n. 2).” 4. El pecado es la esclavitud más grave de los hombres, y el obstáculo en su vocación de hijos de Dios. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 549: “Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (Cf Juan 6, 5-15), de la injusticia (Cf Lucas 19, 8), de la enfermedad y de la muerte (Cf Mateo 11, 5), Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (Cf Lucas 12, 13. 14; Juan 18, 36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (Cf Juan 8, 34- 36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas”. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

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