jueves, 20 de julio de 2017
El sentido de la vida: la vida como vocación.
1 El sentido de la vida: la vida como vocación. Cfr. Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes, Universidad Eurasia, Astana (Kazajstán), 23 septiembre 2001: Amadísimos jóvenes: (...) ¿Cuál es el sentido de vuestras vidas, vuestro destino? 2. Al preparar este viaje, me pregunté qué querrían escuchar del Papa los jóvenes de Kazajstán, qué querrían preguntarle. Conozco a los jóvenes y sé que se interesan por las cuestiones fundamentales. Probablemente la primera pregunta que desearíais hacerme es esta: "¿Quién soy yo, según tu opinión, Papa Juan Pablo II, según el Evangelio que anuncias? ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Cuál es mi destino?". Mi respuesta, queridos jóvenes, es sencilla, pero de enorme alcance: Mira, tú eres un pensamiento de Dios, tú eres un latido del corazón de Dios. Afirmar esto es como decir que tú tienes un valor, en cierto sentido, infinito, que cuentas para Dios en tu irrepetible individualidad. (…) Sed conscientes del valor único que cada uno de vosotros posee .... Si en la vida no se busca algo que valga la pena, si no se cree en nada, se produce un vacío asfixiante. La nada es la negación del infinito, que vuestra vasta estepa evoca con fuerza, de aquel Infinito al que aspira de modo irresistible el corazón del hombre. El amor nace de una mirada buena 3. Me han dicho que en vuestra hermosísima lengua, el kazajo, "te amo" se dice: "mien siené jaksè korejmen", expresión que se puede traducir: "yo te miro bien, tengo puesta sobre ti una mirada buena". El amor del hombre, pero antes aún el amor mismo de Dios al hombre y a la creación nace de una mirada buena, una mirada que hace ver el bien e impulsa a hacer el bien: "Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien", dice la Biblia (Gn 1, 31). Esa mirada permite captar todo lo que hay de positivo en la realidad y lleva a considerar, más allá de un enfoque superficial, la belleza y el valor de todo ser humano que nos sale al encuentro. Lo que hace grande al ser humano es la huella de Dios que lleva en sí mismo. La vida sirve para ser donada. La vida como vocación; Dios nos encomienda una tarea. Surge espontáneamente la pregunta: "¿Qué es lo que hace bello y grande al ser humano?". He aquí la respuesta que os propongo: lo que hace grande al ser humano es la huella de Dios que lleva en sí mismo. Según las palabras de la Biblia, ha sido creado "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1, 26). Precisamente por esto, el corazón del hombre nunca está satisfecho: quiere algo mejor, quiere más, lo quiere todo. Ninguna realidad finita lo colma y lo deja tranquilo. Decía san Agustín de Hipona, el antiguo Padre de la Iglesia: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti" (Confesiones, I, 1). De esta misma intuición brota la pregunta que vuestro gran pensador y poeta Ahmed Jassavi repite con frecuencia en sus versos: "¿Para qué sirve la vida, si no es para ser donada, para ser donada al Altísimo?". 4. Queridos amigos, estas palabras de Ahmed Jassavi entrañan un gran mensaje. Recuerdan lo que la tradición religiosa define como "vocación". Al dar la vida al hombre, Dios le encomienda una tarea y espera de él una respuesta. (...) es la confirmación de la altísima dignidad del ser humano: creado a imagen y semejanza de Dios, está llamado a convertirse en su colaborador para transmitir la vida y someter la creación (cf. Gn 1, 26-28). Hay un Dios que os ha pensado y os ha dado la vida. Os ama personalmente y os encomienda el mundo. Jesús de Nazaret: la comunión con Él. (...) La religión misma, sin una experiencia de descubrimiento con asombro y de comunión con el Hijo de Dios, que se hizo nuestro hermano, se reduce a una suma de principios cada vez más difíciles de entender y de reglas cada vez más duras de soportar. La apertura al Otro 5. Queridos amigos, intuís que ninguna realidad terrena os podrá satisfacer plenamente. Sois conscientes de que la apertura al mundo no basta para colmar vuestra sed de vida y que la libertad y la paz sólo pueden venir de Otro, infinitamente más grande que vosotros, pero familiarmente cercano a vosotros. Reconoced que no sois los dueños de vosotros mismos, y abríos a Aquel que os ha creado por amor y quiere hacer de vosotros personas dignas, libres y hermosas. Yo os aliento a tomar esta actitud de apertura confiada: aprended a escuchar en el silencio la voz de Dios, que habla en lo más íntimo de cada uno; poned bases sólidas y seguras en la construcción del edificio de vuestra vida; no tengáis miedo al compromiso y al sacrificio, que exigen hoy empeñar todas las fuerzas, pero que son garantía de éxito en el futuro. Así descubriréis la verdad sobre vosotros mismos y se abrirán incesantemente ante vosotros nuevos horizontes. (...) Dad a vuestro corazón recursos vitales, permitid a Dios entrar en vuestra existencia y quedará iluminada por su luz divina. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana
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