martes, 18 de julio de 2017

Domingo de Ramos (2012). Cristo es aclamado como el rey de Israel que llega en nombre del Señor Dios. Esta aclamación es recogida por la Iglesia en el «Sanctus» de la liturgia eucarística. Por otra parte, se proclama el relato de la pasión de Jesús. La subida de Jesús a Jerusalén no fue solamente para celebrar la Pascua de los judíos, pues más allá de esta celebración, tenía una última meta: la entrega de sí mismo en la cruz. Salgamos al encuentro del Señor, en la procesión de los Ramos, no poniendo a sus pies nuestras túnicas o ramos inertes, sino revistiéndonos de su gracia. Proclamemos a Jesús como Señor de nuestras vidas. “Y toda lengua confiese: «¡Jesucristo es el Señor»: segunda Lectura. Jesús invita a la fe y a la conversión sin imponer la verdad por la fuerza; su reino crece porque atrae los hombres hacia él.


1 Domingo de Ramos (2012). Cristo es aclamado como el rey de Israel que llega en nombre del Señor Dios. Esta aclamación es recogida por la Iglesia en el «Sanctus» de la liturgia eucarística. Por otra parte, se proclama el relato de la pasión de Jesús. La subida de Jesús a Jerusalén no fue solamente para celebrar la Pascua de los judíos, pues más allá de esta celebración, tenía una última meta: la entrega de sí mismo en la cruz. Salgamos al encuentro del Señor, en la procesión de los Ramos, no poniendo a sus pies nuestras túnicas o ramos inertes, sino revistiéndonos de su gracia. Proclamemos a Jesús como Señor de nuestras vidas. “Y toda lengua confiese: «¡Jesucristo es el Señor»: segunda Lectura. Jesús invita a la fe y a la conversión sin imponer la verdad por la fuerza; su reino crece porque atrae los hombres hacia él. Domingo de Ramos, 1 abril 2012 Ciclo B - Isaias 50,4-7; Filipenses 2,6-11; Marcos 14,1-15,47 Isaías 50, 4-71 : El Señor me ha dado una lengua de discípulo, que sabe alentar al abatido con palabra que incita. Por la mañana, cada mañana incita mi oído a escucha como los discípulos. El Señor Dios me ha abierto el oído, yo no me he rebelado, ni me he echado atrás. He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, y mis mejillas a quienes arrancaban la barba. No he ocultado mi rostro a las afrentas y salivazos. El Señor Dios me sostiene, por eso no me siento avergonzado; por eso he endurecido mi rostro como el pedernal y sé que no quedaré avergonzado. Salmo 21: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? Al verme, todos hacen burla de mí, tuercen los labios, mueven la cabeza: «Confió en el Señor: que lo salve Él, que lo libre si es que lo ama.». Me rodea una jauría de perros, me asedia una banda de malvados. Han taladrado mis manos y mis pies. Puedo contar todos mis huesos. Se reparten mis ropas y echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te alejes. Fuerza mía, date prisa en socorrerme. Anunciaré tu Nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea. Los que teméis al Señor alabadle; estirpe toda de Jacob, glorificadle, temedle, estirpe toda de Israel. Filipenses 2, 6-112 : 6 Cristo Jesús, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, 7 sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y, mostrándose igual que los demás hombres, 8 se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. 9 Y por eso Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre; 10 para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, 11 y toda lengua confiese: «¡Jesucristo es el Señor!», para gloria de Dios Padre. 1. En la celebración litúrgica de hoy, hay dos aspectos principales: • Por una parte se conmemora el solemne ingreso de Cristo en Jerusalén; la palma es señal del triunfo. Cristo es aclamado como el rey de Israel, que llega en nombre del Señor. Esta aclamación es recogida por la Iglesia en el «Sanctus» de la liturgia eucarística. Por otra parte, se proclama el relato de la pasión del Señor. • CEC 559: La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén - ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey (Cf Jn 6, 15), pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de «David, su padre» (Lc 1, 32) (Cf Mt 21, 1-11). Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación («Hosanna» quiere decir «¡sálvanos!», «¡Danos la salvación!»). Pues bien, el «Rey de la Gloria» (Sal 24, 7-10) entra en su ciudad «montado en un asno» (Za 9, 9): no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad (Cf Jn 18, 37). Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños (Cf Mt 21, 15-16; Sal 8, 3) y los «pobres de Dios», que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores (Cf Lc 19, 38; 2, 14). Su aclamación, «Bendito el que viene en el nombre del Señor» (Sal 118, 26), ha sido recogida 1 Este texto de Isaías es uno de los llamados «Cantos del Siervo doliente», concretamente el tercero. (Isaías 42, 1-9; Isaías 49, 1-6; Isaías 50, 4-10; Isaías 52, 13-53,12), que anuncian el sentido de la Pasión de Jesús. Los cuatro Cantos y la lectura de la Pasión son un lugar muy adecuado para conocer los rasgos del Señor Jesús, como lo declara expresamente el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 713. 2 Este himno a la humillación y exaltación de Cristo de la carta a los Filipenses, es uno de los textos más antiguos del Nuevo Testamento sobre la divinidad de Cristo, quien, siendo Dios, se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo y fue exaltado como Señor, como Dios. 2 por la Iglesia en el «Sanctus» de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor. La «subida» a Jerusalén • Los evangelistas, al referirse a la entrada de Jesús en Jerusalén, hablan de una «subida» a esta ciudad (cfr. Mateo 20, 17; Marcos 10, 32; Lucas 19, 28; Juan 12, 20). Subir es la expresión usual para referirse a la peregrinación a Jerusalén con motivo de la Pascua, la gran fiesta del pueblo judío con la que celebraba la salida de Egipto (cfr. Éxodo, cap. 12). Y con el pueblo subía Jesús con sus discípulos. Jerusalén se encuentra en un terreno elevado, en la cordillera de montes entre el Jordán y el Mediterráneo. o La subida de Jesús a Jerusalén no fue solamente para celebrar la Pascua de los judíos, pues, más allá de esta celebración, tenía una última meta: la entrega de sí mismo en la cruz. • Benedicto XVI, Jesús de Nazaret 2, Madrid 2011, Ediciones Encuentro, pp.11-12: “Es ante todo una «subida» en sentido geográfico: el Mar de Galilea está aproximadamente a 200 metros bajo el nivel del mar, mientras que la altura media de Jerusalén es de 760 metros sobre el nivel del mar. Como peldaños de esta subida, cada uno de los Sinópticos nos ha transmitido tres profecías de Jesús sobre su Pasión, aludiendo con ello también a la subida interior, que se va desarrollando a lo largo del camino exterior: el ir caminando hacia el templo como el lugar donde Dios quiso «establecer» su nombre, como se describe en el Libro del Deuteronomio (Deueronomio 12, 11; Deuteronomio 14, 23). La última meta de esta «subida» de Jesús es la entrega de sí mismo en la cruz, una entrega que reemplaza los sacrificios antiguos; es la subida que la Carta a los Hebreos califica como un ascender, no ya a una tienda hecha por mano de hombre, sino al cielo mismo, es decir, a la presencia de Dios (Hebreos 9, 24). Esta ascensión hasta la presencia de Dios pasa por la cruz, es la subida hacia el «amor hasta el extremo» (cf. Juan 13, 1), que es el verdadero monte de Dios. Naturalmente, la meta inmediata de la peregrinación de Jesús es Jerusalén, la Ciudad Santa con su templo y la «Pascua de los judíos», como la llama Juan (Juan 2, 13). Jesús se había puesto en camino junto con los Doce, pero poco a poco se fue uniendo a ellos un grupo creciente de peregrinos; Mateo y Marcos nos dicen que, ya al salir de Jericó, había una «gran muchedumbre» que seguía a Jesús (Mateo 20, 29; cf. Marcos 10, 46)”. c) ¡Hosanna! o Significado de esta palabra de aclamación a Jesús por parte de la muchedumbre que subía con él a Jerusalén. • Nuevo Testamento, Eunsa 2004, Nota a Mateo 21, 1-11. “Y le aclaman como el Salvador: la palabra hebrea hosanna (v. 9) tuvo en un principio ese sentido, una súplica dirigida a Dios: «Sálvanos». Luego, fue empleada como grito de júbilo para aclamar a alguien, similar a «¡Viva!». La muchedumbre manifiesta su entusiasmo gritando: «¡Viva el Hijo de David!». Se entiende así que la Iglesia haya recogido estas aclamaciones en el Prefacio de la Santa Misa, pues con ellas se pregona la realeza de Cristo”. ¿Cómo es posible que Jesús fuera alabado en su camino a Jerusalén y a los pocos días crucificado? La multitud que homenajeaba a Jesús en la periferia de la ciudad no es la misma que pediría después su crucifixión. • Benedicto XVI, Jesús de Nazaret 2, Madrid 2011, Ediciones Encuentro, pp.18-19: “De los tres Evangelios sinópticos, pero también de Juan, se deduce claramente que la escena del homenaje mesiánico a Jesús tuvo lugar al entrar en la ciudad, y que sus protagonistas no fueron los habitantes de Jerusalén, sino los que acompañaban a Jesús entrando con Él en la Ciudad Santa. Mateo lo da a entender de la manera más explícita, añadiendo después de la narración del Hosanna dirigido a Jesús, hijo de David, el comentario: «Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: "¿Quién es éste?". La gente que venía con él decía: "Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea"» (Mt 21, 10s). El paralelismo con el relato de los Magos de Oriente es evidente. 3 Tampoco entonces se sabía nada en la ciudad de Jerusalén sobre el rey de los judíos que acababa de nacer; esta noticia había dejado a Jerusalén «trastornada» (Mt 2, 3). Ahora se «alborota»: Mateo usa la palabra eseísthe (seíö), que expresa el estremecimiento causado por un terremoto. Algo se había oído hablar del profeta que venía de Nazaret, pero no parecía tener ninguna relevancia para Jerusalén, no era conocido. La multitud que homenajeaba a Jesús en la periferia de la ciudad no es la misma que pediría después su crucifixión. En esta doble noticia sobre el no reconocimiento de Jesús –una actitud de indiferencia y de inquietud a la vez–, hay ya una cierta alusión a la tragedia de la ciudad, que Jesús había anunciado repetidamente, y de modo más explícito en su discurso escatológico”. La celebración de la entrada de Jesús en Jerusalén: la procesión del domingo de Ramos. o El Evangelio nos dice que la muchedumbre que acompañaba a Jesús alfombró el camino por donde iba a pasar, con “sus propios mantos” y con “ramas de árboles”3 . Salgamos al encuentro del Señor, en la procesión de los Ramos, no poniendo a sus pies nuestras túnicas o ramos inertes, sino revistiéndonos de su gracia. • San Andrés de Creta (660-740), Padre de la Iglesia, Sermón 9 sobre el Domingo de Ramos: (…) Salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia su venerable y dichosa pasión, para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres. (…) Imitemos a quienes salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, a su paso, ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos, con la disposición más humillada de que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos al Verbo que viene, y así logremos captar a aquel Dios que nunca puede ser totalmente captado por nosotros. (…) Así es como nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían verdor, su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de él mismo, pues los que habéis incorporado a Cristo por el bautismo os ha revestido de Cristo. Así debemos ponernos a sus pies como si fuéramos unas túnicas. o Proclamemos a Jesús como Señor de nuestras vidas. Segunda Lectura de este Domingo de Ramos, “y toda lengua confiese: «¡Jesucristo es el Señor!». Cuando profesamos que Jesús es el Señor, nos salvamos • "Si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás" (Romanos 10,9). La proclamación «Jesús es el Señor» es el alma de la predicación de los Apóstoles4 . • “Después de Pentecostés, los apóstoles no van por el mundo repitiendo siempre lo mismo: «Jesús es Señor». Lo que hacían cuando anunciaban por primera vez la fe en un determinado ambiente, era, más bien, ir directos al corazón del «evangelio», proclamando dos hechos: Jesús ha muerto - Jesús ha resucitado, y el «porqué» (o, mejor, el «para mí») de estos dos hechos: ha muerto «por nuestros pecados»; ha resucitado «para nuestra justificación» (cfr. 1 Co 15, 4; Rm 4, 25). Dramatizando la cosa, como hace Pedro en sus discursos del libro de los Hechos, éstos proclamaban al mundo: Vosotros habéis matado a Jesús de Nazaret, pero Dios lo ha resucitado, constituyéndolo Señor y Cristo (cfr. Hch 2, 22-36; 3, 14-19; 10, 39-42). El anuncio: «Jesús es Señor» (o lo que es su equivalente en otros contextos, «Jesús es el Hijo de Dios») no es, pues, otro que la conclusión, unas veces implícita y otras explícita, de esta breve historia, narrada en forma siempre viva y nueva, si bien sustancialmente idéntica y, al mismo tiempo, aquello en lo que se resume dicha historia y es hecha actual para quien la escucha. Así aparece, sobre todo, en Flp 2, 6-11: Cristo Jesús... se despojó de sí mismo... obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz, Por lo cual Dios le exaltó... para que toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor. La proclamación: «Jesús es 3 Cfr. Mateo 21,8; Marcos 11,8; Lucas 19, 35-36. 4 Cf. R. Cantalamessa, El misterio del Bautismo de Jesús, Edicep1997, cap. III, La unción profética, pp. 51-55 4 Señor» no constituye, pues, por sí sola, toda la predicación, pero es su alma y, por decirlo así, el sol que la ilumina”. Decir “¡Jesús es el Señor!” significa entrar libremente en el ámbito de su dominio 5 . “En la frase "¡Jesús es el Señor!" hay también un aspecto subjetivo, que depende de quien la pronuncia. Varias veces me he preguntado por qué los demonios, en los evangelios, nunca pronuncian este título de Jesús. Llegan hasta a decirle a Jesús: "Tú eres el Hijo de Dios", o también "Tú eres el Santo de Dios" (cf Mt 4,3; Mc 3,1 1; 5,7; Lc 4,41); pero nunca los oímos exclamar: '¡Tú eres el Señor!" La respuesta más plausible me parece ésta: Decir "Tú eres el Hijo de Dios" es reconocer un dato real que no depende de ellos y que ellos no pueden cambiar. Pero decir "¡Tú eres el Señor!" es algo muy distinto. Implica una decisión personal. Significa reconocerlo como tal, someterse a su dominio. Si lo hiciesen, dejarían en ese mismo momento de ser lo que son y se convertirían en ángeles de luz. Esa expresión divide realmente dos mundos. Decir “¡Jesús es el Señor!” significa entrar libremente en el ámbito de su dominio. Es como decir: Jesucristo es "mi" Señor; él es la razón de mi vida; yo vivo "para" él, y ya no "para mí". "Ninguno de nosotros - escribía Pablo a los Romanos - vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor" (Rm 14,7-8). La suprema contradicción que el hombre experimenta desde siempre - la contradicción entre la vida y la muerte - ya ha sido superada. Ahora la contradicción más radical no se da entre el vivir y el morir, sino entre el vivir "para el Señor" y el vivir "para sí mismos". Vivir para sí mismos es el nuevo nombre de la muerte.” o El centurión que estaba enfrente de Jesús crucificado, al ver cómo había expirado, dijo: En verdad este hombre era Hijo de Dios (Marcos 15, 39), reconociendo así la verdadera identidad del ajusticiado. Es el Espíritu Santo quien hace que identifiquemos a Jesús en la cruz como Hijo de Dios. • El centurión proclama la verdadera identidad de Jesús, confiesa la divinidad de Jesús, aquello que le define en lo más íntimo de su ser: su filiación divina. El militar romano es un gentil – no perteneciente al pueblo elegido -, y de ese modo hace patente que todas las gentes pueden confesar a Dios 6 . Sin duda alguna es el Espíritu Santo quien encendió algo dentro de su corazón que le permitió ver claro, que le permitió identificar al ajusticiado. Es también el Espíritu Santo quien, en nuestro caso, nos permitirá identificar a Jesús en la cruz, cuando se presente en nuestras vidas: “El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección” (Cf CCE 737). Jesús invita a la fe y a la conversión sin imponer la verdad por la fuerza; su reino crece porque atrae los hombres hacia él. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 160: (...) Cristo invitó a la fe y a la conversión, El no forzó jamás a nadie. «Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino... crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia El» (Dei Verbum 11). • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 542: Sobre todo, él realizará la venida de su Reino por medio del gran Misterio de su Pascua: su muerte en la Cruz y su Resurrección. «Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). A esta unión con Cristo están llamados todos los hombres (Cf LG 3). • San Josemaría, Es Cristo que pasa, 162: Dios no se dirige a nosotros con actitud de poder y de dominio, se acerca a nosotros, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres (Filipenses 2,7). Jesús jamás se muestra lejano o altanero, aunque en sus años de predicación le veremos a veces disgustado, porque le duele la maldad humana. Pero, si nos fijamos un poco, advertiremos en seguida que su enfado y su ira nacen del amor: son una invitación más para sacarnos de la infidelidad y del pecado. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana 5 Cf. Raniero Cantalamessa, La fuerza de la Cruz, Ed. Monte Carmelo 2000, cap. I: Toda lengua proclame: Jesucristo es el Señor. 6 Cf La Casa de la Biblia, Comentario al Nuevo Testamento, 1995, Marcos 15, 33-41

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